CAPÍTULO XXXXIII
LA PODEROSA
Observa con fingido interés el líquido ambarino que danzaba en el vaso que sostenía en la mano. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces lo había rellenado, solo sabía que no habían sido las suficientes como para hacer desaparecer aquella maldita desazón que lo abrumaba desde la partida de Regina.
Se encuentra tan obnubilado en sus propios pensamientos que ni siquiera se percata de la entrada en el despacho de Modesta (Ana Martín), quien se aproxima a él con una mueca de desaprobación en el rostro.
-¿Acaso te crees que ese veneno te va a ayudar a olvidarte de lo patán que te has vuelto? – pregunta Modesta, captando su atención.
-Me gustaría estar solo, gracias – replica Mauricio (Fernando Colunga) con sequedad.
-Déjame recordarte, que como bien dijiste esta mañana, te he cambiado los pañales de niño, así que me veo en la obligación de intervenir antes de que termines por destruir lo poco verdadero que queda en tu vida… - asegura Modesta quitándole el vaso de la mano.
-¿Qué sabrás tú? – protesta Mauricio molesto, arrastrando las palabras.
-Quizás sea una mujer inculta e ignorante… pero no hace falta ser bien instruida para ver que estás echando a la basura tu última oportunidad de ser feliz – responde Modesta tomando asiento frente a él - ¿por qué no dejas de recrearte en tu resentimiento y tratas de aclarar las cosas? ¿Qué tal si Saúl no fue el que disparó a su papá? – insiste.
-Por favor, no necesito más defensoras de Saúl… tú misma viste el monstruo en el que se transformó ese día… - replica Mauricio molesto.
-Sí… lo vi, lo temí… pero aún así, no lo creo capaz de tal vileza… - asegura Modesta – Saúl siempre fue muy temperamental y caprichoso, para él era mucha la presión que sentía por parte de su abuelo y de su padre para que fuera un digno heredero de la Poderosa… pero tú bien sabes que en el fondo era un buen muchacho, leal con los suyos… a ti te adoraba, para él eras como un hermano el único que lo entendía y que no lo juzgaba, por eso tu traición le dolió tanto – añade apenada.
Mauricio vacía el contenido del vaso de un trago, dejando que el líquido ambarino le rasgue la garganta, hasta llegar a su pecho. Deseaba con todas sus fuerzas emborracharse hasta perder la consciencia para así dejar de pensar y… sentir.
Modesta le agarra la mano para apretarla con cariño, tratando de infundirle ánimos.
-Vamos, trae de vuelta a aquel muchacho noble, generoso y alegre… despréndete de esa amargura que te envenena el alma y vete para la capital a recuperar tu vida – le aconseja con dulzura.
-No es tan fácil – replica Mauricio con sequedad. – Por más que lo intento, no logro apartarme la imagen de mi padre muriendo en mis brazos, sin que pudiera hacer nada… - añade entre dientes.
-Estoy segura de que a tu padre no le gustaría ver en lo que te has convertido… él querría que rehicieras tu vida y fueras feliz, y si de veras quieres hacerle justicia, habla con Saúl y enfrenta la verdad de lo que sucedió – sentencia Modesta antes de levantarse y darle un cariñoso beso en la frente antes de abandonar la estancia.
Un hondo suspiro se escapa de lo profundo del alma de Mauricio, antes de que deje caer su cabeza sobre sus brazos cruzados sobre la mesa, perdiéndose entre sus demonios dudando entre combatirlos o reunirse con ellos.
MÉXICO D.F.
Lanza sobre la mesa con desdén la carpeta con los documentos que acababa de hojear. Aquello había sido como un jarrón de agua fría, después de todas las esperanzas que había puesto en ello.
-¡No me puedo creer que esto haya sido lo mejor que pudiste conseguir! – exclama Cecilia (María Sorté) airada mientras comenzaba a andar de un lado a otro, tratando de apaciguar sus ánimos.
-Cecilia, por favor… he buscado al mejor detective que conozco. Al parecer no hay nada oscuro detrás de ese tal Mauricio Galván… ha conseguido cuadriplicar con maestría una pequeña herencia que le dejó el dueño del rancho en el que trabajaba cuando llegó a los EE. UU. – trata de calmarla Higinio (Humerto Zurita). Había temido aquel encuentro desde su reunión con el detective, sabía que Cecilia se iba a sentir frustrada y que eso afectaría a su delicado estado nervioso. Se acerca a ella para tomarlo por los hombros. – Cecilia, tranquilízate, hace poco que has sufrido un ataque de ansiedad, así que no sería conveniente que te alteres – añade acariciándole los hombros con cariño.
-Es que me cuesta creer que haya logrado todo lo que tiene por sí mismo… tiene que haber algo más – asegura Cecilia con frustración. – No puede ser que ese hombre vuelva a nuestras vidas para echarlas por tierra y que no tenga ningún punto débil al que aferrarnos para detenerlo – añade sollozando.
-Encontraremos alguna forma de alejarlo de vuestras vidas… no te preocupes… - la consuela Higinio.
Ella se separa de él, pensativa.
-Quizás aquella muchacha pueda ayudarnos… - murmura con una nueva esperanza.
-¿Qué muchacha? – pregunta Higinio.
-¿Cómo no lo pensé antes? – se pregunta, molesta consigo misma por su distracción. Vuelve su atención hacia Higinio de nuevo. – La antigua novia de ese hombre, ella vino a verme la noche que estuve en el hospital, fue ella quien me dijo que lo único que le interesaba a Mauricio de mi hija eran sus tierras… la pobre incluso llegó a tratar de cortarse las venas por culpa de ese mal nacido – asegura con desprecio.
-En ese caso, no perdamos tiempo, ¿sabes como ponerte en contacto con ella? – pregunta Higinio dirigiéndose hacia el teléfono.
-Según me dijo, tenía intención de instalarse en la pensión del pueblo cuando le dieran el alta… será mejor que llamemos a información – responde Cecilia colocándose al lado de Higinio. Estaba dispuesta a llamar al as puertas que hiciera falta y buscar aliados hasta debajo de las piedras en su guerra contra Mauricio Galván.
Deja la maleta sobre el frío suelo de mármol, embargada por el silencio glacial que reinaba en la que hasta hace pocas semanas había considerado su hogar feliz. Sin embargo ahora las cosas habían cambiado, ya apenas nada quedaba de la familia unida que había tenido un día. Se entristece al echar la mirada hacia atrás y recordar los momentos felices vividos entre aquellas cuatro paredes.
-Señorita Regina – la vieja criada se asoma desde la cocina, alertada por el sonido de la puerta al abrirse, su rostro se ilumina al reconocer a la recién llegada.
-Chela, ¿cómo has estado? – pregunta Regina (Michelle Vargas) avanzando para darle un afectuoso abrazo.
-Echándola muchísimo de menos, señorita… ¡qué alegría tenerla de regreso! – exclama emocionada.
-Gracias, Chela… ¿Dónde está todo el mundo? – pregunta mirando a su alrededor.
-Su mamá está en el hospital con su hermano, señorita – responde.
-¿Y mi papá? – pregunta con preocupación, embargada por una sensación extraña de que había sucedido algo que desconocía.
-Su papá ya no vive en esta casa, señorita… se fue a vivir al departamento de soltero de su hermano – responde Chela sin poder ocultar su tristeza.
-¿Cómo que ya no vive aquí? – pregunta Regina, alarmada.
-Ay señorita, no sé que decirle… solo sé su padre vino ayer a por una maleta de ropa y me dijo que se iba para el departamento, que era lo mejor para esta familia – responde Chela con nerviosismo.
-¡No puede ser! – exclama Regina llevándose las manos al pecho, con tristeza.
El sonido de la puerta al cerrarse llama la atención de las dos mujeres. El corazón de Regina salta de alegría al ver al que consideraba su padre frente a ella. Corre a su encuentro olvidando el motivo de su tristeza para buscar cobijo y calor entre sus brazos.
-¡Papá! – exclama sin poder contener las lágrimas de emoción.
-¡Regina, mi niña, qué grata sorpresa encontrarte aquí! – exclama Julio (Otto Sirgo) apretándola contra su pecho. – No sabes la falta que me has hecho todo este tiempo… - añade emocionado. – Lamento no haber podido ir a la hacienda, como te prometí – se disculpa con tristeza.
-No te preocupes por eso… había muchas cosas que necesitaban tu atención aquí… - asegura Regina. Alza su rostro para mirarlo. – Yo lamento no haber venido antes – se disculpa.
Chela se retira de la estancia sigilosamente, consciente de que había muchas cosas que debían decirse padre e hija.
-No tiene caso, ahora lo importante es que estás aquí… para poder hablar con calma… - dice Julio sonriendo, acariciándole el rostro.
-Sí… hay muchas cosas que necesito saber… como por ejemplo el motivo por el que ya no vives en esta casa… - dice Regina preocupada.
-Será mejor que nos sentemos para hablar con calma… porque es una historia muy larga – asegura Julio tomando a su hija de la mano para conducirla hasta el sofá. Ambos necesitaban un tiempo a solas, para poder vaciar su alma, y reconfortarse mutuamente, como siempre habían hecho. Eran dos almas torturadas necesitadas de un consuelo que muy pocos podrían darle.
Al día siguiente…
En la silla de al lado reposaban las bolsas que contenían los retales de la que sería su nueva vida. Había pasado una agradable mañana de compras con Adelaida (Marisol Olmos) para renovar su vestuario y refinar su estilo, atrás quedaría la pobre muchacha pueblerina e ignorante para darle paso a una mujer estudiosa y segura de sí misma.
Por primera vez se sentía libre y dueña de su vida; al fin tenía fuerzas para salir adelante y esperanzas de encontrar una vida mejor, y todo gracias a Juan que la había dejado en manos de aquella mujer alegre, vital y optimista que había logrado con sus consejos que comenzara a quererse más a sí misma.
Adelaida le había contado que en un pasado había sido criada en La Poderosa pero que un día había decidido día dejarlo todo para buscar una mejor vida en la capital, lo cual había logrado después de mucho esfuerzo y sufrimiento. Ahora era una mujer independiente, con su puesto de responsabilidad como administradora en una fábrica de cerámica.
-Será mejor que te tomes tú café antes de que se enfríe – la advertencia de Adelaida la saca de sus ensoñaciones. Rufina (Carolina Gaitán) sonríe tímidamente.
-Lo siento, ando distraída… - se disculpa mientras comienza a remover su taza de café. Las dos mujeres se hallan en una concurrida cafetería situada en un gran centro comercial.
-Oh, así andas desde que llegaste, querida… pero no te preocupes, pronto tendrás tantas cosas que hacer que ni te acordarás de lo que pasó en esa hacienda, créeme – asegura Adelaida antes de darle un sorbo a su café. –Es lo bueno que tienen las grandes ciudades, hay tanta vida, tanto movimiento, tantas cosas que descubrir, que no hay tiempo para pensar siquiera – añade divertida.
-Eso espero – susurra Rufina, aunque sospechaba que hiciera lo que hiciera, nada podría borrar el horror de lo vivido al lado de Ícaro Sanromán; a lo máximo que aspiraba era a aprender a vivir con ello sin que interfiriera en su vida. Alza su mirada para observar con atención a Adelaida, viéndola tan elegante y segura de sí misma costaba creer que un día fuera una muchachita de campo. –Adelaida… Puedo hacerte una pregunta… - dice al fin, tímidamente.
-Claro, adelante…
-Tú… tú… ¿por qué te fuiste de La Poderosa? – pregunta dudosa, consciente que a Adelaida no le gustaba en demasía hablar de su vida en aquella hacienda, decía que eso pertenecía al pasado y que no tenía caso hablar de ello.
En ese momento es Adelaida quien deja que su mente vuele lejos de aquel lugar, para transportarla a un pasado lejano que un día decidió dejar atrás. La nostalgia por los días pasados en aquel lugar la invade para conducirla hasta el momento que marcó su vida para siempre. El sonido de aquel disparo retumba en su mente y de nuevo parece invadirla el terror que sintió aquel día.
Su rostro se contrae en una mueca de dolor y con manos temblorosas agarra la taza de café para darle otro sorbo.
-Discúlpame… no fue mi intención – Rufina se afana, apenada, en tratar de reconfortarla, tomándole la mano en un intento de tranquilizarla.
-No… no te preocupes… puede que después de todo, haya cosas que no se pueden dejar atrás… - susurra con tristeza mientras recupera el control sobre su cuerpo.
-Tú… tú también huiste de un mal hombre… - susurra Rufina acercando su rostro al de ella, para que nadie más pudiera escucharla. Adelaida sonríe con tristeza mientras niega con la cabeza.
-Yo me fui porque comprendí que en aquel lugar nunca dejaría de reinar la barbarie – afirma Adelaida con pesar. – Pero ya dejemos de hablar de ese lugar, y ya vamos que tienes cita en la esteticien en veinte minutos – añade dándole una palmadita en la mano antes de incorporarse.
-Claro… - Rufina se incorpora y recoge las bolsas para seguirla, consciente de que cada vez sentía una mayor admiración por aquella mujer, que había logrado recomponer su vida después de una experiencia traumática, que esperaba compartiera con ella en algún momento.
Marisol del Olmo es Adelaida
Cada paso suponía una dolorosa agonía para su cuerpo magullado, no por nada el doctor le había obligado a guardar cama al menos una semana más. Sin embargo, no podría aguantar tanto tiempo postrada y hundida en la más profunda tristeza, esperando una respuesta por parte de Saúl. Llamarlo por teléfono no era una opción, ya que nunca respondía él. Así que no le había quedado más remedio que tomar una decisión un tanto arriesgada. Había esperado a la hora después del reparto de la comida y la medicación, cuando sabía que las enfermeras se tomaban un pequeño descanso para disfrutar de su cafecito; para salir de la habitación en búsqueda de su esquivo marido.
Logra abrir la puerta con dificultad, rezando en silencio para encontrárselo solo. Enseguida lo ve, sentado en la cama, hojeando sin mucho interés una revista. Se veía más delgado y demacrado, como si gran parte de su imponente presencia se hubiera desvanecido en aquel accidente.
Él alza la vista al escuchar la puerta y en su rostro se vislumbra con claridad la consternación que su presencia le producía.
-No deberías de estar aquí… - alcanza a decir Saúl (Eduardo Santamarina) evadiendo su mirada.
-Y tú no deberías evadirme después de haber presentar la demanda de divorcio a traición – replica Nereida con solemnidad cerrando la puerta tras de sí.
-Es lo mejor para los dos… y lo sabes… hemos perdido demasiado tiempo aparentando que esta relación podía ir a alguna parte… - asegura Saúl sin fuerzas para mirarla a la cara.
-Soy consciente de que nuestro matrimonio nunca fue un camino de rosas precisamente… pero hemos vivido muchas cosas juntos como para terminar de esta manera, sin siquiera mirarnos a los ojos – replica Nereida avanzando hacia la cama, con una mueca de dolor.
-No deberías haber venido… - la regaña Saúl sin poder ocultar su preocupación. – Avisaré a la enfermera para que te ayude a regresar… - añade alzando la mano para buscar el timbre, pero Nereida alcanza a posar su mano sobre la suya, para detenerlo.
-De aquí no me muevo hasta que me digas el por qué de tu actitud… si tanto decías amarme, ¿por qué me desprecias ahora? – pregunta Nereida fijando su intensa mirada en él.
-Me he dado cuenta de que ya no te quiero… esa es la razón – responde Saúl con sequedad, mirando hacia el suelo. Nereida le toma la barbilla entre sus dedos y alza su rostro, obligándolo a mirarla.
-¿Sabes qué? No te creo, mírame a los ojos y dime cual es la razón por la que quieres apartarme de tu vida – le exige. El corazón de Saúl está a punto de salírsele por la boca por las ganas que tenía de perderse en aquellos hermosos ojos verdes que lo miraban con insistencia. Traga saliva con dificultad antes de apartar la mano de ella de su rostro, en un esfuerzo sobrehumano.
-No insistas, no soy bueno para ti – responde al fin, con tristeza.
-Eso tendría que decidirlo yo, ¿no crees? – insiste Nereida, sacando fuerzas de flaqueza para no perder los nervios.
-Por favor, de sobra sabes que lo único que sabemos es hacernos daño el uno al otro… yo jamás he recuperado completamente la confianza en ti… y tú… - se detiene para tragar saliva con dificultad y contener el dolor que se extendía por sus entrañas – tú jamás has logrado amarme como yo a ti – al fin había logrado el valor suficiente para decir en alto aquella verdad que ambos sabían, pero que ninguno había sido capaz de confesar.
-Saúl… yo… - murmura Nereida con voz temblorosa.
-Déjalo, ¿quieres? Al fin te dejo libre para que busques a ese mal nacido si quieres, ya no me importa… vete con él y aléjalo de mi familia para siempre – le ordena Saúl con una frialdad que estaba lejos de sentir. – Yo he decidido rehacer mi vida, éste accidente me ha hecho reflexionar; tenemos una nueva oportunidad y no deberíamos desaprovecharla – añade.
Nereida se aleja de él unos pasos, todavía aturdida por la magnitud del cambio que estaba a punto de sufrir su vida. Era consciente de que Saúl tenía razón, quizás eso fuera lo mejor, después de todo por más que había intentado, no había logrado amarlo tanto como a Mauricio. Sin embargo, la idea de alejarse de él se le antojaba demasiado extraña y dolorosa. Se había hecho a la idea a pasar toda la vida a su lado y pensar en que a partir de ahora sus caminos se separarían, la asustaba demasiado.
-Será mejor… que… que me vaya antes de que venga alguien… - tartamudea Nereida, sin poder ocultar sus nervios. Avanza con dificultad hacia la puerta.
-Espera un momento – se detiene al escuchar la voz de Saúl, voltea parar mirarlo. – Solo te pido una cosa… perdóname por todo el mal que te he hice por culpa de mis celos; al fin comprendí que nunca es bueno forzar las cosas – la mirada suplicante le encoge el corazón. Allí frente a ella tenía al hombre altivo, orgulloso y colérico que hasta ahora era su marido, ahora derrotado, tal parecía un niño vulnerable que le provocaba ganas de abrazar y consolar.
-Te perdono, Saúl – sentencia ella con emoción contenida. – Deseo que seas feliz en tu nueva vida – añade tratando de contener el llanto antes de salir de la habitación demasiado deprisa para su estado.
Cierra la puerta y se lleva la mano al pecho mientras de deja caer al suelo, derrotada y hundida. No solo era el dolor de su cuerpo el que la había derrotado, sino el dolor del alma.
Mientras al otro lado de la puerta, un hombre desolado dejaba que las lágrimas brotaran de sus ojos desconsoladamente.
Sale de la habitación en la que se había pasado gran parte del día para tomar la llamada.
-¿Bueno? – su voz detonaba cansancio y aflicción.
-Camila, soy yo… Miguel Ángel – el corazón de Camila (Ana Serradilla) da un vuelco al escuchar su voz. – Me he enterado de que te has ido para el distrito federal y quería saber si fue por lo que sucedió entre nosotros, porque si es así… - comienza a decir apresuradamente Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán).
-Miguel Ángel… - lo interrumpe ella – no te preocupes, tú no eres el motivo de mi precipitada huida… - añade, se acaricia la frente mientras suspira, dudosa de si contarle el motivo de su viaje, por un lado Miguel Ángel era un buen amigo, pero por otro, temía depender emocionalmente de él, abrirle su corazón para luego volver a sufrir – lo cierto es que mi tía está hospitalizada, un coche la arrolló hace un par de días – le confiesa al fin.
-Oh, vaya… no sabes como lo lamento… ¿cómo está ella? – pregunta Miguel Ángel, afectado.
-Bien, no ha sido muy grave, el coche iba despacio y solo está un poco magullada… lo peor es el motivo por el que fue atropellada – responde Camila conmocionada, tratando de mantener la compostura.
-Camila, sabes que puedes contarme lo que quieras… pase lo que pase, soy tu amigo – dice Miguel Ángel.
Camila suspira hondo y se deja caer sobre la fría silla de plástico de la sala de espera, tratando de contener las lágrimas.
-Mi tía… mi tía tiene alzheimer… al parecer llevaba varias semanas comportándose de manera extraña… lo cierto es que últimamente le costaba recordar algunas cosas, aunque no era nada preocupante… pero al parecer en las últimas semanas la cosa fue empeorando, ya ni siquiera hacía las labores del hogar… pero claro, nadie se daba cuenta porque era yo la que vivía con ella y no estaba allí para verlo… todo esto es culpa mía, jamás debí dejarla tanto tiempo sola - le confiesa Camila comenzando a sollozar, la culpa le pesaba como una losa, oprimiéndole el pecho. Su tía siempre había estado allí para ella cuando su madre la hizo a un lado para vivir una vida llena de viajes y aventuras después del divorcio; y ella no había estado allí para ella cuando más la necesitaba.
-Camila, tú no tienes la culpa… no sabías que tu tía estaba mal… - trata de reconfortarla Miguel Ángel.
-Gracias por tus palabras Miguel Ángel… pero ahora, tengo que dejarte, en breve le traerán la cena… - lo interrumpe ella para cortar la llamada, no quería seguir desahogando sus penas con Miguel Ángel; sentía como si él pudiera llegar hasta el fondo de su alma y la hacía sentirse vulnerable. Y sobretodo, no quería tener más motivos para amarlo más de lo que ya lo hacía.
Ahora tenía que centrar su atención en su tía, dedicarse a ella y así quizás podría comenzar a olvidarse de aquel amor prohibido.
Entra con sigilo en la habitación del hospital, había esperado que su madre volviera a casa para ir a ver a su hermano, ya que no quería que ella escuchara lo que tenía que hablar con él. Ya su relación estaba lo suficientemente deteriorada – apenas se dirigían palabra y evitaban cruzarse por los pasillos de la casa – como para que empeorara todavía más si se enteraba de sus propósitos.
No había sabido nada de Mauricio desde que se fuera de la hacienda, pero en el fondo todavía conservaba la esperanza de que recapacitara y la alcanzara en la capital, para hacerle frente a la verdad.
Saúl (Eduardo Santamarina) permanecía con los ojos cerrados, como si estuviera dormido, pero ella lo conocía lo suficiente para saber que no era así.
-Saúl… - dice su nombre con delicadeza, procurando no alarmarlo.
Él abre sus ojos para mirarla, su rostro se ilumina al ver su rostro.
-¡Regina! – exclama emocionado. Regina (Michelle Vargas) sonríe levemente antes de acercarse a él para abrazarlo con fuerza. Allí estaba su hermano, al que adoraba, al que echaba de menos y al que no podía creer un asesino.
De pronto nota una creciente humedad que recorre su hombro y entonces se da cuenta de Saúl había comenzado a llorar. Lo aprieta más contra sí mientras acaricia su espalda y comienza a arrullarlo, tarareando las mismas nanas que él le cantaba cuando era pequeña y tenía pesadillas que le impedían dormir.
Era consciente del motivo de sus lágrimas, ya que se había pasado gran parte de la noche hablando con su padre quien le había puesto al día de todo lo acontecido en su ausencia, desde su recién descubierta paternidad hasta la decisión de Saúl de divorciarse de Nereida.
Saúl se aferra con su brazo sano a su hermana, dejando que su dulce voz consuele su alma torturada.
-Todo irá bien, ya lo verás – le susurra ella con cariño, depositando besos sobre su cabello y arrullándolo como si fuera un niño. Era consciente de que su hermano estaba destrozado y no era el momento de hacerle la pregunta de la que dependía su propia felicidad con el hombre que amaba.
Al día siguiente…
Las dos amigas permanecían absortas en sus propios pensamientos mientras daban cuenta de su pobre desayuno en la cafetería del hospital.
-Todavía no me puedo creer que mi tía algún día se olvidará hasta de mí – se lamenta Camila (Ana Serradilla) conmocionada, rompiendo el silencio. Regina estira la mano para tomar la de Camila entre la suya y apretarla con cariño.
-Todavía es muy pronto, según el doctor está en las primeras fases, con el tratamiento adecuado puede que logren retrasar el avance de la enfermedad… - trata de reconfortarla Regina (Michelle Vargas).
-Sí, lo sé… pero es que… no sé si tendré fuerzas para ver como se va deteriorando… siempre ha sido una mujer fuerte, con carácter… y ahora… ¿qué va a ser de ella ahora? Yo soy lo único que tiene y dudo que sea tan fuerte… – pregunta Camila sollozando.
-Shhhh, yo voy a estar contigo… no voy a dejarte sola – le asegura Regina.
-Te lo agradezco… pero tú tienes muchas cosas de las que ocuparte… tienes tu hacienda, una madre desquiciada, un hermano depresivo y un marido atormentado… creo que me ganas por goleada – reflexiona Camila, provocando la risa de las dos amigas.
-Camila, somos amigas… y estamos para apoyarnos en lo bueno y en lo malo… así que estaré contigo a menos que me eches de tu lado, y aún así… seguiré a tu lado – le asegura Regina. Camila le devuelve una sonrisa sincera y agradecida. - ¿Has logrado hablar con tu madre? – pregunta.
-No; tiene su celular apagado… según mi últimas informaciones está en Milán con su nuevo amante… le he dejado un mensaje en el contestador – responde Camila con tristeza. – Y tú, ¿ya has decidido cuando le vas a hacer la gran pregunta a tu hermano? – pregunta.
-Hoy parece que se ha despertado más animado… así que puede que hoy despeje la duda que me está corroyendo por dentro – responde Regina con pesar.
-Si quieres que te diga la verdad, yo tampoco creo que tu hermano fuera el que le disparó al papá de Mauricio – asegura Camila.
-Señorita Montesinos – una enfermera se acerca a su mesa visiblemente alterada.
-¿Qué ocurre? – pregunta Regina alarmada.
-Su hermano ha sufrido una hemorragia interna, al parecer en el accidente le ocasionó un coágulo que le afecta al funcionamiento del bazo y tenemos que intervenirlo de urgencia, para eso necesitamos una transfusión de sangre y puesto que usted es su hermana así que es probable que comparta el mismo tipo sanguíneo, por lo que queríamos saber si quiere donarle sangre a su hermano – le informa la enfermera.
-Cla… claro… vamos, - Regina se incorpora como impulsada por un resorte, dispuesta a seguir a la enfermera, con el corazón en un puño.
-Yo también voy, quizás mi sangre también sea compatible – afirma Camila saliendo detrás de ellas.
Tiempo más tarde…
Avanza apresuradamente por los pasillos del hospital, con el corazón en un puño, rezando para sus adentros que todo saliera bien; no podía perder a su hijo, la sola idea la aterraba y le cortaba la respiración.
Se detiene súbitamente al ver a Regina (Michelle Vargas), frente a la puerta del quirófano donde en ese momento estaban interviniendo a su hermano. Estaba apoyada contra la pared con la mirada perdida, mientras se sujetaba el algodón contra la cara interna del brazo donde debían de haberle sacado sangre.
-¿Cómo va la operación? – pregunta Cecilia (María Sorté) casi sin aliento.
Regina alza su mirada perdida para observarla sin ganas. Su rostro reflejaba una especie de consternación y tristeza.
-Creo que ya sé porque mi abuelo me dejó la hacienda a mí y no a mi hermano… Saúl no es hijo de Braulio Montesinos, ¿no es cierto? – pregunta Regina casi sin fuerzas.
-¿Qué demonios estás diciendo? – pregunta Cecilia casi sin aliento, con el corazón desbocado.
-He tratado de donarle sangre a mi hermano, pero no he podido… mi sangre no es compatible ya que al parecer solo debemos de compartir un progenitor – responde Regina clavando la mirada en su madre.
Cecilia avanza unos pasos hacia atrás incapaz de sostenerle la mirada a su hija.
-Dime la verdad, mamá… ¿acaso es ese el secreto que tanto guardas? ¿Qué Saúl no es un auténtico Montesinos? ¿Es esa verdad la que tanto temías que saliera a la luz? – insiste Regina con la voz entrecortada.
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