lunes, 28 de febrero de 2011

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO 6


CAPÍTULO VI

CAPÍTULO 5



CAPÍTULO V


-Bien, ya que estamos todos procederé a hacer lectura del testamento – comienza. Se coloca las gafas y comienza a leer – “Yo don Bernardo Montesinos de Mendoza, en pleno  uso de mis facultades mentales compadezco ante mi abogado y establezco como mi última voluntad nombrar como heredera a la única persona capaz de levantar de nuevo “La Poderosa”, la única persona digna de estar al frente de tal desafío” – Saúl sonríe satisfecho, seguro de ser él la persona a la que se refiere su abuelo – “sé que durante mi vida, llevado por mi orgullo y sin razón,  cometí errores imperdonables…errores que he pagado durante años cada vez que me veía solo, sin el cariño de los míos. Cariño que yo mismo me encargué de dinamitar, por eso he decidido remendar mis errores y poner cada cosa en su lugar, para ello es mi voluntad que sea mi nieto Saúl Montesinos Villarreal el que reciba la casa señorial que poseo en las afueras de Acapulco, esa casa ha pertenecido a la familia desde hace mucho y sé que él sabrá sacarle provecho. Y por lo mismo dispongo que mi querida hacienda, “La Poderosa”, mi mayor orgullo, mi creación, que yo mismo me encargué de destruir como todo lo que amaba… por ello dispongo que sea mi querida nieta Regina Montesinos Villarreal su nueva dueña, a ella le dejo mi mayor tesoro, para que sea ella quien la levante, y muestre con orgullo de lo que los Montesinos somos capaces, por sus venas corre mi sangre, sangre de los Montesinos y como tal estoy seguro que sabrá salir adelante demostrándole a todos que a pesar de ser mujer, puede perfectamente ser la dueña de “La Poderosa””. Todos se miran incrédulos al escuchar tal revelación, la más sorprendida es la propia Regina que en ese momento comienza a comprender las últimas palabras de su abuelo. Mientras Saúl observa a su hermana con un destello de ira en sus ojos. Ya no era a su hermana a quien veía, sino a la mujer que le había arrebatado lo que él más deseaba. Regina mira a su hermano, apenada, una inmensa sensación de culpa la invadía en ese momento a pesar de saber que ella no había hecho nada, pero era consciente de que su hermano había puesto en la hacienda todas sus ilusiones en los últimos días, y ahora ella se lo había arrebatado todo de un golpe. Saúl esquivó su mirada, tenía el rostro desfigurado por la rabia contenida, ni siquiera las caricias con las que lo obsequiaba Nereida en ese momento lograban tranquilizarlo.
Don Facundo observa atentamente las reacciones de los presentes antes de proseguir con la lectura del testamento.
-“Así mismo es mi deseo que en caso de que mi nieta repudie la herencia, ésta sea entregada al Gobierno civil para que la divida en parcelas y proceda a su venta por separado, ya que si no es mi nieta quien se haga cargo de la misma es mi deseo que esta hacienda desaparezca. Así mismo mi nieta no podrá vender la hacienda durante los próximos tres años, ni tampoco donarla ni transmitirla de ningún otro modo”. Continuó leyendo las siguientes disposiciones testamentarias, pero ya nadie parecía escuchar sus palabras. Saúl se levanta bruscamente, como impulsado como un resorte y sale de la sala como alma que lleva el diablo, cerrando la puerta con un sonoro portazo. Regina busca la mirada de su madre, necesitaba sentir el apoyo de alguien, se sentía como si hubiera cometido la peor de las traiciones, pero Cecilia baja la mirada con tristeza. Al fin su suegro había terminado de destruir a la familia enfrentando a los dos hermanos por esa maldita hacienda.
Regina se hunde más en su asiento y baja la mirada con pesar, escuchando con resignación el final de la lectura del testamento.


Saúl (Eduardo Santamarina) sale al porche como alma que lleva el diablo y tira de una patada toda silla que encuentra en su camino. Ese viejo había vuelto a humillarlo, dejarle la hacienda a su hermana, que todavía era una niña que ni siquiera sabía sacarse las castañas del fuego por ella misma. Pero no se había contentado solo con dejarle la hacienda a ella y no a él, sino que también se había encargado de que no pudiera repudiar la herencia para que él pudiera hacerse con la misma.
-Saúl – se volteo para encontrarse con la apenada mirada de su hermana, que finalmente había abandonado la sala antes de que finalizara la lectura. Necesitaba platicar con él, decirle cuanto lo sentía, quería que él le dijera que nada iba a cambiar entre ellos ahora que sabían que ella era la heredera forzosa. Saúl no dice nada, se limita apoyarse en la barandilla de madera, mientras aspira con fuerza en un vano intento por serenarse. Regina (Michelle Vargas) se acerca a él – lamento lo sucedido, nunca pensé que el abuelo quisiera que yo me quedara con la hacienda… - comienza a decir. Aunque ahora comprendía las palabras de su abuelo antes de morir. Por eso había arrancado aquella promesa de sus labios, promesa que pensaba cumplir, todavía no sabía como, pero no iba a fallarle a la memoria de su abuelo.  Saúl no dice nada. Ella se acerca unos pasos y posa la mano en su hombro – nada tiene por qué cambiar, podemos levantarla los dos juntos, el abuelo no ha dispuesto nada que lo impida, es más, sé que voy a necesitarte para sacar la hacienda adelante…
-Lo lamento, pero me temo que no es posible – dice Saúl bruscamente. Clavando su fiera mirada en ella, que retrocede unos pasos con temor, apenas reconocía a aquel hombre que estaba frente a ella. –Yo tengo que hacerme cargo de mi fabulosa mansión – añade él cínicamente.
-Saúl, por favor – dice Regina suplicante.
-Quédate con esta estúpida hacienda, no creo que puedas con ella y no tendrás más remedio que abandonarla… una verdadera pena. Pero no veo el día en que todo esto se vaya a la mierda, ese día regresaré para bailar sobre la tumba del abuelo para festejarlo – dice con rencor ante una entristecida Regina. Que trataba de impedir que las lágrimas asomaran por sus ojos, no quería comenzar a llorar, tenía que aprender a ser fuerte; aunque las palabras de su hermano y el odio con el que las pronunciaba la estaban matando.
-Saúl… ¿por qué me hablas así? ¿Acaso crees que yo quise todo esto? – Pregunta dolida – hace unos días solo era una muchacha despreocupada que solo esperaba el día en que su engreído novio decidiera desposarla, y hoy soy la heredera de esta hacienda a la que no había vuelto desde los 7 años, y estoy aterrada… pero es la última voluntad de mi abuelo, y yo le prometí devolverla a su vieja gloria
-¿Se lo prometiste? Entonces ya lo sabías, maldita embustera – le grita con desprecio.
-No, no te lo juro. Él solo me hizo prometerle que levantaría la hacienda, pero yo no entendía por qué me lo decía hasta hoy – dice Regina llorosa.
-¿Sabes qué? No te creo – dice Saúl mirándola con desprecio – estoy seguro de que desde que pisaste esta hacienda ya sabías que eras la nueva dueña… y dejaste que me hiciera ilusiones… en el fondo no eres más que una traidora hipócrita como lo era el abuelo – añade escupiendo sus palabras como si fueran balas.
-Saúl, no seas injusto – dice ella sin poder contener las lágrimas.
-¡Saúl! – exclama Nereida saliendo de la casa, impactada por los gritos que había escuchado cuando se acercaba. No podía creer lo que estaba viendo, Saúl nunca había osado alzarle siquiera la voz a su hermana, y ahora le gritaba sin piedad hasta hacerla llorar. - ¿Por qué le hablas así a tu hermana? Ella no tiene la culpa – dice tratando de defenderla.
-Tú – la señala Saúl con violencia – no te atrevas a salir en su defensa, tú eres otra maldita hipócrita – añade.
-¡Saúl por Dios! Estás desquiciado – dice Nereida asustada, sin entender el por qué de su ataque.
-No creas que no me di cuenta en quien pensabas anoche mientras te hacía el amor… eres una cualquiera, una prostituta de las más caras – le grita acercándose a ella amenazante. Regina se interpone en su camino, situándose delante de Nereida, tenía miedo de lo que él pudiera hacerle en ese estado.
-¡Saúl, por favor, cálmate! – exclama Regina desesperada.
-Saúl eres un maldito infeliz, no voy a permitir que me insultes de esa manera – le grita Nereida. Saúl se ríe.
-La verdad no es ningún insulto… pero la culpa fue mía al volver a abrirte los brazos después de que me traicionaste de la forma más vil – dice Saúl -¿pero qué iba a hacer si este maldito amor obsesivo no se me quitaba del pecho? – pregunta al borde del llanto. – Pero ahí te quedas, mejor ahí os quedáis los dos… ojalá y os pudráis – añade con rabia y se aleja con grandes pasos hasta llegar a una de las viejas camionetas de los peones, se monta en ella, arranca y se aleja a toda la velocidad ante la preocupada mirada de las dos mujeres.
-¡No puede ser! – Exclama Regina todavía impactada – no puede irse así, - añade dispuesta a buscar a alguno de los peones para seguirlo. Pero Nereida la detiene, agarrándola por un brazo.
-No, mejor déjalo – dice ella aparentando una tranquilidad que no sentía. Regina la mira asombrada.
-¡Pero mi hermano no es así! Está demasiado desquiciado en estos momentos, no podemos dejarlo solo – añade alterada. Nereida sonríe con tristeza.
-Creo que acabas de conocer la cara oculta de tu adorado hermano, “princesa” – dice esto último con cierta burla – ese es el Saúl contrariado por no salirse con la suya, solo que tú nunca conociste esa faceta puesto que es la primera vez que te interpones en sus planes – añade con desdén. Regina abre los ojos como platos, con suma incredulidad. – No me creas si no quieres, pero recuerda que fui su novia desde mis 17 años y llevo más de siete años casada con él, y soy quien lo aguanta día y noche – añade – tu hermano no es el hombre santo y galante que crees, cuando hay algo que no le gusta, lo aparta de una patada – añade. Regina niega con la cabeza, resistiéndose a dar crédito a sus palabras.  – Pero no te preocupes, Saúl recapacitará… después de todo, eres la luz de sus ojos, y no podrá aguantar mucho tiempo viviendo entre las sombras – dicho esto Nereida se introduce en la casa, dejándola sola con sus demonios.
Regina comienza a respirar rápida y entrecortadamente, se sentía como si le faltara el aire. Todo aquello era demasiado irreal, ilógico… no podía ser, su hermano… aquel no era su hermano… la forma en la que le había hablado, el desprecio que desprendían sus palabras… Nereida no podía tener razón… no podía.
Lentamente se dejó caer al suelo, abrazando sus piernas… una vez acurrucada, dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos.

“SAN LORENZO”

Tomasito (Alejandro Felipe) se esconde detrás de un árbol para no ser visto por los peones de la hacienda. Llevaba rato buscando a Dulce, pero todavía no la encontraba. En su casa su abuela tardaría tiempo en percatarse de su ausencia puesto que todo el mundo estaba muy ocupado en la casa desde que se formara todo el alboroto porque era la nieta del viejo don Bernardo, y no su nieto, la nueva dueña de la hacienda, algo que a él le llenaba de felicidad, ya que ella era la más linda de todas las patronas.
Corre con rapidez hasta el siguiente árbol para ocultarse tras él sin ser visto. Hasta que por fin ve a la niña salir de uno de los establos cargada con una silla de montar para entregársela a uno de los peones. Tomasito da un fuerte silbido, que pasa desapercibido para todos menos para Dulce, ya que ese era su saludo especial para llamarse. La niña mira a su alrededor hasta ver la pequeña cabeza detrás del árbol que le hacía señas. Se disculpa amablemente con el peón excusándose para ir a jugar y se acerca corriendo al árbol entre risas.
-¿Qué haces aquí Tomasito? ¿Qué pasa si te ven? – pregunta Dulce entre risas.
-Así saludas a tu novio después de que se juega el cuello para verte – responde él teatreramente. La niña sonríe tímidamente y le da un corto beso en la mejilla. El niño sonríe emocionado mientras se acaricia la zona donde recibió el beso.
-¿Vamos a jugar a la laguna? – pregunta Dulce.
-Sale – responde el niño. Ambos se agarran de la mano y salen corriendo hacia la laguna, pero en su camino un hombre montado a caballo se acerca a ellos, hasta detenerse justo enfrente, impidiéndoles el paso.
-Es el patrón – le susurra la niña con temor. Tomasito alza la mirada para poder ver mejor al imponente hombre mientras desciende del caballo.
-¿A dónde creen que van? – pregunta Mauricio (Fernando Colunga).
-A la laguna – responde Tomasito armándose de valor. Mauricio mira a Dulce.
-¿Le pediste permiso a tu tío para irte con este muchachito? – pregunta Mauricio. La niña niega con la cabeza.
-Ella nunca tiene necesidad de pedir permiso, aquí los niños andamos libres como el viento – responde Tomasito. Mauricio mira al niño y no puede evitar sonreír. Se agacha frente a él.
-¿Sabes una cosa? – Pregunta Mauricio – me recuerdas mucho a alguien – añade.
-¿A quien? – pregunta el niño.
-A mí – responde Mauricio sonriendo al tiempo que lo despeina con cariño.
-¿Y tiene nombre? Digo, por ahí dicen que no lo tiene, incluso que es un fantasma porque nadie lo ve ni sabe quien es – dice el niño.
-Mmmm, veo que me saliste preguntón – dice Mauricio. Tomasito sonríe.
-Es que mi nueva patrona me preguntó ayer por usted, y yo quiero que ella sepa toda la verdad – dice Tomasito.
-¿Tú nueva patrona? ¿No querrás decir patrón? – pregunta Mauricio extrañado. El niño niega con la cabeza.
-Sé muy bien lo que digo, señor. El señor abogado dijo que la nueva dueña era la señorita Regina bonita, no el malgeniado del hermano – responde Tomasito.
-¿Quién es esa señorita bonita si se puede saber? – pregunta Dulce cruzándose de brazos molesta.
-No me digas que te vas a poner celosa, la señorita bonita es mi patrona, ya lo dije. Además está muy grande para mí – responde Tomasito.
Mauricio se incorpora impactado, así que Regina era la nueva dueña de “La Poderosa”, nunca se le había pasado por la cabeza, pero pensándolo bien, eso le facilitaba las cosas, Regina sería una presa fácil para lograr sus objetivos; aunque igualmente tendría que lidiar con Saúl, que seguramente no estaría dispuesto a que su hermana le vendiera la hacienda, pero ya se encargaría él de convencerla. De eso estaba muy seguro.

LA PODEROSA

Regina (Michelle Vargas)  permanecía sentada sobre su cama, con la espalda apoyada en la cabecera abrazada a sus rodillas, con la mirada perdida. Todavía estaba demasiado afectada por la actitud de su hermano, nunca se había sentido tan perdida como en aquel momento. Ni siquiera descubrir la farsa de su noviazgo le había dolido tanto. Rota por el dolor, y para evitar que la vieran en ese estado, había abandonado el porche para refugiarse en su habitación, y allí poder seguir llorando hasta cansarse.
De pronto se abre la puerta de la recamara.
-He dicho que no quiero hablar con nadie – dice Regina molesta, limpiándose las lágrimas con la mano; apresuradamente. En ese momento se prometió que en cuanto pudiera colocaría cerrojos en las puertas de las recamaras para evitar intromisiones indeseadas.  Cecilia (María Sorté) entra en la recamara, haciendo caso omiso de las palabras de su hija.
-Cariño, soy tu madre y conmigo sí que vas a hablar – dice Cecilia cerrando la puerta. Regina la mira sin decir nada, y apoya la barbilla entre sus rodillas abatida. Cecilia se sienta frente a ella. – ¿Cómo te encuentras? – pregunta.
-Mal… ¿Cómo quieres que esté después de todo lo que me ha dicho Saúl? – pregunta dolida – jamás pensé que pudiera mostrarse tan duro y perverso conmigo – añade tratando de contener las lágrimas.  Cecilia le acaricia la cara con ternura.
-No se lo tomes en cuenta, cariño. Saúl estaba rabioso porque las cosas no salieron como quería… no sabía lo que decía. Estaba demasiado dolido y humillado por culpa de los deseos de ese viejo loco.  Hasta muerto no deja de hacer daño – pronuncia sus palabras cargadas de resentimiento.
-No hables así del abuelo, mamá… él cometió errores, hizo mal… lo que debería es darnos pena, se ha pasado los últimos 13 años solo con sus fantasmas… sin dejar que nadie se acercara, fue un hombre muy desdichado – dice Regina apenada.
-Aunque tengas razón, que no lo creo; ¿Cómo pudo ponerte en este apuro de entregarte la hacienda a costa de tu hermano? Ni siquiera puedes venderla, ni sacar provecho de ella – dice Cecilia enojada. – Pero no te preocupes, no todo está perdido; las cosas volverán a la normalidad si haces lo correcto  – dice Cecilia. Aspira hondo, pensando en lo que había venido a decirle.
-¿Y qué es lo correcto, según tú? – pregunta Regina cabizbaja.
- Cariño, no me voy a ir por las ramas, sé que parece una locura pero… quiero que repudies esa maldita herencia. No la necesitas, tienes un futuro prometedor esperándote en el distrito federal como para malgastarlo quedándote en este infierno, porque es lo que es este pueblo, un verdadero infierno para las mujeres  – añade convencida. Regina la mira sorprendida.
-No voy a hacer eso – dice Regina – le prometí a mi abuelo que me encargaría de la hacienda y es lo que pienso hacer – añade.
-¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? – Pregunta Cecilia alarmada – esta hacienda no ha traído más que desgracias a nuestra familia – añade molesta. - ¿pretendes aceptar esa herencia aún a costa de tu hermano? – le pregunta con mirada acusadora.
-Mamá, yo no quería que las cosas fueran así. Yo traté de platicar con él, llegar a un acuerdo para que me ayudara… - dice Regina.
-Tu hermano es demasiado orgulloso para aceptar las migajas cuando lo que quería era la barra de pan entera – dice Cecilia enojada – parece que a estas alturas no lo sepas – añade.
-¿Y yo que culpa tengo? – Pregunta con tristeza – Ya bastante culpable me siento sin haber hecho nada… - la mira - ¿por qué el abuelo dijo que yo era la única que podía sacar adelante la hacienda? ¿Por qué no Saúl? No entiendo… - pregunta desesperada mientras las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos. – Yo no quiero que Saúl me odie, pero no puedo faltar a mi promesa… ¿acaso es tanto pedir?  - añade entre sollozos.
-Sí es mucho pedir… Pero tú sabrás mija, si el amor y la tranquilidad de tu hermano no es suficiente como para romper esa promesa hecha a un viejo moribundo, que en los últimos años ni siquiera se preocupó por saber de ti – dice Cecilia enojada.
-¿Y qué gano con repudiar la herencia y que se divida en parcelas? Saúl seguirá dolido porque yo fui la heredera y no él – replica Regina.
-Pero así demostrarás lo mucho que te importa. Si te haces cargo de esta hacienda, no podrá olvidar tan fácil su humillación… sin embargo si repudias la herencia, nos iremos de aquí y no volveremos nunca más a este maldito pueblo… y dentro de poco no será más que un mal recuerdo. Además, ¿crees que podrás hacerle frente a todo esto tú sola? ¿Crees que los demás terratenientes van a aceptar que una mujer sea dueña de la hacienda? Te comerán viva  – dice Cecilia incorporándose alterada.
-Se acostumbrarán, estamos en el siglo XIX, las mujeres dejamos de ser un objeto hace tiempo… además han pasado muchos años desde que te fuiste, puede que las cosas hayan cambiado – replica Regina dolida.
-¿Eso quiere decir que no vas a repudiar la herencia? – pregunta Cecilia expectante.
- Lo siento… pero no puedo hacerlo. Hay demasiada gente que depende de mí ahora… si la hacienda se divide, ¿qué será de toda la gente que trabaja aquí? – pregunta.
-Esa gente no es nada tuyo, Regina. Además tú no eres capaz de dirigir tu propia vida, así que mucho menos una hacienda… ¿tienes idea de lo que vas a sufrir por estas tierras? – pregunta Cecilia.
-Es asunto mío, mamá… ya estoy harta de que todo el mundo decida por mí lo que me conviene… ya que mi abuelo confió en mi, no voy a fallarle, mamá… no lo voy a hacer, cueste lo que me cueste – responde Regina. Cecilia la mira enojada.
-Está bien, haz lo que quieras. Pero una cosa te advierto, ni tu papá ni yo vamos a ayudarte con esta locura tuya. Sácate tú las castañas del fuego, ya verás que pronto regresas con la cabeza gacha pidiendo perdón. – le dice amenazante y se va dando un portazo. Regina suspira desesperanzada, era lo que le faltaba, ahora también su mamá estaba en su contra. Y lo peor de todo era que nadie la entendía, ella no podía acobardarse así sin más, tenía que hacer honor a su apellido, ella era una Montesinos, e iba a demostrarle a todos que ella era capaz de tomar las riendas de su vida…  y de la hacienda también.

EL PUEBLO

Saúl (Eduardo Santamarina) tomaba otro tequila, sentado a la barra de la cantina del pueblo, ante la atenta mirada de los demás hombres que allí se encontraban. Ya la nueva noticia se había corrido como la pólvora, el viejo Montesinos le había dejado la hacienda a su nieta… a una mujer, la primera terrateniente de la región. Y allí, ahogando su derrota en alcohol, se hallaba el gran humillado. Todo el mundo se preguntaba el por qué de la decisión de don Bernardo, y ya las malas lenguas comenzaban  a hacer de las suyas, inventando todo tipo de argucias sobre lo que pudo suceder entre nieto y abuelo.
Se sentía herido y humillado. Él ya esperaba convertirse en dueño de “La poderosa”, ya siendo niño recorría aquellas tierras con orgullo, sabiendo que algún día él sería el dueño, como mandaba la tradición. Ese sueño se había roto cuando su abuelo los botara de su lado, pero de nuevo había resurgido con más fuerza días atrás, al saber que su abuelo los llamaba a su presencia. Y ahora de nuevo, su sueño se quebraba en mil pedazos, y esta vez para siempre. Se rió para sí mismo con burla al pensar en Regina tratando de sacar adelante la hacienda. No tardaría en venirse abajo, abandonaría la hacienda y entonces él le prendería fuego, sí, si no era para él, no sería para nadie… se ríe solo. Era cuestión de esperar. Al día siguiente viajaría a Acapulco… solo, para aclarar sus ideas y ver que hacer con la bendita casa que su “querido” abuelo le había dejado. En estos días no había sufrido más que golpes, la pérdida de la licitación, el reencuentro con el malnacido de Galván, el desamor de Nereida… y para rematar la hacienda. Pero él no se iba a hundir, resurgiría de sus cenizas y les mostraría a todos que nadie puede con Saúl Montesinos. Absolutamente nadie.

LA PODEROSA

Nereida (Bárbara Mori) mira a través de la ventana de su recamara el hermoso paisaje que se extiende ante ella. A pesar del tiempo y el abandono, la hacienda seguía mostrando ese aspecto bello, salvaje con la puesta de sol. Se había jurado a sí misma nunca más regresar allí, pero ahí estaba, después de tantos años… cierra los ojos con fuerza tratando de apartar de su memoria los recuerdos de aquella noche en la que todo su mundo se vino abajo, había pagado las consecuencias de su error a un alto precio. Si todos aquellos que hoy la despreciaban por su debilidad supieran todo lo que había sufrido, quizás la mirarían con otros ojos. Cierto que se había equivocado, pero había pagado muy caro su error. Existía en su alma un vacío que nadie nunca podría llenar.
Mira la cama vacía, estaba segura de que Saúl no llegaría. Conociéndolo probablemente viajaría a la capital sin decirle nada a nadie. Era propio de él marcharse cuando las cosas salían de sus planes y no regresar hasta haber encontrado la manera de volver la suerte a su favor. Por primera vez sentía pena por su cuñada, la muy ingenua había sido objeto de la ira de su hermano por primera vez, algo que a ella ya apenas le afectaba. Saúl era un hombre demasiado temperamental y posesivo, que odiaba no lograr sus propósitos. Ese carácter suyo le había granjeado graves problemas en su adolescencia, pero con el tiempo había aprendido a corregirlo, aunque a veces, era imposible contener el volcán de furia que se formaba en su interior. Aún así ella lo quería, y mucho. Pero lamentablemente, no podía corresponderle con la misma intensidad con la que él la amaba, ella no podía amarlo como él quería, y los dos sabían por qué.
Llaman a la puerta.
-Adelante – dice Nereida si apartarse de la ventana. Cecilia (María Sorté) entra en la recamara.
-Buenas noches – Nereida voltea y la mira sorprendida.
-¿Qué se le ofrece? – pregunta.
-Mañana en la mañana me regreso para el distrito federal – responde Cecilia fríamente  – venía a avisarte para que estuvieras lista – añade. Nereida la mira dudosa.
-Yo creo que me quedaré unos días esperando que Saúl regrese, porque sé que va a volver… no creo que a Regina le importe. Además ya he mandado venir a mi nana, el doctor le dijo que necesitaba un descanso y que unos días en el campo le vendrían bien  – dice Nereida. Cecilia la mira fijamente, como tratando de mirar en su interior.
-Él ya no está aquí… y nunca volverá… no después de lo ocurrido – dice Cecilia.
-Lo sé, señora. Y me subestima si cree que todavía me acuerdo de aquello – dice Nereida con dignidad – ya pasaron muchos años, Saúl y yo ya lo olvidamos… usted debería hacer lo mismo. Tanto rencor guardado terminará por consumirla – añade. Cecilia sonríe con cinismo.
-La verdad es que no entiendo que pudo ver mi hijo en ti – dice Cecilia.
-Que soy la única mujer capaz de hacerlo feliz, y aceptarlo tal como es – dice Nereida. – Y ahora si hace el favor de retirarse de mi recamara… necesito descansar después de un día tan agotador… - añade simulando cansancio.
-Está bien… haz lo que quieras. Pero no me fío ni un pelo de tus intenciones… no sé con que motivo quieres quedarte aquí, porque te aseguro que el orgullo de mi hijo le impedirá volver a poner un pie en este lugar – dice Cecilia amenazante.
-Si eso es lo que cree es que conoce muy poco a su hijo, señora. Saúl regresará, no sé con qué propósito, pero tenga por seguro que lo hará, él nunca se rinde tan fácilmente – dice Nereida. Cecilia la mira fijamente y se va sin decir nada, dando un sonoro portazo.

Al día siguiente…

Regina (Michelle Vargas) entra sigilosamente en la cocina. Hacía poco rato que su madre se había vuelto para la capital, y no sabía nada de su hermano desde el día anterior, no podía encontrarse más desolada. Estaba segura de que la decisión que había tomado le iba a acarrear muchos problemas, pero ya iba siendo hora de que comenzara a encauzar su vida sin dejar que los demás opinarán por ella. Tenía la esperanza de que su hermano recapacitara y regresara para ayudarla, todo el cariño que se tenían no podía destruirse por una vuelta de tuerca.
Se sienta a la mesa apoyando la cabeza sobre su mano mientras observa como Modesta (Ana Martín) prepara la comida.
-¿Crees que soy una mala hermana por aceptar la herencia que por derecho le correspondería a Saúl? – pregunta Regina. Modesta voltea a mirarla unos segundos.
-No, lo que yo creo es que es muy valiente – responde Modesta. – Y si su abuelo le dejó la hacienda a usted, mi niña dorada, sus razones tendría – añade.
-Y tú por casualidad no sabrás cuales son – dice Regina. Modesta le sonríe con ternura al tiempo que se acerca a la mesa, limpiándose las manos con el mandil. Se sienta a su lado, y le toma una mano entre las suyas.
-No, mi niña, pero ¿sabe una cosa? Recuerdo que cuando era chiquita, apenas comenzó a caminar le encantaba corretear por la hacienda… amaba esta tierra con todas sus fuerzas…  su hermano nunca le tuvo ese apego tan especial… él siempre vio la hacienda como una fábrica de riqueza, quería las tierras por los beneficios económicos que pudieran darle – dice Modesta. Regina escucha con atención. Sonríe.
-A veces me vienen a la memoria recuerdos de mi infancia en esta hacienda… recuerdos que creía olvidados, pero que han empezado a revivir – dice Regina. Frunce el ceño mientras hace memoria – recuerdo que me encantaba ir a la laguna con mi hermano y con… - mira a Modesta extrañada – me acuerdo que iba con alguien más, otro muchacho… pero no recuerdo su nombre… solo sé que… que me cuidaba y me enseñaba a nadar en la laguna – añade. Modesta la mira alarmada - ¿no tienes idea de quien podía ser? – pregunta. Modesta se encoje de hombros.
-No sé de quien habla señorita, usted era una niña muy extrovertida y hacía migas con todo el mundo – dice Modesta. Regina vuelve apoyar la barbilla sobre su mano.
-Mmmm, pues no voy a parar hasta recordar de quien se trataba. Pero de una cosa estoy segura, era un muchacho… y yo lo adoraba – dice Regina convencida.

Al anochecer…


MÉXICO D.F.

Cecilia (María Sorté) deja sobre la cama el pequeño bolso de viaje y se acaricia el cuello, moviéndolo de un lado a otro. El viaje de regreso había sido de lo más incómodo, ya que al parecer Saúl había rentado la última avioneta privada, así que había tenido que viajar en una pública, bastante incómoda, junto a varios campesinos que viajaban a la capital. El viaje solo había intensificado su mal humor, todavía estaba enojada con la decisión tomada por Regina; pero seguía firme en su idea de no prestarle ayuda, ya que era la única manera de hacerla desistir de su absurda idea.
Instantes después Julio (Otto Sirgo) entra en la recamara y se acerca por detrás y comienza a masajearle la espalda.
-Chela me contó que habías llegado. ¿Por qué no me avisaste? Te hubiera ido a buscar  – dice Julio.
-Ah – gime de placer, al sentir los precisos masajes de su esposo – no sabía a qué hora llegaría ese maldito trasto – añade.
-Y Regina, ¿no vino contigo? – pregunta Julio.
-No, la muy inconsciente ha decidido hacerse cargo de la maldita hacienda – responde Cecilia enojada.
-¿Regina, hacerse cargo de la hacienda? ¿Cómo es eso? – pregunta Julio.
-Ay, mi amor. Es que ayer con todo el lío que se montó, no me acordé de llamarte – responde Cecilia, volteando para mirarlo de frente. – mi querido suegro nombró como su heredera a Regina, y no a Saúl – añade. Julio la mira sorprendido.
-Pero, ¿cómo es posible? Tenía entendido que en esa región las tierras las heredaban los descendientes     varones… - dice desconcertado.
-Así es… solo que al viejo tarado se le dio por romper la tradición, ¿cómo la ves?
-¿Y cómo se lo tomó Saúl?
-Pues ya te lo puedes imaginar. Montó en cólera, y lo último que sé de él es que rentó una avioneta privada para irse a Acapulco con lo puesto – responde Cecilia. – Ese viejo hasta muerto no deja de dar problemas… Regina y Saúl no habían discutido en su vida, hasta ayer – añade con pena.
-¿Y Regina va a hacerse cargo de la hacienda? – pregunta Julio. Cecilia asiente. – Tenemos que ayudarla entonces, voy a llamar a un administrador para que… - comienza a caminar para alcanzar el teléfono, pero Cecilia lo detiene.
-No – le dice. Julio se voltea para mirarla extrañado.
-¿No? ¿Qué? – pregunta.
-No vamos a ayudarla Julio – responde Cecilia – si Regina quiere levantar esa mugrosa hacienda, deja que lo haga sola. Así pronto se dará cuenta de que lo mejor que puede hacer es renunciar a la herencia y regresar a casa – añade.
-Pero Cecilia, ella no va a poder con todo…
-Lo sé, pero por el bien de esta familia, lo mejor es que ella  renuncie a esas tierras que no han traído más que desgracias… por más productivas y ricas que sean. – replica Cecilia con seguridad. Julio lo mira nada convencido.

LA PODEROSA

Regina (Michelle Vargas) se halla sentada ante el gran escritorio, revisando cuentas y documentos. Se había pasado la mayor parte del día encerrada en ese despacho, tratando de descubrir los entresijos de la administración. Al parecer su abuelo se había encargado de la misma hasta casi sus últimos días, después la había dejado abandonada. Suspiró sulfurada. Su primer día como dueña y señora  y casi no había visto la luz del día. Modesta le había dicho que su hijo Juan podía ayudarla a hacerse con sus tareas, y que él se encargaría de platicar con los peones para tranquilizarlos. Aunque sabía que tarde o temprano tendría que platicar ella con sus trabajadores, pero todavía no sabía como hacerlo. Todo aquello le daba miedo. Varios golpes en la puerta llamaron su atención. Seguramente se trataba de Modesta, que había dicho que le llevaría la cena al despacho.
-Pásale Modesta – dice sin levantar la vista de los papeles. Escucha el sonido de la puerta al abrirse y volver a cerrarse – por favor deja la bandeja sobre la mesa, creo que por algún lado debe haber un trozo libre – añade con un deje de cinismo en su voz.
-Me temo que no traigo ninguna bandeja – dice una voz varonil. Regina escucha esa voz por tercera vez en los últimos días. Alza la mirada para encontrarse con los oscuros ojos del hombre clavados en ella.
-¿Quién le ha dejado pasar? – pregunta Regina incorporándose enojada.
-Usted misma – responde él con una sonrisa burlona.
-No me refiero al despacho, sino a la casa. He dado órdenes expresas de que todavía no quería recibir visitas – dice ella desafiante.
-Me temo que no he venido de visita… y la puerta principal estaba abierta – dice Mauricio (Fernando Colunga) agarrando una de las carpetas para comenzar a leer su contenido, con falso interés. Regina bordea el escritorio para situarse frente a él y le arrebata la carpeta de las manos.
-Estos son documentos privados – dice enojada. Él se ríe y se encoje de hombros e introduce las manos en los bolsillos mientras comienza a caminar por la estancia, mirando a su alrededor con interés.
-Mmmm este despacho ha visto tiempos mejores… como que ya va necesitando una remodelación urgente – dice Mauricio.
-No me diga que ha venido para darme consejos de decoración – dice Regina cruzándose de brazos molesta.
-NO, he venido a hacerle la oferta de su vida – dice Mauricio fijando su atención en una repisa de libros viejos. Regina se ríe.
-Si ha venido porque quiere comprar la hacienda, desde ya le digo que no está en venta. Mi abuelo me prohibió en el testamento venderla en los próximos tres años – dice Regina complacida.
-Lo sé – dice Mauricio con indiferencia. Voltea y comienza a caminar hacia ella hasta quedar a escasos centímetros. Regina no puede evitar sentirse nerviosa por su cercanía y da un paso atrás para alejarse, hasta chocar con el escritorio. –Por eso le propongo un trato – añade.
-¿Un trato? – pregunta Regina intrigada.
-Sí, usted se compromete a venderme la hacienda dentro de tres años, y yo comienzo a pagarle desde ahora el precio a plazos – responde Mauricio.
-¿Quién le ha dicho que quiera vender la hacienda dentro de tres años? – pregunta Regina desafiante.
-Me temo que no tendrá más remedio… a leguas se ve que usted es incapaz de tomar las riendas de una hacienda, y tarde o temprano no le quedará más remedio que renunciar… y eso es lo que quieren todas las hienas de esta región, para así poder repartírsela – responde Mauricio acercándose otro paso. Regina trata de dar un paso atrás, pero la mesa se lo impide.
-¿Y no es lo que usted también quiere? – pregunta Regina.
-No, yo quiero la hacienda en toda su plenitud. No me conformo con migajas – responde Mauricio.
-¿Sabe? Habla igual que mi hermano – dice Regina. El rostro de Mauricio se torna serio al escuchar la mención a Saúl. Regina observa como el hombre “sin nombre” mantiene las mandíbulas tensadas, como si estuviera a punto de estallar y no puede evitar sentir cierto temor.
-NO me compare con ese mal nacido – dice Mauricio con frialdad. Regina lo mira sorprendida.
-¿Sabe qué? Ya me estoy casando de su jueguito… ¿por qué no me dice de una buena vez quien es y por qué ese afán de hacerse con la hacienda? – pregunta alzando la voz enojada.
-¿De veras no lo sabes, princesita? – pregunta Mauricio con cierta ironía. Regina lo mira sorprendida, solo había dos personas que la llamaban princesa, su hermano y…su mente comienza a viajar en el tiempo…
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Regina corría a toda velocidad mirando hacia atrás mientras reía a carcajadas, iba a conseguir su propósito, nadie era más rápida que ella y lo sabía. Se detuvo al llegar a la cascada, y sin perder más tiempo se libró de su espantoso vestido y los zapatos  hasta quedar en braguitas y camisa interior para introducirse rápidamente en el agua y comenzar a nadar despreocupada, disfrutando de la caricia del agua sobre su piel. Apenas unos segundos más tarde un sofocado Mauricio llega a la orilla del río y observa con cierta resignación las ropas tiradas sobre la hierba.
-Regina, otra vez no – dice cruzándose de brazos buscando con la mirada la figura de la niña en el agua, hasta que al fin la divisa. Ella lo mira entre risas mientras que se aparta el cabello hacia atrás.
-No pienso recibir a mi hermano con ese horroroso vestido, así que ya puedes decirle a Modesta que lo tire o que lo regale, no lo quiero – dice ella sin dejar de bailar en el agua.
-Sal ahora mismo del agua si no quieres que entre a buscarte – dice él con el semblante serio – y no estoy bromeando – añade. Regina se incorpora y lo observa durante unos segundos con el semblante también serio. Ya todo el mundo conocía la rebeldía y el carácter fuerte de la pequeña Regina, que a pesar de ser una niña de siete años, ya traía a todo el mundo de cabeza. Muy pocas personas eran capaces de controlarla o hacerla entrar en razón, entre ellas Mauricio, que casi sin darse cuenta, se había convertido en algo parecido a su niñera, y nadie había cuestionado esta situación, puesto que pocas personas estaban dispuestas a lidiar con la terquedad y mal genio de la pequeña.
-Está bien – dice ella al fin.- Solo quería nadar un poco – añade acercándose a la orilla.
-Para eso, hay tiempo de sobra princesita – dice Mauricio tendiéndole la mano. – Mírate ahora, estás empapada – añade.
-Dejaré que el sol me seque – dice Regina tomándole la mano.
-¿Así vas a recibir a Saúl? ¿Con esas fachas? – pregunta él con cierto reproche.
-Ay no me salgas como Modesta y mi mamá, que siempre me están vistiendo con esos ridículos vestidos – responde Regina. Mauricio se agacha frente a ella y le aparta un mechón de pelo de la cara.
-¿Me vas a decir ahora por qué te escapaste? – pregunta Mauricio.
-Porque me choca esa idiota de Adelaida – responde Regina.
-Pues a mi me parece una muchacha muy linda – dice Mauricio.
-Lo dices porque siempre te está coqueteando, es una descarada – dice Regina cruzándose de brazos enojada y mirando hacia otro lado. Mauricio sonríe.
-Princesita, no puede ser que te celes de toda mujer que se me acerca – dice Mauricio con cierta diversión. Regina no dice nada, solo lo mira apretando los labios con fuerza, haciendo un puchero. Él sonríe – si la culpa es mía por consentirte tanto – añade, se incorpora y la toma en brazos con un leve esfuerzo – pero que le voy a hacer si me tienes embrujado – añade al tiempo que comienza a hacerle cosquillas, Regina comienza a reírse y retorcerse en sus brazos.
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Regina lo observa impactada, mientras que se lleva la mano a la boca.
-¡Mauricio! – exclama sin poder dar crédito mientras él la mira complacido, con una cínica sonrisa en los labios.

CAPÍTULO 4


CAPÍTULO IV


Saúl (Eduardo Santamarina) entra sigilosamente en la recamara de su abuelo. Regina le había advertido que se encontraba dormido, pero él ya no podía esperar más, necesitaba decirle todo lo que había guardado durante todos esos años. Quería que supiera lo mucho que lo había respetado y admirado, sentimientos que se habían convertido en rencor e ira al saber que no quería saber de él, después de todo lo que había sucedido, y del secreto que los unía. Y menos podía perdonarle, que a él lo apartara e intentara alejar a Regina de él y de su madre, aunque no estaba seguro de qué le molestaba más, que hubiera querido llevarse a Regina de su lado, o que estuviera dispuesto a mantener a Regina a su lado y no a él. Necesitaba una respuesta a tal comportamiento, el por qué de su rechazo tan rotundo, y la necesitaba ahora, no estaba dispuesto a esperar más.
Se acerca a la cama con una silla en la mano, la posa sobre el suelo y se sienta en ella, sin dejar de mirar atentamente a su abuelo.
-Bernardo Montesinos – dice alzando la voz para despertarlo, cosa que consigue enseguida puesto que Bernardo (Carlos Bracho) comienza a abrir los ojos lentamente. Se sorprende al verlo allí.
-Saúl, ¿Qué… qué haces aquí?  – pregunta  aturdido.
-¿Creía que iba a esperar a mañana para platicar con usted cuando Regina lo hizo hoy? – Pregunta molesto – yo no soy plato de segunda mesa – añade.
-Siempre fuiste demasiado envidioso… pero pensaba que no con respecto a tu hermana  – responde Bernardo mirándolo concienzudamente.
-Yo no lo llamaría envidia, solo que no tolero que me hagan a un lado  – replica Saúl.
-¿Qué es lo que quieres? – pregunta Bernardo.
-Quiero una explicación, creo que la merezco – responde Saúl con arrogancia. Bernardo lo mira sin decir nada - ¿por qué me apartó de su vida? – pregunta.
-Pregúntale a tu madre – responde él molesto.
-Mi madre tenía derecho a rehacer su vida, y usted no era nadie para impedírselo – dice Saúl encolerizado. Se levanta de la silla, y comienza a andar de un lado a otro alterado. -¿Tiene idea de cómo he vivido estos últimos años? ¿Lo que sentí cuando me trató como una basura?  A mí, que soy su único nieto varón… un Montesinos  – le dice mirándolo con rabia.
-No creo que haya sido para tanto, ya eras suficientemente mayorcito y tenías la oportunidad de comenzar una nueva vida gracias a mí, no olvides todo lo que me debes – le dice Bernardo. Saúl se detiene y lo mira fríamente.
-Cierto, me hizo un gran favor en el pasado… pero ya se lo agradecí en su momento… además usted tampoco está libre de culpa, y lo sabe – le dice amenazante.
-Voy a darte un consejo hijo, olvida el pasado… y vive el presente, sé que tienes una buena vida, eres vicepresidente de la empresa de ese bastardo – le dice Bernardo con cierta rabia  – toma lo que tienes y no busques respuestas en este pobre viejo, eso no conseguirá apaciguar tus demonios – añade. Saúl lo mira con desprecio.
-¿Que sabrá usted de mis demonios? – pregunta. – Usted, que me educó a su imagen y semejanza, que me enseñó que no hay nada más importante que la casta y el buen nombre… y luego me rechazó como si fuera un vil gusano – añade.
-Por favor, no sigas – dice Bernardo llevándose la mano al pecho sofocado.
-No, sí que voy a seguir abuelo, y lo voy a hacer porque quiero que sepa cuanto lo desprecio… todo lo que he pasado todos estos años, sintiéndome como un miserable. Nunca  voy a perdonar que nos botara de aquí como delincuentes, exponiéndonos a la vergüenza y a las habladurías… y no contento con eso quiso arrebatarnos a Regina y como no consiguió su propósito también la apartó de su lado, nos desheredó…  – le dice descargando su furia. Bernardo hace grandes esfuerzos para respirar, siente que las fuerzas lo abandonan.
-No te preocupes por eso último, ya lo he solucionado – dice con dificultad, llevándose la mano al pecho. Saúl lo mira sorprendido, ahí tenía lo que deseaba escuchar, lo único que quería de él, estar dentro del testamento - Sa… Saúl – dice con dificultad. Saúl se detiene para observarlo intrigado – Saúl… necesito ayuda – añade haciendo un gran esfuerzo. Pero Saúl permanece quieto, mirándolo fríamente, con desdén. Parece dispuesto a observar su padecimiento sin hacer nada para socorrerlo.
-¡Maldita sea! – exclama enojado y abre la puerta de la recámara - ¡Modesta! – Llama – Avisa al doctor, el abuelo está sufriendo una crisis – grita mientras sale al pasillo.


Regina (Michelle Vargas) sigue observando al hombre que tiene frente a ella, el mismo que casi la había atropellado la otra noche, solo que ahora vestía con ropa informal, llevaba unos vaqueros que se ajustaban a la perfección a los firmes músculos de sus piernas, y una camisa de cuadros que llevaba remangada hasta los codos y desabrochada en los primeros botones dejando al descubierto sus perfectos pectorales.
Mientras él la observa de arriba abajo atentamente, preguntándose donde había visto esa cara con anterioridad. Sonríe con cinismo al darse cuenta de su identidad.
-¡Vaya sorpresa, la loca del otro día! – exclama él (Fernando Colunga) con sorna. Regina siente que le hierve la sangre de la rabia ante tal demostración de prepotencia.
-Aquí el único loco es usted, y ya se está marchando de aquí… esta laguna pertenece a don Bernardo Montesinos – dice ella tratando de parecer lo más amenazante posible, colocando las manos en las caderas.
-Me temo que su información está demasiado desactualizada… esta laguna ya no le pertenece al señor Montesinos, hace varios años que la puso en venta… y lo la he adquirido  – dice Mauricio con arrogancia. Regina escucha sus palabras sin poder dar crédito, su abuelo había sido capaz de vender esa parte de la hacienda.
-No, eso es imposible… mi abuelo nunca haría eso. – dice aturdida. Lo mira enojada – usted es un embustero, pero le advierto que no soy ninguna idiota – añade. Pero el hombre parece aturdido por algún motivo que ella no logra adivinar. Su mirada había pasado de ser fría distante a reflejar una extraña consternación. Ella lo mira extrañada y se cruza de brazos ofuscada – haga el favor de marcharse antes de que vaya a avisar a algunos de los peones para que lo saquen a patadas o si me apura, soy capaz de arrastrarlo yo misma - añade con arrogancia, mirándolo desafiante. Él sacude la cabeza, como tratando de deshacerse de los pensamientos que se habían instalado en su mente por unos momentos.
-Así que eres Regina Montesinos – dice ignorando su amenaza, al tiempo que se cruza de brazos.
-¿Cómo sabe mi nombre? – pregunta intrigada.
-Sencillo, en este pueblo todo el mundo sabe el nombre de los nietos del patrón de La Poderosa – responde restándole la importancia.
-Pues bien, ya que sabe mi nombre… a mi me encantaría saber el suyo – dice ella con ironía. Pero él sonríe sin humor al tiempo que se acerca al caballo para volver a montarse, ella parecía no darse cuenta de quien era él en realidad, aunque bien era cierto que él también había cambiado mucho en los últimos trece años.
-Lo sabrás a su debido tiempo, ahora confórmate con saber que soy el nuevo dueño de esta laguna… y pronto lo seré de “La Poderosa” – le dice con seguridad. Regina lo mira indignada.
-¡Eso jamás, patán! ¿Me oyó? Jamás – le chilla furiosa mientras él se aleja galopando a lomos de su pura sangre. Ella le da una patada a una de las rocas que bordeaban la laguna tratando de sofocar su rabia, pero solo consigue hacerse daño - ¡Ay, Maldito patán engreído! – exclama  dolorida mientras levanta el pie y comienza a acariciarlo.


Regina (Michelle Vargas) llega a la casa, todavía alterada por el encuentro con aquel engreído. Tenía intención de preguntarle a Modesta sobre si era cierto lo que aquel hombre le había dicho. Pero había algo más que la aturdía, aquel hombre le resultaba familiar… su voz, su mirada… pero no sabía de qué ni sabía porque tenía la sensación de que lo conocía de mucho antes.
Pero en cuanto abrió la puerta principal se olvidó por completo del incidente que tanto la había aturdido al ver el semblante serio de su hermano, que permanecía en el recibidor consolando a una desolada Modesta.
-¿Qué ha ocurrido? – pregunta Regina alarmada. Saúl (Eduardo Santamarina) se separa de Modesta (Ana Martín), que enjuaga sus lágrimas con un pañuelo, y se acerca a ella. 
-Princesa… tengo una mala noticia… el abuelo ha fallecido – responde Saúl con cierto pesar. Regina lo mira impactada mientras que él se acerca para estrecharla entre sus brazos. 
  
Dos días después...

En el pueblo nadie quiso perderse el multitudinario entierro de don Bernardo Montesinos, el que había sido el mayor terrateniente de toda la región. Don Bernardo había sido un hombre respetado a la vez que temido. Aunque en los últimos años apenas se había acercado al pueblo y corrían rumores de que había perdido la cordura. Regina (Michelle Vargas) observaba el ataúd que se hallaba frente al altar sin escuchar las afanadas palabras del sacerdote, quien estaba dando un interminable sermón acerca las cualidades del fallecido; su cabeza repasaba una y otra vez los sucesos vividos en las últimas horas. Ni siquiera había tenido tiempo de deshacer el equipaje o recorrer la hacienda, cuando no estaba ayudando a su hermano con los preparativos del funeral, ayudaba a Modesta a organizar las labores de la casa, y el resto del tiempo lo invertía en tumbarse en la cama y tratar de descansar. Le preocupaba también el comportamiento esquivo y distante de su hermano, que desde la muerte de su abuelo se había empeñado en revisar toda la contabilidad de la hacienda de los años en que él estuvo ausente; como si lo único que le importara fuera la hacienda.
Miró de reojo a su madre, que permanecía a su lado, escuchando atentos el sermón. Julio había decidido no acudir al funeral puesto que no lo creía conveniente y no quería que su presencia causara revuelo entre la gente del pueblo, aunque el revuelo se había causado de todas formas con la presencia de Cecilia (María Sorté), pero ella parecía no inmutarse puesto que lo más importante para ella era estar con sus hijos en un momento tan delicado.
En el mismo banco se hallaba Saúl (Eduardo Santamarina) acompañado por su esposa. Nereida (Bárbara Mori) había llegado el día anterior, junto con Cecilia. Regina se había preguntado como habrían hecho para soportarse durante el trayecto, ya que para nadie era un secreto que a penas se soportaban y solo mantenían la compostura en público para evitar escándalos, pero de puertas a dentro eran constantes sus enfrentamientos las pocas veces que se encontraban, ya que ambas mujeres hacían lo imposible por evitarse la una a la otra. Y todo, al parecer,  porque Nereida, algún tiempo después de iniciar su noviazgo con Saúl, 15 años atrás, habían roto su relación y Saúl, según le había contado su madre; lo había pasado muy mal por culpa de aquella mujer. Por eso no había podido aceptarla de nuevo al lado de su hijo, varios años después, cuando finalmente se reconciliaron. Pero Saúl la amaba demasiado, como para pararse a escuchar los consejos de su madre. Y, contra todo pronóstico, seguían juntos; cosa que sacaba a Cecilia de quicio.
En uno de los bancos intermedios se hallan dos mujeres que miraban atentamente a los ocupantes del primer banco.
-Fíjate no más en Regina, que linda es – comenta una.
-Sí, al parecer si es cierto lo que andan diciendo, de que finalmente don Bernardo cambió el testamento a última hora, cuando el hermano reciba la herencia tienen pensado pasar largas temporadas en “La Poderosa” – dice la otra.
-¿En serio? Entonces le diré a mi esposo que prepare un festejo en la hacienda en honor a los Montesinos – dice la primera.
-Todavía no han terminado de enterrar al abuelo y tú ya pensando en fiestas Clotilde. Además no es seguro que se queden con la hacienda  – le reprende la otra.
-Que quieres Altamira, sabes que a mi me gusta mucho relacionarme con la gente importante del pueblo, y esos muchachos van a serlo – dice Clotilde (Rosita Pelayo).
-Bueno, eso si no deciden vender la hacienda, porque según tengo entendido don Bernardo ya había vendido algunas parcelas, y lo que queda ya no es la sombra de lo que era… y dudo mucho que dos muchachos de ciudad sepan como llevarla – dice Altamira (Dacia González). –Puede que hasta se lo vendan al misterioso dueño de la hacienda “San Lorenzo”  - añade pensativa. Clotilde se encoje de hombros.
-¿Quién será ese hombre, verdad? Ni siquiera acude a las reuniones de la confederación, ¿qué tanto tiene que ocultar su identidad? ¿Será que es un prófugo de la justicia? – pregunta Clotilde alarmada.
-Schhh, silencio par de cotorras – les dice una mujer sentada en el banco de delante que voltea indignada para pedirles silencio. Las dos mujeres la miran molestas, sin decir nada y la mujer  vuelve su atención hacia el frente de nuevo.
-Vieja amagada – murmura Altamira.


HACIENDA “SAN LORENZO”


El filo del hacha se clavó con fuerza en la base, partiendo en dos el taco de madera. Mauricio (Fernando Colunga) posa el hacha en el suelo para llevarse la mano a la frente  y así secarse las gotas de sudor que comenzaban a surcar su rostro, acto seguido se quita la camiseta de tiras que llevaba para lanzarla al suelo. El sol esa tarde quemaba con fuerza; y el calor era asfixiante.
A lo lejos, dos empleadas de la hacienda lo contemplan embelesadas, sin perderse detalle de sus movimientos. Tenían muy pocas oportunidades de contemplar al patrón, ya que desde que adquiriera la hacienda, tres años atrás, a penas había pisado esas tierras. Era un hombre extraño y callado, pero agradable y atento con sus empleados, que le guardaban un gran respeto, por lo mismo habían cumplido a rajatabla su voluntad de que no hablaran con nadie sobre su persona, quería que nadie en el pueblo supiera que él era el dueño de la hacienda San Lorenzo.
-¿Qué hacen aquí? – pregunta Fercho (Jorge Poza) molesto, a sus espaldas. Las dos mujeres voltean avergonzadas por haber sido descubiertas en tales circunstancias.
-Disculpa Fercho, nosotras estábamos… - comienza a responder una.
-Sí, ya sé que andaban haciendo – dice él sin ocultar su aparente disgusto – y ahora váyanse a hacer sus tareas – les ordena.
-Como mandes – dicen las dos al unísono y se alejan. Fercho no puede aguantar por más tiempo la risa, había que ver como se ponían  las mujeres de la hacienda cada vez que el patrón estaba en la misma. Pero a pesar de que todas las criadas de la hacienda estarían encantadas de que el patrón las llamara a su cama – hecho que era habitual entre los terratenientes – Mauricio  había  decidido mantener las distancias con ellas.
Fercho se acerca a él, Mauricio se vuelve hacia él.
-¿Averiguaste lo que te pedí? – pregunta Mauricio con la respiración agitada, por el ejercicio realizado.
-Sí, mañana en la tarde será la lectura del testamento – responde Fercho – dicen por el pueblo que días antes mandó llamar al licenciado Torres – añade.
-¿Ha modificado el testamento? – pregunta Mauricio extrañado. Fercho se encoge de hombros.
-¿Quién sabe? Patrón… quizás cambió de opinión con respecto a la hacienda y no quiso donarla al Ayuntamiento – responde Fercho. Mauricio se mesa el pelo intranquilo.
-Con razón mandó a llamar a sus nietos… - se dice preocupado. Si tal y como sospechaba, finalmente el viejo nombrara a Saúl Montesinos como heredero de la hacienda le sería extremadamente difícil hacerse con el terreno. Aunque en el fondo, siempre había contado con esa posibilidad, y eso no lo iba a hacer desistir de su propósito, esa hacienda tenía que ser suya, y luego haría todo lo que le viniera en gana con ella, destruiría la memoria viva de los Montesinos, acabaría con su leyenda y arrastraría su nombre por el fango. Esa sería su justa revancha, y nadie ni nada iba a interponerse en su camino.

LA PODEROSA

Saúl (Eduardo Santamarina) entra en la recamara que estaba ocupando desde que llegara – dos días atrás – seguido por su esposa Nereida (Bárbara Mori), quien cerró la puerta a sus espaldas y observo la recamara con nostalgia mientras se acariciaba los brazos.
-Todavía no me puedo creer que esté aquí de nuevo – dice pensativa. Saúl la mira aparentando indiferencia mientras comienza a quitarse la corbata.
-Vete acostumbrando, porque voy a ser el nuevo dueño – dice Saúl.
-¿Cómo estás tan seguro? – pregunta Nereida intrigada.
-Mi abuelo me dijo antes de morir que ya había arreglado el asunto de la herencia, y Modesta me confirmó que días antes había llamado al abogado para volver a incluirnos en él – responde Saúl comenzando a desabrocharse la camisa.
-Aún así, olvidas a tu querida hermana… - dice Nereida con cierta ironía. Las relaciones con su cuñada tampoco habían sido nunca demasiado buenas. Nereida se sentía muchas veces celosa ante las múltiples atenciones que Saúl le prodigaba a su querida hermana, haciendo que ella siempre se sintiera apartada de esa presunta familia feliz.
-Nereida, en esta región las tierras solo las heredan los hombres – dice Saúl sonriéndole.
-Pues menuda tontería. Hoy en día una mujer puede sacar adelante una hacienda perfectamente – dice Nereida indignada.
-Quizás tengas razón, pero aquí las cosas no han cambiado en siglos… los hombres son los que mandan y las mujeres obedecen – dice Saúl.
-Si, ya recuerdo que así se hacían las cosas aquí. Pero tenía la esperanza de que las cosas hubieran cambiado – dice Nereida. Saúl la mira y sonríe acercándose a ella con el torso desnudo.
-Pues a mi me conviene que no hubieran cambiado. Desde que era niño soñaba con que llegara el día en que esta hacienda fuera mía y solo mía… en seguir con la tradición de los Montesinos… y ya ha llegado, cuando pensaba que todo estaba perdido – dice complacido. Rodea con sus brazos la esbelta cintura de su esposa y la atrae hacia él, mientras ella lo escucha sin apenas moverse. –Quiero festejar este momento con mi adorada esposa – añade.
-Saúl, acabamos de enterrar a tu abuelo. ¿No deberías por lo menos guardarle un mínimo de respeto? – pregunta Nereida.
-Ese viejo loco me despreció y me botó como si fuera un delincuente… toda la admiración y cariño que sentía por él, se murió hace años – responde Saúl mientras le acaricia suavemente la cara. Nereida cierra los ojos al sentir su contacto, dejándose por las deliciosas sensaciones que le producía. – Me vuelves loco, ¿lo sabías? El paso del tiempo solo ha hecho volverte más hermosa – le susurra al oído.
-Saúl… - susurra ella cuando siente que los labios de su esposo comienzan a recorrer su cuello. Apoya las palmas de las manos en sus duros pectorales de él y comienza a acariciarlo mientras los besos de él ascienden lentamente hasta capturar sus labios en un beso ardiente y apasionado. Nereida rodea a su esposo con sus brazos mientras él la conduce hasta la cama sin dejar de besarla. Ella cierra los ojos para sentir los besos y caricias de su esposo que recorren su piel, sintiendo como su cuerpo se encendía. Pero al volver a abrirlos no son los labios de su marido los que la besan, ni sus manos las que la acarician. Se aferra con fuerza a su espalda mientras lo besa con una pasión enfermiza, con un deseo contenido por tanto tiempo.
-Ámame mi amor, ámame como antes… te necesito – susurra ella entre jadeos. Saúl se separa unos centímetros de ella para observarla. Su esposa había respondido a sus caricias de una forma tan pasional y fogosa  que lo había sorprendido. No pudo evitar que viejos temores regresaran a su corazón al pensar que quizás ella le estuviera haciendo el amor a otro hombre. Pero las exigencias de su esposa no lo dejaron seguir con sus dudas y resquemores, ya que lo abrazó con fuerza para atraerlo de nuevo hacia ella.
-Hazme el amor… - dice ella suplicante. Saúl vuelve a besarla con pasión decidido a dejar sus dudas atrás y cumplir las exigencias de su esposa.


Regina (Michelle Vargas) se acerca con cautela a los abandonados establos, observando la descuidada estructura sin poder dar crédito. Recordaba aquellos majestuosos establos que albergaban a docenas de pura sangres de las mejores razas, pulcramente cuidados por decenas de peones que se encargaban de que los caballos estuvieran en perfectas condiciones en todo momento. Sin embargo ahora todo se había reducido a unos establos mediocres semiderruidos. Se introduce cuidadosamente para observar el interior que, por lo menos, no parecía tan descuidado. Había unas cinco caballerizas ocupadas por unos caballos aparentemente saludables y bien cuidados.
-¿Son bonitos verdad? – pregunta una voz infantil a sus espaldas. Regina se voltea para ver al pequeño que acababa de entrar sigilosamente tras ella.
-Sí, muy bonitos – responde sonriendo. Se acerca al pequeño y se arrodilla frente a él. - ¿Eres tú quien los cuida? – pregunta.
-Sí, bueno, en realidad es mi papá el que se encarga de ellos, pero yo lo ayudo – responde el niño.
-¿Y solo hay estos cinco caballos en la hacienda? – pregunta Regina. El niño asiente.
-Hace cosa de un año había más, pero el patrón mandó que se vendieran y no compró más potros que criar – responde el niño.
-Vaya, cuando yo era pequeña este establo estaba siempre lleno de caballos hermosos – dice Regina. El niño la mira extrañado.
-¿Usted vivió aquí? Pues yo no la recuerdo – dice el niño. Regina se ríe.
-Supongo que quizás no habías nacido cuando me fui – dice Regina.
-Claro… es posible – dice el niño.
-¿Cuál es tu nombre? – pregunta Regina.
-Tomás – responde el niño (Alejandro Felipe Flores)  sonriendo. - ¿Y el suyo señorita? – pregunta.
-No me hables de usted, me hace sentir vieja. Llámame Regina, ¿sí?- dice ella. El niño asiente.
-Sale – dice emocionado - ¿va a ser usted la nueva patrona? – pregunta.
-No yo no, pero sí mi hermano – responde Regina.
-¡Qué bueno! Aquí todo mundo temía que el patrón le dejara la hacienda al ayuntamiento y nos botaran a todos fuera… como dis que no tenía a quien dejársela… - dice el niño.
-Pues se equivocaron. Sí tenía a quien dejársela, y te aseguro que mi hermano no va a botar a nadie. Las cosas seguirán siendo como antes, o quizás mejor. Porque Saúl quiere  devolverle a esta hacienda su vieja gloria – dice Regina. El niño da una palmada de felicidad.
-¡Pero que buena noticia! Ya verás mi papá cuando se entere – dice el niño entusiasmado. Regina sonríe con ternura al verlo.
-Esto… Tomasito, ¿tú por casualidad no sabes si mi abuelo vendió la laguna? – pregunta ella.
-Sí, se la vendió al dueño de la hacienda  vecina, la “San Lorenzo” – responde el niño.
-¿De veras? – pregunta consternada. Entonces era cierto lo que el cretino del otro día le había dicho. - ¿Y tú no sabrás quien es el dueño de esa hacienda, verdad? – pregunta. El niño se encoje de hombros.
-Nadie lo sabe, ese hombre es todo un misterio. Dicen que nadie lo ha visto, y tiene prohibido a sus peones que hablen de él… y poz mi abuela dicen que deben respetarlo mucho para seguir al pie de la letra sus indicaciones – dice el niño. –Fíjate que ni mi novia me platica de él – añade.
-¿Tu novia? – pregunta Regina sorprendida.
-Sí, mi novia Dulce… ella vive con su tío en la hacienda “San Lorenzo” – responde el niño con orgullo.
-¿Y sus papás? – pregunta ella intrigada.
-Murieron cuando ella era una bebita, como mi mamá – responde el niño apenado.
-Vaya, cuanto lo lamento – dice Regina, le pellizca con cariño un cachete. Se incorpora y le tiende la mano al niño.
-Ven, ¿qué te parece si le pedimos a Modesta que nos prepare una rica merienda? – pregunta Regina.
-Sale – dice el niño agarrándole la mano. Los dos salen del establo en dirección a la casa - ¿sabías que Modesta es mi abuela? – pregunta el niño. Regina lo mira sorprendida.
-¿De veras? No sabía…  - responde. Los dos siguen su camino hacia la casa enfrascados en una entretenida conversación. 


ACAPULCO

Amaranta (Martha Julia) saborea el jugoso cóctel recostada en la cómoda hamaca de la piscina del lujoso hotel mientras tomaba el sol. Deja la copa sobre la mesa y vuelve a colocarse para recibir mejor los rayos solares. Se sentía pletórica y satisfecha. Había conseguido que Fabián la llevara con él en su viaje para así disfrutar más de él. Sin duda, humillarlo en público era lo mejor que su querida noviecita había hecho por ella, ya que de no ser así no se encontraría en ese momento hospedada en un lujoso hotel con un hombre que le volvía loca, y aún por encima le cumplía todos los caprichos. ¿Qué más podía pedir?
Fabián (Carlos Ponce) llega a la piscina con el bañador puesto, y la toalla colgada al hombro. Busca con la mirada a Amaranta, sin percatarse de que se había convertido en el objetivo de casi todas las miradas femeninas, que lo observaban expectantes para saber si ese hombre de rostro aniñado y belleza angelical estaba solo o acompañado. La esperanza se evaporó tan pronto como las interesadas vieron como Fabián saludaba a la exuberante rubia que tomaba el sol con un biquini diminuto con un beso en los labios.
-Hola amor – lo saluda coqueta. Fabián se sienta en la hamaca contigua y mira a su alrededor distraído. - ¿Hablaste con tu papá? – pregunta.
-Sí, me contó que hace dos días se murió el abuelo de Regina – responde Fabián.
-No sabía que tenía un abuelo – dice Amaranta.
-Sí, solo que hacía muchos años que no lo veía… - dice Fabián.
-¿En qué piensas? – pregunta Amaranta incorporándose para sentarse al lado de Fabián.
-En nada importante – responde Fabián. Amaranta apoya su barbilla en el hombro de él y comienza a acariciarle la espalda con suaves caricias mientras lo mira coqueta.
-Está bien, si no quieres decirme qué te ocurre no me lo digas. Yo me encargaré de aliviar tus recuerdos amargos – dice ella mientras le da un pequeño lametón en el lóbulo de la oreja, esperando excitarlo. Sin embargo Fabián se incorpora bruscamente.
-Voy a hacer unos largos a la piscina – dice tirando la toalla sobre la hamaca y comienza a alejarse.
Amaranta mira enojada como Fabián se lanza a la piscina y comienza a nadar con brío. No estaba acostumbrada a que ningún hombre la rechazara de esa manera, y mucho menos que la tratara como un juguete. Desde que habían llegado había notado a Fabián distante, aunque al principio no se había preocupado – era lógico después de sufrir una humillación pública – ya que estaba demasiado ocupada en sus compras y sesiones de belleza que Fabián se había ofrecido a pagar; pero ahora la actitud de Fabián la inquietaba profundamente. Y estaba comenzando a sospechar que quizás los sentimientos de Fabián hacia esa caprichosa no fueran tan superficiales como creía.

Al día siguiente…

LA PODEROSA

Modesta (Ana Martín) observaba, sin apenas contener su disgusto, como Cecilia (María Sorté) se encargaba de dar órdenes a todo el mundo como si fuera la señora de la casa. No podía olvidar que ella tenía parte de culpa de la desdicha que se había apoderado de aquella hacienda años atrás.
Cecilia termino de dar instrucciones a una joven criada y se volvió hacia Modesta. La mira de arriba abajo con arrogancia, pero Modesta alza la barbilla con orgullo y le sostiene la mirada.
-Veo que sigues tan arisca como siempre – dice Cecilia mirándola con interés.
-Hay cosas que nunca cambian señora – dice Modesta. Cecilia sonríe.
-Cierto – dice Cecilia. Se acerca a ella – esta tarde se dará lectura al testamento en la sala principal, ¿podrás encargarte de que esté todo en orden para entonces? – pregunta.
-Llevó más de treinta años encargándome del cuidado de esta casa, me sorprende que a estas alturas dude de mi capacidad para mantener mi hogar bien cuidado  – responde Modesta. Cecilia sonríe hipócritamente.
-No entiendo como mi suegro, que en paz descanse, siempre te permitió tantas libertades – dice Cecilia con desdén.
-El patrón valoraba la lealtad, viniera de quien viniera – dice Modesta. La  mira de arriba abajo – con su permiso, señora, me retiro. Tengo muchas cosas que hacer – añade y se va ante la airada mirada de Cecilia.


Saúl (Eduardo Santamarina) repasaba una y otra vez las cuentas de los últimos meses sin poder dar crédito mientras Regina (Michelle Vargas) lo observaba sentada sobre la mesa del escritorio del despacho del abuelo.
-No puedo creer que el abuelo pudiera ser tan inconsciente – dice enojado.
-Modesta me dijo que cuando nos botó, la hacienda dejó de importarle porque pensaba que no tenía a quien dejársela – dice Regina. Saúl la mira por encima de los documentos.
-¿Y no te dijo por qué cambió de opinión? – pregunta Saúl.
-Al parecer el estar al borde de la muerte lo hizo recapacitar – responde Regina acariciando una pequeña caja de cuero que se hallaba sobre el escritorio.
-Gracias a Dios – dice Saúl. – Lo que me preocupa es como recuperar los terrenos enajenados – añade – en la mayoría de los contratos de compra venta  no consta el nombre del comprador sino el del representante: Miguel Ángel Valente - añade preocupado.
-Es el dueño de la hacienda “San Lorenzo” – dice Regina. Saúl alza la vista para mirarla.
-¿Cómo lo sabes? – pregunta.
-Me lo dijo Tomasito, el nieto de Modesta y ella me lo confirmó… dicen que es un hombre misterioso, nadie sabe su nombre… - responde Regina.
-Esto está demasiado extraño. ¿Quién querría ocultar su identidad tan celosamente? – pregunta intrigado. Regina se encoje de hombros.
-Vete tú a saber – dice – el otro día me encontré con él en la laguna – añade. Saúl la mira sorprendido y se levanta del sillón para acercarse a ella.
-¿Cómo dices? – pregunta.
-Sí, después de platicar con el abuelo necesitaba despejarme y me acordé de que cuando era pequeña me encantaba ir a la laguna, así que dejé que mi intuición me guiará y conseguí llegar hasta allí… y al poco rato apareció ese hombre – Regina no puede evitar que un escalofrío recorra su cuerpo al recordar la imponente imagen del hombre sobre el caballo – me dijo que él era el nuevo dueño de la laguna… y que pronto lo sería de La Poderosa – añade.
-¿Eso te dijo el muy infeliz? – pregunta Saúl enojado al tiempo que golpea la mesa con el puño. – Nada más se lea el testamento, iré a esa hacienda para poner en su sitio a ese imbécil y exigirle que me revenda los terrenos que mi abuelo le vendió, si no lo llevaré a los tribunales, el abuelo no estaba en sus cabales cuando realizó las ventas – añade caminando de un lado a otro encolerizado. Regina lo mira preocupada, se acerca a él y posa su mano en el hombro de su hermano para detenerlo.
-Saúl, tranquilízate… por favor… ¿Ocurre algo? Desde esta mañana te noto tenso, irascible… ¿va todo bien con Nereida? – pregunta preocupada. Saúl la mira dudoso.
-Sí, va todo bien. Solo que estoy nervioso por todo lo que se me va a venir encima – responde al fin, tratando de ocultar su desazón.
-¿Estás seguro de que solo es eso? – pregunta Regina mirándolo fijamente. Conocía a su hermano demasiado bien como para saber que esa expresión de desesperanza que reflejaban sus ojos solo podía significar que entre él y Nereida las cosas no iban demasiado bien. Pero Saúl no quería confesarle a su hermana lo que en realidad ocurría, se sentiría ridícula hablándole de sus sospechas de que la noche anterior su esposa pensara en otro hombre mientras le hacía el amor.
-Estoy más que seguro mi princesa – dice Saúl, toma el rostro de su hermana entre las manos y le da un dulce beso en la frente – y ahora ve a ver que mamá y Modesta no se estén tirando de los pelos, esas dos mujeres nunca se han llevado nada bien – añade sonriendo.
-No sé que pasa con las mujeres de nuestra familia, que no podemos soportarnos entre nosotras – dice Regina simulando pena de un modo exagerado. Saúl se ríe y le da una pequeña nalgada para hacerla salir del despacho. Una vez a solas se acerca a la ventana para observar el desolado paisaje, tan triste y distinto al que había sido en el pasado.

Más tarde…

En la sala se encontraban todos reunidos esperando la lectura del testamento.  Regina (Michelle Vargas) estaba sentada junto a su madre en un cómodo sofá, Saúl (Eduardo Santamarina)  y Nereida (Bárbara Mori) estaban sentados en otro cercano, agarrados de la mano; mientras que Modesta (Ana Martín) permanecía de pie junto a la puerta. Junto con la familia, en un sillón aparte; se encontraba el alcalde del pueblo, que esperaba que don Bernardo dejara parte de sus bienes para el ayuntamiento, tal y como le había comentado en alguna ocasión.  Don Facundo (Arsenio Campos) tomó asiento en el cómodo sillón que le habían preparado y los observó a todos, uno a uno mientras abría el sobre que contenía el testamento.
-Bien, ya que estamos todos procederé a hacer lectura del testamento – comienza. Se coloca las gafas y comienza a leer – “Yo don Bernardo Montesinos de Mendoza, en uso de mis plenas facultades mentales compadezco ante mi abogado y establezco como mi última voluntad nombrar como heredera a la única persona capaz de levantar de nuevo “La Poderosa”, la única persona digna de estar al frente de tal desafío” – Saúl sonríe satisfecho, seguro de ser él la persona a la que se refiere su abuelo – “sé que durante mi vida, llevado por mi orgullo y sin razón,  cometí errores imperdonables…errores que he pagado durante años cada vez que me veía solo, sin el cariño de los míos. Cariño que yo mismo me encargué de dinamitar, por eso he decidido remendar mis errores y poner cada cosa en su lugar, para ello es mi voluntad que sea mi nieto Saúl Montesinos Villarreal el que reciba la casa señorial que poseo en las afueras de Acapulco, esa casa ha pertenecido a la familia desde hace mucho y sé que él sabrá sacarle provecho. Y por lo mismo dispongo que mi querida hacienda, “La Poderosa”, mi mayor orgullo, mi creación, que yo mismo me encargué de destruir como todo lo que amaba… por ello dispongo que sea mi querida nieta Regina Montesinos Villarreal su nueva dueña, a ella le dejo mi mayor tesoro, para que sea ella quien la levante, y muestre con orgullo de lo que los Montesinos somos capaces, por sus venas corre mi sangre, sangre de los Montesinos y como tal estoy seguro que sabrá salir adelante demostrándole a todos que a pesar de ser mujer, puede perfectamente ser la dueña de “La Poderosa””. Todos se miran incrédulos al escuchar tal revelación, la más sorprendida es la propia Regina que en ese momento comienza a comprender las últimas palabras de su abuelo. Mientras Saúl observa a su hermana con un destello de ira en sus ojos. Ya no era a su hermana a quien veía, sino a la mujer que le había arrebatado lo que él más deseaba.