viernes, 30 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 45

CAPÍTULO XXXXV











MÉXICO D.F.



Mira de nuevo el reloj mientras espera la llegada del bus. Todavía brillaba en su rostro la sonrisa de satisfacción con la que había salido de su primera clase en la escuela nocturna después de recibir la felicitación por parte de su profesor por resolver tan rápidamente un problema de matemáticas.
Comenzaba a disfrutar  sin miedo de las ventajas de su nueva vida, ya no sentía vergüenza o pena por sí misma. Adelaida tenía razón, en la capital había tantas cosas por hacer y llegaba tan rendida por las noches, que apenas echaba la mirada hacia atrás para revivir su lenta agonía en la casa de aquel demonio. Si bien era consciente de que algún día tendría que volver para hacerle frente y hacerle pagar por sus fechorías; por el momento no quería  ni tenía por qué pensar en ello.


El sonido de una música estridente invadía el lugar cada vez que se abre la puerta de un club cercano de donde entraban y salían hombres  bien vestidos, muchas veces acompañados por mujeres espectaculares y ligeras de ropa.
No puede evitar fijar su mirada en aquellas mujeres que vendían su cuerpo al mejor postor y que, sin embargo, reían abiertamente y parecían disfrutar engatusando a aquellos hombres que no dudaban en recorrer sus cuerpos con sus asquerosas manos sin ningún pudor en medio de la calle. ¿Cómo podían vender su cuerpo de aquella manera, dejar que las manosearan y vejaran y luego mirarse al espejo? 


De pronto siente como su corazón comienza a desbocarse y una terrible ansiedad se instala en su pecho dificultándole la respiración al descubrir la identidad del hombre que acababa de salir del local. Los libros caen a sus pies al igual que todas aquellas esperanzas e ilusiones que se había permitido sentir en aquellos días de dicha.
Se apoya contra la parada en un intento de no caerse  ya que sus piernas parecían haberse convertido en gelatina y se le antojaba casi imposible mantenerse en pie.


-¿Te encuentras bien, muchacha? – escucha una voz rasposa de mujer, sin embargo no consigue enfocar la visión para poder ver su rostro. De pronto todo se vuelve oscuro, tenebroso, asfixiante… el aire se le antojaba demasiado denso para sus pulmones.


-No… puedo… respirar… - consigue tartamudear con la debilidad propia de un condenado a muerte que ha dejado atrás todo atisbo de esperanza; antes de abandonarse a la inconsciencia.





A la mañana siguiente…



Deja que el agua fría recorra su rostro, tratando de atenuar  los estragos de una noche en vela, carcomida por la preocupación.
Él se había ido, después de compartir con él su temor, la había dejado sola en aquel apartamento que se le antojaba demasiado claustrofóbico en aquellos momentos. Ni siquiera se había llevado su celular, dejando claro que no quería ser encontrado; nuevamente se había encerrado en sí mismo, levantando a su alrededor aquel muro de acero para que nadie pudiera llegar hasta el fondo de su alma martirizada. Lo había visto en su rostro nada más escuchar sus palabras.


Observa la imagen pálida y demacrada que le ofrece el espejo al tiempo que emite un hondo suspiro de resignación. Jamás en su vida se había sentido tan perdida como en aquel momento. Quería creer que todo era un mal sueño, que esto no le estaba sucediendo; pero cuanto antes aprendiera a afrontar la dura realidad, antes podría tratar de buscar una solución para que aquella realidad no terminara por destruir sus vidas.


Sale del baño con la determinación  dibujada en su rostro y agarra su bolso antes de abandonar aquel apartamento en un suspiro; decidida a aclarar las cosas de una vez por todas.







Las primeras luces del alba lo habían sorprendido caminando hacia ningún destino concreto. Sus piernas entumecidas comenzaban a resentirse después de una larga noche recorriendo la ciudad, sin rumbo fijo. Era como si hubiera viajado en el tiempo hasta aquella fatídica noche, tras la muerte de su padre; donde el ansia de avanzar era lo único que había logrado apaciguar aquel dolor atronador que le partía en dos el alma.
Después de la revelación de Regina, caminar hasta la extenuación era lo único que podía hacer para tratar de mantener algo de cordura en medio de toda aquella locura que se le antojaba demasiado cruel como para aceptarla.

Sigue avanzando perdido en sus pensamientos, tratando de encontrar razones para negar aquella absurda posibilidad. De pronto se detiene para observar fijamente la puerta que se alza ante él, el único obstáculo que lo separa del hombre en el que había concentrado su odio y sus ganas de revancha, el mismo que podía ser su hermano, sangre de su sangre.
Traga saliva con dificultad, tratando de deshacerse del nudo que tenía en la garganta y acerca su mano, un tanto temblorosa, al pomo de la puerta; dispuesto a hacerle frente de una vez por todas a aquel miedo que lo paralizaba.


-¿Mauricio? – el sonido de una voz conocida a sus espaldas interrumpe su movimiento. - ¿Eres tú? – insiste.


Carraspea, un tanto incómodo, antes de voltearse para encontrarse con un rostro vagamente familiar, que evocaba viejas imágenes de una vida lejana, en donde era un muchacho feliz y despreocupado.


-¡No puedo creer que seas tú! – exclama Adelaida (Marisol del Olmo) sin poder ocultar su emoción antes estrechar  a un desconcertado Mauricio (Fernando Colunga) entre sus brazos, hundiendo su rostro en el hueco de su cuello, tratando de recuperar viejas emociones enterradas en el olvido. Sin embargo él permanece impasible, todavía desconcertado por el inesperado encuentro. –Pero dime… ¿qué ha sido de tu vida en todo este tiempo? – pregunta ella separándose finalmente de él tratando de disimular su decepción, ante la falta de respuesta de él.


-Lo lamento… me resulta extraño encontrarte aquí… - responde él, aturdido.


-Te entiendo, después de todo han pasado… ¿cuánto? ¿13 años? – pregunta Adelaida riendo tontamente y restándole importancia con la mano.


-Sí… 13 años… - afirma Mauricio en un susurro, tratando de no volver la vista atrás hacia aquellos tiempos.


-Lo cierto es que no he podido dejar de pensar en ti en todo este tiempo… en la forma tan precipitada en la que me fui de la hacienda la noche del entierro de don Braulio, sin despedirme… - el rostro de Adelaida se tiñe de tristeza y arrepentimiento al recordar su última noche en aquel lugar y su cobardía. De pronto la sorpresa se hace evidente en los ojos de Mauricio.


-¿Tú también te fuiste de la hacienda aquella noche? – pregunta sin ocultar su asombro.


-Sí… lo que ocurrió aquel día me hizo entender que en aquellas tierras nunca dejaría de reinar la barbarie… - responde Adelaida con tristeza – así que agarré mis cosas y decidí abandonarlo todo sin mirar atrás – añade.


-¿Te refieres a mi pelea con Saúl? – pregunta Mauricio con inquietud.


-No… - responde Adelaida con tristeza, se acerca unos pasos hacia él para tomar su mano entre la suya, incapaz de mirarlo a los ojos. – Lo cierto es que todo este tiempo he cargado con un gran peso en la conciencia… fui una cobarde por huir y tratar de olvidar… pero no puedo callar por más tiempo… necesito vivir en paz conmigo misma y jamás podré hacerlo sin confesar lo que vi aquella noche… y la verdad que agradezco a la Virgencita que te pusiera en mi camino, para así poder redimirme…- añade compungida.


-¿De qué estás hablando, Adelaida? – pregunta Mauricio cada vez más turbado.


-De la injusticia que cometieron con tu padre… - responde ella mirándolo al fin, con los ojos bañados en lágrimas.








Cierra la puerta tras de sí, situándose frente a ella para impedir cualquier intento de salida por parte de su madre, quien en ese momento termina de colocarse los pendientes frente al espejo, con suma calma, tratando de aparentar una indiferencia que estaba lejos de sentir.


-¿Qué crees que estás haciendo? – pregunta Cecilia (María Sorté) con desdén al tiempo que voltea para encarar a su hija, tratando de no reparar en su rostro ojeroso.


-Lo que debería haber hecho desde un principio… asegurarme de que no te vayas de aquí hasta que me digas toda la verdad… - responde Regina (Michelle Vargas) alzando el mentón con orgullo, mostrando una seguridad arrolladora; ya no estaba dispuesta en caer en los juegos de su madre ni dejarse embaucar, había demasiadas vidas en juego como para andarse con tonterías. –Se trata de Romualdo Galván… él es el padre de Saúl, es por eso que te preocupa tanto la vuelta de Mauricio, porque temías que saliera a la luz tu secreto, ¿no es cierto? – insiste Regina con un tono acusatorio.


-No sé de qué estás hablando – replica Cecilia encogiéndose de hombros.


-Por favor, deja ya de fingir… sabes perfectamente que estoy en lo cierto – le reclama Regina con tirantez. –Todo este tiempo has dejado que mi hermano y Mauricio se odiaran a muerte a pesar de ser hermanos, ¿cómo has podido? – insiste dolida.


-Yo no tengo por qué preocuparme por los sentimientos de un vulgar hijo de peón, así que haz el favor y apártate de la puerta, solo estás haciendo el ridículo y retrasándome – le exige Cecilia sin siquiera mirarla.


-¿Tuviste que ver con la muerte de Romualdo? – la cruda pregunta brota de sus labios como una exhalación, aquella idea rondaba su mente desde la noche anterior, martirizándola sin piedad. Las ansias por conocer la verdad se sumaban al miedo de descubrir una realidad a la que no sabría como hacer frente.


La expresión de Cecilia se desfigura en una mueca de conmoción, en un segundo se derriba su máscara de indiferencia para dejar al descubierto a la mujer frágil y aterrorizada en la que se había convertido desde la vuelta de Regina a la hacienda.


-¿De qué demonios me estás hablando? – alcanza a decir casi sin aliento.


-¿Fuiste tú quien mató a Romualdo? – insiste Regina mirándola intensamente, tratando de descifrar su expresión perturbada.


-¡Oh, Dios mío! – una exclamación ahogada brota de los labios de Cecilia mientras se lleva la mano al pecho y se apresura a sentarse sobre la cama antes de que le flaqueen las piernas.  Regina corre hacia ella y se arrodilla frente a la cama, colocando sus manos sobre las rodillas de su madre.


-Mamá, por favor… necesito saber la verdad y creo que has cargado con este secreto demasiado tiempo tú sola… confía en mí, soy tu hija… si de verdad me quieres, solo dime lo que pasó… - Cecilia siente que su corazón se encoge al ver la mirada suplicante de su hija y escuchar su voz entrecortada.
Toma una de sus manos entre las suyas y emite un hondo suspiro, consciente de que ya no había vuelta atrás…

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-¿Dónde está mi hijo? – pregunta Cecilia con el corazón a punto de salírsele por la boca. Nereida (Bárbara Mori) permanece arrodillada en el suelo, abrazándose a sí misma sin dejar de sollozar, desesperada. Al borde de su paciencia, Cecilia la agarra por los hombros violentamente para levantarla y obligarla a que la mire. - ¿Dónde se fue?


-No pude hacer nada… está fuera de sí… se ha ido con una escopeta para matar a Mauricio… - balbucea Nereida entre sollozos.


Cecilia aparta sus manos de ella, como si quemara mientras la mira temblorosa, con el temor y el desprecio gravado en su rostro antes de abofetearla con desprecio.


-Maldigo el día que mi hijo puso sus ojos en una mujerzuela como tú, reza porque mi hijo no haya cometido una locura, porque de lo contrario te juro que convertiré tu vida en un infierno – la amenaza con los dientes apretados por la rabia antes de salir de la casona como alma que lleva el diablo.


Avanza con la rapidez que le permite su estado de nerviosismo mientras reza en silencio para llegar a tiempo. El sonido de unas voces la alertan hasta llegar a un llano, donde observa la figura de su hijo arrodillada sobre el suelo, con la cabeza gacha ante la atenta mirada de Romualdo.


-No tienes necesidad de manchar tus manos de sangre, hijo – afirma Romualdo (Eduardo Yáñez)  posando su mano sobre su hombro. – Entiendo tu rabia y tu dolor, pero si matas a Mauricio jamás te lo perdonarás en la vida… así que te juro que a partir de esta noche no volverás a ver a Mauricio hasta que el dolor dé paso a la razón, yo  me encargaré de alejarlo de aquí y de esa mujer…- añade con solemnidad.


-Hazlo, llévatelo lejos de mi vista… y dile que jamás ose presentarse ante mi presencia, porque de lo contrario no me detendré hasta destruirlo… yo lo quería como un hermano, pero los hermanos no hacen eso… - repone Saúl (Eduardo Santamarina) entre sollozos.


-Saúl, será mejor que regreses a casa, tu abuelo quiere verte… - se atreve a intervenir Cecilia, avanzando hacia su hijo. Él vuelve su mirada acuosa, cargada de una profunda tristeza; hacia su madre.


Se incorpora lentamente, casi sin fuerzas, derrotado. Dirige una última mirada hacia Romualdo antes de darse media vuelta y encaminar sus pasos hacia la casona, como alma en pena. Dejando tras de sí un tenso silencio que los envuelve, mientras se observan con una intensa pena, rompiendo las barreras que años atrás habían construido entre ellos.


-¿No crees que ya es hora de decirles la verdad? – pregunta Romualdo, rompiendo el silencio.


-Ya no tiene caso… tu hijo ha traicionado la confianza que Saúl había puesto en él y eso es algo que jamás le perdonará… por muy hermanos que sean – responde Cecilia con una mezcla de desdén y tristeza.


-Tienen derecho a saberlo… Saúl tiene derecho a saber quien es su verdadero padre… - insiste Romualdo con la desesperación fruto de años de silencio, viendo como otro hombre criaba a su hijo, convirtiéndolo en un hombre frívolo y sin escrúpulos, cargado de resentimiento y ambición.


-¿Acaso crees que voy a arriesgar todo lo que he logrado después de años de sacrificio, aguantando las humillaciones de mi suegro; sólo por qué quieres que Saúl te reconozca como padre? ¿Esperas que le diga a mi hijo que es fruto de una noche de debilidad en la que decidí revolcarme con un vulgar peón?  – pregunta Cecilia enojada. – Las cosas están bien como están… gracias a Dios, hemos logrado que Saúl cometa una locura… ahora lo único que tienes que hacer es alejar ese desgraciado de esta casa, para siempre… eso es lo que harás, si de verdad quieres lo mejor para Saúl – insiste.


-Así que eso es lo único que fui para ti… ¿una noche de debilidad?- pregunta Romualdo con tristeza.


-Por supuesto – responde Cecilia alzando el mentón con orgullo, tragándose las lágrimas que amenazaban con desmoronar su fachada. – Un error que me salió rentable, debo añadir… pero un error al fin y al cabo, el cual me ha atormentado desde entonces; y que con vuestra partida dejará de hacerlo…  - añade con fingida indiferencia.


-Si ese es el caso… no se preocupe, patrona… a partir de mañana, mi hijo y yo no seremos más una molestia para usted… - repone Romualdo con gravedad, tratando de no mostrar el dolor que las palabras de Cecilia le provocaban.


-Eso espero- añade ella antes de dar media vuelta dispuesta a dejar atrás a Romualdo, y con él, su recuerdo que le quemaba en la piel desde aquella noche.


Una inesperada presencia detiene su huida; la mirada de ira encarnizada de su suegro le hiela la sangre, dejándola clavada en el suelo, su cuerpo comienza a temblar violentamente mientras el miedo se va apoderando de ella.


-Don Bernardo… - tartamudea  su nombre en un susurro.


Ningún sonido emana de la boca apretada de don Bernardo (Carlos Bracho) antes de que descargue su mano sobre la cara de su nuera, con toda la fuerza que la rabia le permitía, golpeándola con saña, haciendo que pierda el equilibrio.


-¡Maldita ramera! – escupe con furia antes de propinarle una fuerte patada en el estómago.


-¡Don Bernardo! – Romualdo se apresura a agarrarlo con fuerza por el brazo, para apartarlo de Cecilia. – No dejaré que la lastime – añade.


La mirada de Bernardo se clava en la del capataz, como si lo viera por primera vez.


-¡Malditos desgraciados! – exclama temblorosamente.


-Cecilia, vuelve a la casona… - le ordena Romualdo sin apartar su mirada del viejo hacendado.


Cecilia se incorpora con dificultad, sollozando. Observa por última vez a los dos hombres, con temor y es entonces cuando repara en el arma que portaba su suegro.


-Lárgate – le exige de nuevo Romualdo, alzando la voz.


El miedo es más fuerte que el temor por Romualdo y la obliga a alejarse del lugar a gran velocidad, mientras que la lluvia hace acto de presencia.
Corre hacia la casona, las gotas de lluvia se entremezclan con las lágrimas que recorren su rostro mientras que a lo lejos un rayo impacta con violencia en la tierra; como una especie de anuncio del ocaso de su vida como una Montesinos.

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-Entonces… fue el abuelo… quien disparó a Romualdo… - susurra Regina conmocionada. El alivio por saber a su hermano inocente se entremezcla con el dolor por saber a su abuelo como causante de la desdicha de Mauricio, al fin y al cabo, había sido sangre de su sangre el que había apretado el gatillo.


Se incorpora despacio, con la mirada perdida; todavía abrumada por el relato de su madre. De pronto la vida se le antojaba demasiado injusta y dolorosa.


-Jamás supe qué ocurrió cuando me fui de allí… y en mi cobardía, nunca quise indagar… desde entonces mis esfuerzos se concentraron en salir de aquel infierno en el que había convertido mi vida tu abuelo. Aquella noche comenzó su locura, de la que no solo yo fui víctima, sino tu hermano también… el pobre no solo tuvo que hacer frente al dolor por la muerte de su padre, el abandono de la mujer que amaba y la traición del que había considerado como un hermano… también fue objeto de la ira y desprecio de un abuelo al que había admirado desde niño… - relata Cecilia con profunda tristeza.


Regina avanza unos pasos hacia atrás, alejándose de su madre, demasiado aturdida como para hablar.


-Hija, por favor… entiende mi situación, estaba entre la espada y la pared, no tenía elección – Cecilia se incorpora para acercarse a su hija y tocarla, suplicante.


-No… siempre hay elección – replica Regina con firmeza, con los ojos rojos e hinchados, antes de abandonar la habitación como una exhalación. Necesitaba salir de allí y respirar aire puro antes de ahogarse en aquella atmósfera demasiado cargada de cobardía y resentimiento.


-Regina, por favor… no me hagas esto… - le suplica Cecilia, con la voz rota por el dolor. Al fin se había cumplido su mayor temor, que su hija no fuera capaz de perdonarle los pecados que había cometido por causa de su cobardía.









Pisa el acelerador con furia, aumentando la velocidad de su deportivo hasta límites peligrosos, mientras en su mente se repiten las palabras de Adelaida.

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-Yo salía de la cocina cuando don Bernardo salió de la casona con una de las escopetas, después de que uno de los peones le informara de la pelea entre su nieto y Mauricio… decidí seguirlo, con el alma en vilo, temiendo que fuera hacerte algo a ti… - relata ella llorosa. – Sin embargo, en el camino, algo llamó su atención y se detuvo cerca del claro del cual salió Saúl, iba tan desesperado que ni siquiera reparó en nuestra presencia… luego don Bernardo permaneció en las sombras, escuchando la conversación que parecían mantener doña Cecilia y tu padre, después…  todo se convirtió en una locura… el patrón comenzó a golpear a doña Cecilia y tu padre intervino para impedirlo, ella se fue corriendo y entonces… - se detiene para sollozar, los recuerdos de aquella noche, todavía le afectaban como el primer día.


-Y entonces, ¿qué? – pregunta Mauricio al borde de su paciencia, su corazón latía tan deprisa que parecía querer salirle del pecho.


-Tu abuelo le golpeó con la escopeta en las costillas tan fuerte que tu padre cayó de rodillas… me acerqué unos pasos, pero antes de llegar  escuché el disparo – Adelaida cierra los ojos y deja que las lágrimas recorran sus mejillas, con pesar. – Me detuve consternada, tenía miedo de mirar a tu padre… hasta que escuché como el patrón le decía que diera gracias que no apuntara al corazón. Entonces abrí los ojos y vi como Romualdo se apretaba el costado, del que comenzaba a emanar sangre… se levantó como pudo y dijo que sabía que merecía un castigo por traicionar a su patrón, así que aquella misma noche se iría con su hijo  para no volver… se alejó de allí tambaleándose ante la atenta mirada de don Bernardo… cuando tu padre se alejó de nuestra vista, fue cuando el patrón se volvió  y me vio… entonces corrí sin mirar atrás con el miedo clavado en el cuerpo… recogí mis pocas pertenencias y me fui de allí – termina de relatar con dolor.

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Varios coches pitan a su paso cuando  hace varios adelantamientos extremos, poniendo en peligro a los demás vehículos. Sin embargo, apenas es consciente de su comportamiento temerario, incapaz de apartar el pie del acelerador mientras sus manos se aferran al volante con tanta fuerza que sus nudillos comienzan a ponerse blancos por la falta de circulación.
Se aleja de la ciudad a gran velocidad, hasta llegar a un lugar apartado, rodeado de vegetación, lejos del mundanal ruido. Baja del coche con la respiración agitada.
Todo comienza a dar vueltas a su alrededor mientras su mundo se derrumba, tantos años de resentimiento, viviendo solo para una venganza, para la caída de Saúl Montesinos. Toda esa rabia que había ido acumulando a través de los años en su corazón, comienza a pasarle factura, para torturarlo una y otra vez.

Un desgarrador grito, más animal que humano; brota de su garganta mientras se deja caer de rodillas,  totalmente devastado y vencido, sobre la tierra.

Hasta ahora había pensado que no podría sentir un dolor más grande que el de aquella mañana en la que su padre murió entre sus brazos después de haberlo perdido todo…  no se había dado cuenta de lo equivocado que estaba; ahora había descubierto que  sí que podía sentir más dolor y lo peor del caso, es que esa vez, él era el máximo responsable.







Acaricia con delicadeza el brazo inerte del que todavía era su esposo mientras lo observa con profundo pesar. Le habían dejado disfrutar de la media hora de visita de la mañana puesto que para el mundo, todavía seguía siendo la señora de Saúl Montesinos.
Toma asiento al lado de la cama para observarlo con tristeza, era consciente de que después de ese momento, aquel hombre dejaría de ser su esposo, lo último que le quedaba. Estaría sola en el mundo a partir de entonces, y a pesar de que eso la aterraba, no sería justo aferrarse a Saúl sabiendo que jamás podría amarlo como él quería. Ya suficiente daño se habían hecho mutuamente, tratando de forzar una relación que siempre terminaba por hacer aguas.

-No sabes como lamento todo el daño que te hice – le susurra mientras acaricia sus cabellos con ternura. –Fuimos unos necios al creer que podríamos construir un hogar feliz después de tantos desencuentros… - añade con pesar. – Te deseo de todo corazón que encuentres a una mujer que te pueda amar como te mereces, una mujer que se merezca un amor tan apasionado y fiel como el que me diste a mí – añade tratando de contener las lágrimas. Acerca sus labios a su frente, para depositar un tierno beso cargado de emoción. – Adiós, Saúl – se  despide, mientras una lágrima recorre su mejilla. Sobre la mesita deja el sobre con los papeles del divorcio antes de abandonar la estancia, con una nueva determinación en la mirada.







Sale del edificio oficial con lentitud, todavía dudoso de sus acciones.


-¿Ocurre algo, papá? – es la voz de su hijo Fernando (José María Torre), quien lo saca de sus pensamientos. Se detiene para observarlo, sin poder ocultar su preocupación. - ¿Acaso no estás seguro de lo que hicimos? – pregunta intrigado.


-No sé, hijo… soy consciente  de que la constructora Molina se merece un castigo por su competencia desleal… pero temo que Regina pueda resultar lastimada con todo esto, después de todo es la esposa de ese hombre… - responde afligido.


-Por muy esposo de tu hija que sea, no puede saltarse la ley a la torera y salir impune… - replica Fernando convencido. – Todo saldrá bien, levantaremos la constructora para que vuelva a ser lo que un día fue y le demostraremos a todos aquellos que te dieron la espalda para aceptar los sobornos de ese hombre, que todo en esta vida se paga – añade.








Se acaricia las piernas en un movimiento frenético, tratando de mantener a raya el nerviosismo que la invadía. Eran demasiados los sentimientos encontrados que le robaban la calma y para colmo, Mauricio seguía sin dar señales de vida.


-Ten, tomate esta tila… te sentará bien – le dice Camila (Ana Serradilla) tomando asiento a su lado en el sofá y acercándole el pocillo con la infusión.


-No puedo Cami, tengo un nudo en el estómago… soy incapaz de beber un mísero vaso de agua en estos momentos – replica Regina (Michelle Vargas) comenzando a morderse las uñas.


-Pues haz el esfuerzo, así solo conseguirás deshidratarte – la reprende Camila apartándole la mano de la boca.


Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) entra en la sala, llamando la atención de las dos mujeres.


-No ha pasado por ninguna de las empresas… tampoco está en ninguno de los hospitales, lo más seguro es que se alejara de la ciudad para estar solo y así poder pensar con claridad… - anuncia Miguel Ángel, tratando de calmarlas.


-Tú no viste su expresión cuando le dije que probablemente mi hermano  y él eran hijos del mismo padre… fue… fue como si algo dentro de él se rompiera… - replica Regina atormentada.  La noche comenzaba a caer sobre la ciudad y todavía no tenía noticias de Mauricio. Después de la conversación de su madre, había vagado por la ciudad durante el resto de la mañana, tratando de sosegarse y aclarar su mente. Finalmente había acudido a su eterna confidente, Camila; quien después del shock inicial por la confesión, había logrado arrancarle alguna sonrisa con sus ironías.
A medida que transcurría la tarde sin noticias de Mauricio, las dos habían llegado a la conclusión de que no estaría de más pedirle ayuda a Miguel Ángel, después de todo, era quien mejor podía saber donde estaba. Sin embargo, tampoco él había sido de gran ayuda; al parecer Mauricio se había guardado bien las espaldas para evitar que lo encontraran. Quería estar solo, todavía no estaba preparado para afrontar la realidad.


-Debe de ser muy duro para él saber que todo este tiempo ha estado urdiendo una venganza contra su propio hermano… - murmura Miguel Ángel apenado.


-Y espera que descubra que no fue él quien disparó a su padre…  - añade Camila acongojada.


-Tenemos que encontrarlo cuanto antes… no importa lo que haya sucedido, ya es hora de mirar hacia delante y tratar de superar el pasado – afirma Regina incorporándose, con una nueva fuerza interior. – Llamaremos a los aeropuertos y estaciones, para saber si ha salido del distrito federal… y si es necesario acudiremos a la policía para que ordene su búsqueda… pero no voy a dejar que pase por este trauma él solo, juntos lo superaremos… - asegura, ganándose la admiración de los presentes.


De pronto el sonido de la puerta al cerrarse capta su atención. El tiempo se detiene y contiene el aliento al tiempo que vuelve su mirada hacia el recién llegado.
Mauricio (Fernando Colunga) se muestra frente a ellos descamisado, con el cabello alborotado y los ojos hinchados y enrojecidos. Avanza unos pasos torpemente, haciendo evidente su estado de embriaguez.
Regina se precipita hacia él impulsivamente; lo estrecha entre sus brazos con intensidad, apretándolo contra ella y hundiendo su cara en su pecho. Mauricio permanece con la mirada perdida, incapaz de moverse mientras las lágrimas recorren su rostro.


Camila se acerca sigilosamente a Miguel Ángel y lo agarra de la mano para arrastrarlo hacia la puerta, dejándolos a los dos solos en el apartamento.






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