CAPÍTULO I
El cielo amenazaba tormenta aquella mañana, un calor sofocante y empalagoso hacía mella en los peones de la hacienda que se dirigían a los campos como cada día, aunque aquella mañana no era igual a las otras, todos en la hacienda sabían que se avecinaban grandes cambios, y eso era algo que los tenía sumamente alterados.
Mientras en la casa principal el pequeño Tomás (Alejandro Felipe) observa el vaivén de las criadas sentado en las amplias escaleras sin que nadie reparara en su presencia. Estaba emocionado ya que era la primera vez que podía caminar con toda impunidad por la enorme casona sin que nadie lo reprendiera y eso se debía a que el patrón estaba demasiado enfermo como para controlar quien se colaba en su casa, y lo mismo se podía decir de los fieles criados. Hacía varios días que la salud de don Bernardo había empeorado de manera preocupante, aunque a decir verdad su salud nunca había sido demasiado buena desde la muerte de su único hijo Braulio, hacia más de 12 años. Pero esta vez parecía que la vida de veras se le escapaba; y eso había causado gran revuelo entre la servidumbre, que se sentían inquietos ante la idea de quedarse sin patrón, ¿qué iba a ser de la hacienda y de ellos ahora? Todos sabían que don Bernardo había roto toda relación con su familia después de que su nuera decidiera rehacer su vida con un afamado hombre de negocios poco tiempo después de la muerte de su esposo, algo que don Bernardo se había tomado como una afrenta personal y que nunca le había perdonado, y jamás le perdonaría. Por eso mismo había decidido desheredar a sus nietos, y sin heredero legítimo, se decía que la hacienda pasaría a ser dominio público para ser puesta en subasta pública.
-¿Qué haces ahí sentado pequeño metiche? – la voz de su abuela llamó su atención, alzó su mirada para encontrarse con el rostro endurecido de la mujer, que lo miraba expectante, con las manos apoyadas en las caderas.
-Padre me mandó para buscarla, dis que quiere saber si el viejo ya se petateó – responde el niño con indiferencia.
-¡Condenado chamaco! – Exclama agarrándolo por la oreja para levantarlo – no se habla así del patrón que le da a uno de comer – añade enojada sin hacer caso a los quejidos del niño.
-Perdón, perdón… no lo volveré a hacer – dice el niño suplicante haciendo que su abuela lo libere de tal suplicio.
-Más le vale, y el patrón no se nos muere. Al menos por el momento – dice Modesta (Ana Martín) – y ya que está aquí váyase corriendo a junto don Facundo y dígale que se venga lo más rápido que pueda, el patrón quiere platicar con él – añade.
-¿Y no será mejor que en vez de buscar a don Facundo, vaya a por el cura para que le dé la extrema asunción? – pregunta Tomás. Modesta levanta la mano con toda la intención de darle un cachete, pero el niño alcanza a agachar la cabeza.
-Ya váyase a hacer lo que le mando si no quiere que le ponga el cachete como cocina de leña – exclama la mujer al borde de la histeria. Los últimos días habían sido extremadamente complicados, ella como encargada de la casona y persona de confianza del patrón se había visto obligada a hacerse cargo del control de las cosas del hogar además de velar por la salud de don Bernardo, ya que no había nadie más para lo mismo; y lo último que quería era aguantar las necedades de su insolente nieto. El niño pareció captar su agotamiento puesto que ya no volvió a replicar y salió corriendo a realizar su cometido. Modesta emitió un hondo suspiro y se sentó por unos segundos sobre las frías escaleras. Una joven se acercó a ella.
-¿Cómo se encuentra el patrón? – pregunta la joven.
-Parece que por ahora la muerte no se lo lleva, ha ganado una batalla, pero no la guerra – responde Modesta.
-He escuchado que ha mandado llamar a don Facundo, ¿para qué quiere ver al abogado? – pregunta la mujer.
-Parece que ver la muerte tan de cerca ha hecho recapacitar al patrón y al fin ha decidido reconciliarse con su familia – responde Modesta con una sonrisa de alivio en sus labios.
MÉXICO D.F.
Nereida (Bárbara Mori) observa el inmenso jardín a través de la ventana, los árboles se encuentran en su máximo esplendor y las flores lucen perfectamente cuidadas. Bebe un sorbo de coñac y respira hondo, sumida en la inmensa nostalgia que en ocasiones la embargaba. Tenía todo lo que siempre había querido y para lo que había sido educada: una buena posición social, un esposo rico y respetado y una vida llena de lujos y fiestas sociales. Pero aún así, había días en que no podía evitar sentirse vacía, sin emoción. Su vida al lado de su esposo era un continuo vaivén de discusiones y posteriores buenas intenciones, pero nunca conseguían llegar a un punto intermedio. Y, aunque ya se había acostumbrado a su vida, en ocasiones no podía evitar preguntarse que hubiera sido de ella si no se hubiera casado con Saúl Montesinos.
Se aparta de la ventana para acomodarse en el elegante sofá de piel. Una mujer ya entrada en años, llega a la sala en ese momento sin que Nereida se percate de su presencia; la mujer la observa con el ceño fruncido.
-¿Otra vez tomando a estas horas niña? – pregunta con un deje de reproche en su voz.
-Ya, no incordies nana. Solo es un trago – responde Nereida con cierto fastidio. Rosario (Angelina Peláez) era la única persona capaz de regañarla y decirle sus verdades de frente, después de haberla criado desde niña, era una libertad que la mujer se había otorgado y a la que Nereida no se había opuesto ya que sentía verdadero respeto y cariño por su nana, quizás fuera la única persona que la conocía a la perfección y que le había mostrado un apoyo incondicional.
Rosario se acerca unos pasos.
-Eso es lo que siempre dice, pero luego vienen más – dice con cierto pesar.
-Por favor nana, no empieces… no estoy para reclamos – dice Nereida incorporándose molesta. - ¿Para qué me buscabas? – pregunta.
-Tu esposo llamó para avisar que no venía a almorzar – dice Rosario.
-Muy considerado por su parte – dice irónicamente.
-Han vuelto a discutir, ¿cierto? – pregunta Rosario. Nereida deja la copa sobre la mesita de cristal y se encoje de hombros.
-Sí – responde tratando de mostrarse imperturbable.
-Mi niña, ¿por qué se empeña en seguir con este matrimonio que no le hace plenamente feliz? – pregunta Rosario.
-Pues porque quiero a mi esposo. Llevamos muchos años juntos, entre los dos nos entendemos… a nuestra manera – responde Nereida - Sé que a veces con Saúl es imposible… pretende tener todo bajo su control y yo no soy ninguno de sus negocios ni sus propiedades – dice Nereida molesta. –Estoy harta de su desconfianza… esa es la base de todos nuestros problemas – añade convencida.
-Parece que olvida que su esposo tiene motivos para desconfiar… y cuando se pierde la confianza en una pareja… todo va cuesta abajo - dice Rosario mirándola fijamente.
-Eso fue hace mucho tiempo nana, y si no ha sido capaz de olvidarlo quizás tengas razón y no sea buena idea continuar con este matrimonio. Desde entonces no le he dado motivos para que desconfíe de mí – dice Nereida molesta. Rosario se acerca a ella.
-Lo sé… lo sé… Mi niña, yo solo quiero que sea feliz. Esa es mi única razón de vivir, y sé que Saúl Montesinos no es el hombre de su vida… y usted también lo sabe, y lo siente. Bien sabe que nunca ha podido… – comienza a decir Rosario. Nereida la mira incómoda.
-Por favor nana, no vuelvas ni siquiera a insinuar algo parecido, ¿te quedó claro? – le interrumpe enojada. – Esta es mi vida ahora, yo la elegí y ahora la disfruto… a mi manera – añade antes de irse escaleras arriba como alma que lleva el diablo.
-Ay Virgencita, ilumina a mi niña, llévala por el buen camino – dice apenada.- ella todavía está a tiempo de ser feliz…
Saúl (Eduardo Santamarina) cierra la carpeta y la deja sobre la mesa con un golpe seco, ante la atenta mirada de su asistente.
-¿Cómo es posible que perdiéramos la licitación frente a esa constructora de poca monta? – pregunta enojado al tiempo que se pellizca el puente de la nariz con cierta ansiedad.
-Al parecer el licenciado Molina se ha asociado con un hombre que viene de fuera, y ha conseguido levantar de nuevo la constructora – responde Rodrigo. Saúl se incorpora violentamente y se dirige a la ventana para observar la ciudad de México desde las alturas.
-Quiero que me prepares un informe completo acerca de la constructora Molina y ese nuevo socio misterioso – dice Saúl enojado – no voy a permitir que nadie nos haga sombra, ya encontraremos la mejor manera para volver a poner a cada cosa en su lugar – añade pensativo.
-Como mande jefe, con permiso – dice Rodrigo y se va cerrando la puerta tras de sí.
-¿Quién demonios será ese imbécil que invierte su dinero en una empresa al borde de la ruina? – se pregunta intrigado Saúl para sí.
En la oficina del presidente de la constructora Molina, dos hombres celebraban su reciente victoria.
-Brindemos mi querido señor Galván, brindemos por nuestra aplastante victoria – dice el licenciado Ramiro Molina alzando su vaso de tequila. La amplia sonrisa en sus labios delataba su pletórico estado de ánimo. Mauricio (Fernando Colunga) se levanta de su cómodo asiento para brindar con él, la licitación solo había sido el principio, su satisfacción iba a más allá de lo estrictamente profesional, el haber estropeado los planes de Saúl Montesinos era una de las mayores alegrías que había recibido en los últimos años.
-Pagaría por ver la cara de Saúl Montesinos cuando se entere de la noticia – dice Mauricio con cierto regocijo.
-No dudo que hará todo lo posible para averiguar todo acerca de usted, y del motivo que lo llevó a asociarse conmigo – dice Ramiro.
-Y yo estaré encantado de aclararle mis motivos – dice Mauricio. Alza su copa – salud – añade antes de beber un largo trago de tequila. Ramiro lo mira sonriente y bebe de su copa. Sin duda, la llegada de Mauricio Galván a su vida había sido como un milagro, cuando ya se creía arruinado, él apareció de la nada ofreciéndole la oportunidad de su vida, y solo a cambio de hacerle competencia a la constructora Moncada, dirigida en los últimos meses por el hijastro del señor Julio Moncada, Saúl Montesinos. Aunque sentía una gran curiosidad no había cometido el terrible error de cuestionar al señor Galván acerca de los motivos que lo llevaban a querer incordiar al joven Montesinos, ya que, por lo que conocía de él, Mauricio era un hombre reservado a quien no le gustaba hablar de su vida pasada.
HACIENDA “LA GAVIOTA ”
Mira la puerta vacilante por unos segundos, sabía que su patrón estaba dentro y que la estaba esperando. El temor a lo que podía suceder era más fuerte que el deber y la lealtad que le debía por haberle dado trabajo. Se frota las manos con nerviosismo y toma aire profundamente antes de decidirse a llamar.
-Pásele – la fuerte voz de su patrón se escuchó desde dentro. Rufina (Carolina Gaitán) abrió la puerta y entró en la estancia. Esperó a que su vista se acomodara a la oscuridad, el patrón había echado las cortinas y la estancia solo estaba iluminada con la luz tenue de la lámpara que tenía sobre el escritorio. Él estaba sentado frente al mismo, con las piernas cruzadas apoyadas en la mesa y con las manos unidas sobre su barriga. La miraba con una pícara sonrisa.
-¿Y bien? ¿Te enteraste de lo que te pedí? – pregunta Ícaro (Roberto Ballesteros).
-Sí patrón, mandé a Lita a la hacienda – responde Rufina cabizbaja.
-¿Y? – pregunta él de nuevo.
-Al parecer don Bernardo todavía no se muere y ha mandado a llamar a don Facundo –responde ella. Ícaro bajó las piernas de la mesa y golpeó la mesa con el puño.
-¡Maldito viejo! – exclama airado. - ¿Para qué diablos quiere platicar con el abogado? – se pregunta. Rufina se limita a encogerse de hombros. Él se incorpora y la mira de arriba abajo, acercándose peligrosamente a ella – y ahora desnúdate, quiero gozar de ti – le dice rudamente. Ella asiente cabizbaja mientras comienza a deshacerse de sus ropas ante la libidinosa mirada de su patrón.
Modesta se esmera en acomodar los almohadones tras la espalda de don Bernardo (Carlos Bracho), para hacerlo sentir mejor.
-¿Así mejor patrón? – pregunta Modesta.
-Sí – responde don Bernardo con la mirada perdida.
-Si no se le ofrece nada más, yo me retiro a la cocina – le informa Modesta.
-No, espere Modesta- dice Bernardo. Ella lo mira con curiosidad – avise a mis nietos – añade.
-¿Está seguro patrón? – pregunta sin apenas poder contener su emoción.
-Sí, Modesta… yo… quiero despedirme de ellos – responde sofocado. Mira a Modesta – quiero enmendar el error que cometí hace años… yo quiero descansar en paz, y no podré hacerlo sin dejar mis deudas pagadas en esta vida… tengo… tengo que poner las cosas en su sitio – añade respirando con cierta dificultad. Modesta asiente sonriendo con ternura.
-No se preocupe patrón, yo misma me encargaré de avisarlos. – dice Modesta. Bernardo asiente complacido – con permiso – añade la criada antes de salir por la puerta. Bernardo suspira con pesar.
-Hace tantos años que no los veo… ¿cómo estará la pequeña Regina? Seguro estará hecha toda una mujer… - se dice apenado.
MÉXICO D.F.
En uno de los clubes más prestigiosos de la ciudad, una joven terminaba de hacer el último largo en la piscina exterior. Se acerca a la escalerilla para salir de la piscina, una vez fuera se escurre el cabello con esmero ajena a la atenta mirada lujuriosa de varios jóvenes que se hallaban sentados en la terraza de la cafetería del club. La joven alcanza la toalla que había dejado junto a la piscina y comienza a secarse al tiempo que se acerca a una de las tumbonas vacía que se hallaba junto a la de dos jóvenes que la miraban divertidas.
-¿Qué les causa tanta gracia? – pregunta Regina (Michelle Vargas) al tiempo que se seca el pelo con la toalla.
-Acabas de romper tres corazones mi querida Regina – responde una de las jóvenes.
-Ya, no inventes Malena – replica Regina riendo.
-Créetelo mi Regis, sino me crees mira hacia atrás – dice la otra joven. Regina mira hacia atrás y ve a los tres jóvenes que no se perdían ninguno de sus movimientos, uno de ellos alza su copa mirándola con una seductora sonrisa, ella se la devuelve tímidamente y se apresura a sentarse en la hamaca.
-Esos son tres buenos para nada que se pasan la vida en el Club buscando conquistas para luego fanfarronear en las fiestas sociales – dice Regina incómoda.
-Ay, pero no se puede negar que están a todo dar – dice Camila (Ana Serradilla) mirándolos coqueta.
-¿Qué tal si vamos a tomar algo con ellos? Fíjate, somos tres y tres – dice Malena (Tania Vázquez).
-Vayan ustedes si quieren, yo me quedo aquí tomando el sol – dice Regina acomodándose en la tumbona y colocándose las gafas de sol.
-Ay, disculpa, se me olvidaba que tú solo tienes ojos para tu querido Fabiancito – dice Camila con un deje de burla en su voz.
-Por favor no me menciones a mi querido novio en todo el día, porque me tiene bien enojada. Fíjense que ayer me volvió a dar plantón porque dis que tenía mucho trabajo – dice Regina molesta.
-¿De verás? – pregunta Malena intrigada.
-Hay que ver que poca vergüenza la de tu noviecito, te planta más veces de las que te saca a pasear – dice Camila al tiempo que se esparce la crema bronceadora por los brazos.
-Ya Camila, no te pases – le reprende Malena.
-Que, si es la puritita verdad – replica Camila.
-Camila tiene razón, cada vez me siento más un objeto de decoración que una verdadera novia – dice Regina apenada, se incorpora para sentarse al borde de la tumbona – además eso no es todo – añade cabizbaja. Camila se levanta de su tumbona para sentarse a su lado y Malena se sienta frente a ellas.
-¿Qué fue lo que pasó? – pregunta Malena preocupada.
-El otro día le volví a pedir a Fabián que hiciéramos el amor – responde Regina.
-¿Y? – preguntan las dos al unísono.
-Volvió a rechazarme – responde Regina – dis que le prometió a mi papá que me respetaría hasta el día de la boda – añade molesta.
-Ay, esto se pone color de hormiga manita – dice Camila – está muy raro que tu novio en los tres años que llevan de relación no haya querido pasar de unos castos e inocentes besos – añade.
-¿Qué estás insinuando? – pregunta Regina.
-Verán, ¿no será que en realidad Fabián es… gay? – pregunta Camila.
-¿Gay? – preguntan Regina y Malena al unísono alarmadas.
Amaranta (Martha Julia) comenzó a recorrer la musculosa espalda del hombre, que yacía desnudo boca abajo sobre su cama, con apasionados besos, hasta llegar a su cuello donde se detiene a conciencia, lamiendo la parte más sensible.
-No me digas que ya quieres más, estoy agotado. Si sigues así vas a acabar por matarme – dice el joven medio adormilado. Ella sonríe.
-Mi amor, no me digas que ya no aguantas mi ritmo, estoy comenzando a preocuparme – dice divertida. Se aparta de él y se tumba sobre la cama. El joven se incorpora y se coloca súbitamente sobre ella, aprisionándola contra su cuerpo.
-Yo aguanto todo lo que sea – dice Fabián (Carlos Ponce) atrapando la boca de la joven con la suya en un apasionado beso. Agarra las muñecas de ella con sus manos y se las coloca sobre su cabeza, inmovilizándola. La mira seductoramente.
-¿También le dices eso a tu noviecita? – pregunta Amaranta.
-No empieces con eso, sabes que si estoy con ella es porque es lo mejor para las dos familias, es una cuestión de negocios – responde Fabián.
-Pero no puedes negar que es muy bonita – dice Amaranta sin poder disimular sus celos.
-Lo es, pero no es más que una niña inmadura y caprichosa – dice Fabián – ella no despierta en mí la pasión que tú despiertas – añade. Se ríe – ni siquiera le he tocado un pelo en estos tres años – añade.
-¿De veras? – pregunta Amaranta arqueando la ceja.
-Te lo juro – responde, le da un corto beso – ni lo pienso hacer hasta que nos declaren marido y mujer – añade. Amaranta se ríe.
-Pobre niña rica, tenerte tan cerca sin poder disfrutarte como lo hago yo. Debe ser realmente frustrante – dice con sorna.
-Lo es, pero no es mi problema – dice Fabián antes de volver a besarla.
-¡No, definitivamente, estás loca Camila! – exclama Regina enojada. Malena mira a su amiga con reproche y ésta se encoje de hombros.
-¿Qué? ¿Acaso no puede ser posible? Piensa, con lo presumido y todo lo que se cuida… y eso de que no te toca… no sé, está bien raro – se excusa Camila.
-Fabián no es gay, solo que respeta demasiado a mi papá, para mi desgracia. Aunque a decir verdad, últimamente me estoy replanteando mis sentimientos hacia él – dice pensativa.
-¿Y eso mi Regis? – pregunta Camila. Regina se encoge de hombros.
-Es que no me siento locamente enamorada… ya me entendéis – dice Regina.
-Pues no, no entendemos – dice Malena - ¿yo creía que estabas loca por él?
-Y lo estoy, Fabián me atrae muchísimo, y además le quiero…
-Pero… - comienza a decir Camila.
-Pero es que yo creo que quiero otra cosa… aunque mi madre dice que lo que quiero no existe – dice Regina con cierto pesar, al tiempo que se incorpora – y ahora si me disculpáis voy a cambiarme, quedé para dentro de un rato con mi mamá – añade.
-¿Nos vemos mañana? – pregunta Malena.
-Por supuesto, nos vemos – responde Regina y comienza a alejarse. Malena se acerca a Camila y le da un codazo.
-Ay, pero, ¿qué te pasa? ¿Estás loca? – pregunta Camila molesta.
-Te lo mereces por bocona – la reprende.
Higinio Sotomayor (Humberto Zurrita) se halla en su despacho, inmerso en la lectura de los últimos informes sobre el progreso de la empresa. Su secretaria lo llama para informarle que ha llegado la persona que esperaba, tras ordenarle que lo hiciera pasar se incorpora para recibir en la puerta a su amigo Julio, con un apretón de manos.
-Lamento el retraso, pero tuvimos algún problema en la constructora – le informa Julio (Otto Sirgo).
-No te preocupes, sentémonos – le dice indicándole el sillón. - ¿Qué fue lo que pasó en la constructora? – pregunta tomando asiento, lo mismo hace Julio.
-Hemos perdido la licitación – responde Julio sin poder ocultar su malestar – ese proyecto era prácticamente nuestro, pero a última hora la constructora del licenciado Molina presentó una maqueta mejor – añade.
-Tenía entendido que su empresa estaba prácticamente en la quiebra – dice Higinio sorprendido.
-Al parecer le salió un nuevo socio de la nada – dice Julio – la cuestión es que contábamos con ese proyecto y ahora tendremos que reestructurar los presupuestos anuales y fijar nuevos proyectos – añade con preocupación.
-Sigo pensando que no ha sido una gran idea darle a tu hijastro la vicepresidencia tan pronto, es un gran arquitecto, pero a la hora de llevar la constructora es demasiado ambicioso y muchas veces actúa impulsivamente… no debiste cederle tantas competencias – dice Higinio.
-Saúl todavía se está adaptando a sus nuevas responsabilidades, eso es todo. Yo confío plenamente en él para dirigir la constructora cuando yo decida retirarme – dice Julio.
-Está bien, si es tu decisión no te voy a insistir más. Después de todo ya no soy socio de la constructora – dice Higinio.
-¿Para qué querías verme? – pregunta Julio cambiando de tema bruscamente; en cuanto a negocios concernía nunca conseguía ponerse de acuerdo con su amigo, por lo mismo éste le había vendido las acciones de la constructora años atrás; y a pesar que él sí tenía acciones en la agencia de publicidad – acciones que algún día recibiría Regina – se había desentendido de la misma, confiando en el buen criterio de Higinio.
-Ah, claro, claro… yo te quería platicar… ¿sabes? He estado pensando en nuestros hijos y en su noviazgo – responde Higinio, se acaricia la barbilla – y considero que ya va siendo tiempo de que se casen – añade.
-¿Casarse? ¿Tan pronto? – Pregunta Julio alarmado – pero si Regina es una niña – añade. Higinio sonríe.
-Querido amigo, Regina ya hace mucho tiempo que dejó de ser una niña, solo que tú no has querido darte cuenta – dice Higinio. – Además tu esposa también está de acuerdo con la boda – añade.
-¿Cecilia? ¿Has hablado con Cecilia sobre el tema? – pregunta sorprendido. Higinio asiente con la cabeza – Pues a mí no me ha dicho nada – añade algo molesto.
-Le dije que quería comentártelo yo – dice Higinio – y ya no le des más vueltas, Regina ya es toda una mujer…
-Quizás tengas razón, pero aún así no la veo preparada para dar un paso tan importante – dice Julio.
-Te comportas como un verdadero padre celoso, ¿sabías? – pregunta Higinio con un deje de diversión en su voz.
-¿Qué quieres? Adoro a Regina, no podría quererla más aunque fuera sangre de mi sangre – responde Julio con orgullo – Dios no me ha permitido engendrar a mis propios hijos desde que aquella enfermedad me dejó estéril, pero me ha enviado a Saúl y a Regina como un regalo del cielo – añade con cierta tristeza. Higinio sonríe.
-Has tenido mucha suerte con tu esposa y sus hijos – dice Higinio con nostalgia. Al ver el feliz matrimonio de su amigo no podía evitar recordar lo feliz que había sido con su amada esposa, y el dolor que le había causado su muerte. Julio lo mira con tristeza.
-Todavía sigues recordando a Lucrecia, ¿cierto? –pregunta.
-¿Cómo olvidarla? A veces pienso que su recuerdo es lo único que me mantiene con fuerzas para seguir adelante – responde Higinio.
-Recuerda que tienes un hijo, él debería darte fuerzas – dice Julio.
-Un hijo que ya es un hombre, y que ya tiene su vida casi hecha, una vida en la que no entro yo. Él no me necesita – dice Higinio.
-Claro que te necesita, Higinio, Fabián siempre te ha necesitado… solo que quizás hayas estado demasiado inmerso en tu dolor como para darte cuenta – dice Julio. Higinio respira hondo, para tratar de deshacerse de la pesadumbre que lo comenzaba a embargar, la conversación estaba tocando demasiadas fibras sensibles y él no era un hombre al que le gustara mostrar sus emociones.
-En fin, volviendo a lo que estábamos. Considero que va siendo hora que esos dos muchachos den un paso más en su relación; es lo mejor para todos. Además es lo que habíamos acordado – dice Higinio.
-Platicaré con Cecilia, a ver que opina. Aunque creo que los que tienen que dar la última palabra son Regina y Fabián – dice Julio. Se incorpora – Y ahora si me disculpas tengo que irme, he quedado para almorzar con mi esposa y mi hija – añade.
-Que les aproveche – dice Higinio con una leve sonrisa.
-Gracias, pásate un día de estos por casa, estaremos encantados de que cenes con nosotros – dice Julio.
-Consideraré tu invitación, muchas gracias – dice Higinio. Julio abre la puerta, dispuesto a irse, se vuelve por un momento.
-Higinio, no me lo tomes a mal, pero quizás sería conveniente que comenzaras a pensar en ti mismo, en tratar de vivir de nuevo, tratar de encontrar una nueva ilusión. A Lucrecia le hubiese gustado que tú fueras feliz – le dice antes de salir del despacho.
Al anochecer
Saúl tira la chaqueta y el maletín sobre el sofá con brusquedad, se dirige al mueble bar para prepararse una copa ante la atenta mirada de Rosario.
-¿Va todo bien señor? – pregunta la criada. Saúl la mira enojado, con desprecio.
-¿Dónde está mi esposa? – pregunta con desdén, ignorando su pregunta.
-La señora todavía no ha regresado del salón de belleza – responde Rosario sin inmutarse; estaba más que acostumbrada a los cambios de humor de su patrón.
-¡Se pasa la vida en ese maldito salón! – exclama enojado antes de beberse de un trago el contenido de la copa.
En ese momento Nereida entra por la puerta principal contoneando las caderas, la tarde en el salón de belleza había dado sus frutos, puesto que había conseguido deshacerse de toda la tensión acumulada en los últimos días. Pero nada más llegar al salón supo que la paz y tranquilidad que había logrado después de una larga sesión en el salón solo iba a ser momentánea.
-¿Qué tal en el salón querida? – pregunta Saúl con ironía. Nereida mira a su nana y le indica con la cabeza que los deje solos, Rosario sigue sus instrucciones sigilosamente. Nereida se acerca a su esposo y deja el bolso sobre el sofá.
-He pasado una tarde muy relajada, y espero que la noche siga de la misma manera, así que solo te pido… - comienza a decir, en son de paz.
-Y yo lo único que pido es que mi esposa esté en casa para recibirme, ¡maldita sea! – exclama él furioso. - ¿es tanto pedir un poco de consideración por tu parte? – pregunta agarrándola por los hombros.
-Saúl, por favor. No empieces, ¿sí? – Dice ella – no tengo ganas de discutir, y tampoco pienso tolerar que pagues conmigo tus problemas en la constructora – añade. Él la mira con curiosidad, apartando las manos de ella.
-¿Cómo sabes? – pregunta Saúl.
-Me enteré en el salón de que la constructora del licenciado Molina se había hecho al fin con el proyecto del centro comercial – responde Nereida. Suspira y mira a su esposo con resignación. – Estoy segura de que pronto conseguirás hacerte con éxito con tus nuevas responsabilidades – le acaricia la cara – yo confío en ti, aunque no lo creas – añade. Saúl la mira apenado, posa su mano sobre la de ella, que permanecía todavía sobre su mejilla.
-Nereida, perdóname si a veces soy demasiado duro contigo… pero es que te amo demasiado, y no soportaría que te alejaras de mi lado – le dice apesadumbrado. Nereida sonríe levemente.
-Soy tu esposa, y estamos unidos hasta que la muerte nos separe, ¿te acuerdas? – le pregunta.
-Sí, pero… - comienza a decir él. Pero ella lo interrumpe colocando la mano sobre su boca.
-Schhh, no más recuerdos dolorosos, no hoy. Me gustaría cenar en paz – dice ella suplicante.
-Está bien, está bien – dice él. Toma su mano para darle un tierno beso.
-Avisaré a Rosario para que ordene la cena – dice Nereida y se aleja hacia la cocina, ante la atenta mirada de su esposo. Amaba a esa mujer con toda su alma, y por ella sería capaz de todo, incluso perdonarla por su traición.
MANSIÓN MONCADA
Julio se hallaba en su despacho, revisando varias cuentas. Cecilia entra sigilosamente, se detiene para contemplar cariñosamente a su marido, sin que se de cuenta. Se sentía dichosa, la vida le había dado una segunda oportunidad al poner a Julio en su camino, su anterior matrimonio había sido complicado, y no le había dejado un grato recuerdo, ya que su esposo era demasiado autoritario y apegado a las viejas costumbres, demasiado condicionado por su padre; sin embargo al lado de Julio se sentía feliz y dichosa, él la trataba con respeto y consideración, tenía en cuenta sus opiniones y siempre contaba con ella para tomar las decisiones importantes. Y eso era todo lo que necesitaba para ser feliz.
Julio alzó la mirada, descubriendo la presencia de su esposa.
-Mi amor, no te había escuchado entrar – dice él incorporándose para acercarse a ella.
-Te vi tan concentrado que no quería molestarte – dice Cecilia Julio le da un suave beso en los labios.
-Ya sabes que tú nunca molestas – le dice tomándole la mano – además me alegra que estés aquí, hay un asunto del que quiero platicarte, pero no quise hacerlo delante de Regina – añade. – Por cierto, ¿ya se marchó con Fabián? – pregunta.
-Sí, aunque todavía le duraba el enojo de ayer – responde Cecilia con una orgullosa sonrisa.
-Pobre muchacho, no hay nada peor que enfrentarse a Regina enojada – dice Julio entre risas. – Precisamente esta mañana estuve platicando con Higinio acerca de los muchachos – añade.
-¿Y qué te dijo? – pregunta Cecilia.
-No disimules, sabes bien de qué quería platicarme – responde Julio con cierto reproche.
-Cielo, no te vayas a enojar por no comentártelo… pero es que Higinio quería comentártelo él primero – dice Cecilia abrazándolo con cariño.
-Está bien, no voy a enojarme… pero entiéndeme, a veces pienso que tienes más confianza con Higinio que conmigo que soy tu esposo – dice él preocupado.
-NO me vayas a decir que estás celoso de Higinio, mi cielo, sabes que él y yo siempre nos llevamos muy bien. Para mí es lo más parecido a un hermano que he tenido – dice ella melosa. Julio sonríe y la abraza con fuerza.
-Lo sé mi amor, pero para la próxima vez que platiques con Higinio sobre algo tan importante, dímelo, ¿de acuerdo? – pregunta.
-Está bien – responde Cecilia sonriendo, le acaricia la cara y se separa de él. – Pero, dime, ¿qué opinas sobre el matrimonio de Regina y Fabiancito? – pregunta con interés.
-Creo que todavía es muy pronto para eso… no creo que Regina esté preparada – dice Julio.
-Pues yo creo que quizás le haría bien – dice Cecilia sonriendo – ella está muy enamorada de Fabián, y estoy segura de que los dos serían muy felices juntos. Además todos sabíamos que ese momento llegaría tarde o temprano – añade.
-Pero ella todavía no termina sus estudios – replica Julio dándole la espalda.
-Aunque se case puede seguir con ellos igual – se acerca para abrazarlo por la espalda – pero no te angusties, al fin y al cabo, la última palabra la tienen los muchachos, y sinceramente, creo que Regina se pondrá feliz con la noticia – dice convencida.
Fabián (Carlos Ponce) observaba atentamente el semblante serio de su novia, que se llevaba un bocado a la boca sin prestarle la más mínima atención a él, como si no estuviera sentado frente a ella. Es más, desde que la recogiera en su casa a penas le había dirigido la palabra, se había limitado a sentarse en el carro y mirar por la ventanilla durante todo el trayecto y una vez en el restaurante solo había abierto la boca para pedir la comida al mesero.
-¿Vas a estar sin hablarme toda la noche? – pregunta Fabián con cierta irritación. Ella lo mira con indiferencia y se encoje de hombros.
-Tanto tiene si hablo como si no, solo soy una novia florero – responde Regina (Michelle Vargas).
-¿Ya estamos otra vez con lo mismo? – Pregunta él molesto – ya te dije que últimamente tengo mucho trabajo, estoy asumiendo un puesto de mucha responsabilidad en la agencia, no puedo fallarle a mi papá.
-No solo es el trabajo Fabián, y tú lo sabes – dice ella dejando los cubiertos sobre el plato y cruzando las manos sobre la mesa, mirándolo fijamente – estoy harta de que me trates como una niña, de que me tengas en último lugar… y de que ni siquiera me toques – dice esto último con rabia.
-Chiquita ya te dije que… - comienza a decir acercando la mano al rostro de ella para acariciarla, pero ella se aparta.
-Ya no vuelvas a decirme que le prometiste a mi padre respetarme, porque me enerva - dice enojada comenzando a alzar la voz. - ¿Qué clase de hombre hace ese tipo de promesas? Se supone que si tanto me quieres, también me deseas, además si vamos a casarnos, ¿qué mas da? Hoy en día nadie respeta esa tradición, es más, nadie quiere respetarla, todas mis compañeras de universidad ya han tenido su primera experiencia y a mí mi querido y apuesto novio, que más de una me envidia ni siquiera me toca… y me hace sentir una estúpida, estúpida por quererlo tanto y aguantarle todos sus desplantes y rechazos. Fíjate que incluso me estoy planteando lo que dicen mis amigas de ti, que eres gay, – habla a toda prisa, casi sin respirar, llamando la atención de las mesas de alrededor, mientras que Fabián mira a los lados avergonzado.
-Regina por favor, estás montando un espectáculo – dice incómodo. Regina respira hondo y mira a su novio.
-¿Sabes qué? Ya me cansé, Fabián, ya no aguanto más – añade sacándose la servilleta del regazo para dejarla sobre la mesa con un golpe antes de levantarse y salir corriendo.
-¡Regina! – Llama alterado - ¡Regina vuelve acá! – Le grita, pero ella no le hace caso - ¡Maldita sea! – exclama incorporándose.
Regina sale del restaurante alterada, al fin le había gritado a Fabián todo lo que tenía guardado. Y lo peor de todo es que ella lo quería, lo quería a pesar de que para él no parecía ser lo suficientemente importante. Extrañaba al Fabián de antes, el que la había enamorado, el hombre atento y divertido que había sido al principio de su relación; pero ya nada quedaba de aquello y todo se había reducido a una aburrida rutina, sin emoción.
Está tan inmersa en sus pensamientos que cruza la calle apurada sin antes mirar. De pronto el sonido de un claxon la saca de su ensimismamiento y observa aterrada como un carro está apunto de arrollarla, cierra los ojos esperando el trágico desenlace, puesto que ya no había nada más que hacer, el coche ya estaba encima.
Vuelve a abrir los ojos al escuchar el brusco frenazo, y observa que el carro había logrado detenerse a escasos centímetros. Se queda paralizada, temblando como una hoja mientras la gente que paseaba en ese momento por la calle comienza a acercarse con preocupación. El conductor del carro por su parte, desciende del mismo y se acerca a ella alterado.
-¿Qué pasó? ¿Está loca? ¿Es que no le enseñaron a mirar antes de cruzar? Es usted una demente – le grita furioso. Regina alza la mirada para ver al hombre que había estado a punto de arrollarla todavía aturdida. Su mirada la alteraba sobremanera, y una extraña sensación recorría su agitado cuerpo. Se quedó pasmada observando su atractivo rostro y sus cabellos oscuros, un poco largos para su gusto. Contempló al hombre que tenía en frente a ella y notó algo en él que le resultaba familiar, como si lo conociera de toda la vida.