CAPÍTULO XXXXI
LA PODEROSA
Poco a poco logra posicionarse sobre el potro y cabalga triunfante sobre el pura sangre ante la atenta mirada de los peones. El temor y la desconfianza habían dado paso a una profunda admiración hacia su patrona; hasta ese momento no habían estado seguros de que pudiera a convertirse en una terrateniente, pero no cabía duda de que la sangre de los Montesinos corría por sus venas. En aquel momento se sentían orgullosos de trabajar para Regina Montesinos.
Ya no quedaba nada de la muchachita torpe y asustadiza que llegara a la hacienda semanas atrás, ahora era una mujer hecha y derecha con la garra y el coraje que hacía falta para salir adelante en aquella tierra hostil.
Desciende del caballo con un ágil movimiento, tratando de disimular una mueca de dolor. Sentía su cuerpo mazado y adolorido por la caída y el esfuerzo físico de la doma, sin embargo se sentía rebosante de energía y poderosa; tenía unas ganas enormes de saltar de alegría y gritar a los cuatro vientos su proeza.
-Eso ha sido demasiado arriesgado por tu parte – el sonido de su ronca voz la aparta de sus ensoñaciones para devolverla momentáneamente a una realidad con la que no quería enfrentarse. Allí estaba su esposo apoyado en la valla, con una postura relajada mientras la observaba con su famosa expresión imperturbable.
-Dicen por ahí que quien no arriesga no gana – replica Regina (Michelle Vargas) con sequedad, agachándose para salir del ruedo por debajo de la valla.
-Una cosa es arriesgar y otra muy distinta cometer una locura que podría costarte la vida – le recrimina Mauricio (Fernando Colunga).
-Es mi vida, ¿no es cierto? Por lo tanto haré con ella lo que me dé la gana… estoy harta de que todos decidan por mí lo que puedo y lo que no puedo hacer – asegura Regina con tirantez mientras encamina sus pasos hacia la casona.
-Estás molesta, ¿me equivoco? – pregunta Mauricio cruzándose de brazos.
-Vete al cuerno – responde con acritud Regina sin mirar atrás antes de entrar en la casona.
Mauricio chasquea la lengua disgustado, a pesar de que normalmente disfrutaba en cierta medida de sus discusiones con Regina, en aquel momento no se sentía con fuerzas para un nuevo enfrentamiento.
Espera unos segundos, tanteando el siguiente movimiento antes de decidirse a seguir a Regina. La encuentra en la cocina, rebuscando algo en la nevera, de espaldas a él.
Se apoya contra la puerta con los brazos cruzados y se detiene a observar sus movimientos durante unos instantes.
-¿Te importaría dejar de mirarme el trasero? – pregunta Regina mirándolo de reojo con reproche.
-¿Quién está siendo creída ahora? – pregunta Mauricio arqueando la ceja.
-No estoy siendo creída… solo realista – responde Regina incorporándose con una jarra de zumo en la mano. – Veo que ya no usas el cabestrillo, ¿Cómo sigue tu brazo? – pregunta con fingida indiferencia mientras rebusca en la alacena un vaso para el zumo.
-Bien… supongo… - responde Mauricio adentrándose en la cocina para tomar asiento repentinamente sofocado; quizás hacer aquel viaje no había sido una buena idea después de todo.
Regina se vuelve para mirarlo con el ceño fruncido por la preocupación. Por primera vez desde su encuentro se detuvo a contemplarlo con detenimiento: estaba pálido y unas profundas ojeras ensombrecían su mirada y unas perlas de sudor recorrían su frente.
-¿Te encuentras bien? – pregunta preocupada, acercándose a él para posar su mano sobre su frente. -¡Estás ardiendo! – exclama alarmada.
-Me encuentro un poco mareado… creo que necesito dormir un rato… con eso bastará – replica Mauricio apartándose de ella para incorporarse. Siente que la cocina comienza a dar vueltas y tiene que agarrarse a la mesa para no desvanecerse. Regina se apura para ayudarlo a sostenerse.
-Vamos, será mejor que te acuestes mientras llamo al doctor… - dice Regina preocupada.
-No es necesario… solo es… - trata de replicar Mauricio.
-A callar se ha dicho… te voy a llevar a la cama para que descanses y voy a llamar al doctor, pongas como te pongas – asegura Regina mientras lo ayuda a salir de la cocina.
-Eres terca como una mula… - le recrimina él, con cansancio.
-No más que usted caballero – replica Regina mientras lo guía hacia las escaleras.
LA ASCENSIÓN
Soporta con paciencia el minucioso chequeo que el doctor le estaba practicando para verificar si se encontraba en condiciones para ser trasladada al distrito federal.
Comenzaba a hastiarse de aquella situación, sentía la imperiosa necesidad de levantarse de aquella cama y hacerse de nuevo con las riendas de su vida.
-Bien, en principio no veo problema en que la trasladen mañana, todo está en orden – asegura el doctor mientras revisa el tensiómetro.
-La verdad es que cada día me encuentro mejor, doctor… - añade Nereida (Bárbara Mori) complacida.
-Y mejor que se va a encontrar niña cuando comience a rehacer su vida, ya lo verá… el señor le envió esta segunda oportunidad por algo – interviene Rosario (Angelina Peláez) agarrando la mano de su niña. Una sonrisa un tanto amarga se dibuja en los labios de Nereida, consciente de la intención de sus palabras.
Quizás tuviera razón y la vida le había dado una segunda oportunidad para convertirse en una nueva mujer y luchar por su felicidad; sin embargo para hacerlo, tenía que aclarar muchas cosas, entre ellas una que le llevaba corroyendo el alma desde su despertar.
-Doctor, hay una consulta que me gustaría hacerle… - dice ella al fin, dudosa.
-Claro, dígame…
-Yo… este… antes de tener el accidente llevaba unas semanas de retraso con el periodo… no me había planteado la posibilidad de poder estar en estado así que ni siquiera me hice la prueba, pero el caso es que me gustaría saber si podrían hacérmela, ya que estoy aquí – dice al fin, temerosa. La mirada de preocupación que intercambian el doctor y su nana como respuesta a su petición hace que una súbita angustia se instale en su pecho. - ¿Ocurre algo? – pregunta alertada.
-¿Nadie le ha dicho nada? – pregunta el doctor, visiblemente incómodo.
-¿Decirme el qué? – insiste Nereida, cada vez más alarmada.
-No, no encontramos el momento, doctor… - se disculpa Rosario apenada. – Pero no se preocupe, ya me encargaré personalmente de darle la noticia – añade.
-Ya, dejen de hablar como si no estuviera y díganme lo que me tengan que decir, no soy ninguna muñeca de trapo, puedo soportarlo, sea lo que sea… no estoy dispuesta a esperar más tiempo, así que haga el favor de informarme ya, doctor – exige Nereida con nerviosismo. El doctor mira a las dos mujeres intranquilo, aquella resultaba una situación incómoda a la que no estaba acostumbrado. - ¿A qué espera doctor? – insiste Nereida, cada vez más alterada.
-Muy bien… se lo diré si así lo quiere… Efectivamente, estaba usted en estado, señora Montesinos… - le anuncia el doctor finalmente. – Lamentablemente, usted perdió la criatura como consecuencia del accidente… tuvimos que intervenirla de urgencia, para evitar que se desangrara… - añade en tono solemne.
Nereida agacha la cabeza y cierra los ojos, dejando brotar las lágrimas en memoria del hijo perdido; un hijo del que nunca había tenido constancia, pero que sin embargo le dolía en el alma. Jamás se había planteado la idea de ser madre al lado de Saúl, ni siquiera cuando se dio cuenta de que tenía una falta; pero ahora, de pronto, imágenes de una familia feliz junto a Saúl se le venían a la mente, provocándole una dolorosa nostalgia.
-¿Podré tener más hijos doctor? – la pregunta sale de sus labios automáticamente, de repente sentía la necesidad de llenar aquel vacío con alguna vaga esperanza.
-Lo lamento, pero me temo que el aborto que se practicó en el pasado, dejó demasiado dañado su útero para llevar a buen término un embarazo, aunque no hubiera tenido el accidente, su embarazo no llegaría a buen puerto, lo hubiera abortado de forma natural tarde o temprano – le informa el doctor con pesar.
-Disculpe, pero no… no entiendo… yo no me practiqué ningún aborto… yo… perdí un bebé… de forma natural… ¿quiere decir que sufro alguna malformación congénita? - replica Nereida, totalmente desconcertada, incapaz de asumir sus palabras. Aquella era una respuesta que no podía ni quería aceptar. La mirada del doctor se posa entonces en Rosario, quien permanecía a un lado, con el temor grabado en su rostro.
-No se trata de ninguna lesión congénita, sino sobrevenida… ¿está segura de que no se ha sometido a ningún aborto provocado? – insiste el doctor – lo lamento, pero la lesión que presenta usted en el útero ha sido visiblemente provocada por un aborto mal practicado que provocó una infección posterior – añade.
De pronto una terrible idea la golpea con saña, encogiéndole el corazón de dolor tan solo de pensar que pudiera ser posible.
-Nana, mi aborto fue natural… ¿verdad? – pregunta mirándola suplicante. Rosario baja la mirada, avergonzada; incapaz de de mantenérsela. –Por favor, dime que no fue provocado… por favor… - le suplica ella con los ojos empañados en lágrimas.
-Lo siento mi niña… creí que era lo mejor para usted… aquella mujer me dijo que el bebé no llegaría a buen puerto, que usted estaba demasiado débil… y yo quise ahorrarle sufrimientos… aquella no era el mejor momento para que trajera ese niño al mundo - solloza Rosario acercándose a ella, se arrodilla con dificultad junto a su cama. – Perdóneme mi niña… perdóneme… - le suplica.
-¿Cómo… cómo fuiste capaz? – estalla Nereida fuera de sí, rompiendo en llanto. – Era mi hijo… no tenías derecho… - le grita, rota por el dolor. -¿Cómo pudiste dejar que me lo arrancaran de las entrañas? Dime… - le exige.
-Señora Montesinos, cálmese… esta situación no le ayuda nada – interviene el doctor, tratando de agarrarla por los hombros para calmarla.
-No, déjeme… no me toque… - grita Nereida fuera de sí, apartando las sábanas para incorporarse.
-Niña, perdóneme… por favor… he tenido que vivir todo este tiempo con esa losa sobre mi conciencia… - le suplica Rosario, todavía de rodillas, llorando con amargura.
-Y yo he tenido que vivir todo este tiempo junto a la mujer que me arrancó la ilusión de vivir… - le reclama Nereida chirriando los dientes de la rabia mientras se incorpora haciendo un gran esfuerzo por mover su cuerpo todavía entumecido.
-Señora Montesinos… - trata de detenerla el doctor.
-Lárgate… - le exige Nereida a Rosario indicando la puerta. – Apártate de mi vista… - grita encolerizada.
-Niña, por favor… - suplica Rosario hecha un mar de lágrimas. – Yo vivo solo para usted, ¿qué será de mi? ¿a dónde voy a ir? – pregunta.
-Por mí puedes irte al infierno, pero apártate de mi vista – le exige con dureza.
El corazón de la anciana se resquebraja en mil pedazos al ver la mirada cargada de odio de la niña a la que había dedicado su vida, por cuya felicidad habría sido capaz de todo, la que se había convertido en su razón para vivir.
Se incorpora con dificultad, como una autómata y con el alma herida de muerte abandona lentamente la estancia, con la esperanza de escuchar alguna palabra que le diera aliento. Sin embargo esta no llega y se va, dejando atrás, junto a su niña, sus ganas de vivir.
Nereida observa la puerta por la que ha salido la mujer a la que quería como una madre, su gran apoyo, la que siempre estaba para ella. Su corazón se llena de dolor y amargura por su partida, pero el rencor era demasiado fuerte, su traición era imperdonable. Incontables habían sido las noches en las que había llorado en su hombro, lamentando la suerte de su hijo, culpándose a sí misma de su pérdida; y ella la había escuchado sin decir nada, callándose su fechoría.
Se deja caer poco a poco, abrazada a sí misma, llorando desconsoladamente. El doctor se apresura a socorrerla, la estrecha entre sus brazos tratando de reconfortarla, sin éxito.
LA PODEROSA
Empapa de nuevo la compresa en la palangana para colocarla sobre la frente de Mauricio (Fernando Colunga), quien permanece completamente dormido, aplacado por la alta fiebre. Hacía unos minutos que el doctor se había marchado advirtiéndole que si no lograba bajar la fiebre y los antibióticos no hacían efecto tendría que ser ingresado; al parecer la herida de bala se había infectado debido a la falta de cuidado y reposo.
-Si es que eres un terco caray… por mucho que te empeñes, no dejas de ser un hombre de carne y hueso… - le susurra Regina (Michelle Vargas) con una mezcla de ternura y desaprobación.
-Aquí le traigo un remedio muy bueno para la fiebre, niña – dice Modesta (Ana Martín) entrando en la recámara, removiendo con la cuchara en una pequeña taza.
-Gracias Modesta – dice Regina sonriéndole a la mujer levemente mientras deja la taza sobre la mesita.
-Ya me retiro niña, si necesita algo, no dude en buscarme – dice dándose la vuelta para salir de la estancia.
-Modesta, espera un momento… me gustaría preguntarte una cosa… - acierta a decir Regina, insegura.
-Claro… dígame no más… -
-Modesta, soy consciente de la promesa que le hiciste a mi abuelo… pero hay algo que necesito saber – dice Regina suplicante.
-Niña… lo siento pero… - trata de excusarse Modesta.
-Por favor, tan solo dime si fue cierto que mi hermano le disparó al papá de Mauricio – le pregunta Regina, haciendo caso omiso a sus excusas.
-¿Cómo dice niña? – pregunta Modesta, llevándose la mano al pecho, totalmente abrumada por la revelación.
-Entonces tú tampoco sabías – murmura Regina con resignación mientras vuelve a colocar otra compresa empapada en la frente del enfermo. – Mauricio me contó que su papá murió de un balazo a la mañana siguiente de su marcha… pero no alcanzó a decirle quien fuera, él ha creído durante todos estos años que fue mi hermano – añade con tristeza.
-¡Ay Virgencita de Guadalupe! – exclama Modesta al tiempo que se santigua. – Pobre Romualdo, Dios lo tenga en su gloria…con razón el corazón de Mauricio está tan cargado de odio – añade con los ojos llorosos por la tristeza. – Yo ni siquiera sabía lo del balazo… de haberlo sabido, jamás los hubiera dejado partir aquella noche… - asegura con pesar, tomando asiento en el pequeño sillón, incapaz de sostenerse en pie.
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Avanza con la mayor rapidez que sus piernas le permiten, sin dejar de mirar hacia atrás de vez en cuando, para comprobar que no la siguieran. Logra respirar con cierto alivio una vez alcanza la pequeña cabaña.
Siente como su corazón se encoge de pena al ver la pequeña estancia revuelta, con los pocos muebles que la ocupaban, completamente destrozados. En una de las esquinas se hallaban Romualdo (Eduardo Yañez) y Mauricio (Fernando Colunga) guardando sus escasas pertenencias en un pequeño y viejo bolso.
-Aquí les traigo un poco de comida que alcancé a sacar sin que se dieran cuenta – avanza hacia Romualdo para entregarle la bolsa con la comida.
-Gracias, pero no te hubieras molestado… si se entera el patrón es capaz de tomarla contigo también – el rostro de Romualdo era la viva imagen del cansancio y la desolación; se asusta al verlo tan demacrado y sudoroso, tal parecía como si la fuerza lo hubiera abandonado.
-No te preocupes por eso… sé cuidarme bien… - se defiende Modesta, posa su mano sobre el hombro del hombre. - ¿Cómo te encuentras? No tienes buen aspecto… - pregunta preocupada.
-Estoy bien… solo es un poco de cansancio… - responde Romualdo restándole importancia.
-Es algo más que cansancio papá, dime qué es lo que te hizo ese mal nacido… deja ya de defenderlo – replica Mauricio iracundo.
-Ya te he dicho que Saúl no me hizo nada… no oses en dudar de la palabra de tu padre – le ordena Romualdo con severidad.
-Puedes decir misa… pero yo sé que algo tienes, ¿por qué no dejaste que Pancho te revisara? ¿Qué es lo que quieres ocultar? – pregunta Mauricio al borde de la histeria.
-No insistas… todo va a estar bien, ahora lo único que nos debe importar es salir de la hacienda antes de que el patrón cambie de opinión y te meta un balazo entre pecho y espalda – responde Romualdo enojado.
-Me iré yo solo, no es necesario que me acompañes… no dejaré que salgas en medio de la tormenta en ese estado… hablaré con ese mal nacido, fui yo quien cometí la falta, así que soy yo el único que debe de ser castigado… no tú – insiste Mauricio dispuesto a salir de la cabaña.
-Tú no vas a ningún lado… - Romualdo se interpone en su camino. – De aquí nos vamos los dos… hay cosas que no puedes entender, pero lo harás a su debido tiempo… te lo explicaré todo cuando dejes a un lado esa ira que te está carcomiendo el alma y puedas verlo todo con otros ojos – asegura Romualdo. Mauricio retrocede unos pasos, obedeciendo a su padre, a pesar de sus reservas.
-¿Por qué no se quedan en la cabaña que ocupaba antes con mi esposo? Dudo que vayan a buscarlos allí – insiste Modesta, tratando de apaciguar los ánimos.
-Gracias Modesta, pero no… no quiero meter a nadie más en esta locura… saldremos adelante, tenemos amigos en otras haciendas que no pondrán impedimento en que nos alojemos esta noche con ellos… - repone Romualdo, se vuelve hacia ella para acariciarle el rostro con ternura. – Muchas gracias por todo Modesta, has sido la mejor amiga que un hombre pudiera tener… - añade con dulzura. Los ojos de ella se empañan en lágrimas de tristeza, a pesar de que trata de mantener la compostura para no romper a llorar. La idea de no verlo más se le antojaba demasiado dolorosa como para enfrentarla.
-Prométeme que te pondrás en contacto conmigo en cuanto estén seguros… - le suplica ella.
-Por supuesto… ¿a poco te creerás que te vas a librar de mí tan fácilmente? – pregunta él sonriendo, provocándole a ella otra sonrisa entre tanta lágrima.
-Siempre has sido y serás un zalamero… - murmura ella con tristeza antes de alzarse sobre la punta de los pies para llegar a su altura y posar un suave beso sobre su mejilla.
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-Y esa fue la última noche que vi a Romualdo con vida… - afirma Modesta con tristeza. –Jamás imagine que en aquel momento ya estaba herido de muerte… y pensar en las noches que me pasé maldiciéndolo por haber roto su promesa… - añade limpiándose las lágrimas con la espalda de la mano.
-Ya, no te pongas triste Modesta – la consuela Regina arrodillándose frente a ella, acariciando sus rodillas con cariño. – No tenías forma de saberlo… ¿entonces es cierto que no sabías nada de que mi hermano le hubiera disparado? – insiste con cautela.
-Claro que no lo sabía niña… jamás creí que su hermano se atreviera a hacerle daño a Romualdo, él lo adoraba… - asegura Modesta.
-Quizás fue un accidente… soy consciente de que mi hermano no es perfecto y que ha cometido muchos errores debido a su orgullo, pero no lo veo capaz de dispararle a un hombre que no le ha causado ningún daño, a sangre fría… - por más que lo pensaba, Regina se rehusaba a creer que su hermano fuera capaz de tal vileza.
-Lo mejor será que hable con su hermano, niña… para salir de dudas – le aconseja Modesta posando acariciándole los hombros.
-Sí… esa era mi intención, pero ahora no puedo dejar a Mauricio en este estado – se lamenta Regina, volviendo su atención hacia el inconsciente Mauricio, que en ese momento se removía inquieto sobre la cama.
-Lo quiere mucho, ¿no es cierto? – pregunta Modesta mirándola con ternura.
-Sí, lo quiero… puede que parezca una locura, después de todo lo que ha ocurrido… pero no puedo evitarlo, a pesar de que sé que es un amor condenado al fracaso – se sincera Regina, con pesar.
-No se venga abajo niña… quizás haya esperanza después de todo, trate de hacer que Mauricio y Saúl logren aclarar lo que sucedió hace 13 años para que así puedan combatir sus demonios y empezar de nuevo… - le aconseja Modesta. – Quizás haya alguien más que pueda darle algo de luz sobre lo sucedido aquella fatídica noche… - añade, dudosa acerca si estaba haciendo lo correcto.
-¿Quién podría ayudarme? – pregunta Regina intrigada.
-Su mamá, niña… - responde Modesta con solemnidad.
SAN LORENZO
A pesar del constante parloteo de Morelia (Ana Claudia Talancón), se sentía incapaz de atender a sus palabras. En su mente se repetía una y otra vez el momento en el que había traicionado a la mujer con la que tenía pensado compartir su vida. La culpa pesaba como una losa que le impedía levantar la cabeza y mantenerle la mirada; seguro de que el remordimiento podría leerse en su mirada.
-Así que me dijo que prefería venirse para acá y así ayudarme con los preparativos, después de todo un mes se pasa volando y son tantas las cosas que hay que preparar… - relata Morelia entusiasmada, mirándolo esperando una respuesta que no llega. – Miguel Ángel, ¿me estás escuchando? – le reclama con cierto recelo.
-Oh, sí… perdón… - se disculpa Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán), alzando la mirada levemente, incapaz de sostenérsela por mucho tiempo.
-¿Sucede algo? – pregunta Morelia preocupada. – Desde ayer estás taciturno, pareces un alma en pena… - añade.
-No, solo que… estoy preocupado por todo lo que está pasando con Mauricio, tengo miedo por lo que puedan hacerle – se excusa Miguel Ángel sin faltar a la verdad; si bien la preocupación por Mauricio no era más que el menor de los motivos que lo traía con el alma en los pies.
-Sí, yo también estoy preocupada… pero no podemos dejar que esa gente sin escrúpulos nos arruine la vida, tenemos que aprender a ser fuertes y luchar contra ellos sin perder la sonrisa – trata de confortarlo ella, apretándole la mano con cariño. Él consigue mirarla una fracción de segundo para devolverle una leve sonrisa. – Además, ahora que conseguí que me pidieras matrimonio, no voy a consentir que nadie nos arruine nuestra boda de cuento – añade emocionada.
-¿Boda de cuento? – pregunta Miguel Ángel arqueando la ceja, desconcertado.
-Es un decir, tonto… - responde ella entre risas. – Hay que ver lo tensos que os ponéis los hombres con lo de los preparativos… por eso te estaba diciendo que mi mamá piensa venirse en unos días para ayudarme con los preparativos, después de todo, solo tenemos 1 mes para organizarlo todo… - asegura.
-¿Un mes? – pregunta él alarmado.
-Claro… te comenté ayer que el padre Escribano nos podía hacer un hueco para dentro de 4 domingos y me dijiste que estaba bien, ¿no te acuerdas? – pregunta Morelia, un tanto incómoda.
-¿De veras?... lo siento, no… no sé donde tengo la cabeza… - se disculpa Miguel Ángel apoyándose contra el respaldo de la silla, comenzándose a acariciar el rostro, algo exasperado.
-Miguel Ángel, ¿me estás ocultando algo? – pregunta ella, mirándolo con sospecha.
-No, claro que no… es que… creo que tienes razón, a los hombres nos pone algo nerviosos el tema de las bodas… - trata de justificarse, restándole importancia al asunto.
-¿Estás seguro que solo es eso? – insiste Morelia - ¿No será que te entraron las dudas con esto de la boda? – añade.
-Claro que no, chiquita… - responde él; se apoya contra la mesa para acariciar el rostro de ella - Todo va a estar bien, no me hagas caso… - añade antes de posar sus labios sobre los de ella en un tierno beso. – Ahora tengo cosas que hacer, pero en la noche te prometo que hablaremos sobre la boda, ¿te parece? – le pregunta, ella asiente con una sonrisa forzada mientras observa como él sale del comedor. Por mucho que tratara de convencerla de que todo estaba bien, lo conocía lo suficiente como para saber que algo le preocupaba; tan solo esperaba, con el corazón en un puño; que terminara por confiárselo, tal y como hacía siempre.
MÉXICO D.F.
Un incómodo silencio se había instalado entre los dos viejos amigos. Cada uno hacía cuenta de su bebida, en la apartada mesa de la cafetería del hospital. Eran tantas cosas las que tenían que decirse, que ninguno de los dos sabía por donde empezar.
-Me imagino que ya sabrás lo de Macarena y yo… - es Julio (Otto Sirgo) el primero en romper el hielo.
-En efecto, me lo ha contado todo… - afirma Higinio (Humberto Zurita) con frialdad.
-Antes de nada, quiero que te quede una cosa clara… lo que pasó entre Macarena y yo fue hace casi 30 años y forma parte del pasado; sé lo que sientes por ella y yo jamás me entrometería en tu relación – asegura Julio – lo único que me interesa de ella es tener una buena relación para poder recuperar el tiempo perdido con mi hijo… - añade.
-Agradezco tu sinceridad, pero comprende que para mí es difícil concebir que la mujer que amo sea la madre del hijo de mi mejor amigo… - replica Higinio preocupado. – Sé que Macarena sufrió mucho cuando creyó que la habías abandonado; ella ha vivido todos estos años en una mentira, creyendo que eras un patán y ahora viene a enterarse de que no es cierto, que jamás la abandonaste… todavía hay muchas cosas que aclarar entre ustedes y yo no quiero quedarme a esperar a que un buen día descubran que todavía se aman… - asegura.
-Puede que tengas razón… entre Macarena y yo hubo demasiadas maquinaciones de terceras personas, quizás si no fuera por las mentiras de mi madre, ahora estaríamos juntos… o quizás no, eso es algo que nunca sabremos… sin embargo han pasado casi 30 años y cada uno seguimos con nuestra vida, tomamos nuestras propias decisiones y ya no somos los muchachos de antes, nos hemos convertido en personas totalmente distintas con sus propias circunstancias… es posible que Macarena sea siempre alguien especial en mi vida, después de todo, es la madre de mi hijo… pero de eso a que tenga intención de retomar una relación que se rompió, por las causas que fueran, hace tantos años, hay un trecho… - insiste Julio.
Higinio sopesa durante unos momentos sus palabras, con el ceño fruncido. Todavía sentía abierta la herida que la muerte de su esposa le había causado y temía volver a entregar su corazón a alguien para luego ser de nuevo abandonado.
-Gracias por tus palabras… pero creo que Macarena y yo todavía debemos hacernos a esta nueva situación… dejemos que el tiempo siga su curso, a ver hacia donde nos lleva… - sentencia Higinio, todavía aturdido. - ¿Y qué hay de Cecilia? ¿Cómo se ha tomado la noticia? – pregunta.
-Me ha pedido el divorcio… - responde Julio con aspereza antes de darle un trago a su copa.
-No sabes cuanto lo lamento… - dice Higinio apenado.
-No hay nada que lamentar… al parecer mi matrimonio no era tan perfecto como yo creía… en las últimas semanas me he dado cuenta de que nunca he llegado a conocer a la mujer que tenía a mi lado – se sincera Julio, con profundo pesar. –Desde que Regina decidió quedarse con la hacienda, he descubierto una cara en Cecilia que me desconcierta y me da miedo al mismo tiempo – añade.
-Cecilia ha sido muy infeliz en esas tierras y ahora teme que a Regina le pase lo mismo… quizás se esté excediendo, pero lo único que quiere es evitarle sufrimientos - trata de justificarla Higinio.
-Sé que lo ha pasado mal… aunque nunca ha querido hablar de ello, siempre me dice que no le gusta hablar de un pasado que está muerto para ella… no sé que fue lo que le pasó, ni que tanto miedo puede tener… pero eso no justifica lo que está haciendo con nuestra hija, lo injusta e intolerante que está siendo con ella… - asegura Julio.
-¿Y qué piensas hacer? – pregunta Higinio, preocupado.
-Si quiere el divorcio, se lo daré… pero no pienso dejarla a un lado, temo mucho por su estado de salud… su problema de nervios parece que se agrava por momentos. Está demasiado obsesionada con el hombre que se casó con nuestra hija y temo lo que pueda llegar a hacer – responde Julio, acariciándose las manos. – Sé que a ti te tiene mucha confianza, y estoy segura que tratará de buscar tu ayuda… así que por favor, te pido que me mantengas informado…
-Por supuesto, dalo por hecho… - asegura Higinio, no muy convencido. Carraspea incómodo, consciente de que su lealtad se vería dividida entre sus dos amigos.
SAN CAYETANO
Expande la pintura por la desgastada pared con movimientos enérgicos, tratando de concentrar toda su atención en la tarea y así dejar de pensar en lo sucedido el día anterior.
Hacía demasiado tiempo que un hombre no la besaba y el hecho que de fuera el hombre del que estaba enamorada el primero en hacerlo en mucho tiempo, le provocaba una auténtica vorágine de sentimientos encontrados. Si hubiera sucedido dos semanas atrás, la hubiera hecho la mujer más feliz del mundo; sin embargo ahora, después de conocer al encanto de su prometida y hacerse a la idea de ser solo amigos, aquel beso la hacía sentirse la mujer más rastrera del mundo.
-¿Quién te ha dicho que pintes el despacho de ese color tan horroroso? – tan inmersa se hallaba en sus pensamientos, que no se había percatado de la llegada de Fabián (Carlos Ponce), que se hallaba detrás de ella, mirando la estancia con el ceño fruncido. Camila (Ana Serradilla) se limita a mirarlo de reojo con fastidio antes de seguir con su tarea, con más ganas todavía. -¿Qué pasó? ¿Te volviste sorda o qué? – insiste visiblemente enojado al ver la estancia pintada de un rosa chillón.
-¿Quién es aquí la decoradora? – se limita a replicar Camila encogiéndose de hombros.
Fabián se apura en sacarle la brocha de las manos con brusquedad para echarla sobre el cubo de pintura.
-¡Tú serás la decoradora, pero yo soy el dueño y me niego a que pintes mi casa de rosa! – exclama visiblemente enojado.
-¿Qué pasó Fabiancito? ¿Acaso ves peligrar tu hombría por rodearte de un poco de colores vivos? - pregunta ella burlonamente.
-¿Qué demonios te pasa? ¿Es que acaso quieres volverme loco? – pregunta Fabián exasperado.
-¡Sí, eso es lo que quiero! Porque soy una persona horrible, eso es lo que soy – exclama Camila bruscamente, dándole un empujón para apartarlo y tratar de salir de la estancia. Fabián alcanza a agarrarla por la muñeca para voltearla hacia él.
-¡Óyeme! ¿Qué es lo que te pasa? Yo no he dicho que seas una persona horrible… - le aclara él, con preocupación.
-Déjalo, tú no lo entenderías – replica Camila con cansancio, tratando de soltarse.
-¿Por qué no lo intentas? – pregunta él con paciencia, acercando su rostro al suyo. Tratando de reconfortarla. Ella lo mira durante unos momentos, indecisa. Una parte de ella le gritaba que se alejara de allí lo más rápido posible, sin embargo, otra quería darle un voto de confianza. Quizás no le vendría mal confesar sus emociones con alguien que pudiera mostrarse imparcial.
-Soy una persona horrible – repite afligida antes de apoyar su frente contra el torso de Fabián. Él permanece bloqueado por su reacción, esperaba que le contara alguna de sus locuras, no aquel derroche de angustia.
-He de reconocer que estás un poco loca… pero tú no eres horrible… - termina por decir él, rodeándola entre sus brazos con cierta inseguridad.
-Sí lo soy, y no oses contradecirme si no quieres que te pinte las demás habitaciones de fosforito – lo amenaza sin apartarse de él, antes de romper a llorar con amargura. -¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? – se pregunta entre sollozos.
Fabián mira hacia el techo, haciendo acopio de paciencia para aguantar la pataleta de Camila, preguntándose por qué demonios se había ofrecido a consolarla.
LA PODEROSA
Se despierta angustiada, con el corazón desbocado por la tensión vivida en las pesadillas que la habían atormentado durante la noche. Se acaricia el rostro con nerviosismo mientras trata de recobrar el aliento. Las primeras luces del amanecer inundan la estancia. Mira a su alrededor desconcertada, se había quedado dormida mientras velaba el sueño de Mauricio. No recordaba haberse metido en la cama ni haberse desvestido. El otro lado de la cama se encontraba vacío, entonces repara en el sonido del agua correr que provenía del baño.
La puerta no tarda en abrirse y Mauricio sale vestido con los pantalones de un pijama mientras termina de secarse el cabello con una toalla.
-¿Una noche dura? – pregunta con cierta diversión mientras la observa sonriendo.
-¿Qué haces levantado? El médico te ordenó reposo hasta que la infección remita si no quieres que te ingrese – le reclama Regina molesta, incorporándose para buscar el termómetro en el cajón de la mesilla.
-Ya estoy perfectamente, una simple infección no puede conmigo – asegura Mauricio acercándose a ella.
-Haz el favor de dejar a un lado esa petulancia tuya, que hace apenas unas horas no eras más que un enclenque tirado en la cama – replica Regina agitando el termómetro.
-No seas… - Mauricio (Fernando Colunga) abre la boca dispuesto a protestar, momento que aprovecha Regina para meterle el termómetro en la boca.
-Ahora sé bueno y mantén la boquita cerrada hasta que te tome la temperatura – le aconseja Regina dándole palmaditas en la cara.
-Como sigas acercándote así, te aseguro que saldrá muy alta… - replica Mauricio con cierta dificultad.
-Eres un zalamero…- le regaña Regina. - ¿Fue así como le decías a mi cuñada? – pregunta con mordacidad, casi sin poder evitarlo. No podía apartar de su mente el hecho de que Mauricio había pasado la noche anterior fuera, probablemente con Nereida; y esa idea la atormentaba demasiado como para contenerse.
-Deja de comportarte como una loca celosa, ¿quieres? – le recrimina Mauricio con crudeza, sacando el termómetro de la boca.
-Y tú deja de comportarte como un patán – replica Regina pasando a su lado, dándole la espalda.
-¿Te estás dando cuenta de que te estás celando de que fuera a ver a una mujer que está convaleciente en una cama del hospital después de estar al borde de la muerte? – pregunta Mauricio, haciendo hincapié en sus palabras, con lentitud. Tratando de hacerle entender lo absurdo de la situación.
-Sí, puede que tengas razón… después de todo, teníais cosas que aclarar… - responde Regina afligida, dándole la espalda. Ella misma se sentía una arpía por reclamarle por aquello, después de todo, aquel no era un matrimonio corriente, en el que los esposos se debían fidelidad y lealtad; por mucho que en el fondo deseara que así fuera. – Sé que no tienes obligación ni intención de contarme tus planes; pero si me hubieras dicho a donde ibas nos habríamos evitado este mal momento – añade en un suspiro.
-Te lo habría dicho si no te hubieras enclaustrado con tu amiga en su cuarto a parlotear toda la noche – se justifica Mauricio, con tranquilidad.
-Si te sirve de algo, no fue mi intención quedarme toda la noche… me quedé dormida… - se disculpa Regina volteando para mirarlo a la cara, haciendo un puchero.
-Creo que no tiene caso seguir hablando del tema – afirma Mauricio acariciándose el puente de la nariz, visiblemente cansado por la situación.
-Sí, si que lo tiene… porque cada vez que trato de hablar contigo, de acercarme a ti, siento como si me golpeara contra un muro de acero… puede que para ti este matrimonio sea una farsa, que solo te interese mantenerme a tu lado para lograr tus intereses; pero yo ya estoy harta de este sin sentido, de no saber hacia donde va esto, de mortificarme pensando en si todavía sientes algo por Nereida y estás esperando a terminar tu “venganza” para regresar a su lado… - habla a borbotones, haciendo aspavientos con las manos. Era consciente de que estaba montando otra patética escenita, sacando a relucir sus sentimientos, ofreciéndoselos en bandeja de plata para no lograr nada a cambio. Se detiene para tomar aire, mirándolo con el corazón en la mano a la espera de su respuesta.
-Eres una tonta – es su seca respuesta.
-¿Cómo dices? – pregunta Regina casi sin aliento, totalmente aturdida.
-¿Es que acaso no te has dado cuenta? – pregunta él avanzando hacia ella, lentamente, como un león tanteando a su presa.
-No…no sé a qué te refieres… - tartamudea ella, cada vez más confundida.
-Que da igual lo que diga, lo que haga o a donde vaya… al final, siempre termino regresando a tu lado – sentencia Mauricio mirándola fijamente, con una intensidad abrumadora.
De pronto, se siente incapaz de articular palabra, solo alcanza a mirarlo sin poder dar crédito a aquellas palabras que habían llegado al fondo de su alma, provocando en ella una sacudida de emociones que revoloteaban en su estómago, haciéndola sentir como en una nube.
Sonríe conmovida antes de impulsarse hacia él para rodearlo con sus brazos y unir sus labios con los de él en con urgencia, rindiéndose entre sus brazos a la más fervorosa pasión.
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