lunes, 28 de febrero de 2011

CAPÍTULO 4


CAPÍTULO IV


Saúl (Eduardo Santamarina) entra sigilosamente en la recamara de su abuelo. Regina le había advertido que se encontraba dormido, pero él ya no podía esperar más, necesitaba decirle todo lo que había guardado durante todos esos años. Quería que supiera lo mucho que lo había respetado y admirado, sentimientos que se habían convertido en rencor e ira al saber que no quería saber de él, después de todo lo que había sucedido, y del secreto que los unía. Y menos podía perdonarle, que a él lo apartara e intentara alejar a Regina de él y de su madre, aunque no estaba seguro de qué le molestaba más, que hubiera querido llevarse a Regina de su lado, o que estuviera dispuesto a mantener a Regina a su lado y no a él. Necesitaba una respuesta a tal comportamiento, el por qué de su rechazo tan rotundo, y la necesitaba ahora, no estaba dispuesto a esperar más.
Se acerca a la cama con una silla en la mano, la posa sobre el suelo y se sienta en ella, sin dejar de mirar atentamente a su abuelo.
-Bernardo Montesinos – dice alzando la voz para despertarlo, cosa que consigue enseguida puesto que Bernardo (Carlos Bracho) comienza a abrir los ojos lentamente. Se sorprende al verlo allí.
-Saúl, ¿Qué… qué haces aquí?  – pregunta  aturdido.
-¿Creía que iba a esperar a mañana para platicar con usted cuando Regina lo hizo hoy? – Pregunta molesto – yo no soy plato de segunda mesa – añade.
-Siempre fuiste demasiado envidioso… pero pensaba que no con respecto a tu hermana  – responde Bernardo mirándolo concienzudamente.
-Yo no lo llamaría envidia, solo que no tolero que me hagan a un lado  – replica Saúl.
-¿Qué es lo que quieres? – pregunta Bernardo.
-Quiero una explicación, creo que la merezco – responde Saúl con arrogancia. Bernardo lo mira sin decir nada - ¿por qué me apartó de su vida? – pregunta.
-Pregúntale a tu madre – responde él molesto.
-Mi madre tenía derecho a rehacer su vida, y usted no era nadie para impedírselo – dice Saúl encolerizado. Se levanta de la silla, y comienza a andar de un lado a otro alterado. -¿Tiene idea de cómo he vivido estos últimos años? ¿Lo que sentí cuando me trató como una basura?  A mí, que soy su único nieto varón… un Montesinos  – le dice mirándolo con rabia.
-No creo que haya sido para tanto, ya eras suficientemente mayorcito y tenías la oportunidad de comenzar una nueva vida gracias a mí, no olvides todo lo que me debes – le dice Bernardo. Saúl se detiene y lo mira fríamente.
-Cierto, me hizo un gran favor en el pasado… pero ya se lo agradecí en su momento… además usted tampoco está libre de culpa, y lo sabe – le dice amenazante.
-Voy a darte un consejo hijo, olvida el pasado… y vive el presente, sé que tienes una buena vida, eres vicepresidente de la empresa de ese bastardo – le dice Bernardo con cierta rabia  – toma lo que tienes y no busques respuestas en este pobre viejo, eso no conseguirá apaciguar tus demonios – añade. Saúl lo mira con desprecio.
-¿Que sabrá usted de mis demonios? – pregunta. – Usted, que me educó a su imagen y semejanza, que me enseñó que no hay nada más importante que la casta y el buen nombre… y luego me rechazó como si fuera un vil gusano – añade.
-Por favor, no sigas – dice Bernardo llevándose la mano al pecho sofocado.
-No, sí que voy a seguir abuelo, y lo voy a hacer porque quiero que sepa cuanto lo desprecio… todo lo que he pasado todos estos años, sintiéndome como un miserable. Nunca  voy a perdonar que nos botara de aquí como delincuentes, exponiéndonos a la vergüenza y a las habladurías… y no contento con eso quiso arrebatarnos a Regina y como no consiguió su propósito también la apartó de su lado, nos desheredó…  – le dice descargando su furia. Bernardo hace grandes esfuerzos para respirar, siente que las fuerzas lo abandonan.
-No te preocupes por eso último, ya lo he solucionado – dice con dificultad, llevándose la mano al pecho. Saúl lo mira sorprendido, ahí tenía lo que deseaba escuchar, lo único que quería de él, estar dentro del testamento - Sa… Saúl – dice con dificultad. Saúl se detiene para observarlo intrigado – Saúl… necesito ayuda – añade haciendo un gran esfuerzo. Pero Saúl permanece quieto, mirándolo fríamente, con desdén. Parece dispuesto a observar su padecimiento sin hacer nada para socorrerlo.
-¡Maldita sea! – exclama enojado y abre la puerta de la recámara - ¡Modesta! – Llama – Avisa al doctor, el abuelo está sufriendo una crisis – grita mientras sale al pasillo.


Regina (Michelle Vargas) sigue observando al hombre que tiene frente a ella, el mismo que casi la había atropellado la otra noche, solo que ahora vestía con ropa informal, llevaba unos vaqueros que se ajustaban a la perfección a los firmes músculos de sus piernas, y una camisa de cuadros que llevaba remangada hasta los codos y desabrochada en los primeros botones dejando al descubierto sus perfectos pectorales.
Mientras él la observa de arriba abajo atentamente, preguntándose donde había visto esa cara con anterioridad. Sonríe con cinismo al darse cuenta de su identidad.
-¡Vaya sorpresa, la loca del otro día! – exclama él (Fernando Colunga) con sorna. Regina siente que le hierve la sangre de la rabia ante tal demostración de prepotencia.
-Aquí el único loco es usted, y ya se está marchando de aquí… esta laguna pertenece a don Bernardo Montesinos – dice ella tratando de parecer lo más amenazante posible, colocando las manos en las caderas.
-Me temo que su información está demasiado desactualizada… esta laguna ya no le pertenece al señor Montesinos, hace varios años que la puso en venta… y lo la he adquirido  – dice Mauricio con arrogancia. Regina escucha sus palabras sin poder dar crédito, su abuelo había sido capaz de vender esa parte de la hacienda.
-No, eso es imposible… mi abuelo nunca haría eso. – dice aturdida. Lo mira enojada – usted es un embustero, pero le advierto que no soy ninguna idiota – añade. Pero el hombre parece aturdido por algún motivo que ella no logra adivinar. Su mirada había pasado de ser fría distante a reflejar una extraña consternación. Ella lo mira extrañada y se cruza de brazos ofuscada – haga el favor de marcharse antes de que vaya a avisar a algunos de los peones para que lo saquen a patadas o si me apura, soy capaz de arrastrarlo yo misma - añade con arrogancia, mirándolo desafiante. Él sacude la cabeza, como tratando de deshacerse de los pensamientos que se habían instalado en su mente por unos momentos.
-Así que eres Regina Montesinos – dice ignorando su amenaza, al tiempo que se cruza de brazos.
-¿Cómo sabe mi nombre? – pregunta intrigada.
-Sencillo, en este pueblo todo el mundo sabe el nombre de los nietos del patrón de La Poderosa – responde restándole la importancia.
-Pues bien, ya que sabe mi nombre… a mi me encantaría saber el suyo – dice ella con ironía. Pero él sonríe sin humor al tiempo que se acerca al caballo para volver a montarse, ella parecía no darse cuenta de quien era él en realidad, aunque bien era cierto que él también había cambiado mucho en los últimos trece años.
-Lo sabrás a su debido tiempo, ahora confórmate con saber que soy el nuevo dueño de esta laguna… y pronto lo seré de “La Poderosa” – le dice con seguridad. Regina lo mira indignada.
-¡Eso jamás, patán! ¿Me oyó? Jamás – le chilla furiosa mientras él se aleja galopando a lomos de su pura sangre. Ella le da una patada a una de las rocas que bordeaban la laguna tratando de sofocar su rabia, pero solo consigue hacerse daño - ¡Ay, Maldito patán engreído! – exclama  dolorida mientras levanta el pie y comienza a acariciarlo.


Regina (Michelle Vargas) llega a la casa, todavía alterada por el encuentro con aquel engreído. Tenía intención de preguntarle a Modesta sobre si era cierto lo que aquel hombre le había dicho. Pero había algo más que la aturdía, aquel hombre le resultaba familiar… su voz, su mirada… pero no sabía de qué ni sabía porque tenía la sensación de que lo conocía de mucho antes.
Pero en cuanto abrió la puerta principal se olvidó por completo del incidente que tanto la había aturdido al ver el semblante serio de su hermano, que permanecía en el recibidor consolando a una desolada Modesta.
-¿Qué ha ocurrido? – pregunta Regina alarmada. Saúl (Eduardo Santamarina) se separa de Modesta (Ana Martín), que enjuaga sus lágrimas con un pañuelo, y se acerca a ella. 
-Princesa… tengo una mala noticia… el abuelo ha fallecido – responde Saúl con cierto pesar. Regina lo mira impactada mientras que él se acerca para estrecharla entre sus brazos. 
  
Dos días después...

En el pueblo nadie quiso perderse el multitudinario entierro de don Bernardo Montesinos, el que había sido el mayor terrateniente de toda la región. Don Bernardo había sido un hombre respetado a la vez que temido. Aunque en los últimos años apenas se había acercado al pueblo y corrían rumores de que había perdido la cordura. Regina (Michelle Vargas) observaba el ataúd que se hallaba frente al altar sin escuchar las afanadas palabras del sacerdote, quien estaba dando un interminable sermón acerca las cualidades del fallecido; su cabeza repasaba una y otra vez los sucesos vividos en las últimas horas. Ni siquiera había tenido tiempo de deshacer el equipaje o recorrer la hacienda, cuando no estaba ayudando a su hermano con los preparativos del funeral, ayudaba a Modesta a organizar las labores de la casa, y el resto del tiempo lo invertía en tumbarse en la cama y tratar de descansar. Le preocupaba también el comportamiento esquivo y distante de su hermano, que desde la muerte de su abuelo se había empeñado en revisar toda la contabilidad de la hacienda de los años en que él estuvo ausente; como si lo único que le importara fuera la hacienda.
Miró de reojo a su madre, que permanecía a su lado, escuchando atentos el sermón. Julio había decidido no acudir al funeral puesto que no lo creía conveniente y no quería que su presencia causara revuelo entre la gente del pueblo, aunque el revuelo se había causado de todas formas con la presencia de Cecilia (María Sorté), pero ella parecía no inmutarse puesto que lo más importante para ella era estar con sus hijos en un momento tan delicado.
En el mismo banco se hallaba Saúl (Eduardo Santamarina) acompañado por su esposa. Nereida (Bárbara Mori) había llegado el día anterior, junto con Cecilia. Regina se había preguntado como habrían hecho para soportarse durante el trayecto, ya que para nadie era un secreto que a penas se soportaban y solo mantenían la compostura en público para evitar escándalos, pero de puertas a dentro eran constantes sus enfrentamientos las pocas veces que se encontraban, ya que ambas mujeres hacían lo imposible por evitarse la una a la otra. Y todo, al parecer,  porque Nereida, algún tiempo después de iniciar su noviazgo con Saúl, 15 años atrás, habían roto su relación y Saúl, según le había contado su madre; lo había pasado muy mal por culpa de aquella mujer. Por eso no había podido aceptarla de nuevo al lado de su hijo, varios años después, cuando finalmente se reconciliaron. Pero Saúl la amaba demasiado, como para pararse a escuchar los consejos de su madre. Y, contra todo pronóstico, seguían juntos; cosa que sacaba a Cecilia de quicio.
En uno de los bancos intermedios se hallan dos mujeres que miraban atentamente a los ocupantes del primer banco.
-Fíjate no más en Regina, que linda es – comenta una.
-Sí, al parecer si es cierto lo que andan diciendo, de que finalmente don Bernardo cambió el testamento a última hora, cuando el hermano reciba la herencia tienen pensado pasar largas temporadas en “La Poderosa” – dice la otra.
-¿En serio? Entonces le diré a mi esposo que prepare un festejo en la hacienda en honor a los Montesinos – dice la primera.
-Todavía no han terminado de enterrar al abuelo y tú ya pensando en fiestas Clotilde. Además no es seguro que se queden con la hacienda  – le reprende la otra.
-Que quieres Altamira, sabes que a mi me gusta mucho relacionarme con la gente importante del pueblo, y esos muchachos van a serlo – dice Clotilde (Rosita Pelayo).
-Bueno, eso si no deciden vender la hacienda, porque según tengo entendido don Bernardo ya había vendido algunas parcelas, y lo que queda ya no es la sombra de lo que era… y dudo mucho que dos muchachos de ciudad sepan como llevarla – dice Altamira (Dacia González). –Puede que hasta se lo vendan al misterioso dueño de la hacienda “San Lorenzo”  - añade pensativa. Clotilde se encoje de hombros.
-¿Quién será ese hombre, verdad? Ni siquiera acude a las reuniones de la confederación, ¿qué tanto tiene que ocultar su identidad? ¿Será que es un prófugo de la justicia? – pregunta Clotilde alarmada.
-Schhh, silencio par de cotorras – les dice una mujer sentada en el banco de delante que voltea indignada para pedirles silencio. Las dos mujeres la miran molestas, sin decir nada y la mujer  vuelve su atención hacia el frente de nuevo.
-Vieja amagada – murmura Altamira.


HACIENDA “SAN LORENZO”


El filo del hacha se clavó con fuerza en la base, partiendo en dos el taco de madera. Mauricio (Fernando Colunga) posa el hacha en el suelo para llevarse la mano a la frente  y así secarse las gotas de sudor que comenzaban a surcar su rostro, acto seguido se quita la camiseta de tiras que llevaba para lanzarla al suelo. El sol esa tarde quemaba con fuerza; y el calor era asfixiante.
A lo lejos, dos empleadas de la hacienda lo contemplan embelesadas, sin perderse detalle de sus movimientos. Tenían muy pocas oportunidades de contemplar al patrón, ya que desde que adquiriera la hacienda, tres años atrás, a penas había pisado esas tierras. Era un hombre extraño y callado, pero agradable y atento con sus empleados, que le guardaban un gran respeto, por lo mismo habían cumplido a rajatabla su voluntad de que no hablaran con nadie sobre su persona, quería que nadie en el pueblo supiera que él era el dueño de la hacienda San Lorenzo.
-¿Qué hacen aquí? – pregunta Fercho (Jorge Poza) molesto, a sus espaldas. Las dos mujeres voltean avergonzadas por haber sido descubiertas en tales circunstancias.
-Disculpa Fercho, nosotras estábamos… - comienza a responder una.
-Sí, ya sé que andaban haciendo – dice él sin ocultar su aparente disgusto – y ahora váyanse a hacer sus tareas – les ordena.
-Como mandes – dicen las dos al unísono y se alejan. Fercho no puede aguantar por más tiempo la risa, había que ver como se ponían  las mujeres de la hacienda cada vez que el patrón estaba en la misma. Pero a pesar de que todas las criadas de la hacienda estarían encantadas de que el patrón las llamara a su cama – hecho que era habitual entre los terratenientes – Mauricio  había  decidido mantener las distancias con ellas.
Fercho se acerca a él, Mauricio se vuelve hacia él.
-¿Averiguaste lo que te pedí? – pregunta Mauricio con la respiración agitada, por el ejercicio realizado.
-Sí, mañana en la tarde será la lectura del testamento – responde Fercho – dicen por el pueblo que días antes mandó llamar al licenciado Torres – añade.
-¿Ha modificado el testamento? – pregunta Mauricio extrañado. Fercho se encoge de hombros.
-¿Quién sabe? Patrón… quizás cambió de opinión con respecto a la hacienda y no quiso donarla al Ayuntamiento – responde Fercho. Mauricio se mesa el pelo intranquilo.
-Con razón mandó a llamar a sus nietos… - se dice preocupado. Si tal y como sospechaba, finalmente el viejo nombrara a Saúl Montesinos como heredero de la hacienda le sería extremadamente difícil hacerse con el terreno. Aunque en el fondo, siempre había contado con esa posibilidad, y eso no lo iba a hacer desistir de su propósito, esa hacienda tenía que ser suya, y luego haría todo lo que le viniera en gana con ella, destruiría la memoria viva de los Montesinos, acabaría con su leyenda y arrastraría su nombre por el fango. Esa sería su justa revancha, y nadie ni nada iba a interponerse en su camino.

LA PODEROSA

Saúl (Eduardo Santamarina) entra en la recamara que estaba ocupando desde que llegara – dos días atrás – seguido por su esposa Nereida (Bárbara Mori), quien cerró la puerta a sus espaldas y observo la recamara con nostalgia mientras se acariciaba los brazos.
-Todavía no me puedo creer que esté aquí de nuevo – dice pensativa. Saúl la mira aparentando indiferencia mientras comienza a quitarse la corbata.
-Vete acostumbrando, porque voy a ser el nuevo dueño – dice Saúl.
-¿Cómo estás tan seguro? – pregunta Nereida intrigada.
-Mi abuelo me dijo antes de morir que ya había arreglado el asunto de la herencia, y Modesta me confirmó que días antes había llamado al abogado para volver a incluirnos en él – responde Saúl comenzando a desabrocharse la camisa.
-Aún así, olvidas a tu querida hermana… - dice Nereida con cierta ironía. Las relaciones con su cuñada tampoco habían sido nunca demasiado buenas. Nereida se sentía muchas veces celosa ante las múltiples atenciones que Saúl le prodigaba a su querida hermana, haciendo que ella siempre se sintiera apartada de esa presunta familia feliz.
-Nereida, en esta región las tierras solo las heredan los hombres – dice Saúl sonriéndole.
-Pues menuda tontería. Hoy en día una mujer puede sacar adelante una hacienda perfectamente – dice Nereida indignada.
-Quizás tengas razón, pero aquí las cosas no han cambiado en siglos… los hombres son los que mandan y las mujeres obedecen – dice Saúl.
-Si, ya recuerdo que así se hacían las cosas aquí. Pero tenía la esperanza de que las cosas hubieran cambiado – dice Nereida. Saúl la mira y sonríe acercándose a ella con el torso desnudo.
-Pues a mi me conviene que no hubieran cambiado. Desde que era niño soñaba con que llegara el día en que esta hacienda fuera mía y solo mía… en seguir con la tradición de los Montesinos… y ya ha llegado, cuando pensaba que todo estaba perdido – dice complacido. Rodea con sus brazos la esbelta cintura de su esposa y la atrae hacia él, mientras ella lo escucha sin apenas moverse. –Quiero festejar este momento con mi adorada esposa – añade.
-Saúl, acabamos de enterrar a tu abuelo. ¿No deberías por lo menos guardarle un mínimo de respeto? – pregunta Nereida.
-Ese viejo loco me despreció y me botó como si fuera un delincuente… toda la admiración y cariño que sentía por él, se murió hace años – responde Saúl mientras le acaricia suavemente la cara. Nereida cierra los ojos al sentir su contacto, dejándose por las deliciosas sensaciones que le producía. – Me vuelves loco, ¿lo sabías? El paso del tiempo solo ha hecho volverte más hermosa – le susurra al oído.
-Saúl… - susurra ella cuando siente que los labios de su esposo comienzan a recorrer su cuello. Apoya las palmas de las manos en sus duros pectorales de él y comienza a acariciarlo mientras los besos de él ascienden lentamente hasta capturar sus labios en un beso ardiente y apasionado. Nereida rodea a su esposo con sus brazos mientras él la conduce hasta la cama sin dejar de besarla. Ella cierra los ojos para sentir los besos y caricias de su esposo que recorren su piel, sintiendo como su cuerpo se encendía. Pero al volver a abrirlos no son los labios de su marido los que la besan, ni sus manos las que la acarician. Se aferra con fuerza a su espalda mientras lo besa con una pasión enfermiza, con un deseo contenido por tanto tiempo.
-Ámame mi amor, ámame como antes… te necesito – susurra ella entre jadeos. Saúl se separa unos centímetros de ella para observarla. Su esposa había respondido a sus caricias de una forma tan pasional y fogosa  que lo había sorprendido. No pudo evitar que viejos temores regresaran a su corazón al pensar que quizás ella le estuviera haciendo el amor a otro hombre. Pero las exigencias de su esposa no lo dejaron seguir con sus dudas y resquemores, ya que lo abrazó con fuerza para atraerlo de nuevo hacia ella.
-Hazme el amor… - dice ella suplicante. Saúl vuelve a besarla con pasión decidido a dejar sus dudas atrás y cumplir las exigencias de su esposa.


Regina (Michelle Vargas) se acerca con cautela a los abandonados establos, observando la descuidada estructura sin poder dar crédito. Recordaba aquellos majestuosos establos que albergaban a docenas de pura sangres de las mejores razas, pulcramente cuidados por decenas de peones que se encargaban de que los caballos estuvieran en perfectas condiciones en todo momento. Sin embargo ahora todo se había reducido a unos establos mediocres semiderruidos. Se introduce cuidadosamente para observar el interior que, por lo menos, no parecía tan descuidado. Había unas cinco caballerizas ocupadas por unos caballos aparentemente saludables y bien cuidados.
-¿Son bonitos verdad? – pregunta una voz infantil a sus espaldas. Regina se voltea para ver al pequeño que acababa de entrar sigilosamente tras ella.
-Sí, muy bonitos – responde sonriendo. Se acerca al pequeño y se arrodilla frente a él. - ¿Eres tú quien los cuida? – pregunta.
-Sí, bueno, en realidad es mi papá el que se encarga de ellos, pero yo lo ayudo – responde el niño.
-¿Y solo hay estos cinco caballos en la hacienda? – pregunta Regina. El niño asiente.
-Hace cosa de un año había más, pero el patrón mandó que se vendieran y no compró más potros que criar – responde el niño.
-Vaya, cuando yo era pequeña este establo estaba siempre lleno de caballos hermosos – dice Regina. El niño la mira extrañado.
-¿Usted vivió aquí? Pues yo no la recuerdo – dice el niño. Regina se ríe.
-Supongo que quizás no habías nacido cuando me fui – dice Regina.
-Claro… es posible – dice el niño.
-¿Cuál es tu nombre? – pregunta Regina.
-Tomás – responde el niño (Alejandro Felipe Flores)  sonriendo. - ¿Y el suyo señorita? – pregunta.
-No me hables de usted, me hace sentir vieja. Llámame Regina, ¿sí?- dice ella. El niño asiente.
-Sale – dice emocionado - ¿va a ser usted la nueva patrona? – pregunta.
-No yo no, pero sí mi hermano – responde Regina.
-¡Qué bueno! Aquí todo mundo temía que el patrón le dejara la hacienda al ayuntamiento y nos botaran a todos fuera… como dis que no tenía a quien dejársela… - dice el niño.
-Pues se equivocaron. Sí tenía a quien dejársela, y te aseguro que mi hermano no va a botar a nadie. Las cosas seguirán siendo como antes, o quizás mejor. Porque Saúl quiere  devolverle a esta hacienda su vieja gloria – dice Regina. El niño da una palmada de felicidad.
-¡Pero que buena noticia! Ya verás mi papá cuando se entere – dice el niño entusiasmado. Regina sonríe con ternura al verlo.
-Esto… Tomasito, ¿tú por casualidad no sabes si mi abuelo vendió la laguna? – pregunta ella.
-Sí, se la vendió al dueño de la hacienda  vecina, la “San Lorenzo” – responde el niño.
-¿De veras? – pregunta consternada. Entonces era cierto lo que el cretino del otro día le había dicho. - ¿Y tú no sabrás quien es el dueño de esa hacienda, verdad? – pregunta. El niño se encoje de hombros.
-Nadie lo sabe, ese hombre es todo un misterio. Dicen que nadie lo ha visto, y tiene prohibido a sus peones que hablen de él… y poz mi abuela dicen que deben respetarlo mucho para seguir al pie de la letra sus indicaciones – dice el niño. –Fíjate que ni mi novia me platica de él – añade.
-¿Tu novia? – pregunta Regina sorprendida.
-Sí, mi novia Dulce… ella vive con su tío en la hacienda “San Lorenzo” – responde el niño con orgullo.
-¿Y sus papás? – pregunta ella intrigada.
-Murieron cuando ella era una bebita, como mi mamá – responde el niño apenado.
-Vaya, cuanto lo lamento – dice Regina, le pellizca con cariño un cachete. Se incorpora y le tiende la mano al niño.
-Ven, ¿qué te parece si le pedimos a Modesta que nos prepare una rica merienda? – pregunta Regina.
-Sale – dice el niño agarrándole la mano. Los dos salen del establo en dirección a la casa - ¿sabías que Modesta es mi abuela? – pregunta el niño. Regina lo mira sorprendida.
-¿De veras? No sabía…  - responde. Los dos siguen su camino hacia la casa enfrascados en una entretenida conversación. 


ACAPULCO

Amaranta (Martha Julia) saborea el jugoso cóctel recostada en la cómoda hamaca de la piscina del lujoso hotel mientras tomaba el sol. Deja la copa sobre la mesa y vuelve a colocarse para recibir mejor los rayos solares. Se sentía pletórica y satisfecha. Había conseguido que Fabián la llevara con él en su viaje para así disfrutar más de él. Sin duda, humillarlo en público era lo mejor que su querida noviecita había hecho por ella, ya que de no ser así no se encontraría en ese momento hospedada en un lujoso hotel con un hombre que le volvía loca, y aún por encima le cumplía todos los caprichos. ¿Qué más podía pedir?
Fabián (Carlos Ponce) llega a la piscina con el bañador puesto, y la toalla colgada al hombro. Busca con la mirada a Amaranta, sin percatarse de que se había convertido en el objetivo de casi todas las miradas femeninas, que lo observaban expectantes para saber si ese hombre de rostro aniñado y belleza angelical estaba solo o acompañado. La esperanza se evaporó tan pronto como las interesadas vieron como Fabián saludaba a la exuberante rubia que tomaba el sol con un biquini diminuto con un beso en los labios.
-Hola amor – lo saluda coqueta. Fabián se sienta en la hamaca contigua y mira a su alrededor distraído. - ¿Hablaste con tu papá? – pregunta.
-Sí, me contó que hace dos días se murió el abuelo de Regina – responde Fabián.
-No sabía que tenía un abuelo – dice Amaranta.
-Sí, solo que hacía muchos años que no lo veía… - dice Fabián.
-¿En qué piensas? – pregunta Amaranta incorporándose para sentarse al lado de Fabián.
-En nada importante – responde Fabián. Amaranta apoya su barbilla en el hombro de él y comienza a acariciarle la espalda con suaves caricias mientras lo mira coqueta.
-Está bien, si no quieres decirme qué te ocurre no me lo digas. Yo me encargaré de aliviar tus recuerdos amargos – dice ella mientras le da un pequeño lametón en el lóbulo de la oreja, esperando excitarlo. Sin embargo Fabián se incorpora bruscamente.
-Voy a hacer unos largos a la piscina – dice tirando la toalla sobre la hamaca y comienza a alejarse.
Amaranta mira enojada como Fabián se lanza a la piscina y comienza a nadar con brío. No estaba acostumbrada a que ningún hombre la rechazara de esa manera, y mucho menos que la tratara como un juguete. Desde que habían llegado había notado a Fabián distante, aunque al principio no se había preocupado – era lógico después de sufrir una humillación pública – ya que estaba demasiado ocupada en sus compras y sesiones de belleza que Fabián se había ofrecido a pagar; pero ahora la actitud de Fabián la inquietaba profundamente. Y estaba comenzando a sospechar que quizás los sentimientos de Fabián hacia esa caprichosa no fueran tan superficiales como creía.

Al día siguiente…

LA PODEROSA

Modesta (Ana Martín) observaba, sin apenas contener su disgusto, como Cecilia (María Sorté) se encargaba de dar órdenes a todo el mundo como si fuera la señora de la casa. No podía olvidar que ella tenía parte de culpa de la desdicha que se había apoderado de aquella hacienda años atrás.
Cecilia termino de dar instrucciones a una joven criada y se volvió hacia Modesta. La mira de arriba abajo con arrogancia, pero Modesta alza la barbilla con orgullo y le sostiene la mirada.
-Veo que sigues tan arisca como siempre – dice Cecilia mirándola con interés.
-Hay cosas que nunca cambian señora – dice Modesta. Cecilia sonríe.
-Cierto – dice Cecilia. Se acerca a ella – esta tarde se dará lectura al testamento en la sala principal, ¿podrás encargarte de que esté todo en orden para entonces? – pregunta.
-Llevó más de treinta años encargándome del cuidado de esta casa, me sorprende que a estas alturas dude de mi capacidad para mantener mi hogar bien cuidado  – responde Modesta. Cecilia sonríe hipócritamente.
-No entiendo como mi suegro, que en paz descanse, siempre te permitió tantas libertades – dice Cecilia con desdén.
-El patrón valoraba la lealtad, viniera de quien viniera – dice Modesta. La  mira de arriba abajo – con su permiso, señora, me retiro. Tengo muchas cosas que hacer – añade y se va ante la airada mirada de Cecilia.


Saúl (Eduardo Santamarina) repasaba una y otra vez las cuentas de los últimos meses sin poder dar crédito mientras Regina (Michelle Vargas) lo observaba sentada sobre la mesa del escritorio del despacho del abuelo.
-No puedo creer que el abuelo pudiera ser tan inconsciente – dice enojado.
-Modesta me dijo que cuando nos botó, la hacienda dejó de importarle porque pensaba que no tenía a quien dejársela – dice Regina. Saúl la mira por encima de los documentos.
-¿Y no te dijo por qué cambió de opinión? – pregunta Saúl.
-Al parecer el estar al borde de la muerte lo hizo recapacitar – responde Regina acariciando una pequeña caja de cuero que se hallaba sobre el escritorio.
-Gracias a Dios – dice Saúl. – Lo que me preocupa es como recuperar los terrenos enajenados – añade – en la mayoría de los contratos de compra venta  no consta el nombre del comprador sino el del representante: Miguel Ángel Valente - añade preocupado.
-Es el dueño de la hacienda “San Lorenzo” – dice Regina. Saúl alza la vista para mirarla.
-¿Cómo lo sabes? – pregunta.
-Me lo dijo Tomasito, el nieto de Modesta y ella me lo confirmó… dicen que es un hombre misterioso, nadie sabe su nombre… - responde Regina.
-Esto está demasiado extraño. ¿Quién querría ocultar su identidad tan celosamente? – pregunta intrigado. Regina se encoje de hombros.
-Vete tú a saber – dice – el otro día me encontré con él en la laguna – añade. Saúl la mira sorprendido y se levanta del sillón para acercarse a ella.
-¿Cómo dices? – pregunta.
-Sí, después de platicar con el abuelo necesitaba despejarme y me acordé de que cuando era pequeña me encantaba ir a la laguna, así que dejé que mi intuición me guiará y conseguí llegar hasta allí… y al poco rato apareció ese hombre – Regina no puede evitar que un escalofrío recorra su cuerpo al recordar la imponente imagen del hombre sobre el caballo – me dijo que él era el nuevo dueño de la laguna… y que pronto lo sería de La Poderosa – añade.
-¿Eso te dijo el muy infeliz? – pregunta Saúl enojado al tiempo que golpea la mesa con el puño. – Nada más se lea el testamento, iré a esa hacienda para poner en su sitio a ese imbécil y exigirle que me revenda los terrenos que mi abuelo le vendió, si no lo llevaré a los tribunales, el abuelo no estaba en sus cabales cuando realizó las ventas – añade caminando de un lado a otro encolerizado. Regina lo mira preocupada, se acerca a él y posa su mano en el hombro de su hermano para detenerlo.
-Saúl, tranquilízate… por favor… ¿Ocurre algo? Desde esta mañana te noto tenso, irascible… ¿va todo bien con Nereida? – pregunta preocupada. Saúl la mira dudoso.
-Sí, va todo bien. Solo que estoy nervioso por todo lo que se me va a venir encima – responde al fin, tratando de ocultar su desazón.
-¿Estás seguro de que solo es eso? – pregunta Regina mirándolo fijamente. Conocía a su hermano demasiado bien como para saber que esa expresión de desesperanza que reflejaban sus ojos solo podía significar que entre él y Nereida las cosas no iban demasiado bien. Pero Saúl no quería confesarle a su hermana lo que en realidad ocurría, se sentiría ridícula hablándole de sus sospechas de que la noche anterior su esposa pensara en otro hombre mientras le hacía el amor.
-Estoy más que seguro mi princesa – dice Saúl, toma el rostro de su hermana entre las manos y le da un dulce beso en la frente – y ahora ve a ver que mamá y Modesta no se estén tirando de los pelos, esas dos mujeres nunca se han llevado nada bien – añade sonriendo.
-No sé que pasa con las mujeres de nuestra familia, que no podemos soportarnos entre nosotras – dice Regina simulando pena de un modo exagerado. Saúl se ríe y le da una pequeña nalgada para hacerla salir del despacho. Una vez a solas se acerca a la ventana para observar el desolado paisaje, tan triste y distinto al que había sido en el pasado.

Más tarde…

En la sala se encontraban todos reunidos esperando la lectura del testamento.  Regina (Michelle Vargas) estaba sentada junto a su madre en un cómodo sofá, Saúl (Eduardo Santamarina)  y Nereida (Bárbara Mori) estaban sentados en otro cercano, agarrados de la mano; mientras que Modesta (Ana Martín) permanecía de pie junto a la puerta. Junto con la familia, en un sillón aparte; se encontraba el alcalde del pueblo, que esperaba que don Bernardo dejara parte de sus bienes para el ayuntamiento, tal y como le había comentado en alguna ocasión.  Don Facundo (Arsenio Campos) tomó asiento en el cómodo sillón que le habían preparado y los observó a todos, uno a uno mientras abría el sobre que contenía el testamento.
-Bien, ya que estamos todos procederé a hacer lectura del testamento – comienza. Se coloca las gafas y comienza a leer – “Yo don Bernardo Montesinos de Mendoza, en uso de mis plenas facultades mentales compadezco ante mi abogado y establezco como mi última voluntad nombrar como heredera a la única persona capaz de levantar de nuevo “La Poderosa”, la única persona digna de estar al frente de tal desafío” – Saúl sonríe satisfecho, seguro de ser él la persona a la que se refiere su abuelo – “sé que durante mi vida, llevado por mi orgullo y sin razón,  cometí errores imperdonables…errores que he pagado durante años cada vez que me veía solo, sin el cariño de los míos. Cariño que yo mismo me encargué de dinamitar, por eso he decidido remendar mis errores y poner cada cosa en su lugar, para ello es mi voluntad que sea mi nieto Saúl Montesinos Villarreal el que reciba la casa señorial que poseo en las afueras de Acapulco, esa casa ha pertenecido a la familia desde hace mucho y sé que él sabrá sacarle provecho. Y por lo mismo dispongo que mi querida hacienda, “La Poderosa”, mi mayor orgullo, mi creación, que yo mismo me encargué de destruir como todo lo que amaba… por ello dispongo que sea mi querida nieta Regina Montesinos Villarreal su nueva dueña, a ella le dejo mi mayor tesoro, para que sea ella quien la levante, y muestre con orgullo de lo que los Montesinos somos capaces, por sus venas corre mi sangre, sangre de los Montesinos y como tal estoy seguro que sabrá salir adelante demostrándole a todos que a pesar de ser mujer, puede perfectamente ser la dueña de “La Poderosa””. Todos se miran incrédulos al escuchar tal revelación, la más sorprendida es la propia Regina que en ese momento comienza a comprender las últimas palabras de su abuelo. Mientras Saúl observa a su hermana con un destello de ira en sus ojos. Ya no era a su hermana a quien veía, sino a la mujer que le había arrebatado lo que él más deseaba.

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