CAPÍTULO XXXX
LA ASCENSIÓN
Cambia de nuevo el canal de la televisión con desgana, incapaz de concentrarse en ninguno de los programas que emitían en las diversas cadenas. Deja el mando sobre la mesita mientras resopla exasperada, aquella habitación de hospital comenzaba a ser una prisión para ella; necesitaba salir, respirar aire puro, estirar las piernas; pero sobretodo necesitaba hablar con Saúl, para que le dijera que estaba todo bien, que esa absurda sensación de pérdida que le oprimía el pecho no era más que un producto de su imaginación y de su convalecencia.
-Ay niña, ¿por qué cambió? Si la novela estaba en lo más interesante – protesta Rosario (Angelina Peláez) agarrando el mando de la tele para cambiar el canal.
-Esa novela es pura bazofia… me choca que la protagonista sea tan mensa – replica Nereida (Bárbara Mori) con desgana.
-Pues yo creo que es bien bonita… la pobre María Adelaida es demasiado inocente, pero ya verá como espabila tarde o temprano… - afirma Rosario fijando su atención de nuevo en la televisión.
El sonido de la puerta al abrirse capta la atención de Nereida. Siente como su corazón se desboca en el momento en que lo ve, en la puerta, mirándola fijamente. De pronto las fuerzas la abandonan y vuelve a sentirse tan vulnerable como la muchacha ingenua e inexperta que llegó a La Poderosa hacía 14 años.
Rosario voltea con curiosidad para conocer la identidad del recién llegado y no puede evitar sonreír satisfecha al descubrir que se trata del propio Mauricio (Fernando Colunga).
-Ya ve niña… ¿ve como yo tenía razón? – pregunta Rosario complacida al tiempo que se incorpora. –Yo mejor los dejo solos, porque estoy segura de que tienen muchas cosas que platicar… - añade antes de abandonar la estancia.
Nereida traga saliva con dificultad y mira hacia otro lado, incapaz de mirarlo de frente, todavía sin poder creer que estuvieran solos en aquella habitación de hospital. Él se acerca unos pasos a ella, lentamente, sin mediar palabra.
-¿Cómo te encuentras? – pregunta él con frialdad, rompiendo el silencio.
-Bien… gracias… - responde Nereida con voz temblorosa.
-Me alegro – replica Mauricio con sequedad. La ausencia de cualquier emoción en sus palabras no hacía más que aumentar la angustia en Nereida, quien trata de mantenerle la mirada, reparando en ese momento en su brazo en cabestrillo.
-¿Qué es lo que te ha pasado en el brazo? – pregunta preocupada.
-Nada importante… un simple conflicto de intereses – responde Mauricio restándole importancia.
-Comprendo que no me tengas confianza para contarme… - dice Nereida con pena – ¿sabe tu esposa que estás aquí? – pregunta con temor a la respuesta.
-No lo sé… aunque sospecho que es lo suficientemente inteligente como para intuirlo – responde Mauricio agarrando una silla para sentarse cerca de ella.
-Así que al final sí que te casaste… - murmura Nereida con pesar.
-Esa era la intención – asegura Mauricio – por mucho que tu esposo tratara de evitarlo, Regina y yo ya somos marido y mujer ante los ojos de Dios… - añade.
-¿Por qué lo hiciste Mauricio? – se atreve a preguntar Nereida, clavando en él su mirada. – Tú sabes mejor que nadie que con ese matrimonio solo vas a causar más dolor… - él vuelve la mirada hacia la nada, visiblemente incómodo – era eso lo que buscabas con ese matrimonio, ¿no es cierto? Arrebatarle a Saúl lo que más quiere… su adorada hermana… - asegura Nereida.
-Lo cierto es que no he venido aquí para compartir contigo los motivos de mi enlace… - la interrumpe Mauricio, impaciente. – Sino más bien, para aclarar una duda que me corroe desde hace días… - añade.
-¿Qué es lo que quieres saber? – pregunta Nereida molesta.
-Quiero saber si tú abortaste un hijo mío hace 13 años… - las palabras de Mauricio resuenan en su cabeza, transportándola 13 años atrás, reviviendo en su ser aquel dolor profundo que creía enterrado.
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Rosario observa con impotencia el ir y venir de Nereida, que rebuscaba entre sus ropas por toda la habitación para introducirlas en el pequeño bolso de viaje.
-Niña, ¡no cometa una locura! Usted no está en condiciones de irse de aquí… - trata de convencerla, desesperada.
-No nana, la locura la cometí al renunciar a lo que sentía por Mauricio… jamás debí haber insinuado que fue él quien me sedujo… solo para evitar que Saúl pagara su furia conmigo… - se lamente Nereida con lágrimas en los ojos. Cierra con esfuerzo el bolso y sus ojos se posan con tristeza sobre la carta cerrada que yacía sobre la cama, consciente del dolor que ocasionarían las palabras en ella escritas.
-Pero niña… usted no sabe donde está ese hombre… puede que esté a cientos de kilómetros de aquí… - asegura Rosario, se acerca a ella, agarrándola por el brazo – por favor, aunque sea hágalo por esa criatura que guarda en su vientre… estoy segura de que el joven Saúl sabrá aceptarla… él la adora y adorará a su hijo también, no condene a ese pobre angelito a una vida llena de carencias… - le suplica.
-No, nana… no más mentiras, no más fingir… Saúl no se merece eso… - afirma Nereida secándose las lágrimas con la espalda de la mano. – Por esta vez, voy a hacer lo que me dice el corazón… voy a buscar a Mauricio para decirle que estamos esperando un bebé y par que me perdone… no me importa tener que vivir en la pobreza a su lado, yo lo amo – insiste.
-El amor no da de comer niña… no sea tonta, ¿sí? – insiste Rosario.
-Ya no insistas Rosario, será mejor que nos apuremos, ya va a amanecer – la apura Nereida antes de salir de la recamara para comprobar que no había nadie por los pasillos que pudieran impedir su huida.
Rosario se santigua, con una mezcla de angustia y resignación; antes de salir tras ella.
***
Un dolor punzante en el bajo vientre la devuelve de nuevo a la realidad.
Abre los ojos con dificultad, tratando de acostumbrarse a la luz mortecina que iluminaba la pequeña estancia, desconocida para ella. Mira a su alrededor con desconfianza, se hallaba en lo que parecía una pequeña cabaña, vieja y mal acondicionada. Los escasos muebles que copaban la misma, lucían demasiado desgastados y un olor fuerte a especias inundaba sus sentidos, dificultándole la respiración.
-¡Niña, ya volvió en sí! – exclama Rosario apurada, corriendo para sentarse a su lado, en el viejo catre.
-¿Dónde estoy? – pregunta Nereida con la voz pastosa.
-Estamos en la cabaña de una buena samaritana que nos acogió cuando te desmayaste en medio de la selva, ¿no recuerdas? – pregunta Rosario acariciándole el cabello.
-Sí… recuerdo que comenzó a dolerme mucho el… - comienza a decir, de pronto los recuerdos de sus últimos momentos de consciencia la golpean con brutalidad. Aterrada se lleva las manos a su vientre. – Mi bebé… - solloza preocupada, con una mirada suplicante.
-Lo siento mi niña… me temo que ya no hay bebé… - le informa Rosario con pesar.
-¡No, no, no! – Nereida pierde el control de sus emociones, la desesperación y el dolor invaden su ser, golpeándola con saña. Comienza a agitarse mientras llora histérica, tratando de ahogar con sus gritos aquel dolor tan intenso que amenazaba con quebrarla en dos.
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Cierra los ojos, dejando que las lágrimas broten de sus ojos, recorriendo sus mejillas encendidas por la emoción.
-Era ese el motivo por el que quisiste reunirte conmigo por última vez, ¿no es cierto? – pregunta Mauricio tratando de mantener a ralla el torrente de emociones un día enterradas, que pugnaban por asolarlo de nuevo.
-Sí… yo quería que lo supieras… estaba dispuesta a dejarlo todo… un bebé lo cambiaba todo… - comienza a decir Nereida, sollozando.
-¿Fue por eso que trataste de negarme cuando Saúl nos descubrió? – pregunta Mauricio entre dientes, sus palabras esgrimían un dolor antiguo y anclado en su pecho, que parecía querer atormentarlo.
-No sabes cómo me arrepiento de aquel arranque… me dio tanto miedo el ver su mirada cargada de odio… yo era joven y cobarde… no supe plantarle cara en ese momento, y lo lamentaré toda mi vida… - implora Nereida tratando de controlar el llanto.
-Y no contenta con negarme… te deshiciste de nuestro hijo, ¿no es cierto? – pregunta Mauricio incorporándose bruscamente para darle la espalda, no quería que viera el dolor en sus ojos.
-No… jamás haría algo tan horrible… - Nereida alza la voz, cargada de indignación – yo quería ese bebé… no puedes imaginarte lo que lo deseaba, fue por él por lo que decidí seguirte… - asegura.
-¿De qué estás hablando? – Mauricio se vuelve, turbado por sus palabras.
-Que al día siguiente de tu partida… yo también abandoné La Poderosa para buscarte… le dejé a Saúl una carta para explicarle los motivos de mi huida, le rompí el corazón… dejé todas las comodidades, la seguridad que él me brindaba para ir tras de ti… me fui con mi nana, sin apenas dinero… y sí, sé que cometí el más grande de los errores al negarte ante Saúl, pero yo también he pagado un precio muy alto por ello – las palabras salen de su boca impulsadas por la más pura desesperación, las lágrimas inundan sus mejillas.
Mauricio se aferra con fuerza al respaldo de la silla hasta dejar casi sin circulación sus nudillos, dándole la espalda para impedir que viera como las primeras lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.
-Yo no aborté ese niño Mauricio… te lo juro por lo más sagrado… era lo único que me quedaba de ti, mi única esperanza… yo… yo lo perdí… recorrí los montes en tu búsqueda infructuosamente, caminé largas horas bajo el sol sin apenas comer, durmiendo en chozas de mala muerte que encontraba por el camino… el cansancio hizo mella en mi cuerpo hasta que no pude más y me desplomé… y cuando desperté, mi bebé ya no estaba… no estaba… - repite antes de hundir el rostro entre las manos para abandonarse a un llanto inconsolable.
Mauricio se vuelve lentamente, para mirarla. El dolor se le antojaba insoportable. Allí estaba, frente a él, la mujer a la que tanto había amado y a la que se había esforzado por odiar con toda su alma, culpándola de su desprecio; solo para descubrir en aquel momento el calvario que había vivido por su causa. Ya no era él la única víctima, el destino se había encargado de jugar con ellos como si de simples peones se trataran, envolviéndolos en una red de desprecios y verdades ocultas que le habían agriado el alma.
Avanza unos pasos hacia ella y acerca su mano lentamente al sus sedosos cabellos, dudoso de si acariciarla o no. Estaba tan cerca de él, tanto que podía sentir su dolor como el suyo propio.
LA PODEROSA
La observa, desde el marco de la puerta, mientras termina de arreglarse frente al espejo de su habitación. Espera con paciencia en silencio, la conocía lo suficiente como para saber que, por mucho que simulara estar bien; se sentía totalmente desconsolada.
-Ya, mi Regis… ¿hasta cuando vas a seguir con esa máscara de indiferencia? – pregunta al fin Camila (Ana Serradilla) cruzándose de brazos.
-No sé de que me hablas… - responde Regina (Michelle Vargas) restándole importancia.
-Vamos, mi Regis… estás que te mueres por saber que Mauricio está ahora con esa mujer… - asegura Camila.
-Cami, en este momento tengo cosas más importantes de las que ocuparme antes que ese cabezota – afirma Regina comenzando a rebuscar en su bolso. - ¿Dónde demonios he dejado las llaves de la camioneta? – se pregunta.
-Están encima de la mesilla… - responde Camila con paciencia, se acerca a ella para posar su mano sobre su brazo – Mi Regis, no es necesario que disimules conmigo… sé perfectamente como te sientes… por mucha rabia que te de, estás hasta los huesos por ese hombre – añade acariciándole el brazo, con cariño.
-¿Qué mas da lo que yo sienta o deje de sentir? Nada de eso va a cambiar el hecho de que el motivo del regreso de Mauricio es la venganza… - asegura Regina apartándose de ella para agarrar las llaves de la camioneta. – Además, Nereida y él tienen asuntos pendientes… así que cuanto antes los solucionen, mejor – añade, tratando de convencerse a sí misma.
El sonido de un celular interrumpe la conversación, Regina comienza a remover dentro de su bolso tratando de encontrarlo infructuosamente hasta que Camila se acerca a ella, con el celular en la mano, tendiéndoselo.
-¿Bueno? – Regina contesta el celular – sí, soy yo… - su expresión pasa de la curiosidad a la sorpresa y preocupación mientras escucha la novedad al otro lado del teléfono. – Sí… entiendo… gracias por avisarme… - añade antes de colgar.
-¿Qué es lo que pasa? – pregunta Camila con preocupación.
-Mi madre ha abandonado la clínica a primera hora… un hombre fue a buscarla para llevársela al Distrito Federal… - responde Regina, todavía sin poder dar crédito a lo que había escuchado. No podía creer que su madre pudiera hacerle algo así, irse de allí sin más, sin avisarla; sin pasar si quiera a por sus cosas a la hacienda.
-¡No me lo puedo creer! – exclama Camila, anonadada. – De verdad, que lo de esta mujer es muy fuerte, ¿hasta dónde piensa llegar para mortificarte? – pregunta.
-No lo sé… la verdad es que ya no sé que pensar… siento como si no la conociera… - responde Regina aturdida mientras deja el celular sobre la mesita de noche.
-¿Y ahora qué piensas hacer? – pregunta Camila preocupada.
-Me temo que tendré que hacer frente a mi familia… debo viajar cuanto antes para el distrito federal, todavía tengo muchas cosas que aclarar con Saúl sobre el padre de Mauricio… - responde Regina acariciándose la frente, con inquietud. – No sé por qué, pero siento que hay algo más en todo este asunto… algo que se nos escapa… - afirma.
-¿Sabes qué creo? Que si hay alguien aquí que podría sacarte de dudas es Modesta… esa mujer sabe más de lo que dice, podría jurarlo – asegura Camila.
-Sí… yo también lo creo, pero la mujer está dispuesta a cumplir la promesa que le hizo a mi abuelo de no volver a mencionar lo sucedido… - replica Regina con resignación.
-Entones tendremos que hacerle ver que esa dichosa promesa lo único que está haciendo es complicar las cosas… ¡Dios santo, como le gusta a la gente el misterio! – replica Camila alzando las manos hacia el cielo, exasperada.
MÉXICO D.F.
Avanza con premura por su recámara ante la atenta mirada de Higinio (Humberto Zurita).
-De verdad, no sé en qué estaba pensando al presentarme en esa mugrosa hacienda… - se queja Cecilia (María Sorté) mientras comienza a rebuscar en su armario. – No he recibido más que malas caras y disgustos… desde luego, no sé en qué estará pensando esa hija mía… ¡ese maldito infeliz ha de haberle lavado el cerebro! – exclama alterada mientras lanza sobre la cama un conjunto de falda y chaqueta.
-¿Te refieres a ese hombre al que quieres que investigue? – pregunta Higinio mirando hacia el suelo, distraído.
-Sí, a ese mal nacido me refiero… ¿cómo demonios se atreve a jugar de esa manera con los sentimientos de mis hijos? El muy infeliz, al que mi hijo quería como un hermano para que luego lo traicionara de la forma más vil… y no contento con romperle el corazón, ahora regresa para atormentarlo de nuevo, sin importarle lo que pueda sucederle a mi hija en el intento – dice Cecilia, temblando de rabia. Higinio se acerca a ella para posar sus manos sobre sus hombros, preocupado al verla de nuevo tan alterada.
-Cecilia, no pienses más en ello por el momento, te hace demasiado mal… y no sería nada conveniente que volvieras a sufrir otro ataque de ansiedad – trata de tranquilizarla.
-Lo sé… pero no puedo evitarlo… cada vez que pienso en ese hombre cerca de mis hijos, la rabia me consume y siento que mi mundo se desmorona… y no puedo permitir que todo lo que he construido se me esfume de las manos – afirma Cecilia afligida apoyando su rostro sobre el hombro de él, en busca de consuelo.
-No permitiremos que eso ocurra… encontraremos la manera de sacar a ese hombre de la vida de tus hijos, no te preocupes – la calma mientras le acaricia la espalda. – Pero antes de nada, creo que sería conveniente que hablaras con tu esposo… - añade tratando de aparentar tranquilidad.
-Es verdad… Julio… - murmura Cecilia preocupada, separándose de él. – ¡Qué descuidada he sido! Tengo que irme cuanto antes para el hospital – añade apurada.
-Te espero abajo… - anuncia Higinio volteando hacia la puerta dispuesto a salir. Sin embargo se paraliza al ver a Julio (Otto Sirgo) en el marco de la misma, mirándolos a los dos sin poder ocultar su sorpresa.
-¿Qué hacen aquí los dos? – pregunta Julio con cautela.
-Por favor Julio, no empieces… Higinio ha considerado prudente acompañarme hasta la casa para comprobar que todo estuviera bien después de mi ataque de ansiedad – responde Cecilia restándole importancia al asunto mientras rebusca en su tocador sus productos de belleza.
-¿Cuál ataque? – pregunta Julio avanzando hacia ella, con la preocupación grabada en el rostro.
-El que me provocaron las estupideces de nuestra hija – responde Cecilia con tirantez. – A la muy irresponsable no se le ha ocurrido otra cosa que casarse con un demonio que solo quiere traer la desgracia a esta familia… - añade con amargura.
-Así que ya te has enterado – murmura Julio con resignación.
-¿Cómo dices? – Cecilia voltea para mirarlo con incredulidad. -¿Acaso ya lo sabías y has tenido la poca decencia de no decirme nada? – pregunta mirándolo acusadoramente.
-Higinio, podrías dejarme a solas con mi esposa – Julio voltea para mirar a su amigo con severidad.
-Por su puesto, esperaré abajo por si me necesitan – se excusa Higinio antes de salir de la recámara cerrando la puerta tras de sí.
Una vez a solas, Cecilia avanza con decisión hacia su esposo para descargar su mano sobre su rostro con la fuerza que le brindaba la furia que sentía en aquellos momentos, al sentirse nuevamente ninguneada por su esposo.
-Jamás en tu vida, vuelvas a ocultarme algo así – le reclama entre dientes.
Julio se lleva la mano a la mejilla golpeada con paciencia.
-Entiendo tu malestar – se excusa – pero no era yo quien debía decírtelo… era decisión de nuestra hija el contártelo llegado el momento – asegura. – Pero no es eso de lo que quiero hablar en este momento – añade sin dejar de acariciarse la mejilla, mirando hacia el suelo.
-¿De qué quieres hablar entonces? ¿Qué puede ser más importante en estos momentos que el destino de nuestros hijos? - pregunta Cecilia alterada.
-El destino de mi hijo biológico, quizás… - responde Julio con cierta tirantez. Cecilia se detiene para observarlo por unos instantes, abrumada por sus palabras.
-No digas estupideces… tú no puedes tener hijos biológicos… - replica ella indignada.
-Cierto, no puedo ahora… pero sí pude en su día ya que acabo de descubrir que tengo un hijo de casi 28 años – anuncia Julio mirando a su esposa expectante.
Cecilia se acaricia el cabello con manos temblorosas, totalmente desconcertada con aquella revelación. Se muerde los labios con nerviosismo, tratando de asumir sus palabras. Aquello no era más que el último coletazo del huracán que había vuelto su vida al revés, arrasándola a su paso.
De pronto se sentía como una naufraga a la deriva, demasiado sola y perdida en un mar tempestuoso, incapaz de encontrar una tabla de salvación mientras observaba al hombre en el que un día había puesto sus esperanzas para encontrar la felicidad que ahora comenzaba a esfumarse sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
LA ASCENSIÓN
Apuña la mano con fuerza, invadido por la desolación y la rabia. Había tratado de concentrar su atención en las vistas que la ventana de la pulcra habitación le brindaba, para no tener que mirarla a la cara después de su triste revelación. Había luchado tanto para lograr odiar a aquella mujer que acababa de desnudar su alma frente a él, compartiendo su dolor por la pérdida de aquel niño cuya existencia había desconocido tantos años para terminar por descubrir que ya no era él la única víctima de aquella atroz injusticia que los Montesinos habían cometido en el pasado.
-¿No vas a decirme nada? – la voz de Nereida (Bárbara Mori) era un débil murmullo que lograba conmoverlo.
-¿Qué quieres que te diga? – logra reponer Mauricio (Fernando Colunga) tragándose su congoja, sin voltearse para mirarla.
-Lo que sientes al saber que no eres el único que ha sufrido… - responde Nereida con tristeza. – Sé que te has empeñado en odiarme, en culparme de lo sucedido… por eso mismo te negaste a escucharme hasta ahora y no te lo reprocho… yo misma he tardado en perdonarme a mi misma por mi cobardía – añade.
-Solo eras una niña asustada… - balbucea Mauricio con dolor, consciente por primera vez desde aquella noche de lo difícil que había sido la vida para Nereida. De pronto ya no le parecía tan aberrante que Nereida hubiera tratado de librarse de la culpa.
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-Esto tiene que terminarse aquí… si Saúl llega a enterarse… - comienza a decir.
-Schhhhh – lo interrumpe ella, colocando su dedo índice sobre los labios de él.- No sigas… - añade angustiada – todo esto se me ha hecho demasiado grande, no sé que hacer… - dice al borde del llanto. –Sé que no deberíamos vernos más, que tendría que respetar tu decisión… pero no puedo – añade, toma el rostro de él entre las manos – te amo demasiado – acerca sus labios a los suyos – pero no sé que hacer… - une sus labios con los de él con una mezcla de pasión y desesperación – ayúdame Mauricio… - murmura sin separar apenas sus labios de los de él. Él rodea su cintura con sus poderosos brazos, apretándola contra él, respondiendo al beso con la misma intensidad. –Mauricio, hay algo que tienes que saber… - anuncia ella, rompiendo el beso.
-¿¿QUÉ DEMONIOS SIGNIFICA ESTO??- el desgarrador grito de Saúl rompe en mil pedazos la mágica atmósfera que se había creado entre los dos amantes, quienes separan sus cuerpos bruscamente para encararse con la viva imagen de la ira.
-Saúl… no es lo que tú crees… yo no tengo nada que ver con este peón… él fue el que me buscó, te lo juro – se defiende Nereida con voz trémula mientras se apresura a situarse junto a Saúl, aferrándose a su brazo, temblando como una hoja.
Mauricio solo alcanza a mirar a Nereida con el rostro desencajado por la incredulidad, de pronto se siente como si su corazón fuera arrojado a un interminable agujero negro llevándose con él todas sus ilusiones y su alegría.
De pronto siente como si su cuerpo fuera una losa fría e insensible, incapaz de expresar con palabras toda aquella desilusión que lo embargaba. Se mantiene de pie, como si el tiempo se congelara en aquel instante mientras observa a aquella mujer con la que había conocido el más puro sentimiento y que ahora se le antojaba una absoluta desconocida quien lo miraba con frialdad mientras se arrimaba más a un encolerizado Saúl que no dejaba de gritar palabras cargadas de ira que no alcanzaba a escuchar.
Es el puño del Saúl impactando contra su rostro el que lo hace volver en sí para responder a los golpes con la misma rabia que lo consumía, descargando su decepción sobre el hombre al que una vez había considerado su hermano.
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-Hay una cosa que me gustaría saber… - dice Nereida con timidez, consciente de que en aquel momento Mauricio había bajado la guardia.
-¿El qué? – pregunta Mauricio reuniendo fuerzas suficientes para volverse hacia ella, tratando de mantener a raya sus emociones.
-¿Quién te dijo lo de nuestro bebé? ¿Acaso fue mi nana? – pregunta Nereida.
-Eso no tiene importancia ahora… - responde Mauricio acercándose a ella. – Será mejor que descanses, has estado demasiado tiempo inconsciente… - añade con preocupación.
-No quiero descansar… - replica ella agarrando su mano con fuerza – quiero aprovechar ahora que te tengo aquí, conmigo… hacía tanto tiempo que soñaba con este momento para poder decirte que no hubo un solo momento en estos años en el que no me arrepintiera de haberte dejado marchar aquella noche – añade posando su otra mano sobre sus manos entrelazadas. – Hubiera dado todo lo que tengo por volver a atrás y seguirte… ahora seríamos una familia feliz con nuestro hijo – añade emocionada, con lágrimas en sus ojos.
-Eso nunca lo sabremos… - murmura Mauricio con tristeza.
-No, pero por lo menos soy feliz porque sé que ya no me odias… y ahora que al fin sabes la verdad, puedo comenzar a sentirme en paz conmigo misma – asegura Nereida sonriendo con tristeza.
-La… lamento no haberte dado la oportunidad de explicarme lo ocurrido – consigue articular las palabras con dificultad, hacía demasiado tiempo que no pedía perdón. Habían sido tantos años cargados de rencor, de emociones contenidas y sentimientos enterrados que aquel primer gesto de arrepentimiento hacia Nereida le hacía sentir como si el tiempo hubiera vuelto hacia atrás y volviera a ser aquel muchacho alegre y apasionado que creía muerto dentro de él.
Nereida se incorpora levemente con dificultad para acercar su mano y acariciarle el rostro con ternura.
-Dejemos que el tiempo vuelva hacia atrás esta noche… quédate conmigo, imaginémonos solo por hoy que nada hubiera pasado, que solo somos dos locos que conocieron el amor por primera vez… ya mañana será otro día y otra vez seremos los seres grises y amargados en los que el tiempo nos ha convertido – le suplica Nereida con dulzura mientras apoya su frente contra la suya, cerrando los ojos para aspirar su aroma.
Mauricio detiene su mirada sobre su bello rostro a escasos centímetros del suyo, sintiendo como una parte de él pugnaba por dejarse llevar y olvidarse de todo y todos por aquella noche.
LA PODEROSA
Desciende apurada por las escaleras mientras marca con insistencia el número de su mamá en el celular, decidida a contactar con ella para recibir la explicación que se merecía.
Se detiene abruptamente al verlo plantado al fondo de las escaleras con un espléndido ramo de rosas en la mano.
-Puedes irte por donde viniste, Fabián… no estoy de humor en estos momentos para hablar contigo – era evidente el tono de advertencia que escondían las palabras de Regina (Michelle Vargas).
-Estás en todo tu derecho de odiarme… lo sé, me comporté como un cretino y lamento en el alma que te enteraras por otra persona, esperaba poder reunir el valor suficiente para confesártelo yo mismo – se disculpa Fabián (Carlos Ponce).
-¿Ah sí? ¿Y cuando iba a ser eso? ¿Cuándo las ranas criaran pelo? – pregunta Regina enojada llegando a su altura. – No tienes idea de lo estúpida que me sentí cuando esa mujer me dijo que tu y ella eran viejos amigos… aunque eso es lo que fui durante nuestra relación, una auténtica estúpida que se creía las tonterías que le decías – le recrimina.
-Por favor Regina… tan solo dame una oportunidad para compensarte… - avanza unos pasos hacia ella, tratando de agarrarle la mano sin éxito, ya que ella la aparta bruscamente.
-No quiero más compensaciones Fabián, ni promesas ni nada que venga de ti… lo único que quiero de ti es que me dejes en paz. En estos momentos necesito estar sola y reflexionar acerca de todo lo que ha pasado en este tiempo, si tanto dices quererme… tan solo respeta mi decisión – asegura antes de salir de la estancia hecha una furia, dejando un corazón roto tras de sí.
-Pobre principito… se ha quedado sin princesa – Camila (Ana Serradilla) desciende las escaleras, desde donde había sido testigo de la escena; mientras niega con la cabeza con escepticismo.
-¿A ti no te enseñaron a no escuchar conversaciones ajenas? – pregunta Fabián contrariado.
-La verdad es que no… además no era mi intención escuchar nada… solo fue casualidad, y ya que estaba, no podía dejar de ver como mi Regis te mandaba al cuerno – responde Camila con fingida inocencia. –Aunque no ha sido tan cruel como te merecías… yo te hubiera hecho más pupita…
-¿Tanto te divierte verme humillado y rechazado? – pregunta Fabián enojado, Camila se encoge de hombros mientras mira distraídamente sus uñas. – Creí que tú y yo habíamos firmado la paz cuando te contraté como decoradora… - replica Fabián cruzándose de brazos, molesto.
-Y la firmamos… pero eso no quiere decir que no me dé gusto que mi Regis te ponga en su sitio, por lo cretino que te portaste con ella…lo cierto es que no me sorprendió enterarme de tus escarceos, solo que pensé que ya que estabas dispuesto a demostrarle tu amor incondicional a Regina, tendrías el valor para confesárselo tú mismo… pero tal y como veo, sigues siendo un cobarde – asegura acercando su rostro al de él, remarcando sus palabras con altanería.
-Camila, ¿por qué en vez de andar de metiche donde no te llaman te le pagas a algún hombre para que te de un buen repaso y te quite lo amargada? – pregunta Fabián con burla antes de dar media vuelta para salir de allí sin darle tiempo a replicar.
-¡Óyeme tarado! Vuelve aquí si eres hombre para que te enseñe a respetar a las señoritas… - grita Camila, completamente indignada. - ¡Idiota! Pero ya vas a ver... vas a saber quien es Camila Hernández… - asegura entre dientes, tratando de contener su rabia.
MÉXICO D.F.
Acaricia con ternura el cabello revuelto de su hijo, mientras lo observa dormir invadida por la melancolía. Todavía recordaba la inmensa felicidad que había sentido al tenerlo la primera vez entre sus brazos, su pequeño rey, un niño tan deseado como amado. Con su llegada había llenado su vida de luz y alegría, gracias a él había dejado de sentirse como un mueble en aquella hacienda maldita para convertirse en la madre del heredero de los Montesinos.
Sonríe al echar la vista atrás, rememorando las noches en las que le leía sus libros favoritos hasta que se quedaba dormido y cómo luego acariciaba sus cabellos mientras lo miraba con la misma adoración con la que lo observaba en aquel momento.
Jamás dejaría de ser su rey, por el que sería capaz de todo. No iba a dejar que nadie le arrebatara lo que era suyo ni le hiciera más daño. Por eso ahora necesitaba ser más fuerte que nunca, ya no importaba que su vida se hubiera convertido de nuevo en una ruina… encontraría la manera de volver a encauzarla tal y como había hecho 13 años atrás.
-¿Sigue dormido? – pregunta Zoraida (Ingrid Martz) entrando en la estancia, apartándola de sus pensamientos.
-Sí… no quise despertarlo, me da tanta ternura verlo así… parece tan feliz mientras duerme – responde Cecilia (María Sorté) sonriendo con tristeza, se vuelve hacia ella – Zoraida, no sé como agradecerte que estuvieras al pendiente de mi hijo durante mi ausencia… no sabes lo que daría por verte a su lado, me harían inmensamente feliz… - añade estrechando su mano entre las suyas, con cariño.
-No me gustaría adelantar acontecimientos… pero quizás pronto se nos de el milagrito… - susurra Zoraida con timidez.
-¿A qué te refieres? – pregunta Cecilia intrigada.
-Saúl me ha pedido que le ayude a tramitar su divorcio – responde Zoraida bajando la voz, sin poder contener su entusiasmo.
-¿De veras? – Cecilia se incorpora de la silla, mirándola emocionada. - ¡No sabes cuanto necesitaba de una noticia así! – añade abrazándola.
-Sí… yo también, ya comenzaba a creer que nunca iba a dejar a esa bruja… pero ya dicen por ahí que nunca es tarde si la dicha es buena… - afirma Zoraida con la mirada iluminada por la emoción.
-Claro que no… - asegura Cecilia, se separa de ella para mirarla con seriedad – este Zoraida… ya que vas a ayudar a Saúl con su divorcio, quisiera pedirte un favor… - añade dudosa.
-Por supuesto, ¿de qué se trata? – pregunta intrigada.
-Me gustaría que me ayudaras en mi divorcio también… - responde Cecilia mordiéndose el labio inferior con nerviosismo. – Quiero anular mi matrimonio con Julio – afirma con voz temblorosa. Era una decisión que había estado madurando desde hacía tiempo, cuando su relación comenzara a enfriarse; y que había terminado por tomar al enterarse de que su esposo tenía un hijo de 28 años ni más ni menos con aquella publicista.
LA PODEROSA
Observa la bella imagen de los potros salvajes bebiendo agua del hermoso río antes de tratar de capturarla en su cámara. Había optado por salir a hacer fotografías para tratar de calmar su enojo después de la grosería de Fabián y después de varias horas recorriendo aquellos hermosos parajes, al fin lo había logrado.
El inesperado vuelo de un águila a escasos metros de donde están la asusta, se incorpora súbitamente, llamando la atención de los potros salvajes, que comienzan a alzarse sobre sus patas traseras y relinchar inquietos al sentirse amenazados por su presencia.
Observa aterrada como un par de ellos avanzan hacia ella amenazantes, como toros bravíos. Mira a su alrededor atemorizada, tratando de encontrar una vía de escape. Corre hacia un viejo árbol y comienza a treparlo para agazaparse sobre una de sus ramas.
-Ya caballitos, váyanse a jugar por ahí con sus amiguitos que aquí no hay nada que ver… - suplica ella mientras observa como los potros comienzan a calmarse bajo el árbol, de pronto se alejan de allí galopando velozmente al escuchar el sonido de un carro aproximándose.
-¿Se puede saber qué haces ahí arriba? Sabía que eras algo mona, pero no tanto como para colgarte de los árboles – Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) sale del carro mientras la observa divertido.
-¡Qué gracioso! Pues ya ves, hay ocasiones en los que es mejor vivir entre animales que entre idiotas – replica Camila (Ana Serradilla) indignada.
-Anda, bájate de ahí… te llevaré a casa, Regina me llamó preocupada porque hacía mucho rato que salieras y temía que te hubiera sucedido algo – Miguel Ángel se acerca unos pasos hacia el árbol.
-¡Muy buena mi Regis! – murmura para sí Camila con ironía.
-¿Necesitas ayuda para bajar? – pregunta Miguel Ángel preocupado.
-Por su puesto que no… soy una mujer con recursos… - replica Camila mientras comienza a reptar sobre la rama hasta llegar al tronco, sin percatarse que su camisa se engancha en una pequeña rama.
Coloca el pie sobre una rama que parece lo suficiente consistente como para sostenerse sobre ella.
-Cuidado… - Miguel Ángel avanza hacia ella alarmado justo a tiempo para interceptarla antes de que caiga al suelo al observar como la rama sobre la que está se quiebra.
Casi sin darse cuenta Camila se encuentra entre los brazos de Miguel Ángel con su rostros a escasos centímetros, sintiendo como su corazón se desboca al tenerlo tan cerca, con su cuerpo contra el suyo. Un torrente de calor invade su cuerpo mientras su aliento acaricia su rostro.
-Sí… veo que eres una mujer con recursos, sin embargo deberías elegirlos mejor… ¿no crees? – pregunta Miguel Ángel tratando de romper el hielo, para no demostrar la turbación que la cercanía de Camila le provocaba.
-He de reconocer… que soy algo mala para eso… todos los que elijo me salen chuecos… - responde Camila con la respiración entrecortada.
La intensidad de sus miradas lo dice todo sin necesidad de palabras; y apenas sin darse cuenta sus labios se buscan con desesperación para unirse en un apasionado beso.
Camila toma el rostro de él entre sus manos para intensificar el beso, buscando su lengua con la suya para enredarse con ella en una danza íntima y sensual. Permanecen unos minutos perdidos en aquel torrente de pasión que nublaba sus sentidos, besándose como si le fuera la vida en ello; hasta que la locura da paso a la razón y Miguel Ángel logra poner fin a su impulso separándose de Camila, no sin cierta dificultad.
-Lo siento… perdóname… - se disculpa apartándose bruscamente para darle la espalda.
-No… la culpa es mía… no debí… - murmura Camila aturdida.
-Ten – ella observa como Miguel Ángel se quita la chaqueta para tendérsela, reparando en ese momento que se encontraba en ropa interior ya que su camisa se había quedado en una de las ramas.
-Gra… gracias… - tartamudea ella, de pronto cohibida por su semidesnudez. Se coloca la chaqueta sin mediar palabra antes de entrar en el coche, ansiosa por llegar a la hacienda y poner fin a la ansiedad que había creado aquella situación.
Miguel Ángel espera unos segundos fuera del coche, dejando que la caricia del viento alivie el anhelo de poseerla que se había instalado en su cuerpo.
Al día siguiente…
LA PODEROSA
Una pequeña multitud de peones se había congregado alrededor del improvisado ruedo para disfrutar del espectáculo, entre vítores y aplausos, de la doma de los dos nuevos potros salvajes.
Regina (Michelle Vargas) observa desde lejos, completamente embaucada por la lucha del hombre por tratar de someter a la bestia, la fuerza y el coraje que se desprendían del jinete.
-Hermoso espectáculo, ¿no es cierto? – pregunta Juan (Fabián Robles) situándose junto a ella mientras observa la escena.
-¡Juan, ya regresaste! – exclama ella mirándolo complacida.
-Sí, iba siendo hora de que me hiciera cargo de mis responsabilidades – afirma Juan.
-¿Cómo está Rufina? – pregunta Regina preocupada.
-Más tranquila, con muchas ganas de aprender y superarse… - responde Juan convencido.
-El otro día estuvo aquí Ícaro Sanromán… me insinuó que había sido Rufina quien declaró contra el peón de Mauricio para culparlo del incendio… - le informa Regina, con cautela.
-Ella todavía no está preparada para hablar de eso… está muy afectada por lo sucedido y solo pensar en ello la aterra; por eso antes de venirme me he encargado de buscarle un buen terapeuta para que la ayude a superar sus traumas… así será más fácil que regrese para aclarar lo sucedido ante las autoridades – asegura Juan.
-Hiciste muy bien, Juan – lo apremia Regina, apretándole el hombro con cariño.
En ese momento los gritos de júbilo devuelven su atención al ruedo, donde el peón acababa de domar al potro salvaje, cabalgando sobre él con una sonrisa triunfal ante la algarabía de los demás peones.
-En estos momentos debe de sentirse tan poderoso… - murmura Regina embelesada con la imagen.
-Sí, es un momento tan grandioso como difícil de describir… - afirma Juan.
Regina lo mira durante unos instantes, sopesando sus palabras antes de dirigir sus pasos hacia el ruedo, con la determinación reflejada en su rostro. Los peones se apuran a cederle el paso hasta el ruedo.
-Saquen al otro potro… quiero domarlo por mí misma… - anuncia Regina con autoridad.
-Pero patrona… - trata de replicar el peón.
-Regina, ¿qué pretendes? Es demasiado peligroso… - trata de prevenirla Juan, con temor.
-Haga lo que le he dicho… - insiste Regina ante el asombro de sus peones – Voy a demostrarles a todos quien es Regina Montesinos… - añade.
El peón la mira con temor mientras va en busca del potro salvaje que permanecía inquieto atado en el ruedo. Regina observa el animal mientras lo acercan a ella, retándolo con la mirada.
-Patrona, será mejor que me quede con usted para… - dice el peón.
-Sálgase junto sus compañeros… - le ordena Regina.
La adrenalina recorre su cuerpo provocándole un estado de euforia, otorgándole el valor necesario para hacer frente a cualquier situación. Aquel animal representaba todos los problemas a los que tenía que hacer frente desde su llegada a la hacienda.
El animal la observa con una tensa quietud a la espera de su primer movimiento. Se acerca unos pasos a él hasta alcanzar a tocarle el hocico con la mano, susurrando tiernas palabras para tratar de calmarlo. Sin embargo el animal responde violentamente alzándose sobre las patas traseras, obligándola a retirarse hacia atrás bruscamente mientras el animal comienza a galopar desbocado alrededor del ruedo.
Regina achina los ojos mientras estudia sus movimientos, buscando el mejor momento para acercarse y tratar de subirse sobre su lomo. Se agarra a las crines con fuerza corriendo a su lado mientras trata infructuosamente de subirse a su lomo, ante la atenta mirada de los peones, quienes observan con escepticismo los movimientos de su patrona, esperando el fatal desenlace.
Las piernas comenzaban a resentirse adoloridas por la brusca carrera, pero no podía echarse atrás; tenía que demostrarle a sus trabajadores y a ella misma que era una mujer fuerte, con agallas que no se dejaba amedrentar por los contratiempos.
Se impulsa con todas sus fuerzas hasta lograr encaramarse en el lomo del animal, sin soltar las crines. Aprieta los dientes con fuerza mientras su cuerpo se golpeaba con violencia sobre el potro.
-¡Regina, déjalo ya! – grita Juan, completamente alarmado por la situación.
-¡Ni se te ocurra entrar! – grita Regina.
El animal se alza de nuevo sobre sus patas con violencia, impactándola contra el suelo ante la atemorizada mirada de sus trabajadores, que no saben qué hacer al verla tendida inmóvil sobre el polvoriento suelo, temiéndose lo peor.
Juan se dispone a entrar en el ruedo pero se detiene asombrado al ver como Regina comienza a incorporarse con cierta dificultad, pero con la misma determinación en su rostro mientras observa al potro.
Avanza hacia él con seguridad, a pesar del dolor que castigaba su cuerpo magullado.
-Ni te creas que me vas a ganar… - murmura antes de agarrar con fuerza sus crines para alzarse sobre él empujada por la rabia que había ido acumulando desde su llegada a la hacienda. Se aferra a su lomo como si le fuera la vida en ello mientras el potro galopa entre saltos para tratar de tirarla. –Shhh, estate quieto Impacto… ese será tu nombre… - le susurra ella posando su rostro contra las crines comenzando a acariciarlo. El animal comienza a tranquilizarse, dejando de coletear para comenzar a galopar cada vez más despacio.
Poco a poco logra posicionarse sobre el potro y cabalga triunfante sobre el pura sangre ante la atenta mirada de los peones. El temor y la desconfianza habían dado paso a una profunda admiración hacia su patrona; hasta ese momento no habían estado seguros de que pudiera a convertirse en una terrateniente, pero no cabía duda de que la sangre de los Montesinos corría por sus venas. En aquel momento se sentían orgullosos de trabajar para Regina Montesinos.
Ya no quedaba nada de la muchachita torpe y asustadiza que llegara a la hacienda semanas atrás, ahora era una mujer hecha y derecha con la garra y el coraje que hacía falta para salir adelante en aquella tierra hostil.
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