CAPÍTULO XXXVII
LA PODEROSA
Observa con angustia el despacho donde había pasado tantas horas durante el último mes, habían sido muchos los encuentros y conversiones tensas que había mantenido en el lugar; pero no había temido ninguna tanto como temía la que estaba a punto de desarrollarse en aquel momento.
Cecilia (María Sorté) se hallaba detrás de ella, visiblemente impacientada, de brazos cruzados; haciendo su mejor esfuerzo por no explotar.
-Ya, Regina Montesinos… haz el favor de terminar con este absurdo silencio y dále la cara a tu madre como es debido – le reclama Cecilia con la voz temblorosa por la rabia.
-De verdad, lo lamento mamá… - comienza a decir Regina (Michelle Vargas), tomando fuerzas de flaqueza para voltear y aguantar la mirada acusadora de su madre. – Esperaba poder hablar contigo y que no te enteraras de esta manera… - añade, voltea lentamente – pero han sucedido tantas cosas… y tú te empeñabas en negarme la palabra hasta que abandonara la hacienda… - afirma.
-Lo hacía porque quería que entraras en razón… pero ya veo que lejos de hacerlo, te has contagiado con la estúpida locura que habita estas tierras – Cecilia escupe sus palabras cargadas de resentimiento.
-Todo sería más sencillo, si por una vez me apoyaras vez de tratar de manejar mi vida… por si no lo sabes, yo no soy tú… no busco lo mismo que tú, no pienso igual que tú, no siento igual que tú…. – asegura Regina con cierta angustia.
-Todo lo que he hecho en esta vida Regina, ha sido por tu bien… para evitarte sufrimientos, para que vivieras una vida feliz y tranquila… - asegura Cecilia molesta.
-Lo sé mamá… pero quizás esa vida que tú querías para mí… no era la misma que yo necesitaba… - afirma Regina.
-¿Y cual es la vida que necesitas entonces? ¿Una vida en esta tierra perdida de la mano de Dios, rodeada de puros brutos y misóginos? – pregunta Cecilia con burla.
-Pues quizás sí… quizás este sea mi lugar, quizás mi destino es tratar de cambiar estas tierras… de traer nuevas ideas, de superarme y enseñarles a todos que no por ser mujer, no puedo sacar adelante una hacienda con arrojo – responde Regina con confianza; sin embargo, lejos de convencer a su madre, solo consigue provocarle una sonora carcajada.
-¡Por favor, Regina, no me hagas reír! – exclama Cecilia con burla. – Hagas lo que hagas, digas lo que digas… estas tierras están malditas para nosotras… - asegura con desprecio. – Pero ya no quiero escuchar estupideces… y dime, antes de que me vuelva loca… ¿qué es eso de que te casaste? ¿Con quién Regina? – exige.
Regina observa a su madre temerosa, mordiéndose el labio inferior; completamente indecisa. ¿Debería hablarle acerca del regreso de Mauricio y todos los problemas que éste había causado? ¿Acaso sería conveniente contarle los verdaderos motivos de su matrimonio?
-Mamá, mi esposo todavía se encuentra de viaje… es una larga historia que me gustaría contarte con calma… y no sé ni como empezar – responde finalmente, preocupada.
-¿Qué tal por el principio? – exige Cecilia cruzándose de brazos, con impaciencia.
-Lo cierto es que las cosas se pusieron bien difíciles para mí… han ocurrido muchas cosas, entre ellas el incendio de la hacienda… - comienza a relatar Regina con cautela. Cecilia vuelve la mirada hacia el suelo, tratando de ocultar una mueca de culpabilidad. – Así que me vi obligada a tomar decisiones, digamos que drásticas… - añade Regina.
-¿No me digas que te casaste con uno de los terratenientes de la zona solo para salvar estas malditas tierras? – pregunta Cecilia fuera de sí. - ¿Has vendido tu honor, tu dignidad por un puñado de tierra podrido? – añade alzando la voz.
- Claro que no… las cosas son más complicadas de lo que parecen…- responde Regina pasando de la más pura indignación a la preocupación cuando ve como su madre se lleva la mano al pecho, tratando de normalizar su respiración – Llegado el momento te explicaré las cosas con más calma, cuando te tranquilices… ahora creo que deberíamos partir cuanto antes para estar con Saúl… ahora él es lo más importante – añade.
-¿Así que ahora te acuerdas de tu hermano, pequeña desagradecida? – le reclama Cecilia enojada. - ¿Acaso te importó cuando aceptaste esta hacienda aún sabiendo lo mucho que le afectaba? – pregunta furiosa.
-Mamá… ya he arreglado las cosas con Saúl con respecto a la hacienda… así que por favor no sigas tratando de hacer que me sienta mal por ello; porque no lo vas a lograr – responde Regina con orgullo.
Cecilia observa a su hija con una mezcla de rabia e incredulidad; hasta aquel momento Regina jamás se le había enfrentado de aquella manera tan tajante. ¿Qué había sido de su niña dulce y obediente? ¿Qué había ocurrido en aquel mes que pudiera hacerla cambiar de esa forma?
-No más mírate, Regina… ¡cómo me estás hablando! ¡A mí! Que no he hecho más que quererte, consentirte y luchar para que nunca te faltara nada y te convirtieras en una mujer de provecho… así me lo pagas – le reclama Cecilia.
-Y yo te lo agradezco de todo corazón… te sigo queriendo mamá… mi cariño hacia ti no ha cambiado, pero ya no estoy dispuesta a dejar que me manejes a tu antojo… por favor mamá, trata de confiar en mí, solo apóyame, ¿sí? – le suplica, acercándose a ella para agarrarle la mano. – Te necesito, no sabes la falta que me has hecho durante este tiempo… - añade emocionada.
-No es tan sencillo Regina – replica Cecilia mirándola tratando de mostrar frialdad. – Con este capricho tuyo de convertirte en terrateniente, has conseguido volver patas para arriba la vida de ésta familia, que ahora se rompe en pedazos… - afirma tratando de contener su angustia – ya no te reconozco, hija… pasas por encima de tu hermano para conseguir esta hacienda, te apartas de nosotros de un día para el otro y luego te casas y ni siquiera nos avisas… ¿qué es lo que significa tu familia para ti, Regina? – le reclama, con los ojos llorosos – Quizás, después de todo… te estés convirtiendo en un ser ambicioso y egoísta que no sabe traer más que desgracias a la gente que lo rodea, igual que tu abuelo – añade con pesar antes de abandonar el despacho, dejando a una desolada Regina; quien se apoya contra el escritorio tratando de contener las ganas de llorar.
SAN LORENZO
El cansancio comenzaba a hacer mella en su menudo cuerpo; después de varias horas de parto, el cual se presentaba demasiado complicado para tener un buen final, había logrado salvar a la madre y al potro.
Se detiene en el marco de la puerta que da al despacho y permanece sigilosa durante unos segundos mientras observa a Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) tratando de concentrar su atención en unos documentos, algo que parecía resultarle complicado a tenor de su ceño fruncido. Sonríe con ternura, a pesar del tiempo transcurrido, todavía sentía como miles de mariposas revoloteaban en su estómago cada vez que lo veía.
-Deberías dejar los papeleos para mañana… - le aconseja Morelia (Ana Claudia Talancón) avanzando hasta situarse junto a él.
-Sí, tienes razón… no creo que logre sacar algo de provecho esta noche – afirma Miguel Ángel comenzando a desperezarse sobre la silla. - ¿Cómo fue todo? – pregunta al tiempo que rodea la cintura de Morelia con su brazo para atraerla hacia él y sentarla sobre sus rodillas.
-Fue el parto más duro que he vivido… pero gracias a Dios todo salió bien, Mauricio tendrá que agradecerme con creces que le salvara al potrillo y a la yegua… otro veterinario se hubiera rendido nada más ver lo complicado de la situación – responde Morelia sonriendo con orgullo.
-Pero tú no eres una veterinaria cualquiera… tú eres la mejor de todos… - afirma Miguel Ángel divertido antes de darle un tierno beso en los labios.
-Ummm, siempre tan galante… - murmura Morelia divertida contra sus labios – lo cierto es que me siento muy feliz por haber podido salvarlos… aunque por otro lado me da pena no haber podido acompañarte a recoger a la esposa de Mauricio… me muero de ganas por conocerla – añade apenada.
-No te preocupes por eso, ya habrá más oportunidades – asegura Miguel Ángel sonriendo.
-¿Y cómo sigue Camila? Hace tiempo que no viene por acá… - pregunta Morelia.
-Ella está bien… solo que anda un poco ocupada con sus cosas – responde Miguel Ángel, tratando de ocultar su incomodidad.
-¿Ocurre algo con Camila, mi amor? – pregunta Morelia, mirándolo ceñuda. Había notado un cambio en el estado de ánimo de Miguel Ángel nada más pronunciar el nombre de Camila. Él mira hacia otro lado, evitándole la mirada. -¿No te habrás peleado con ella, verdad? – pregunta preocupada.
-No, no es nada de eso… solo que ella ha decidido alejarse por un tiempo de nosotros, eso es todo – responde Miguel Ángel al fin.
-¿Así, sin más? – pregunta Morelia cada vez más intrigada. – Cuéntame que ha pasado, Miguel Ángel… eres un mal mentiroso, en seguida se nota cuando me estás ocultando algo – le reprende.
-Lo que ocurre es que Camila pensaba que yo era un hombre soltero… y digamos que… que se había hecho ciertas ilusiones… - confiesa Miguel Ángel al fin, dudoso. Se acaricia el rostro, exasperado. – La culpa fue mía… debí de hablarle de ti en cuanto la conocí… pero jamás pensé que ella albergara ese tipo de sentimientos… - añade mortificado.
-¡Pobre Camila! – exclama Morelia apenada, se incorpora de su regazo. – Ahora entiendo por qué la notaba tan tensa cuando estábamos los tres juntos… ha debido de pasarlo muy mal la pobre – añade suspirando. Fija su mirada recriminatoria en él. – De verdad, qué poco tacto Miguel Ángel… - le reprende.
-Lo lamento… ¿de acuerdo? Lamento no tener un radar para darme cuenta de cuando una muchacha me lanza los trastos… pero desde que estoy contigo me he olvidado de lo que es el coqueteo… no estoy acostumbrado a eso – se disculpa Miguel Ángel molesto, incorporándose de la silla.
-Está bien, mi amor… no discutamos más por esto… - dice Morelia, más calmada. – Lo que cuenta es que ya todo está aclarado… Camila es una mujer muy vital, estoy segura de que pronto se le pasará y volverán a ser amigos… - asegura acercándose a él para abrazarlo por la cintura.
-Sí… tienes razón… la próxima vez, trataré de ser más perceptivo… - dice Miguel Ángel, más aliviado.
-¿Cómo la próxima vez? – pregunta Morelia arqueando la ceja - ¿Cuántas mujeres más cree que caerán a sus pies, señor Don Juan? – pregunta divertida.
-Ay ya, no seas mensa… sabes a lo qué me refiero… - responde Miguel Ángel. Morelia ríe divertida por su reacción, acerca su rostro al de él para unir sus labios en un tierno beso.
-Vamos a la cama… - ronronea ella sensualmente, sin separar sus labios de los de él.
-Sus deseos son órdenes para mí – afirma Miguel Ángel elevándola en sus brazos sin dejar de besarla, caminando rumbo a la habitación.
LA PODEROSA
Acaricia los cabellos de su amiga con ternura, mientras ésta llora desconsolada en su regazo. Malena (Tania Vázquez) no había salido de aquella habitación desde su llegada, no se sentía con fuerzas para nada. Lo único que quería era quedarse en aquella cama hasta que el mundo entero se olvidara de su existencia.
-Ya, Male… deja de llorar y tómate la sopa que te preparó Modesta, ¿sí? – dice Regina (Michelle Vargas) con ternura.
-Es inútil Regis, llevo todo el día intentando que coma, pero no hay manera… es como si la muy tarada quisiera morirse de hambre – dice Camila (Ana Serradilla), quien se encontraba en el sillón, observando la escena comenzando a impacientarse.
-Es muy fácil para ti hablar… porque no estás en mi situación – replica Malena entre lágrimas.
-Male, tan solo estás embarazada… no es el fin del mundo – asegura Camila.
-Cami… - la llama Regina con un tono de advertencia en su voz.
-Ay ya, si es la verdad… es lo que tiene irse con un chavo a la cama, sin tomar precauciones – replica Camila incorporándose para acercarse a la cama donde se encontraban ellas. – Llora lo que necesites, Male… pero tarde o temprano tendrás que salir de este cuarto y hacerle frente a la realidad… porque si crees que vamos a dejar que te mueras de hambre, desde ya te digo que no lo vas a conseguir – le advierte.
-¿Y qué tengo qué hacer según tú? Llegarle a mi mamá con una barrigota y decirle, ve… aquí dentro tienes ese nieto que tanto ansías, pero solo hay un problema mamá, que no me acuerdo como se llamaba el papá – replica Malena con acritud.
-Pues eso sería mejor que volverte de España sin avisar a nadie… tarde o temprano se dará cuenta de que no estás donde deberías estar y comenzará a buscarte como loca – afirma Camila.
-Male, Camila tiene razón… no puedes huir de tu mamá para siempre, en cuanto descubra que no sigues en España se preocupará mucho… - asegura Regina.
-¡Esto todo es culpa suya! Siempre ha tratado de apartarme del mundo, mantenerme en casa como si fuera una muñequita de cristal para que me convirtiera en una muchacha de sociedad, culta y sonsa y así encontrar un buen marido…– afirma Malena entre dientes, con amargura. – Por eso yo necesitaba tanto sentirme libre en los brazos de algún muchacho, del que no tuviera que volver a preocuparme… eso me hacía sentir viva – añade.
Regina arrulla a su amiga mientras sigue llorando, comprendía perfectamente cómo se sentía. Ella en cierto modo, había sufrido la sobreprotección de su madre; aunque al contrario que su amiga, no buscaba en el calor de los hombres sentirse viva y dueña de sí misma.
-Ya, Male, todo se va a arreglar… sabes que puedes contar con nosotras para lo que necesites, ésta es tu casa… pero tienes que enfrentarte a tus papás, por tu bien y el de tu bebé – le aconseja Regina.
-Es que… no sé si quiero tener este bebé… - murmura Malena entre sollozos. Camila y Regina intercambian una mirada de preocupación.
-Ya, no pienses en eso… ahora descansa… mañana será otro día – le aconseja Regina con ternura, sin dejar de acariciarle el cabello.
Al día siguiente…
MÉXICO D.F.
Observa la puerta durante unos momentos, dudosa. No había vuelto a tener noticias suyas desde el día que le confesó que Julio era el padre de su hijo. Era consciente de que las cosas entre ellos se habían terminado, para su desdicha. Pero aún así, él seguía siendo su jefe, por lo que deberían mantener una relación de cordialidad, al menos; lo que la consolaba en cierta medida.
Se decide a llamar a la puerta finalmente, tenía que entregarle los bocetos para la nueva campaña, y no podía retrasarlo más.
-Adelante – escuchar su voz ronca a través de la puerta, después de varios días, le provoca un estremecimiento. Abre la puerta con cautela, Higinio (Humberto Zurita) alza los ojos en ese momento y sus miradas se cruzan.
-Aquí te traigo los bocetos que faltan – afirma Macarena (Lucía Méndez) avanzando a grandes zancadas para dejarle la carpeta encima del escritorio.
-Gracias – dice Higinio secamente, cada vez se hacía más evidente su incomodidad. Macarena se da la vuelta, dispuesta a salir de allí antes de que la indiferencia con la que la había recibido la lastimara. Él la observa dirigirse hacia la puerta, indeciso. – Macarena – la llama al fin. Ella se vuelve con el corazón en la mano. –Julio ya ha regresado de su viaje… su hijo ha sufrido un accidente, así que está con él en la Clínica de Los Ángeles; quizás deberías ir a verlo y aclarar las cosas con él – le anuncia antes de volver su atención a sus documentos, dejando claro que daba la conversación por terminada.
-¿Debo entender que esto es el final? – se aventura a preguntar Macarena.
-Debes entender que a veces para seguir hacia delante, es necesario liberarse de las cargas del pasado que puedan entorpecer el camino… así que dejemos que las cargas se aligeren y luego veremos que sucede - responde Higinio con firmeza, sin siquiera mirarla.
-Higinio… de veras, lamento mucho no haber sido sincera desde el principio… - comienza a disculparse Macarena, visiblemente afligida.
-Déjalo… de nada sirve lamentarse a estas alturas, lo hecho, hecho está… y ahora si me disculpas… tengo muchos pendientes de estos últimos días… - afirma, dando por zanjada la conversación.
Macarena lo mira durante unos segundos, apenada; a pesar del poco tiempo que habían estado juntos, aquel hombre había logrado calarle muy hondo, convirtiéndose en algo sumamente importante para ella. Algo que no había llegado a comprender del todo hasta que sintió que lo perdía.
Abandona el despacho con la cabeza gacha, dejando tras de sí su halo de melancolía que envuelve a Higinio, dispuesto a abrazar nuevamente a su amiga más fiel, aquella que lo había acompañado todos aquellos años tras la muerte de su esposa y con la que se había resignado a convivir: la soledad.
LA PODEROSA
Baja las escaleras con rapidez; ya que su madre parecía poco dispuesta a viajar a la capital ese día, había decidido ir a dar una vuelta por las tierras y así aprovechar el día. Cecilia seguía sumamente enojada con ella y no la culpaba, se lo merecía por haberle ocultado tantas cosas; pero con lo que no estaba dispuesta a transigir era con la idea de regresarse para el distrito federal y renunciar a la hacienda, condición que le había puesto su madre para tratar arreglar las cosas entre las dos. Le dolía en el alma haber llegado al punto de casi enemistarse con su madre, pero esperaba que tarde o temprano el amor de madre terminara por ayudarla a entrar en razón.
Se detiene en el último escalón al encontrarse con un inesperado visitante, quien trataba de convencer a una reticente Modesta (Ana Martín) para que la avisara. Resopla molesta, en aquel momento no le apetecía nada soportar la presencia de Don Ícaro Sanromán (Roberto Ballesteros).
-¿Qué es lo que se le ofrece, señor Sanromán? – pregunta Regina (Michelle Vargas) con frialdad, llamando la atención de ambos.
-Pues tal y como le estaba explicando a su criada, venía para interesarme por la salud de su hermano… recién acabo de enterarme de su accidente – responde Ícaro simulando preocupación.
-Eso es porque estaba demasiado preocupado tratando de involucrar a mi esposo en el incendio de mis tierras, ¿no es así? – pregunta Regina con cinismo avanzando hacia él. – Modesta, déjanos solos por favor – le pide.
Modesta la mira, no del todo convencida; pero al ver la determinación en los ojos de Regina, decide retirarse sigilosamente.
-Por favor, señorita Montesinos… no malinterprete nuestras intenciones… Diego Salas es el mejor rastreador de la zona y si él encontró pruebas que inculpaban a su esposo, no es nuestra culpa…además está el testimonio de una de sus criadas, la cual pudo ver quien le prendió fuego – se defiende Ícaro, cortésmente.
-¿Y qué más pruebas tiene? ¿Acaso me cree tan ingenua como para seguir creyendo en sus maquinaciones? – pregunta Regina molesta. – Lo cierto es que mi esposo no mandó prenderle fuego a la hacienda, eso puedo jurárselo… tarde o temprano el que lo hizo, tendrá que pagar por sus culpas, pero esta vez dejaré que sea la justicia quien lo busque… no un rastreador que a saber de qué tretas se vale para conseguir sus pruebas fraudulentas – afirma con desprecio.
-Vaya, vaya… tal parece que el señor Galván supo jugar bien sus cartas durante su luna de miel… ha conseguido convertirla en una marioneta en sus manos, debe de ser muy buen amante… – replica Ícaro entre dientes, con burla.
-Cuide sus palabras, señor Sanromán – le advierte Regina, acercando su rostro al suyo; amenazante – que ya no soy la pobre idiota que llegó a este pueblo totalmente perdida, deseando encajar para obtener ayuda de los demás terratenientes… ahora sé de que son capaces para lograr sus objetivos… y también sé, que por mucho que usted finja querer ayudarme, lo único que pretende es hundirme al igual que sus colegas – añade alzando el mentón, con un profundo desprecio impregnado en su mirada.
-¡Pues sí que ha resultado ingrata la muñequita! – exclama Ícaro con una risa socarrona. Su rostro se torna nuevamente serio. – Ni se crea que me da miedo, tarde o temprano se dará cuenta de quien es su verdadero enemigo aquí… y entonces vendrá suplicando clemencia… pero no se preocupe, entiendo que ahora está… obnubilada por tu esposito, y eso le impide ver la realidad… así que, voy a olvidar sus acusaciones absurdas y le brindo nuevamente mi ayuda, por si la necesita – asegura con calma.
-Puede meterse su ayuda por donde más le plazca… antes muerta que volver a depositar mi confianza en usted – afirma Regina mostrando su pose más altiva. – Y ahora, hágame el favor de irse de mi hacienda… no me gustaría verme en la obligación de hacer que lo echen – añade.
-No se preocupe… ya me voy – replica Ícaro alzando las manos en son de paz – no sabe cuanto lamento que hallamos llegado a este punto, con lo mucho que he llegado a estimarlos a usted y a su hermano… - añade con pena fingida, antes de dar media vuelta para abandonar la casona, cabizbajo.
Regina lo observa alejarse sin inmutarse, orgullosa de sí misma. Había conseguido hacerle frente a aquel hombre tan odioso, sin venirse abajo ni sin dejarse engañar.
-¡Así se habla mi niña! - exclama Modesta emocionada, acercándose a ella con una cacerola en la mano.
-Mmmm, ¿otra vez escuchando detrás de las puertas Modesta? – pregunta Regina cruzándose de brazos y mirándola con la ceja arqueada.
-Ay, este… tenía miedo a dejarla sola con ese diablo… si hasta me fui a por esta cacerola a la cocina, por si las cosas se ponían feas – responde Modesta convencida. Regina no puede evitar reírse a carcajadas ante la idea de Modesta.
-Ay Modesta, ¡qué alivio tenerte aquí para defenderme! – exclama Regina limpiándose las lágrimas que la risa le había provocado, se acerca para pasarle el brazo por los hombros y arrimarla a ella, con cariño. – Eres un ángel… siempre cuidando de nosotros… - añade orgullosa.
-Usted es como una hija para mí, y si hace falta, la defiendo con uñas y dientes – asegura Modesta. –Ya sabía yo que ese hombre no venía con buenas intenciones… ese es un lobo con piel de cordero – añade con desprecio.
-Lo sé Modesta… pero me preocupa eso que dijo de que tienen el testimonio de una criada que identificó al que prendió fuego a la hacienda… ¿tú sabes algo de eso nana? – pregunta Regina preocupada.
-Ay… pues qué pena niña… mucho me temo que la criada que testificó debió de ser la pobre Rufina… - responde Modesta apenada.
-¿Rufina? ¿Cómo así? – pregunta Regina totalmente descuadrada por su revelación.
-Ay… pues solo sé fue a la comandancia, luego vino un comandante buscándola… y cuando la encontramos estaba muy mal la pobrecita, al borde de otro ataque de histeria como el que sufrió… fue mi Juanito quien la encontró y me dijo solo lloraba y lloraba diciendo que había hecho algo horrible, porque aquel disque demonio la había obligado… - responde Modesta.
-Necesito hablar con ella inmediatamente, ¿dónde está? – pregunta Regina volviendo sus pasos hacia la cocina.
-No la busque, niña… ella no está aquí… la mandamos para la capital para que se alejara de aquí por un tiempo… - responde Modesta. Regina se voltea para mirarla.
-¿Por qué hicisteis eso? De seguro fueron esas viejos cuervos los que la obligaron a mentir… podríamos haber logrado que declara en su contra, para demostraron que trataron de culpar a Mauricio con pruebas fraudulentas – añade Regina contrariada.
-Lo sé niña, pero lo cierto es que Rufina estaba muy mal… en su estado sería incapaz de decir nada en contra de esa gente, parecía completamente aterrada… por eso pensamos que quizás un tiempo alejada le vendría bien, para luego enfrentarse a sus miedos y contar la verdad – asegura Modesta con calma.
-Siendo así… no quedará más remedio que esperar… - se resigna Regina preocupada.
-Sí niña… es lo único que podemos hacer por el momento… pero no se preocupe, que entre el cielo y el infierno no hay nada oculto, y esos patanes pagarán por sus pecados – afirma Modesta.
-De eso no te quepa duda Modesta… - asegura Regina, estaba dispuesta llegar hasta donde hiciera falta para terminar con toda aquella corruptela que habían construido a su alrededor aquella panda de viejos chiflados.
SAN CAYETANO
Los fuertes golpes retumbaron en la estancia y se colaron en sus sueños, obligándolo a despertarse. Trató de cubrirse la cabeza con la almohada para dejar de escuchar aquella algarabía, pero fue imposible, aquel ruido parecía querer perseguirlo hasta el mismísimo infierno si fuera preciso.
Se maldice a sí mismo al reconocer la voz de Camila (Ana Serradilla) elevándose sobre las demás; definitivamente había sido un error haberle entregado una copia de las llaves para que pudiera encargarse de la reforma cuando él no estuviera en la casona. Pero lo último que se esperaba en aquel momento era que la muy descarada se presentara cuando era evidente que él se encontraba allí, descansando.
Se incorpora de la cama y sale de la recamara como alma que lleva el diablo, vestido únicamente con los pantalones del pijama; dispuesto a echar a todos de allí.
-¡No sea bruto, hombre! Agarren el sofá entre dos y sáquenlo de aquí sin arrastrarlo… - le reclama Camila, enojada; a uno de los obreros de la cuadrilla que había contratado para que se encargaran de sacar de allí aquellos muebles tan viejos y espantosos que dañaban la vista.
-¿Se puede saber qué demonios pasa aquí? – pregunta Fabián (Carlos Ponce) alzando la voz, para convertirse en el centro de atención de todas las miradas.
-¡Hasta que se despertó el principito! – exclama Camila burlonamente. -¡Por Dios, haz el favor de no presentarte medio encuerado! – añade incómoda.
-Era lo que me faltaba… que me dijeras cómo debo o no debo andar por mi casa… - replica Fabián enojado, cruzándose de brazos. – Y ahora cuéntame que hace toda esta gente, que por cierto no conozco; en mi casa – le exige.
-Es una cuadrilla de muchachos que contraté para que me ayudaran a sacar de aquí esta porquería de muebles antes de que vayamos a mirar unos nuevos – le explica Camila con calma – por cierto, luego tratarán contigo el tema de los honorarios… - añade inocentemente.
-¿Quién te pidió que buscaras una cuadrilla Camila? ¿Y cómo vas a mandar tirar estos muebles sin haber comprado otros? ¿Dónde quieres que coma o que me siente para ver la televisión? – pregunta Fabián enojado.
-¿En qué quedamos? ¿Quieres que te ayude a redecorar este cuchitril sí o no? Además te recuerdo que todavía no tienes televisión… - replica Camila incomodada. – Y estos muebles solo hacen acumular polvo y arañas… tenías que ver lo que había debajo del sofá… ya tenían hecha toda una mini ciudad de telarañas las muy malditas – añade con repulsión.
-Ya sé que te pedí que me ayudaras… pero no tan pronto… además todavía tiene que venir el arquitecto para… - comienza a replicar Fabián – oigan, dejen ese aparador donde estaba… ese todavía se puede aprovechar – se interrumpe para llamarle la atención a dos hombres que en ese momento cargaban el viejo aparador.
-A ver, ¿en qué quedamos? Su mujercita nos dijo que sacáramos todos los muebles, ¿a quién le hacemos caso entonces? – pregunta uno de los hombres, molesto.
-No estamos casados – replican los dos al unísono, visiblemente ofendidos. Los dos intercambian miradas de desagrado.
-Yo soy el que les va a pagar, por lo que soy yo el que da las órdenes, ¿está claro? – afirma Fabián molesto. – Y ahora tómense un descanso mientras mi “decoradora personal” y yo discutimos algunos puntos – añade en una clara invitación para que abandonen la sala. Una vez a solas, avanza unos pasos hasta situarse frente a Camila, quien le evade la mirada descaradamente.
-¿Y ahora tú que tienes? – pregunta Fabián molesto.
-¿Yo? ¿Nada? ¿Qué voy a tener? Solo vine a cumplir mi palabra cuanto antes para así terminar cuanto antes… - responde Camila enojada.
-¿Y ahora qué traes? ¿Sigues enojada por lo de la otra noche? – pregunta Fabián mirándola con suspicacia.
-No… ya superé el trauma… por cierto, ¿sabes qué ayer regresó mi Regis de Acapulco? Me estuvo platicando toda la noche de su estancia allí… me dijo también que había hecho nuevas amistades, que una tal Amaranta Solís le había hecho un gran favor… - comienza a decir Camila haciendo gestos exagerados, nada más terminar dirige su mirada escrutadora hacia Fabián – Uyuyuy, ¡acabas de ponerte muy pálido Fabiancito! ¿Te ocurre algo? – pregunta con cinismo – En fin, será mejor que vaya controlar a la cuadrilla… no vaya a ser que aprovechen para largarse sin cumplir con su trabajo – añade con desdén antes de salir por la puerta.
Poco a poco Fabián comienza a tomar consciencia de la realidad, bien era cierto que no podría ocultar eternamente sus correrías de cuando estaba con Regina, pero esperaba poder haber recuperado su confianza para decírselo él mismo. Y ahora… ahora quizás todo estaría definitivamente perdido con la mujer que amaba.
MÉXICO D.F.
Era consciente de que probablemente se estuviera precipitando, su madre le había pedido que no se acercara a Julio (Otto Sirgo) hasta que ella hubiera hablado con él. Tenía intención de complacerla, sin embargo cuando escuchó en la constructora que Julio Moncada había regresado a México y que se encontraba cuidando de su hijo en la clínica de Los Ángeles, antes de que se diera cuenta, se encontraba camino de la clínica. Habían sido demasiados años de preguntas sin respuesta y a pesar de que su madre siempre se había desvivido por él tratando de cumplir el rol de madre y padre; no había podido evitar pensar en cómo sería tener un padre con el que hablar de chicas o con el que ir a los partidos de fútbol.
Se dirige hacia la cafetería, donde le habían dicho que podía encontrarlo. Otea desde la puerta la atestada cafetería hasta divisarlo a lo lejos, en una de las mesas. Lo observa con detenimiento, aquel hombre no parecía más que la sombra del que había conocido semanas atrás; permanecía con el rostro sombrío y los hombros caídos mientras removía su taza de café.
Un sentimiento de anhelo inundó su cuerpo cuando se dio cuenta que estaba observando a su padre. ¿Cuál sería su reacción cuando supiera que él era su hijo? ¿Lo aceptaría? ¿Se sentiría orgulloso de él? ¿O simplemente negaría todo parentesco? Miles de preguntas poblaban su mente en aquellos momentos; preguntas que pronto obtendrían su respuestas.
El sonido de su celular lo devuelve a la realidad, suspira con resignación al comprobar la identidad del llamante.
-Hola ma – responde tratando de contener su ansiedad.
-Fernando, ¿dónde estás? Te he llamado al trabajo, pero me han dicho que has salido repentinamente sin decir a donde ibas - pregunta Macarena (Lucía Méndez). Se halla en su oficina; camina de un lado al otro de la estancia con el inalámbrico pegado a la oreja, apenas podía disimular su angustia, la sensación de que su hijo estaba a punto de cometer una locura le oprimía el pecho.
-Lo lamento ma… pero creo que no voy a poder hacer lo que me pediste, ya no puedo esperar más… - afirma finalmente Fernando (Jose María Torre).
-Por Dios Fernando… no hagas una tontería… deja que yo platique con Julio, deja que le explique… él no es consciente… - trata de convencerlo Macarena.
-Ya lo sé, él no sabe que tuvo un hijo… perdóname ¿sí?, pero necesito hablar con mi padre – anuncia antes de cerrar la llamada, sin darle oportunidad a replicar. Respira hondo para armarse de valor antes de comenzar a avanzar hacia donde él se encuentra.
Julio (Otto Sirgo) alza la mirada al sentir una presencia a su lado, frunce el ceño extrañado al reconocer al muchacho que había conocido en la constructora Molina.
-Buenas tardes, señor Moncada… - lo saluda Fernando con una leve sonrisa.
LA PODEROSA
La sigue por la sala principal con la cabeza gacha, con resignación mientras escucha la interminable retahíla de exigencias, reclamos y comentarios despectivos hacia la hacienda. Aquel día Cecilia (María Sorté) se había despertado con ganas de incordiar a todo el mundo en la hacienda, empeñándose en pagar su amargura con todo aquel que se cruzara por su camino.
-Y no te olvides de decirle a tu nietecito, que la casona no es un patio de recreo como para que ande de aquí para allá cuando le de la gana – añade Cecilia con desdén. – Soy consciente de que mi hija no tiene lo que hay que tener para mantener a cada cual en su sitio en esta hacienda, pero eso ya se va a terminar – afirma.
Modesta (Ana Martín) resopla al borde de su ya escasa paciencia. Aquella mujer era el colmo del descaro y la soberbia; a pesar de todo lo que ella sabía sobre ella, parecía dispuesta a humillarla.
-Te agradecería que dejaras que maneje mi hacienda a mi modo, mamá – interviene Regina (Michelle Vargas) molesta, mirándolas desde una de las columnas que separaban la sala del comedor, donde estaba apoyada; hacía rato que había llegado y se había parado para escuchar la charla de su madre con incredulidad. Cada vez se le hacía más difícil reconocer a su amorosa madre en aquella mujer tan clasista, pedante y amargada.
-¿A cual modo Regina? ¿Dejando que tus empleados se conviertan en amos y señores de tu casa? – pregunta Cecilia cínicamente.
-Ya, no tengo ni tiempo ni ganas de discutir contigo… no sé que demonios te pasa con Modesta, pero ya me cansé de escuchar tus estupideces cuando esa gente que tanto menosprecias se ha convertido en un gran apoyo para mí, cuando tú me diste la espalda – responde Regina con tirantez. – Y ahora, haz el favor de preparar tu maleta, porque mañana partimos para el distrito federal – asegura.
-Nada de eso Regina… yo de aquí no me muevo, hasta conocer a tu misterioso esposo… creo que es lo mínimo que me debes, ¿no crees? – pregunta con seguridad.
-Buenas tardes – Un escalofrío recorre la espalda de Regina cuando reconoce la voz del recién llegado. Mauricio (Fernando Colunga) avanza hacia ellas moviéndose con elegante calma, mientras observa a las tres mujeres con una enigmática sonrisa grabada en su rostro.
-¿Quién…? – Cecilia fija su mirada con interés en el recién llegado: aquella forma de caminar, aquel rostro, aquella sonrisa ladina… Siente que le falta el aire y todo su cuerpo se tensa cuando lo reconoce. -¡Tú! – exclama con la voz temblorosa por el pánico.
-Doña Cecilia, ¡cuánto tiempo! – exclama Mauricio cínicamente.
-¿Qué… qué demonios haces tú aquí? Lárgate ahora mismo… antes de que… - Cecilia habla con rapidez, alzando la voz, presa de la más pura agitación.
-Mamá… por favor, cálmate… - Regina se acerca con preocupación a su madre, pasándole el brazo por los hombros, tratando de tranquilizarla.
-Ese hombre es un mal nacido… él tiene la culpa… no puede estar aquí… ¡Lárgate, por lo que más quieras! - repite Cecilia fuera de sí.
-Lo lamento doña Cecilia, pero me temo que no puedo complacerla… menos ahora que somos familia… - replica Mauricio con calma. Regina vuelve su mirada recriminatoria hacia él.
-¡Mentira! No sé que demonios te habrán contado… ¡pero tú no eres parte de la familia! ¡De ninguna manera! – grita Cecilia histérica.
Mauricio se detiene intrigado al escuchar las palabras de Cecilia.
-Niña, será mejor que llevemos a su mamá a su cuarto, antes de que le de uno de sus ataques – dice Modesta preocupada, ayudando a Regina a agarrar a Cecilia, quien se mueve inquieta sin dejar de mirar a Mauricio.
-No soy ninguna loca, ¡Suéltenme! – replica Cecilia apartándose de ellas bruscamente, para acercarse a Mauricio. Respira hondo, tratando de serenarse lo suficiente como para enfrentarlo. –No sé que te trae por aquí, Mauricio Galván, pero no voy a permitir que vuelvas a hacerle daño a mi familia – añade, mirándolo amenazante.
-Regina… ¿no le contaste a tu madre la buena nueva? – pregunta Mauricio sin dejar de mirar fijamente a Cecilia. El rostro de ella se contrae en una mueca de pánico, lentamente voltea para mirar a Regina, quien traga saliva con dificultad, con temor.
-Mamá… Mauricio es… él es mi esposo… - se obliga a responder Regina finalmente, esta vez no estaba dispuesta a dejar que fuera Mauricio quien diera la noticia.
-¡No!... No puede ser… - murmura Cecilia acariciándose la cara compulsivamente. -Esto no puede estar pasando… no puede…- comienza a repetir casi sin aire, llevándose la mano al pecho.
-¡Mamá! – grita Regina corriendo hacia ella. Logrando alcanzarla antes de que Cecilia se desplome en el suelo sin sentido. - ¡Mamá! – repite agachándose con su madre tratando de hacerla volver en sí.
-¡Ay Diosito! Parece que se infartó – exclama Modesta asustada.
Mauricio se arrodilla a su lado para cargar a Cecilia en sus brazos.
-Hay que llevarla a la clínica… - anuncia avanzando hacia la salida, seguido por una conmocionada Regina.
-¡Ay, Señor protege a la bruja, que la niña Regina no podría soportar otro golpe en estos momentos! – exclama Modesta juntando sus manos, antes de santiguarse; mientras observa como acomodan a Cecilia en el carro de Mauricio y se alejan de la casona a gran velocidad.
Gracias por publicar este capítulo, tu foronovela cada vez está mejor.
ResponderEliminarSaludos,
Renzo
Muchas gracias a ti Renzo, por estar al pendiente :D
ResponderEliminarBKOS