lunes, 28 de febrero de 2011

CAPÍTULO 5



CAPÍTULO V


-Bien, ya que estamos todos procederé a hacer lectura del testamento – comienza. Se coloca las gafas y comienza a leer – “Yo don Bernardo Montesinos de Mendoza, en pleno  uso de mis facultades mentales compadezco ante mi abogado y establezco como mi última voluntad nombrar como heredera a la única persona capaz de levantar de nuevo “La Poderosa”, la única persona digna de estar al frente de tal desafío” – Saúl sonríe satisfecho, seguro de ser él la persona a la que se refiere su abuelo – “sé que durante mi vida, llevado por mi orgullo y sin razón,  cometí errores imperdonables…errores que he pagado durante años cada vez que me veía solo, sin el cariño de los míos. Cariño que yo mismo me encargué de dinamitar, por eso he decidido remendar mis errores y poner cada cosa en su lugar, para ello es mi voluntad que sea mi nieto Saúl Montesinos Villarreal el que reciba la casa señorial que poseo en las afueras de Acapulco, esa casa ha pertenecido a la familia desde hace mucho y sé que él sabrá sacarle provecho. Y por lo mismo dispongo que mi querida hacienda, “La Poderosa”, mi mayor orgullo, mi creación, que yo mismo me encargué de destruir como todo lo que amaba… por ello dispongo que sea mi querida nieta Regina Montesinos Villarreal su nueva dueña, a ella le dejo mi mayor tesoro, para que sea ella quien la levante, y muestre con orgullo de lo que los Montesinos somos capaces, por sus venas corre mi sangre, sangre de los Montesinos y como tal estoy seguro que sabrá salir adelante demostrándole a todos que a pesar de ser mujer, puede perfectamente ser la dueña de “La Poderosa””. Todos se miran incrédulos al escuchar tal revelación, la más sorprendida es la propia Regina que en ese momento comienza a comprender las últimas palabras de su abuelo. Mientras Saúl observa a su hermana con un destello de ira en sus ojos. Ya no era a su hermana a quien veía, sino a la mujer que le había arrebatado lo que él más deseaba. Regina mira a su hermano, apenada, una inmensa sensación de culpa la invadía en ese momento a pesar de saber que ella no había hecho nada, pero era consciente de que su hermano había puesto en la hacienda todas sus ilusiones en los últimos días, y ahora ella se lo había arrebatado todo de un golpe. Saúl esquivó su mirada, tenía el rostro desfigurado por la rabia contenida, ni siquiera las caricias con las que lo obsequiaba Nereida en ese momento lograban tranquilizarlo.
Don Facundo observa atentamente las reacciones de los presentes antes de proseguir con la lectura del testamento.
-“Así mismo es mi deseo que en caso de que mi nieta repudie la herencia, ésta sea entregada al Gobierno civil para que la divida en parcelas y proceda a su venta por separado, ya que si no es mi nieta quien se haga cargo de la misma es mi deseo que esta hacienda desaparezca. Así mismo mi nieta no podrá vender la hacienda durante los próximos tres años, ni tampoco donarla ni transmitirla de ningún otro modo”. Continuó leyendo las siguientes disposiciones testamentarias, pero ya nadie parecía escuchar sus palabras. Saúl se levanta bruscamente, como impulsado como un resorte y sale de la sala como alma que lleva el diablo, cerrando la puerta con un sonoro portazo. Regina busca la mirada de su madre, necesitaba sentir el apoyo de alguien, se sentía como si hubiera cometido la peor de las traiciones, pero Cecilia baja la mirada con tristeza. Al fin su suegro había terminado de destruir a la familia enfrentando a los dos hermanos por esa maldita hacienda.
Regina se hunde más en su asiento y baja la mirada con pesar, escuchando con resignación el final de la lectura del testamento.


Saúl (Eduardo Santamarina) sale al porche como alma que lleva el diablo y tira de una patada toda silla que encuentra en su camino. Ese viejo había vuelto a humillarlo, dejarle la hacienda a su hermana, que todavía era una niña que ni siquiera sabía sacarse las castañas del fuego por ella misma. Pero no se había contentado solo con dejarle la hacienda a ella y no a él, sino que también se había encargado de que no pudiera repudiar la herencia para que él pudiera hacerse con la misma.
-Saúl – se volteo para encontrarse con la apenada mirada de su hermana, que finalmente había abandonado la sala antes de que finalizara la lectura. Necesitaba platicar con él, decirle cuanto lo sentía, quería que él le dijera que nada iba a cambiar entre ellos ahora que sabían que ella era la heredera forzosa. Saúl no dice nada, se limita apoyarse en la barandilla de madera, mientras aspira con fuerza en un vano intento por serenarse. Regina (Michelle Vargas) se acerca a él – lamento lo sucedido, nunca pensé que el abuelo quisiera que yo me quedara con la hacienda… - comienza a decir. Aunque ahora comprendía las palabras de su abuelo antes de morir. Por eso había arrancado aquella promesa de sus labios, promesa que pensaba cumplir, todavía no sabía como, pero no iba a fallarle a la memoria de su abuelo.  Saúl no dice nada. Ella se acerca unos pasos y posa la mano en su hombro – nada tiene por qué cambiar, podemos levantarla los dos juntos, el abuelo no ha dispuesto nada que lo impida, es más, sé que voy a necesitarte para sacar la hacienda adelante…
-Lo lamento, pero me temo que no es posible – dice Saúl bruscamente. Clavando su fiera mirada en ella, que retrocede unos pasos con temor, apenas reconocía a aquel hombre que estaba frente a ella. –Yo tengo que hacerme cargo de mi fabulosa mansión – añade él cínicamente.
-Saúl, por favor – dice Regina suplicante.
-Quédate con esta estúpida hacienda, no creo que puedas con ella y no tendrás más remedio que abandonarla… una verdadera pena. Pero no veo el día en que todo esto se vaya a la mierda, ese día regresaré para bailar sobre la tumba del abuelo para festejarlo – dice con rencor ante una entristecida Regina. Que trataba de impedir que las lágrimas asomaran por sus ojos, no quería comenzar a llorar, tenía que aprender a ser fuerte; aunque las palabras de su hermano y el odio con el que las pronunciaba la estaban matando.
-Saúl… ¿por qué me hablas así? ¿Acaso crees que yo quise todo esto? – Pregunta dolida – hace unos días solo era una muchacha despreocupada que solo esperaba el día en que su engreído novio decidiera desposarla, y hoy soy la heredera de esta hacienda a la que no había vuelto desde los 7 años, y estoy aterrada… pero es la última voluntad de mi abuelo, y yo le prometí devolverla a su vieja gloria
-¿Se lo prometiste? Entonces ya lo sabías, maldita embustera – le grita con desprecio.
-No, no te lo juro. Él solo me hizo prometerle que levantaría la hacienda, pero yo no entendía por qué me lo decía hasta hoy – dice Regina llorosa.
-¿Sabes qué? No te creo – dice Saúl mirándola con desprecio – estoy seguro de que desde que pisaste esta hacienda ya sabías que eras la nueva dueña… y dejaste que me hiciera ilusiones… en el fondo no eres más que una traidora hipócrita como lo era el abuelo – añade escupiendo sus palabras como si fueran balas.
-Saúl, no seas injusto – dice ella sin poder contener las lágrimas.
-¡Saúl! – exclama Nereida saliendo de la casa, impactada por los gritos que había escuchado cuando se acercaba. No podía creer lo que estaba viendo, Saúl nunca había osado alzarle siquiera la voz a su hermana, y ahora le gritaba sin piedad hasta hacerla llorar. - ¿Por qué le hablas así a tu hermana? Ella no tiene la culpa – dice tratando de defenderla.
-Tú – la señala Saúl con violencia – no te atrevas a salir en su defensa, tú eres otra maldita hipócrita – añade.
-¡Saúl por Dios! Estás desquiciado – dice Nereida asustada, sin entender el por qué de su ataque.
-No creas que no me di cuenta en quien pensabas anoche mientras te hacía el amor… eres una cualquiera, una prostituta de las más caras – le grita acercándose a ella amenazante. Regina se interpone en su camino, situándose delante de Nereida, tenía miedo de lo que él pudiera hacerle en ese estado.
-¡Saúl, por favor, cálmate! – exclama Regina desesperada.
-Saúl eres un maldito infeliz, no voy a permitir que me insultes de esa manera – le grita Nereida. Saúl se ríe.
-La verdad no es ningún insulto… pero la culpa fue mía al volver a abrirte los brazos después de que me traicionaste de la forma más vil – dice Saúl -¿pero qué iba a hacer si este maldito amor obsesivo no se me quitaba del pecho? – pregunta al borde del llanto. – Pero ahí te quedas, mejor ahí os quedáis los dos… ojalá y os pudráis – añade con rabia y se aleja con grandes pasos hasta llegar a una de las viejas camionetas de los peones, se monta en ella, arranca y se aleja a toda la velocidad ante la preocupada mirada de las dos mujeres.
-¡No puede ser! – Exclama Regina todavía impactada – no puede irse así, - añade dispuesta a buscar a alguno de los peones para seguirlo. Pero Nereida la detiene, agarrándola por un brazo.
-No, mejor déjalo – dice ella aparentando una tranquilidad que no sentía. Regina la mira asombrada.
-¡Pero mi hermano no es así! Está demasiado desquiciado en estos momentos, no podemos dejarlo solo – añade alterada. Nereida sonríe con tristeza.
-Creo que acabas de conocer la cara oculta de tu adorado hermano, “princesa” – dice esto último con cierta burla – ese es el Saúl contrariado por no salirse con la suya, solo que tú nunca conociste esa faceta puesto que es la primera vez que te interpones en sus planes – añade con desdén. Regina abre los ojos como platos, con suma incredulidad. – No me creas si no quieres, pero recuerda que fui su novia desde mis 17 años y llevo más de siete años casada con él, y soy quien lo aguanta día y noche – añade – tu hermano no es el hombre santo y galante que crees, cuando hay algo que no le gusta, lo aparta de una patada – añade. Regina niega con la cabeza, resistiéndose a dar crédito a sus palabras.  – Pero no te preocupes, Saúl recapacitará… después de todo, eres la luz de sus ojos, y no podrá aguantar mucho tiempo viviendo entre las sombras – dicho esto Nereida se introduce en la casa, dejándola sola con sus demonios.
Regina comienza a respirar rápida y entrecortadamente, se sentía como si le faltara el aire. Todo aquello era demasiado irreal, ilógico… no podía ser, su hermano… aquel no era su hermano… la forma en la que le había hablado, el desprecio que desprendían sus palabras… Nereida no podía tener razón… no podía.
Lentamente se dejó caer al suelo, abrazando sus piernas… una vez acurrucada, dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos.

“SAN LORENZO”

Tomasito (Alejandro Felipe) se esconde detrás de un árbol para no ser visto por los peones de la hacienda. Llevaba rato buscando a Dulce, pero todavía no la encontraba. En su casa su abuela tardaría tiempo en percatarse de su ausencia puesto que todo el mundo estaba muy ocupado en la casa desde que se formara todo el alboroto porque era la nieta del viejo don Bernardo, y no su nieto, la nueva dueña de la hacienda, algo que a él le llenaba de felicidad, ya que ella era la más linda de todas las patronas.
Corre con rapidez hasta el siguiente árbol para ocultarse tras él sin ser visto. Hasta que por fin ve a la niña salir de uno de los establos cargada con una silla de montar para entregársela a uno de los peones. Tomasito da un fuerte silbido, que pasa desapercibido para todos menos para Dulce, ya que ese era su saludo especial para llamarse. La niña mira a su alrededor hasta ver la pequeña cabeza detrás del árbol que le hacía señas. Se disculpa amablemente con el peón excusándose para ir a jugar y se acerca corriendo al árbol entre risas.
-¿Qué haces aquí Tomasito? ¿Qué pasa si te ven? – pregunta Dulce entre risas.
-Así saludas a tu novio después de que se juega el cuello para verte – responde él teatreramente. La niña sonríe tímidamente y le da un corto beso en la mejilla. El niño sonríe emocionado mientras se acaricia la zona donde recibió el beso.
-¿Vamos a jugar a la laguna? – pregunta Dulce.
-Sale – responde el niño. Ambos se agarran de la mano y salen corriendo hacia la laguna, pero en su camino un hombre montado a caballo se acerca a ellos, hasta detenerse justo enfrente, impidiéndoles el paso.
-Es el patrón – le susurra la niña con temor. Tomasito alza la mirada para poder ver mejor al imponente hombre mientras desciende del caballo.
-¿A dónde creen que van? – pregunta Mauricio (Fernando Colunga).
-A la laguna – responde Tomasito armándose de valor. Mauricio mira a Dulce.
-¿Le pediste permiso a tu tío para irte con este muchachito? – pregunta Mauricio. La niña niega con la cabeza.
-Ella nunca tiene necesidad de pedir permiso, aquí los niños andamos libres como el viento – responde Tomasito. Mauricio mira al niño y no puede evitar sonreír. Se agacha frente a él.
-¿Sabes una cosa? – Pregunta Mauricio – me recuerdas mucho a alguien – añade.
-¿A quien? – pregunta el niño.
-A mí – responde Mauricio sonriendo al tiempo que lo despeina con cariño.
-¿Y tiene nombre? Digo, por ahí dicen que no lo tiene, incluso que es un fantasma porque nadie lo ve ni sabe quien es – dice el niño.
-Mmmm, veo que me saliste preguntón – dice Mauricio. Tomasito sonríe.
-Es que mi nueva patrona me preguntó ayer por usted, y yo quiero que ella sepa toda la verdad – dice Tomasito.
-¿Tú nueva patrona? ¿No querrás decir patrón? – pregunta Mauricio extrañado. El niño niega con la cabeza.
-Sé muy bien lo que digo, señor. El señor abogado dijo que la nueva dueña era la señorita Regina bonita, no el malgeniado del hermano – responde Tomasito.
-¿Quién es esa señorita bonita si se puede saber? – pregunta Dulce cruzándose de brazos molesta.
-No me digas que te vas a poner celosa, la señorita bonita es mi patrona, ya lo dije. Además está muy grande para mí – responde Tomasito.
Mauricio se incorpora impactado, así que Regina era la nueva dueña de “La Poderosa”, nunca se le había pasado por la cabeza, pero pensándolo bien, eso le facilitaba las cosas, Regina sería una presa fácil para lograr sus objetivos; aunque igualmente tendría que lidiar con Saúl, que seguramente no estaría dispuesto a que su hermana le vendiera la hacienda, pero ya se encargaría él de convencerla. De eso estaba muy seguro.

LA PODEROSA

Regina (Michelle Vargas)  permanecía sentada sobre su cama, con la espalda apoyada en la cabecera abrazada a sus rodillas, con la mirada perdida. Todavía estaba demasiado afectada por la actitud de su hermano, nunca se había sentido tan perdida como en aquel momento. Ni siquiera descubrir la farsa de su noviazgo le había dolido tanto. Rota por el dolor, y para evitar que la vieran en ese estado, había abandonado el porche para refugiarse en su habitación, y allí poder seguir llorando hasta cansarse.
De pronto se abre la puerta de la recamara.
-He dicho que no quiero hablar con nadie – dice Regina molesta, limpiándose las lágrimas con la mano; apresuradamente. En ese momento se prometió que en cuanto pudiera colocaría cerrojos en las puertas de las recamaras para evitar intromisiones indeseadas.  Cecilia (María Sorté) entra en la recamara, haciendo caso omiso de las palabras de su hija.
-Cariño, soy tu madre y conmigo sí que vas a hablar – dice Cecilia cerrando la puerta. Regina la mira sin decir nada, y apoya la barbilla entre sus rodillas abatida. Cecilia se sienta frente a ella. – ¿Cómo te encuentras? – pregunta.
-Mal… ¿Cómo quieres que esté después de todo lo que me ha dicho Saúl? – pregunta dolida – jamás pensé que pudiera mostrarse tan duro y perverso conmigo – añade tratando de contener las lágrimas.  Cecilia le acaricia la cara con ternura.
-No se lo tomes en cuenta, cariño. Saúl estaba rabioso porque las cosas no salieron como quería… no sabía lo que decía. Estaba demasiado dolido y humillado por culpa de los deseos de ese viejo loco.  Hasta muerto no deja de hacer daño – pronuncia sus palabras cargadas de resentimiento.
-No hables así del abuelo, mamá… él cometió errores, hizo mal… lo que debería es darnos pena, se ha pasado los últimos 13 años solo con sus fantasmas… sin dejar que nadie se acercara, fue un hombre muy desdichado – dice Regina apenada.
-Aunque tengas razón, que no lo creo; ¿Cómo pudo ponerte en este apuro de entregarte la hacienda a costa de tu hermano? Ni siquiera puedes venderla, ni sacar provecho de ella – dice Cecilia enojada. – Pero no te preocupes, no todo está perdido; las cosas volverán a la normalidad si haces lo correcto  – dice Cecilia. Aspira hondo, pensando en lo que había venido a decirle.
-¿Y qué es lo correcto, según tú? – pregunta Regina cabizbaja.
- Cariño, no me voy a ir por las ramas, sé que parece una locura pero… quiero que repudies esa maldita herencia. No la necesitas, tienes un futuro prometedor esperándote en el distrito federal como para malgastarlo quedándote en este infierno, porque es lo que es este pueblo, un verdadero infierno para las mujeres  – añade convencida. Regina la mira sorprendida.
-No voy a hacer eso – dice Regina – le prometí a mi abuelo que me encargaría de la hacienda y es lo que pienso hacer – añade.
-¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? – Pregunta Cecilia alarmada – esta hacienda no ha traído más que desgracias a nuestra familia – añade molesta. - ¿pretendes aceptar esa herencia aún a costa de tu hermano? – le pregunta con mirada acusadora.
-Mamá, yo no quería que las cosas fueran así. Yo traté de platicar con él, llegar a un acuerdo para que me ayudara… - dice Regina.
-Tu hermano es demasiado orgulloso para aceptar las migajas cuando lo que quería era la barra de pan entera – dice Cecilia enojada – parece que a estas alturas no lo sepas – añade.
-¿Y yo que culpa tengo? – Pregunta con tristeza – Ya bastante culpable me siento sin haber hecho nada… - la mira - ¿por qué el abuelo dijo que yo era la única que podía sacar adelante la hacienda? ¿Por qué no Saúl? No entiendo… - pregunta desesperada mientras las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos. – Yo no quiero que Saúl me odie, pero no puedo faltar a mi promesa… ¿acaso es tanto pedir?  - añade entre sollozos.
-Sí es mucho pedir… Pero tú sabrás mija, si el amor y la tranquilidad de tu hermano no es suficiente como para romper esa promesa hecha a un viejo moribundo, que en los últimos años ni siquiera se preocupó por saber de ti – dice Cecilia enojada.
-¿Y qué gano con repudiar la herencia y que se divida en parcelas? Saúl seguirá dolido porque yo fui la heredera y no él – replica Regina.
-Pero así demostrarás lo mucho que te importa. Si te haces cargo de esta hacienda, no podrá olvidar tan fácil su humillación… sin embargo si repudias la herencia, nos iremos de aquí y no volveremos nunca más a este maldito pueblo… y dentro de poco no será más que un mal recuerdo. Además, ¿crees que podrás hacerle frente a todo esto tú sola? ¿Crees que los demás terratenientes van a aceptar que una mujer sea dueña de la hacienda? Te comerán viva  – dice Cecilia incorporándose alterada.
-Se acostumbrarán, estamos en el siglo XIX, las mujeres dejamos de ser un objeto hace tiempo… además han pasado muchos años desde que te fuiste, puede que las cosas hayan cambiado – replica Regina dolida.
-¿Eso quiere decir que no vas a repudiar la herencia? – pregunta Cecilia expectante.
- Lo siento… pero no puedo hacerlo. Hay demasiada gente que depende de mí ahora… si la hacienda se divide, ¿qué será de toda la gente que trabaja aquí? – pregunta.
-Esa gente no es nada tuyo, Regina. Además tú no eres capaz de dirigir tu propia vida, así que mucho menos una hacienda… ¿tienes idea de lo que vas a sufrir por estas tierras? – pregunta Cecilia.
-Es asunto mío, mamá… ya estoy harta de que todo el mundo decida por mí lo que me conviene… ya que mi abuelo confió en mi, no voy a fallarle, mamá… no lo voy a hacer, cueste lo que me cueste – responde Regina. Cecilia la mira enojada.
-Está bien, haz lo que quieras. Pero una cosa te advierto, ni tu papá ni yo vamos a ayudarte con esta locura tuya. Sácate tú las castañas del fuego, ya verás que pronto regresas con la cabeza gacha pidiendo perdón. – le dice amenazante y se va dando un portazo. Regina suspira desesperanzada, era lo que le faltaba, ahora también su mamá estaba en su contra. Y lo peor de todo era que nadie la entendía, ella no podía acobardarse así sin más, tenía que hacer honor a su apellido, ella era una Montesinos, e iba a demostrarle a todos que ella era capaz de tomar las riendas de su vida…  y de la hacienda también.

EL PUEBLO

Saúl (Eduardo Santamarina) tomaba otro tequila, sentado a la barra de la cantina del pueblo, ante la atenta mirada de los demás hombres que allí se encontraban. Ya la nueva noticia se había corrido como la pólvora, el viejo Montesinos le había dejado la hacienda a su nieta… a una mujer, la primera terrateniente de la región. Y allí, ahogando su derrota en alcohol, se hallaba el gran humillado. Todo el mundo se preguntaba el por qué de la decisión de don Bernardo, y ya las malas lenguas comenzaban  a hacer de las suyas, inventando todo tipo de argucias sobre lo que pudo suceder entre nieto y abuelo.
Se sentía herido y humillado. Él ya esperaba convertirse en dueño de “La poderosa”, ya siendo niño recorría aquellas tierras con orgullo, sabiendo que algún día él sería el dueño, como mandaba la tradición. Ese sueño se había roto cuando su abuelo los botara de su lado, pero de nuevo había resurgido con más fuerza días atrás, al saber que su abuelo los llamaba a su presencia. Y ahora de nuevo, su sueño se quebraba en mil pedazos, y esta vez para siempre. Se rió para sí mismo con burla al pensar en Regina tratando de sacar adelante la hacienda. No tardaría en venirse abajo, abandonaría la hacienda y entonces él le prendería fuego, sí, si no era para él, no sería para nadie… se ríe solo. Era cuestión de esperar. Al día siguiente viajaría a Acapulco… solo, para aclarar sus ideas y ver que hacer con la bendita casa que su “querido” abuelo le había dejado. En estos días no había sufrido más que golpes, la pérdida de la licitación, el reencuentro con el malnacido de Galván, el desamor de Nereida… y para rematar la hacienda. Pero él no se iba a hundir, resurgiría de sus cenizas y les mostraría a todos que nadie puede con Saúl Montesinos. Absolutamente nadie.

LA PODEROSA

Nereida (Bárbara Mori) mira a través de la ventana de su recamara el hermoso paisaje que se extiende ante ella. A pesar del tiempo y el abandono, la hacienda seguía mostrando ese aspecto bello, salvaje con la puesta de sol. Se había jurado a sí misma nunca más regresar allí, pero ahí estaba, después de tantos años… cierra los ojos con fuerza tratando de apartar de su memoria los recuerdos de aquella noche en la que todo su mundo se vino abajo, había pagado las consecuencias de su error a un alto precio. Si todos aquellos que hoy la despreciaban por su debilidad supieran todo lo que había sufrido, quizás la mirarían con otros ojos. Cierto que se había equivocado, pero había pagado muy caro su error. Existía en su alma un vacío que nadie nunca podría llenar.
Mira la cama vacía, estaba segura de que Saúl no llegaría. Conociéndolo probablemente viajaría a la capital sin decirle nada a nadie. Era propio de él marcharse cuando las cosas salían de sus planes y no regresar hasta haber encontrado la manera de volver la suerte a su favor. Por primera vez sentía pena por su cuñada, la muy ingenua había sido objeto de la ira de su hermano por primera vez, algo que a ella ya apenas le afectaba. Saúl era un hombre demasiado temperamental y posesivo, que odiaba no lograr sus propósitos. Ese carácter suyo le había granjeado graves problemas en su adolescencia, pero con el tiempo había aprendido a corregirlo, aunque a veces, era imposible contener el volcán de furia que se formaba en su interior. Aún así ella lo quería, y mucho. Pero lamentablemente, no podía corresponderle con la misma intensidad con la que él la amaba, ella no podía amarlo como él quería, y los dos sabían por qué.
Llaman a la puerta.
-Adelante – dice Nereida si apartarse de la ventana. Cecilia (María Sorté) entra en la recamara.
-Buenas noches – Nereida voltea y la mira sorprendida.
-¿Qué se le ofrece? – pregunta.
-Mañana en la mañana me regreso para el distrito federal – responde Cecilia fríamente  – venía a avisarte para que estuvieras lista – añade. Nereida la mira dudosa.
-Yo creo que me quedaré unos días esperando que Saúl regrese, porque sé que va a volver… no creo que a Regina le importe. Además ya he mandado venir a mi nana, el doctor le dijo que necesitaba un descanso y que unos días en el campo le vendrían bien  – dice Nereida. Cecilia la mira fijamente, como tratando de mirar en su interior.
-Él ya no está aquí… y nunca volverá… no después de lo ocurrido – dice Cecilia.
-Lo sé, señora. Y me subestima si cree que todavía me acuerdo de aquello – dice Nereida con dignidad – ya pasaron muchos años, Saúl y yo ya lo olvidamos… usted debería hacer lo mismo. Tanto rencor guardado terminará por consumirla – añade. Cecilia sonríe con cinismo.
-La verdad es que no entiendo que pudo ver mi hijo en ti – dice Cecilia.
-Que soy la única mujer capaz de hacerlo feliz, y aceptarlo tal como es – dice Nereida. – Y ahora si hace el favor de retirarse de mi recamara… necesito descansar después de un día tan agotador… - añade simulando cansancio.
-Está bien… haz lo que quieras. Pero no me fío ni un pelo de tus intenciones… no sé con que motivo quieres quedarte aquí, porque te aseguro que el orgullo de mi hijo le impedirá volver a poner un pie en este lugar – dice Cecilia amenazante.
-Si eso es lo que cree es que conoce muy poco a su hijo, señora. Saúl regresará, no sé con qué propósito, pero tenga por seguro que lo hará, él nunca se rinde tan fácilmente – dice Nereida. Cecilia la mira fijamente y se va sin decir nada, dando un sonoro portazo.

Al día siguiente…

Regina (Michelle Vargas) entra sigilosamente en la cocina. Hacía poco rato que su madre se había vuelto para la capital, y no sabía nada de su hermano desde el día anterior, no podía encontrarse más desolada. Estaba segura de que la decisión que había tomado le iba a acarrear muchos problemas, pero ya iba siendo hora de que comenzara a encauzar su vida sin dejar que los demás opinarán por ella. Tenía la esperanza de que su hermano recapacitara y regresara para ayudarla, todo el cariño que se tenían no podía destruirse por una vuelta de tuerca.
Se sienta a la mesa apoyando la cabeza sobre su mano mientras observa como Modesta (Ana Martín) prepara la comida.
-¿Crees que soy una mala hermana por aceptar la herencia que por derecho le correspondería a Saúl? – pregunta Regina. Modesta voltea a mirarla unos segundos.
-No, lo que yo creo es que es muy valiente – responde Modesta. – Y si su abuelo le dejó la hacienda a usted, mi niña dorada, sus razones tendría – añade.
-Y tú por casualidad no sabrás cuales son – dice Regina. Modesta le sonríe con ternura al tiempo que se acerca a la mesa, limpiándose las manos con el mandil. Se sienta a su lado, y le toma una mano entre las suyas.
-No, mi niña, pero ¿sabe una cosa? Recuerdo que cuando era chiquita, apenas comenzó a caminar le encantaba corretear por la hacienda… amaba esta tierra con todas sus fuerzas…  su hermano nunca le tuvo ese apego tan especial… él siempre vio la hacienda como una fábrica de riqueza, quería las tierras por los beneficios económicos que pudieran darle – dice Modesta. Regina escucha con atención. Sonríe.
-A veces me vienen a la memoria recuerdos de mi infancia en esta hacienda… recuerdos que creía olvidados, pero que han empezado a revivir – dice Regina. Frunce el ceño mientras hace memoria – recuerdo que me encantaba ir a la laguna con mi hermano y con… - mira a Modesta extrañada – me acuerdo que iba con alguien más, otro muchacho… pero no recuerdo su nombre… solo sé que… que me cuidaba y me enseñaba a nadar en la laguna – añade. Modesta la mira alarmada - ¿no tienes idea de quien podía ser? – pregunta. Modesta se encoje de hombros.
-No sé de quien habla señorita, usted era una niña muy extrovertida y hacía migas con todo el mundo – dice Modesta. Regina vuelve apoyar la barbilla sobre su mano.
-Mmmm, pues no voy a parar hasta recordar de quien se trataba. Pero de una cosa estoy segura, era un muchacho… y yo lo adoraba – dice Regina convencida.

Al anochecer…


MÉXICO D.F.

Cecilia (María Sorté) deja sobre la cama el pequeño bolso de viaje y se acaricia el cuello, moviéndolo de un lado a otro. El viaje de regreso había sido de lo más incómodo, ya que al parecer Saúl había rentado la última avioneta privada, así que había tenido que viajar en una pública, bastante incómoda, junto a varios campesinos que viajaban a la capital. El viaje solo había intensificado su mal humor, todavía estaba enojada con la decisión tomada por Regina; pero seguía firme en su idea de no prestarle ayuda, ya que era la única manera de hacerla desistir de su absurda idea.
Instantes después Julio (Otto Sirgo) entra en la recamara y se acerca por detrás y comienza a masajearle la espalda.
-Chela me contó que habías llegado. ¿Por qué no me avisaste? Te hubiera ido a buscar  – dice Julio.
-Ah – gime de placer, al sentir los precisos masajes de su esposo – no sabía a qué hora llegaría ese maldito trasto – añade.
-Y Regina, ¿no vino contigo? – pregunta Julio.
-No, la muy inconsciente ha decidido hacerse cargo de la maldita hacienda – responde Cecilia enojada.
-¿Regina, hacerse cargo de la hacienda? ¿Cómo es eso? – pregunta Julio.
-Ay, mi amor. Es que ayer con todo el lío que se montó, no me acordé de llamarte – responde Cecilia, volteando para mirarlo de frente. – mi querido suegro nombró como su heredera a Regina, y no a Saúl – añade. Julio la mira sorprendido.
-Pero, ¿cómo es posible? Tenía entendido que en esa región las tierras las heredaban los descendientes     varones… - dice desconcertado.
-Así es… solo que al viejo tarado se le dio por romper la tradición, ¿cómo la ves?
-¿Y cómo se lo tomó Saúl?
-Pues ya te lo puedes imaginar. Montó en cólera, y lo último que sé de él es que rentó una avioneta privada para irse a Acapulco con lo puesto – responde Cecilia. – Ese viejo hasta muerto no deja de dar problemas… Regina y Saúl no habían discutido en su vida, hasta ayer – añade con pena.
-¿Y Regina va a hacerse cargo de la hacienda? – pregunta Julio. Cecilia asiente. – Tenemos que ayudarla entonces, voy a llamar a un administrador para que… - comienza a caminar para alcanzar el teléfono, pero Cecilia lo detiene.
-No – le dice. Julio se voltea para mirarla extrañado.
-¿No? ¿Qué? – pregunta.
-No vamos a ayudarla Julio – responde Cecilia – si Regina quiere levantar esa mugrosa hacienda, deja que lo haga sola. Así pronto se dará cuenta de que lo mejor que puede hacer es renunciar a la herencia y regresar a casa – añade.
-Pero Cecilia, ella no va a poder con todo…
-Lo sé, pero por el bien de esta familia, lo mejor es que ella  renuncie a esas tierras que no han traído más que desgracias… por más productivas y ricas que sean. – replica Cecilia con seguridad. Julio lo mira nada convencido.

LA PODEROSA

Regina (Michelle Vargas) se halla sentada ante el gran escritorio, revisando cuentas y documentos. Se había pasado la mayor parte del día encerrada en ese despacho, tratando de descubrir los entresijos de la administración. Al parecer su abuelo se había encargado de la misma hasta casi sus últimos días, después la había dejado abandonada. Suspiró sulfurada. Su primer día como dueña y señora  y casi no había visto la luz del día. Modesta le había dicho que su hijo Juan podía ayudarla a hacerse con sus tareas, y que él se encargaría de platicar con los peones para tranquilizarlos. Aunque sabía que tarde o temprano tendría que platicar ella con sus trabajadores, pero todavía no sabía como hacerlo. Todo aquello le daba miedo. Varios golpes en la puerta llamaron su atención. Seguramente se trataba de Modesta, que había dicho que le llevaría la cena al despacho.
-Pásale Modesta – dice sin levantar la vista de los papeles. Escucha el sonido de la puerta al abrirse y volver a cerrarse – por favor deja la bandeja sobre la mesa, creo que por algún lado debe haber un trozo libre – añade con un deje de cinismo en su voz.
-Me temo que no traigo ninguna bandeja – dice una voz varonil. Regina escucha esa voz por tercera vez en los últimos días. Alza la mirada para encontrarse con los oscuros ojos del hombre clavados en ella.
-¿Quién le ha dejado pasar? – pregunta Regina incorporándose enojada.
-Usted misma – responde él con una sonrisa burlona.
-No me refiero al despacho, sino a la casa. He dado órdenes expresas de que todavía no quería recibir visitas – dice ella desafiante.
-Me temo que no he venido de visita… y la puerta principal estaba abierta – dice Mauricio (Fernando Colunga) agarrando una de las carpetas para comenzar a leer su contenido, con falso interés. Regina bordea el escritorio para situarse frente a él y le arrebata la carpeta de las manos.
-Estos son documentos privados – dice enojada. Él se ríe y se encoje de hombros e introduce las manos en los bolsillos mientras comienza a caminar por la estancia, mirando a su alrededor con interés.
-Mmmm este despacho ha visto tiempos mejores… como que ya va necesitando una remodelación urgente – dice Mauricio.
-No me diga que ha venido para darme consejos de decoración – dice Regina cruzándose de brazos molesta.
-NO, he venido a hacerle la oferta de su vida – dice Mauricio fijando su atención en una repisa de libros viejos. Regina se ríe.
-Si ha venido porque quiere comprar la hacienda, desde ya le digo que no está en venta. Mi abuelo me prohibió en el testamento venderla en los próximos tres años – dice Regina complacida.
-Lo sé – dice Mauricio con indiferencia. Voltea y comienza a caminar hacia ella hasta quedar a escasos centímetros. Regina no puede evitar sentirse nerviosa por su cercanía y da un paso atrás para alejarse, hasta chocar con el escritorio. –Por eso le propongo un trato – añade.
-¿Un trato? – pregunta Regina intrigada.
-Sí, usted se compromete a venderme la hacienda dentro de tres años, y yo comienzo a pagarle desde ahora el precio a plazos – responde Mauricio.
-¿Quién le ha dicho que quiera vender la hacienda dentro de tres años? – pregunta Regina desafiante.
-Me temo que no tendrá más remedio… a leguas se ve que usted es incapaz de tomar las riendas de una hacienda, y tarde o temprano no le quedará más remedio que renunciar… y eso es lo que quieren todas las hienas de esta región, para así poder repartírsela – responde Mauricio acercándose otro paso. Regina trata de dar un paso atrás, pero la mesa se lo impide.
-¿Y no es lo que usted también quiere? – pregunta Regina.
-No, yo quiero la hacienda en toda su plenitud. No me conformo con migajas – responde Mauricio.
-¿Sabe? Habla igual que mi hermano – dice Regina. El rostro de Mauricio se torna serio al escuchar la mención a Saúl. Regina observa como el hombre “sin nombre” mantiene las mandíbulas tensadas, como si estuviera a punto de estallar y no puede evitar sentir cierto temor.
-NO me compare con ese mal nacido – dice Mauricio con frialdad. Regina lo mira sorprendida.
-¿Sabe qué? Ya me estoy casando de su jueguito… ¿por qué no me dice de una buena vez quien es y por qué ese afán de hacerse con la hacienda? – pregunta alzando la voz enojada.
-¿De veras no lo sabes, princesita? – pregunta Mauricio con cierta ironía. Regina lo mira sorprendida, solo había dos personas que la llamaban princesa, su hermano y…su mente comienza a viajar en el tiempo…
>>>>>>>>>>>>>>>>
Regina corría a toda velocidad mirando hacia atrás mientras reía a carcajadas, iba a conseguir su propósito, nadie era más rápida que ella y lo sabía. Se detuvo al llegar a la cascada, y sin perder más tiempo se libró de su espantoso vestido y los zapatos  hasta quedar en braguitas y camisa interior para introducirse rápidamente en el agua y comenzar a nadar despreocupada, disfrutando de la caricia del agua sobre su piel. Apenas unos segundos más tarde un sofocado Mauricio llega a la orilla del río y observa con cierta resignación las ropas tiradas sobre la hierba.
-Regina, otra vez no – dice cruzándose de brazos buscando con la mirada la figura de la niña en el agua, hasta que al fin la divisa. Ella lo mira entre risas mientras que se aparta el cabello hacia atrás.
-No pienso recibir a mi hermano con ese horroroso vestido, así que ya puedes decirle a Modesta que lo tire o que lo regale, no lo quiero – dice ella sin dejar de bailar en el agua.
-Sal ahora mismo del agua si no quieres que entre a buscarte – dice él con el semblante serio – y no estoy bromeando – añade. Regina se incorpora y lo observa durante unos segundos con el semblante también serio. Ya todo el mundo conocía la rebeldía y el carácter fuerte de la pequeña Regina, que a pesar de ser una niña de siete años, ya traía a todo el mundo de cabeza. Muy pocas personas eran capaces de controlarla o hacerla entrar en razón, entre ellas Mauricio, que casi sin darse cuenta, se había convertido en algo parecido a su niñera, y nadie había cuestionado esta situación, puesto que pocas personas estaban dispuestas a lidiar con la terquedad y mal genio de la pequeña.
-Está bien – dice ella al fin.- Solo quería nadar un poco – añade acercándose a la orilla.
-Para eso, hay tiempo de sobra princesita – dice Mauricio tendiéndole la mano. – Mírate ahora, estás empapada – añade.
-Dejaré que el sol me seque – dice Regina tomándole la mano.
-¿Así vas a recibir a Saúl? ¿Con esas fachas? – pregunta él con cierto reproche.
-Ay no me salgas como Modesta y mi mamá, que siempre me están vistiendo con esos ridículos vestidos – responde Regina. Mauricio se agacha frente a ella y le aparta un mechón de pelo de la cara.
-¿Me vas a decir ahora por qué te escapaste? – pregunta Mauricio.
-Porque me choca esa idiota de Adelaida – responde Regina.
-Pues a mi me parece una muchacha muy linda – dice Mauricio.
-Lo dices porque siempre te está coqueteando, es una descarada – dice Regina cruzándose de brazos enojada y mirando hacia otro lado. Mauricio sonríe.
-Princesita, no puede ser que te celes de toda mujer que se me acerca – dice Mauricio con cierta diversión. Regina no dice nada, solo lo mira apretando los labios con fuerza, haciendo un puchero. Él sonríe – si la culpa es mía por consentirte tanto – añade, se incorpora y la toma en brazos con un leve esfuerzo – pero que le voy a hacer si me tienes embrujado – añade al tiempo que comienza a hacerle cosquillas, Regina comienza a reírse y retorcerse en sus brazos.
>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>
Regina lo observa impactada, mientras que se lleva la mano a la boca.
-¡Mauricio! – exclama sin poder dar crédito mientras él la mira complacido, con una cínica sonrisa en los labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario