jueves, 30 de agosto de 2012

CAPÍTULO 46

CAPÍTULO XLVI












Conduce a un ensimismado Mauricio (Fernando Colunga) hacia la habitación, como si de un niño pequeño se tratara. Todavía no había pronunciado palabra desde su llegada, ni siquiera había respondido a su abrazo, simplemente permanecía callado, con la mirada perdida, como si se tratara de un muñeco roto.
Con callada resignación, comienza a desnudarlo lentamente, sin que él ponga impedimento alguno. Le partía el alma verlo tan derrotado, como si ya nada le importase; sin embargo no estaba dispuesta a dejar que se rindiera.
Acaricia su torso desnudo con infinita ternura mientras le quita la camisa sucia, sin obtener respuesta alguna por parte de Mauricio.  Un hondo suspiro se escapa de sus labios y deja caer su frente sobre el pecho de él.


-Una vez me dijiste que daba igual lo que dijeras, hicieras o a donde fueras, que al final siempre terminabas regresando a mi lado… así que, por favor, regresa a mi lado una vez más… - susurra con tristeza. –Recuerdo que cuando era pequeña y me escondía después de hacer alguna travesura para evitar las reprimendas, siempre me decías que era de valientes asumir las consecuencias de nuestros actos para aprender de ellas y reparar el daño que pudiéramos causar… - se separa de él lo suficiente para mirarlo a la cara – yo sé que debajo de toda esa fachada de hombre frívolo y vengativo, todavía queda algo de ese Mauricio honrado, leal, optimista y justo al que le entregué mi corazón siendo niña, y estoy segura de que él sabrá como remendar su error y reparar el daño causado – le asegura mirándolo con los ojos brillantes por la emoción y la esperanza que desprendían sus palabras.


A pesar de su insistencia, no se percibe cambio alguno en el estado casi catatónico de Mauricio. Sonríe con tristeza, apretando los labios. Probablemente todavía fuera demasiado pronto para él, después de todo su vida había girado en torno al odio hacia Saúl, durante los últimos 13 años.
Lo empuja levemente para sentarlo sobre la cama y así quitarle los zapatos y los pantalones antes de acostarlo y arroparlo.


-Duerme hasta cansarte… con suerte, cuando despiertes, verás las cosas de otra forma… - le susurra con ternura antes de darle un tierno beso sobre la frente.


Las palabras de Regina parecen ejercer un efecto tranquilizador en Mauricio, quien termina por cerrar los ojos, aliviado de poder caer en la inconsciencia.
Ella vela su sueño, sentada sobre la cama, acariciando sus cabellos mientras le tararea una nana, con la esperanza de espantar con su canto los malos augurios.









En una cafetería, no muy lejos del departamento, Camila (Ana Serradilla) y Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) se hacen compañía en silencio mientras saboreaban un humeante café. Habían decidido quedarse cerca por si Regina requería de su ayuda con Mauricio.


-¿Estás segura que hicimos bien en dejarlos solos? – pregunta un preocupado Miguel Ángel rompiendo el incómodo silencio.


-Subestimas a Regina si crees que no será capaz de hacerse cargo de Mauricio… - responde Camila en un suspiro mientras remueve su taza, sin siquiera mirarlo.


-No la subestimo… solo creo que en este momento Mauricio no está en condiciones de nada, seguramente se sentirá desorientado y furioso, temo que pierda todo su autocontrol y créeme, que si llega a hacerlo, ni yo mismo sería capaz de contenerlo… - replica Miguel Ángel acariciándose la cara, ansioso.


-Por muy descabellado que parezca, Regina es demasiado valiosa para él y sospecho que en este momento lo que más le corroe el alma es el daño que le ha causado a mi Regis por su absurda venganza… así que, por muy fuera de sí que se encuentre, te apuesto lo que quieras a que no se atreverá a lastimarla – asegura Camila.


De pronto el celular de Miguel Ángel comienza a sonar, interrumpiendo la conversación. Al comprobar la identidad del llamante, Miguel Ángel se incorpora inquieto y se aleja hasta la entrada de la cafetería para hablar por teléfono.  Camila lo observa alejarse con resignación, consciente de que se trataba de Morelia.
Carraspea incómoda y se esfuerza por borrar la tristeza de su rostro cuando lo ve acercarse a la mesa de nuevo.


-Era Morelia, ¿verdad? – pregunta Camila con fingida indiferencia.


-Sí, quería saber si habíamos encontrado a Mauricio… y anunciarme que su madre llegará mañana al distrito federal para ayudarla con el vestido y los demás preparativos de la boda… - responde Miguel Ángel con fingida normalidad.


-Por supuesto, organizar una boda es demasiada tarea para ella sola… - añade Camila tratando de aparentar la misma normalidad.


-Sí… es demasiado… lioso… - afirma él con una tensa sonrisa.


-No pareces muy emocionado por la boda – observa Camila.


-No soy amante de las grandes celebraciones, eso es todo  - se excusa Miguel Ángel.


-¿Por qué te casas a lo grande entonces? – insiste Camila, intrigada.


-Porque sé que, a pesar que siempre ha evitado agobiarme con el tema; el sueño de Morelia es tener una boda de cuento de hadas… – responde Miguel Ángel convencido.


-Entonces, si ese es el sueño de Morelia… ¿cuál es el tuyo? – pregunta Camila apoyando la cara en su mano.


Miguel Ángel permanece pensativo durante unos instantes, mientras remueve su café con el ceño fruncido. Finalmente la mira con una mezcla de tristeza e indecisión grabada en su rostro.


-Hacerla feliz – responde felizmente, consciente del dolor que podrían producirle sus palabras.


-Morelia realmente es una mujer muy afortunada al tenerte  - reconoce ella con una triste sonrisa.  De pronto Miguel Ángel alarga una de sus manos para tomar la de ella. Ella busca su mirada, completamente aturdida por su inesperado acercamiento.


-Camila, lamento haberte herido con mi estupidez… nunca debí dejar que te hicieras ilusiones conmigo, fue un error no hablarte de Morelia; y después de conocer tus sentimientos, tendría que haberte dejado el espacio que me pediste… me he comportado como un idiota egoísta, lo sé; pero quiero que estés segura de una cosa: eres una persona muy valiosa para mí – le confiesa, mirándola con intensidad.


-Te agradezco tus palabras, pero no es necesario redundar en el tema – repone Camila desembarazándose de su mano, incómoda. –Sé que me aprecias… como amiga, lo que no deja de ser decepcionante  para mí – añade antes de mirar su reloj. – Ya ha pasado un buen rato, así que imagino que Regina debe de tener todo bajo control, así que será mejor que cada uno vuelva a sus quehaceres, el mío es atender a mi tía y el tuyo preparar una boda por todo lo alto; así que no hay tiempo que perder… -  comienza a hablar apresuradamente mientras recoge su bolso y se incorpora.


-Camila, por favor… haces que me sienta como un desgraciado – se lamenta Miguel Ángel, exasperado.


-Es exactamente como te comportas cada vez que me sacas el temita, de verdad… no necesito más disculpas, ni explicaciones, ni tu pena… soy demasiado orgullosa para ello; solo quiero tratar de normalizar esta relación, que no resulte tan incómodo estar contigo; ya que veo que eso de alejarnos por un tiempo está resultando de lo más problemático… así que, por favor… olvida lo que te confesé, ¿sí? – insiste Camila, molesta.


-Está bien, si eso es lo que quieres… aquí no ha pasado nada – accede Miguel Ángel, también molesto. – Vamos, te acercaré al hospital – añade incorporándose – y no me inventes ninguna excusa, eso es lo que hacen los que son solamente amigos, ¿no? – la interrumpe él al ver como ella abría la boca dispuesta a protestar.


-Está bien, amigo por el que no siento absolutamente  nada de nada – accede finalmente Camila, con ironía.


Los dos abandonan la cafetería juntos, decididos a hacer un lado sus cautelas para hablar del tiempo como si de dos amigos se tratara.







Lanza con evidente disgusto el teléfono inalámbrico sobre la cama, completamente hastiada por la falta de respuesta al otro lado. Hacía rato que estaba tratando de comunicarse con el que creía su único aliado, pero no había forma humana de localizarlo. Y allí estaba ella, encerrada en su habitación, con la única compañía que el alcohol podía brindarle.
No había logrado reunir las fuerzas suficientes para abandonar sus aposentos desde su última conversación con Regina, no se sentía con ganas de enfrentarse al mundo, consciente de que todo su arduo trabajo por construir la familia que siempre había soñado, había sido en vano. Aquel hombre, había vuelto para destrozar todo a su paso, no solo llevando a su familia a la ruina, sino también arrebatándole el cariño de su hija.


-Maldito Mauricio Galván… - murmura entre dientes, arrastrando las palabras. Mientras avanza atropelladamente hacia la cómoda donde había dejado su vaso de tequila, para vaciar su contenido por su garganta.  Alguien llama a la puerta en ese momento. – No estoy para nadie… - grita dificultosamente mientras rellena de nuevo el vaso. Sin embargo, pese a su respuesta, la puerta se abre dando paso a un inesperado invitado. – Chela, te he dicho que…  – protesta Cecilia (María Sorté) volteando hacia la puerta, enojada. De pronto se detiene, para observar al recién llegado con evidente curiosidad. - ¿Qué hace usted aquí? ¿Acaso no escuchó lo que dije? – pregunta tratando de mantenerse erguida y disimular su estado de embriaguez. No importaba lo destrozada que podía estar su alma, no debía de perder su pose de señora delante de nadie.


-Lamento mi intromisión, señora Moncada… pero me preocupé bastante cuando no acudió a la cita que teníamos concertada para esta tarde – se disculpa Ícaro (Roberto Ballesteros) con fingida pena.


-Oh, lo olvidé, lo siento… pero he tenido ciertos problemas familiares… - se excusa Cecilia quitándole importancia, antes de darle otro sorbo al vaso.


-Es una noticia terrible… no me diga más, el causante de todo es Mauricio Galván, ¿me equivoco? – pregunta Ícaro, avanzando unos pasos hacia ella.


-Ese desgraciado… - murmura ella apretando los dientes antes de darle otro largo trago, hasta vaciar el vaso.


-Quizás yo pueda ayudarla, si me cuenta lo que pasó… - insiste Ícaro con cautela, consciente del delicado estado emocional de ella.


-Es verdad… usted también lo detesta, ¿no es cierto? – dice Cecilia con la mirada perdida.


-Claro que lo detesto, ese hombre solo sabe traer problemas, es demasiado alzado… y necesita que alguien le enseñe cual es su lugar – asegura Ícaro, sin poder ocultar su satisfacción al obtener respuesta por parte de ella.


-Sáqueme de aquí – dice ella de pronto.


-¿Cómo dice? – pregunta Ícaro, turbado por su súbita petición.


-No quiero estar en esta casa… necesito alejarme, para pensar con claridad… y usted es el único que puede ayudarme… - afirma ella con una nueva determinación.


-Por supuesto, señora Moncada, estoy a su servicio – asegura Ícaro, haciendo un gesto galante con la mano. Se acerca a ella y toma uno de sus brazos para enredarlo con el suyo. – Yo la ayudaré, devolveremos a Mauricio Galván al infierno del que nunca debió salir – anuncia mientras la lleva hacia la puerta de la habitación. Cecilia sonríe tontamente, mientras apoya la cabeza sobre su hombro, dejándose llevar por aquel hombre, que había aparecido como una tabla de salvación en medio del naufragio de su vida.





Disfruta durante unos minutos del placentero silencio que se había instalado entre los dos después del derroche de pasión que habían vivido momentos antes.  Después de varios días jugando al ratón y al gato, cinco minutos en el mismo cuarto habían bastado para que los sentimientos dejaran a un lado la razón y se fundieran en un apasionado beso; solo cinco minutos para que se dieran cuenta del error que estaban cometiendo al tratar de mantener las distancias cuando en realidad se morían por estar juntos.
28 años había necesitado para que su corazón sanara completamente; aquel hombre había llegado a su vida como un torbellino, alterando todo a su paso para demostrarle que nunca era tarde para volver a amar.

-¿En qué piensas? – tan solo su voz,  ronca  y profunda; le producía un placentero escalofrío que le recorría el cuerpo, poniéndole la piel de gallina.


Se incorpora levemente sobre la cama, y apoya la cabeza sobre su mano para observarlo con una sonrisa coqueta.


-En lo dichosa que soy por haberte encontrado – responde Macarena (Lucía Mendez)  mientras comienza a acariciar con su dedo índice el pecho desnudo de Higinio (Humberto Zurita), sensualmente. –Y en lo tonta que fui por no confesarte la verdad nada más descubrir tu amistad con Julio… - añade con cierto pesar.


-Entiendo que estabas demasiado confusa como para tomar decisiones con la cabeza fría… - la excusa Higinio. – No debió de ser nada fácil descubrir que huiste a España con el corazón roto debido a una mentira… tenías muchas cosas en las que pensar y que replantearte, como por ejemplo tus sentimientos hacia el padre de tu hijo… – añade.


-¿Todavía insistes con eso? – pregunta ella con cierto pesar.  Le toma la cara por la barbilla para obligarlo a mirarla – Ya te dije, a Julio le guardo un gran cariño, él fue mi primer amor… el más puro e inocente… el padre de mi hijo, por eso mismo siempre guardará un lugar importante en mi corazón y le deseo toda la felicidad del mundo… pero mi amor por él ya no existe, por el único por el que late mi corazón en estos momentos… es por ti – le asegura antes de posar sus labios sobre los suyos. – Y no me detendré hasta que estés seguro de ello… - añade.


-Tienes que entender que para mí no es fácil aceptar que mi mejor amigo, es el padre del hijo de la mujer que amo… - replica Higinio incorporándose para apoyar su espalda contra el cabecero de la cama. – Pero por lo menos lo estoy intentando, sin embargo la pobre de Cecilia ha sido incapaz de soportarlo y le ha pedido el divorcio a Julio – asegura.


-¿De veras? – pregunta Macarena sin poder ocultar su asombro. – Lamento que su mujer no sea capaz de entender que Julio tuviera una vida antes de ella – añade con pesar – aunque esa mujer no termina de agradarme, hay algo en ella que me causa desagrado – confiesa finalmente, aunque era consciente de que aquella mujer era una buena amiga de Higinio, era incapaz de disimular cuando alguien no le caía especialmente bien.


-Cecilia tiene un problema nervioso, al parecer lo pasó muy mal en su primer matrimonio y eso le ha dejado secuelas. No es una mala mujer…  - comienza a decir Higinio.


-Nadie dijo que fuera mala… solo que no me gusta y espero que Julio encuentre una mujer que sí sepa entenderlo y hacerlo feliz como se merece. Eso es todo. – asegura Macarena acomodándose contra el cabecero de la cama también.


-Por lo menos ahora tiene el consuelo de contar con el cariño de su hijo biológico – asegura Higinio – le brillan los ojos cada vez que habla de él; hacía tiempo que no lo veía tan feliz…


-Fernando también se siente dichoso por haber conocido a su padre… los dos se entienden bien. Lo que más lamento de lo sucedido, es que mi hijo estuviera privado por tanto tiempo de un padre tan maravilloso como Julio – dice Macarena, con pesar.


-Estoy seguro de que sabrán como recuperar el tiempo perdido – afirma Higinio pasándole el brazo por los hombros para abrazarla contra él. Ella apoya la cabeza sobre su hombro, dejándose arrullar.


-Hablando de hijos, ¿cómo están las cosas con el tuyo? – pregunta inocentemente. Siente como el cuerpo de Higinio se tensa contra el suyo. Se incorpora para observar su rostro contraído por la incomodidad de la pregunta. – No me digas nada… todavía no hablaste con él, ¿no es cierto? – le reprocha.


-Es un terco y un desagradecido… no he sabido nada de él desde que se volvió para esas malditas tierras para comprar la hacienducha de quinta… - responde Higinio contrariado.


-No sabía que se había comprado una hacienda… ¿eso quiere decir que al final cediste y le volviste a dar acceso a las cuentas? – pregunta Macarena visiblemente complacida.


-Sí, eso hice… pero no por gusto; el muy desvergonzado se atrevió a chantajearme con… - comienza a responder, sin embargo se detiene abruptamente al darse cuenta de lo que estaba a punto de confesar llevado por su enojo. Macarena arquea la ceja mientras lo observa expectante, a la espera de una respuesta. Higinio carraspea incómodo antes de proseguir. – ya que tú fuiste sincera con lo referente a Julio, creo que es mi deber corresponderte con la misma sinceridad… - asegura con cierta inquietud.


-¿Con qué te chantajeó tu hijo, Higinio? – lo apremia Macarena.


-Fabián nos descubrió a Cecilia y a mí en una escena un tanto comprometida – responde Higinio al fin, con cierta vergüenza. Macarena se incorpora súbitamente sobre la cama, observándolo consternada. – No pienses mal… Cecilia vino a mí en busca de consuelo… un tipo de consuelo que yo no podía darle, me confesó que sentía algo por mí… estaba tan desolada y necesitada… yo le dije que no podía ser, que yo solo la veía como una hermana… ella me dijo que lo entendía, pero me pidió un beso antes de olvidarlo todo y yo se lo di… pero te juro que fue apenas un roce de labios y se fue. Jamás volvimos a hablar del tema, ni ella volvió a insinuar nada… sin embargo, Fabián vio la escena y me amenazó con contárselo a Julio y Regina si no le descongelaba las cuentas… - se vuelve hacia ella y toma sus manos entre las suyas. – Macarena, te juro que ese beso no significó nada… solo lo hice por pena… jamás me fijaría en ella, es la mujer de mi mejor amigo, ni siquiera la veo como mujer… además yo solo tengo ojos para ti – le asegura apasionadamente.


-Lo sabía – replica ella sin poder contener su enfado, soltándose bruscamente de él para salir de la cama. – Sabía que algo se traía contigo… la forma en la que me miraba… eran celos – añade hablando más para sí misma que para Higinio.


-Macarena, por favor… no hagamos un drama de todo esto… - le suplica él, con evidente desencanto.


-No te preocupes, no soy mujer de dramas… - asegura Macarena cruzándose de brazos. – He decidido confiar en ti, y el hecho de que decidieras contarme lo que pasó te honra… solo que esa mujer es peor de lo que pensaba… ¿cómo se atreve a hacerle eso a Julio con su mejor amigo? ¿acaso no tiene vergüenza? – insiste ella enojada.


-Macarena, ¿qué es lo que más te molesta de todo esto? ¿qué me besara o que con eso engañara a Julio? – pregunta Higinio con desconfianza.


-Las dos cosas… si te soy sincera. Por algo esa mujer nunca me ha gustado… es una loba con piel de cordera, ya solo el hecho de haberle dado la espalda a su hija por querer tomar las riendas de su hija la convierte en un ser repulsivo para mí – responde Macarena con firmeza. Higinio carraspea incómodo, dándose también por aludido. Ella se detiene a observarlo, cayendo en la cuenta de que aquel era la misma falta que él había cometido con el suyo. – Y, en cuanto a ti… mañana prepáralo todo, porque los dos nos vamos a conocer la nueva hacienda de tu hijo para que hagan las paces y no acepto excusas que valgan… ¿está claro? – le pregunta de forma autoritaria.


-¡Mujeres! Ahora comienzo a recordar el por qué tardé tanto en volver a interesarme en una – murmura Higinio entre dientes, contrariado mientras se levanta para irse directamente hacia el baño.


-Más te vale que salgas de ahí cuanto antes para empezar a preparar las maletas… porque ni creas que voy a dejar que sigas enojado con tu hijo por una tontería; por mucho que refunfuñes – alza la voz Macarena lo suficientemente alto para que la escuche desde el baño.
Respira hondo, consciente de que no iba a ser fácil encaminar a aquel hombre tan terco como apuesto.




Al día siguiente…



SAN CAYETANO




Observa con los brazos cruzados, sin poder ocultar su frustración; el desorden y suciedad que reinaban en el gran salón de la casa. Hacía dos días que habían comenzado a llegar algunos muebles, baldosas y maderas que Camila había encargado para la redecoración de su nuevo hogar, sin embargo; al parecer se había ido sin dar explicaciones antes de contratar a los obreros ni dejar las instrucciones de donde y cómo colocar cada cosa.
Rebusca su celular en el pantalón trasero de su vaquero para volver a marcar por enésima vez el número de Camila y dejarle otro mensaje de tantos.


-Camila, éste debe de ser el mensaje número veinte que te dejo… si lo que pretende es batir el record de tu contestador automático, no tiene ninguna gracia… te advierto que te descontaré el gasto de las llamadas de tu sueldo; así que te agradecería que no malgastaras mi ya escasa paciencia y por lo menos, me dieras un buen motivo para tu desaparición, ¿ha quedado claro? – cuelga el celular enojado antes de volver a guardarlo.


-Ahora ya sabes como se siente cuando alguien te ignora con toda impunidad – escucha una voz familiar que proviene de la puerta.


-¿Cómo has entrado? – pregunta Fabián (Carlos Ponce) sin intención de ocultar el fastidio que le producía la presencia de Malena (Tania Vázquez)


-La puerta estaba abierta… lo cierto es que me pareció que la cerradura no funcionaba como debería – responde Malena inocentemente.
Fabián se lleva la mano a la cara exasperado al recordar como el último día de trabajo de Camila, ésta había traído un cerrajero para tratar de arreglar la cerradura porque se quedaba atascada y dado la imposibilidad de arreglarla y ante el peligro de que terminara de atrancarse, le había ordenado que la retirara a la espera de que llegara una nueva pieza.


-De eso debería estar encargándose Camila… - murmura Fabián con los dientes apretados.


-Dudo que pueda hacerlo en mucho tiempo… su abuela ha sufrido un accidente y ha tenido que irse para cuidarla… - le informa Malena acercándose a él – pero si te urge ayuda con la decoración, te aseguro que yo soy tan buena o mejor que ella – asegura.


-Malena… de veras, te lo agradezco… pero no creo que sea lo correcto – se excusa Fabián.


-¿Lo dices por lo que pasó la otra noche? – pregunta ella divertida. – No te preocupes, pasaré por alto el hecho de que te fueras a hurtadillas mientras dormía para no darme la cara a la mañana siguiente – asegura ella encogiéndose de hombros. – Después de todo, solo fue una noche loca producto del alcohol y el desamor… - asegura sin darle importancia.


-¿De veras, eso piensas? – pregunta él, con desconfianza.


-Fabián… Regina es mi amiga, y por mucho que ustedes dos ya no estén juntos… habla muy mal de mi el hecho de haberme acostado contigo, por lo que por el momento, soy la más interesada en mantenerlo en secreto… además estoy segura de que si Cami se entera, es capaz de arrancarnos los pelos a ambos, uno por uno – asegura con inocencia. – Así que no le des más vueltas, ¿sí? deja que te ayude con la remodelación mientras no vuelve Camila y vamos a hacer como si nada hubiera pasado…-.


-Malena, no lo sé… de veras, me siento muy avergonzado… - insiste él, dudoso.


-Igual que yo… pero lo que pasó, pasó… de nada vale darle más vueltas… hagamos como si nada hubiera pasado - asegura ella, le tiende la mano. - ¿Trato hecho? – pregunta mirándolo intensamente. Él observa durante unos segundos su mano tendida, indeciso. Finalmente termina por estrechársela.


-De acuerdo, trato hecho… - responde no muy convencido.


Malena sonríe  complacida mientras observa con detenimiento al hombre que la iba a sacar de su problema ahora que sus amigas estaban lo suficientemente preocupadas por sus propios problemas como para censurarla.


MÉXICO D.F.




Sale de la habitación de su hermano con una sonrisa de alivio dibujada en los labios; al fin había recobrado la consciencia esa mañana y, a pesar de que estaba todavía algo aturdido por los calmantes, la había reconocido sin problema, incluso habían conseguido hablar un poco de algunas cosas agradables e intranscendentes antes de que la enfermera entrara para anunciar que se había terminado el tiempo de la visita.

Si todo iba bien, lo pasarían en unas horas a planta y entonces podría plantearse la idea de comenzar a recuperar el tiempo perdido con él; tenía tantas cosas importantes que contarle… a pesar de sentirse inquieta ante la idea de revelarle la verdad acerca de Mauricio y él y de todo lo que había ocurrido en las últimas semanas; no veía la hora de sincerarse con su hermano.
Deseaba con todas sus fuerzas poner las cartas sobre la mesa y una vez que todos hubieran asumido lo sucedido en los últimos años,  lograr el esperado acercamiento entre los dos hombres. Ambos necesitaban hablar como personas civilizadas, desahogarse el uno con el otro y tratar de lograr alguna especie de acuerdo de paz para poder seguir con sus vidas; aunque era consciente de que sería una tarea sumamente difícil puesto que los dos poseían un carácter terco y orgulloso, no por nada eran hermanos.


-¿Cómo lo has visto? – Zoraida (Ingrid Martz) se incorpora de su asiento en la sala de espera nada más verla aparecer. Regina la mira sorprendida, se hallaba tan sumida en sus pensamientos, que ni siquiera se  acordaba de que las dos habían llegado al mismo tiempo para poder disfrutar de la media hora de visita de la mañana, sin embargo, Regina le había pedido a Zoraida poder ver a su hermano a solas, y ella había accedido a regañadientes.


-Mucho mejor, ya está consciente y mejorando poco a poco… me han dicho que quizás lo trasladen a planta a última hora de la mañana – responde Regina con emoción contenida.


-¡No sabes la alegría que me das! – exclama Zoraida abrazándola efusivamente. – Ardo en deseos que tu hermano salga del hospital para poder iniciar una vida juntos, ahora que al fin Nereida ha decidido desaparecer de su vida – añade emocionada.


-¿Cómo dices? – pregunta Regina sorprendida.


-Es cierto, todavía no os he puesto al día… pues bien, mismamente ayer, Nereida firmó los papeles del divorcio aceptando todas las condiciones establecidas… así que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos; que Saúl ya es un hombre libre – anuncia Zoraida sin poder disimular su felicidad.


Regina la observa durante unos segundos, todavía aturdida por la noticia. Sin mediar palabra, se aleja del lugar, dejándola sola con su entusiasmo, para hacerle frente a una situación que llevaba postergando demasiado tiempo.


Minutos más tarde abre la puerta de la habitación que le acababa de indicar la enfermera, para encontrarse con una inesperada escena: Nereida (Bárbara Mori) se hallaba de pie, vestida de forma impecable y perfectamente arreglada; terminando de meter algunas prendas en un pequeño bolso de mano. Viendo su aspecto, nadie diría que aquella mujer había estado al borde de la muerte un par de semanas atrás.


-¿Ya te han dado el alta? – pregunta Regina extrañada, llamando su atención.


-He solicitado el alta voluntaria, creo que lejos de reponerme, si continúo aquí, terminaré por volverme loca – responde Nereida sin apartar la mirada de su quehacer.


-¿A dónde piensas ir? – pregunta Regina, preocupada. Si bien, su relación con aquella mujer nunca había sido demasiado buena, tampoco le deseaba nada malo.


-Me iré durante unas semanas a un balneario a las afueras, para terminar de recuperarme física y mentalmente… - responde Nereida antes de emitir un hondo suspiro.


-Zoraida me dijo que aceptaste el acuerdo de divorcio… - anuncia Regina, dirigiendo la conversación hacia el tema que le interesaba.


-Nunca ha sido mi intención aferrarme a Saúl contra su voluntad, a pesar de lo que tu mamá y tú pudieran pensar – asegura Nereida mientras cierra el bolso. Fija su mirada en la de Regina. – Creí que era lo justo aceptar su decisión con sus condiciones – añade.


-¿Tienes idea de lo que harás cuando salgas del balneario? – pregunta Regina con cautela.


-No lo sé, ya lo pensaré cuando esté allí… - responde Nereida encogiéndose de hombros. –Y si lo que temes es que vuelva para buscar a Mauricio ahora que soy una mujer libre, pierde cuidado; las cosas que me han sucedido últimamente me han ayudado recuperar parte de mi orgullo, así que no tengo intención de perder el tiempo tratando de llamar la atención de un hombre que solo tiene ojos para otra mujer que no soy yo  – asegura. Se acerca unos pasos a Regina, quien en ese momento miraba hacia un lado, con nerviosismo, dudando de sus palabras. – Sé que piensas que entre Mauricio y yo todavía hay algo… no te voy a mentir, los dos compartimos un pasado y teníamos nuestros asuntos pendientes, pero ya nos dijimos lo que nos teníamos que decir… no negaré que todavía ronda por mi cabeza la absurda idea de  que podríamos intentar ser felices juntos, después de todo, dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan… pero el caso es que, por mucho que me cueste reconocerlo y a él admitirlo…Mauricio está completamente enamorado de ti – afirma.


-¿Cómo puedes estar tan segura? – pregunta Regina mirándola con cierto escepticismo.


-Mi nana trató de advertírmelo hace tiempo… me decía que tenía una forma de mirarte, digamos que especial…  luego comencé a sospecharlo cuando te obligó a que te casaras con él, pero cuando realmente me aseguré de que era cierto fue el día que vino a verme a La Ascensión…


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-Dejemos que el tiempo vuelva hacia atrás esta noche… quédate conmigo, imaginémonos solo por hoy que nada hubiera pasado, que solo somos dos locos que conocieron el amor por primera vez… ya mañana será otro día y otra vez seremos los seres grises y amargados en los que el tiempo nos ha convertido – le suplica Nereida con dulzura mientras apoya su frente contra la suya, cerrando los ojos para aspirar su aroma.


Mauricio detiene su mirada sobre su bello rostro a escasos centímetros del suyo, sintiendo como una parte de él pugnaba por dejarse llevar y olvidarse de todo y todos por aquella noche.
Cierra los ojos por un segundo antes de apartarse bruscamente de ella para darle la espalda; aturdido por las imágenes que habían poblado su mente en aquel momento.


-Es demasiado tarde para eso… - murmura él con los dientes apretados.


Una triste sonrisa se dibuja en los labios de Nereida, quien se deja caer contra los almohadones con resignación. Había hecho su último intento por viajar en el tiempo y traer de vuelta el Mauricio de aquella fatídica noche, al que había dejado en aquella caballeriza magullado y con el corazón roto; pero la cruda realidad se había impuesto finalmente, aquel muchacho ya no existía. El hombre que tenía frente a ella era un hombre orgulloso,  poderoso y endurecido por la vida, pero sobretodo, era un hombre en cuyo corazón no parecía haber espacio para ella.


-Una parte de mí tenía la esperanza de que todavía quedara algo de ese amor que sentías por mí, debajo de esa fría coraza… no sabes cuantas veces soñé  que después de contarte la verdad, tú me estrecharías entre tus brazos y me dirías que   todo se arreglaría, como si de un cuento de hadas se tratara…  – susurra ella con tristeza. – Pero ahora me doy cuenta de que es demasiado tarde… - asegura, sonríe con resignación.


-En la vida real, no existen los cuentos de hadas, Nereida… no puedes esperar que después de todo este tiempo creyendo que habías despreciado mi amor a cambio de una vida cómoda con Saúl, lo deje todo por correr a tu lado, cuando no sé ni lo que siento en estos momentos… - se excusa Mauricio, cuidando sus palabras.


-Tienes razón… esas cosas no ocurren en la vida real. Después de todo, puede que nuestro amor no fuera tan fuerte y eterno como creía… sé que me amaste mucho en su día… tanto que por culpa de ese sentimiento contra el que no podías luchar, terminaste perdiendo todo lo que amabas en esta vida… - relata Nereida con profundo pesar. – Sin embargo, ahora me doy cuenta de algo, que no deja de atormentarme…  - se detiene para buscar las palabras adecuadas, dudosa -  la venganza no fue el motivo por el que te casaste con Regina… solo querías protegerla, ¿no es cierto? – pregunta al fin, con cierta cautela, clavando su mirada en la espalda del hombre; que todavía no se había vuelto para mirarla. No obtiene respuesta de él, sin embargo, observa como su cuerpo se tensa involuntariamente y apuña sus manos con fuerza. –Sabías que si se casaba contigo podrías hacer frente a las deudas de la hacienda y los demás terratenientes se lo pensarían dos veces antes de seguir acosándola para que desistiera de su intención, sin olvidar ese terrateniente con pinta de mafioso que no dejaba de acosarla, querías mantenerlo lejos de ella… además, con la boda  te asegurabas de que la quiebra de la constructora no la arrastrara a la ruina a ella también  – de sus palabras de desprendía una mezcla de resentimiento y tristeza.


-Será mejor que me vaya, no es conveniente que te emociones – anuncia Mauricio cortante, sin volverse para mirarla.


-Claro, Regina estará preocupada preguntándose cuales son tus intenciones conmigo – replica Nereida con cierta sorna.


-Cuídate, Nereida… todavía estás a tiempo de encontrar la felicidad… - Mauricio se vuelve a mirarla, una mezcla de tristeza y compasión se distinguía en su mirada.


-Quizás tú también… - murmura ella, mirándolo con tristeza.


Mauricio permanece durante unos instantes paralizado frente a ella, tratando de encontrar la mejor manera de irse sin lastimar todavía más los sentimientos de aquella mujer que un día había significado todo para él.
Finalmente avanza lentamente hacia ella, quien lo mira con la esperanza todavía gravada en su mirada. Se detiene junto a la cama y acerca su rostro al suyo lentamente, ella cierra los ojos y se humedece los labios, esperando sentirlos contra los suyos en ese beso tanto tiempo soñado.
Los labios de Mauricio se posan delicadamente sobre su cabeza para posar un casto y tierno beso sobre la misma, quebrando con ese gesto las últimas ilusiones de una mujer todavía enamorada.

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-Decidió dejarme sola después de que le confesara la verdad sobre aquella noche – recuerda Nereida con tristeza, los ojos comenzaban a humedecérsele por la emoción contenida. Aquella herida todavía le dolía, a pesar de los años. – Si no fuera por ti, se hubiera quedado conmigo sin pensárselo… por mucho que dijera que había pasado demasiado tiempo – asegura.


-Eso no puedes saberlo… - replica Regina.


-Por favor, no te hagas… tienes a Mauricio comiendo de tu mano, ya de niña lo tenías, aunque de manera diferente… - asegura Nereida con un deje de resquemor. – Pero ya no es el caso que hablemos más del tema… será que mejor que te marches, el taxi me estará esperando – añade.


-¿Y qué hay de tu nana? No la veo por aquí… ¿se va contigo al balneario? – pregunta Regina inocentemente, al no ver a Rosario rondando a su niña, como siempre hacía.


-Rosario está muerta para mí… que seas feliz, Regina… - responde Nereida fríamente, con los dientes apretados; antes de agarrar su bolsa y salir de la habitación como un suspiro, para dar pie a más preguntas que pudieran hurgar en la herida abierta.


Regina la observa alejarse de allí, con la cabeza alta. Tal ver fuera la última vez que se encontraran. Su despedida había sido fría, distante; al igual que su relación a lo largo de los años. No había más que decirse. Nereida había hecho una de las pocas cosas buenas por ella desde que la conocía: reconocer que Mauricio estaba enamorado de ella.











Observa en silencio desde la puerta como madre e hija se funden en un caluroso abrazo en el espacioso salón del departamento de Mauricio, en el que Morelia (Ana Claudia Talancón)  había decidido esperarlos para estar al pendiente de éste mientras Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) recogía a su futura suegra Isabel (Socorro Bonilla) en el aeropuerto.


-¡Mamá, que gusto me da de que ya estés aquí! – exclama Morelia emocionada.


-Y a mí, mi niña… me moría de ganas de estar aquí contigo y ayudarte con la boda, ahora que éste caballero se decidió a dar el paso – afirma Isabel con entusiasmo, lanzándole una mirada pícara a Miguel Ángel.


-Mamá… no empieces… - le reclama Morelia con cariño.


-No empiezo nada… ya iban siendo horas, después de 10 años de relación que viera a mi hermosa hija frente al altar, ¿no creen? – se defiende Isabel con salero.


-Déjala, Morelia… tu madre tiene toda la razón, no debí esperar tanto tiempo… - asegura Miguel Ángel con una leve sonrisa.


-Y hablando de bodas… ¿dónde está Mauricio que voy a jalarle bien duro de las orejas por la falta de consideración que tuvo al casarse así a lo loco, sin invitarnos a la boda…  - afirma Isabel con un deje de descontento.


-Mauricio está descansando, mamá… no está en condiciones de que le reclames nada – interviene Morelia.


-¿Todavía no se ha despertado? – pregunta Miguel Ángel preocupado.


-No, me he asomado varias veces a la recamara y sigue igual, como cuando te fuiste… - responde Morelia, con la misma preocupación.


-Ahora ustedes dos… ¿me van a contar lo que ocurre con Mauricio o tendré que averiguarlo por mí misma? – pregunta Isabel cruzándose de brazos, con el ceño fruncido. Miguel Ángel y Morelia intercambian una mirada de incertidumbre. - ¿Se trata de algo relacionado con el méndigo de Saúl Montesinos, no es cierto? – insiste.


El sonido del timbre interrumpe el momento. Miguel Ángel se apresura a abrir la puerta, para escapar de la mirada inquisitiva de su futura suegra, mientras Morelia busca las palabras adecuadas para saciar su curiosidad.


-Lo cierto es que las cosas se han complicado un poco para Mauricio… - comienza a decir Morelia con cuidado.


-No me extraña, estaba tan empeñado en cobrar venganza que no atendía a razones… y así las cosas nunca salen bien –asegura Isabel.


-Lo sé, todos se lo advertimos… pero ahora más que nunca Mauricio necesita de nuestro apoyo… - afirma Morelia acercándose a su madre, se vuelve hacia Miguel Ángel cuando siente la puerta cerrarse. -¿De qué se trata? – pregunta acercándose a él, mientras observa preocupada como el semblante de Miguel Ángel se tensa al leer el contenido del sobre que acababan de entregarle.


-Es una citación judicial… han interpuesto una demanda contra Mauricio por competencia desleal… - anuncia Miguel Ángel aturdido.


-¡Lo último que le faltaba a Mauricio! – exclama Morelia, cubriéndose la boca con las manos, consternada.


Socorro Bonilla como Isabel



Recuerdos borrosos invaden su mente, retazos de una vida marcada por el sufrimiento y la impotencia amenazaban su cordura en el momento que se despierta bruscamente.
Mira a su alrededor con la respiración todavía acelerada por las pesadillas. No tenía ni idea de donde estaba; se trataba de una habitación bastante anodina e impersonal. Demasiado abuso del uso del rojo pasión tanto en la colcha, como las cortinas y alfombras.
Comprueba con desconcierto que no tenía más ropa cubriendo su cuerpo que la áspera sábana que rozaba su piel todavía resentida.


-No puede ser… - Cecilia (María Sorté) se lleva las manos a la  cabeza, completamente anonadada por la situación mientras los recuerdos fugaces de la noche anterior comenzaban a devolverla a la realidad.


Aquellos labios apremiantes recorriendo su cuello, unas manos callosas recorriendo su cuerpo para desprenderla de su ropa, la mirada libidinosa de aquel hombre que había arrancado de su ser todo atisbo de cordura mientras la tomaba con una rudeza y desconsideración que lejos de disgustarle, había encendido en ella una pasión desconocida. Aquella aura de peligro y pecado la había desinhibido hasta límites que jamás hubiera sospechado.
Pero ahora, de nuevo a la luz del día; la mujer digna y refinada había regresado dando paso a la culpa y la vergüenza por haber pasado la noche como si de una cualquiera se tratara con aquel hombre, con Ícaro Sanromán.


Se levanta apresurada y comienza a recoger del suelo los restos de la ropa arrancada salvajemente de su cuerpo. Tenía que ser lo suficientemente rápida como para abandonar el lugar antes de que regresara. No se sentía con fuerzas para enfrentarlo  en ese momento.


-Mi querida señora Moncada, me agrada verla despierta… - se detiene bruscamente al escuchar su voz, incapaz de mover un solo músculo. Siente su presencia cerca de ella, de pronto sus manos se posan sobre sus hombros, causándole un incontrolable estremecimiento. – Dormía tan plácidamente cuando me marché, que me dio pena despertarla… - añade con fingida pena.


-Debió haberlo hecho… fíjese que hora es – protesta ella con la voz entrecortada.


-Necesitaba descansar… - asegura él apartándose de ella para sentarse sobre la cama. – Después de nuestra gran noche… por cierto, ¿qué tal la cabeza? Anoche bebió una cantidad considerable de alcohol…


-Está perfecta – responde Cecilia tratando de mantener una pose digna frente a él, mientras aprieta con más fuerza contra sí la sábana que la cubría.


-Por cierto, he estado pensando un poco más acerca de cómo derrotar a nuestro amigo común y, ¿a qué no adivina? – pregunta él con placer.


-¿El qué? – pregunta Cecilia dejando a un lado la vergüenza, para centrarse en el objetivo que la había llevado a juntarse con aquella clase de hombre.


-He pensado que quizás va siendo hora en convertir a su hija en… viuda – responde él remarcando sus palabras.





Una vez sola en la sala, después de la marcha de Miguel Ángel, Morelia y su madre – a quien acababa de conocer levemente – se deja caer sobre el sofá, completamente rendida.
Después de una mañana ajetreada, Miguel Ángel había terminado de arreglarla informándole de la demanda que la constructora de su padre le había interpuesto a la de Mauricio.  Rebusca el celular en su bolso, dispuesta a comunicarse con su padre, quizás todavía estaban a tiempo de llegar a algún tipo de acuerdo y retirar la demanda.

Detiene su búsqueda nada más sentir su presencia. Alza la vista para encontrarlo en el marco de la puerta del dormitorio, solamente vestido con la ropa interior; tal y como lo había dejado la noche anterior.


-¡Hasta que al fin despiertas! – exclama sonriendo con dulzura al tiempo que se levanta para acercarse a él. Sin embargo se detiene, al observar su mandíbula apretada, su rostro crispado y su mirada furibunda. – Mauricio… - susurra preocupada.


-¿Qué demonios haces aquí? Lárgate de mi casa – su voz suena fría, impersonal, como si fuera de otra persona. Sin embargo no hay atisbo de duda en la autoridad de sus palabras.


-Mauricio… por favor… - murmura ella suplicante.


-Te he dicho que te largues – explota Mauricio alzando la voz hasta asustarla.


-Muy bien, imagino que quieres estar solo… es comprensible… - comienza a excusarlo Regina, tratando de mantener la calma.


-Es precisamente lo que quiero… estar solo… lejos de ti… y de tu maldita familia, así que largo – le exige nuevamente Mauricio. – Maldigo el día en el que me crucé de nuevo en el camino de los Montesinos – añade con frialdad.


-Está bien… si eso es lo que quieres me iré … pero ni te creas que me voy a alejar de ti, por mucho que me grites e intentes herirme con tus palabras – replica Regina enojada mientras recoge su bolso. Se acerca a Mauricio con la frente en alto – Me voy, pero volveré… eso tenlo por seguro… ni te creas que me das miedo con esa pinta de ogro, Mauricio Galván… - le asegura, recalcando sus palabras antes de salir de  la casa a gran velocidad. En aquel momento no estaba de humor para aguantar el mal genio de Mauricio ni para discutir.


Mauricio (Fernando Colunga) observa durante unos segundos la puerta por la que se había ido Regina (Michelle Vargas) totalmente abatido y desorientado.
Sentía el corazón golpeando su pecho con violencia.


-Lo siento… - murmura con ojos llorosos mientras mira hacia la puerta antes de volver a la habitación.


Rebusca en el último cajón de la cómoda, en el fondo de todo hasta encontrarla. Allí estaba, donde la había dejado: el arma que solía portar en Miami cada vez que acudía a una reunión de negocios con papeles importantes y dinero; para espantar a posibles ladrones.
La toma entre sus manos para observarla con una nueva determinación en la mirada. ¿Lo considerarían un cobarde? No importaba ya; aquella era la mejor solución para todos, solo así podría acallar la voz de su conciencia y lograr descansar en paz. Habían sido demasiados años cegados por el odio, corrompiendo su alma y su mente. El motor de su vida había sido la venganza, era lo que lo impulsaba a levantarse por las mañanas, a trabajar para ser el mejor… y ahora, ¿qué? ¿Debía vivir con el remordimiento de haber tratado de hundir a un hombre inocente que había resultado ser también su hermano; hijo del hombre al que había jurado vengar? ¿Podría seguir adelante sabiendo el sufrimiento que había causado a la mujer que le había entregado su corazón y por la que estaría dispuesto a morir? La respuesta era no…

Con manos temblorosas se acerca el arma hasta la sien mientras observa su imagen borrosa en el espejo.


-Jaque Mate… - murmura entre dientes antes de quitarle el seguro y apretar el gatillo.  


Abre la puerta del apartamento con firmeza; dispuesta a no rendirse. Solo había llegado hasta mitad del pasillo cuando había decidido dar marcha atrás; iba a necesitar más que un par de gritos para abandonar a Mauricio en aquel estado. 

El sonido de la puerta al cerrarse de entremezcla con otro más estruendoso y desgarrador: el sonido de un disparo.
Se lleva la mano al pecho sobrecogida mientras observa con horror la puerta del dormitorio del que provenía el disparo. 
Dolor, angustia, ansiedad... comienza a golpearse el pecho una y otra vez mientras se deja caer contra la puerta sin apartar la mirada. Sus ojos se inundan pero las lágrimas se congelan en los mismos. No puede llorar, ni gritar ni siquiera respirar ni moverse.
Estaba allí, de pie golpeándose el pecho, tratando de devolverle la vida a su corazón mal herido. Era su culpa, ella lo había dejado solo, se había ido de allí a pesar de ver la perdición en sus ojos.
No quería entrar, no podía... aquello supondría ver con sus propios ojos lo que nos sería capaz de asumir.
Se deja caer lentamente sobre el frío suelo, agarrándose el pecho sin dejar de mirar aquella puerta, tras la cual se había descargado la tragedia...

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