CAPÍTULO VIII
Regina (Michelle Vargas) observa atentamente el trabajo de los peones en los campos de cultivo. Mira a su alrededor con preocupación, consciente de que había mucho trabajo por hacer en la hacienda; los campos de cultivo se habían reducido considerablemente, y los pocos que quedaban daban más trabajo del que los pocos peones podían soportar.
-Deberías contratar más peones – dice Nereida (Bárbara Mori) a sus espaldas.
-Lo sé – dice Regina sin voltearse.
-Te estaba buscando – dice Nereida. Regina la mira con curiosidad.
-¿Cómo para qué o qué? – pregunta intrigada. Nereida se sitúa a su lado, mirando hacia los campos de cultivo.
-Quería preguntarte algo – responde Nereida – solo espero que no te moleste mi indiscreción – añade sin mirarla.
-Dispara – dice Regina desviando su mirada hacia los campos.
-¿Qué es lo que vino hacer Mauricio a la hacienda? – pregunta Nereida con serenidad, sin mirarla. Regina la mira de reojo por unos segundos, tratando de descifrar su expresión.
-¿Por qué quieres saberlo? – pregunta Regina.
-Simplemente me sorprendió, eso es todo – responde Nereida.
-Supongo que tarde o temprano te enterarás, así que voy a contártelo – dice Regina. – Mauricio es el dueño de la hacienda vecina… - añade. Nereida la mira impactada.
-¿Cómo es posible? – pregunta sin dar crédito a sus palabras.
-Al parecer no le fue nada mal desde que se marchó de aquí…Pero eso no es todo – la mira y emite un hondo suspiro antes de continuar – también quiere convertirse en dueño de La Poderosa , vino a ofrecerme un trato para que dentro de tres años, cuando pueda venderla, me comprometa a vendérsela a él – añade. Nereida aspira con fuerza y se acaricia la cara, intranquila. –Parece que tiene razones muy poderosas para hacerse con la hacienda… - añade mientras mira el semblante de su cuñada, sin perderse detalle de sus reacciones.
-Eso es algo que escapa a mi conocimiento – dice Nereida.
-Já… Mauricio, un joven honesto, alegre y servicial, se va de esta hacienda, llevándose a su padre consigo, hace casi trece años, después de una supuesta discusión con mi hermano… y ahora regresa convertido en un hombre tan poderoso como frívolo y arrogante dispuesto a convertirse en dueño y señor de La Poderosa a como dé lugar – dice Regina. – Sé que algo muy fuerte tuvo que pasar, como también sé que todo el mundo en esta hacienda lo sabe, pero no quiere recordar – añade.
-Es mejor no remover el pasado, es inútil sacar a la luz, lo que no se puede cambiar – dice Nereida con tristeza.
-Pero quizás el pasado ayude a tratar de mejorar el presente – dice Regina.
-A Saúl no le va a gustar nada saber que él está aquí, y mucho menos cuando sepa cuales son sus intenciones – dice Nereida.
-No sé qué puede hacer que dos amigos, como lo eran mi hermano y Mauricio, se detesten tanto – dice Regina apenada.- Pero ten por seguro que lo voy averiguar, ya sea con su ayuda o sin ella- añade convencida antes de encaminarse hacia la casa, con paso firme y decidido.
Nereida suspira abatida; quizás debería sincerarse con su cuñada. Después de todo, ella tenía derecho a saber por qué ese hombre al que tanto quería siendo niña, desapareció de su vida de un día para el otro y porque ahora se presentaba ante ella como un rival por sus tierras. Pero esa tarea no le correspondía, además no estaba segura de poder enfrentar otra vez más acusaciones y desprecios por algo, que ya no tenía solución.
ACAPULCO
Saúl (Eduardo Santamarina) sale de la ducha, con la toalla enroscada a la cintura mientras se seca los cabellos con otra toalla. Mira durante unos instantes el teléfono, se sentía tentado a llamar a su esposa, necesitaba escuchar su voz, saber como estaba, como se sentía, si seguía enojada con él por su nuevo arranque de furia. Esos días en Acapulco le habían ayudado a serenarse y pensar mejor las cosas.
También había pensado en Regina, había sido demasiado duro y cruel con ella; después de todo, su hermana no era la culpable de los designios de un viejo loco. Si bien, también era cierto que dudaba de su capacidad para sacar adelante la hacienda por si sola; ella le había pedido ayuda, pero él todavía no estaba seguro de poder brindársela, su orgullo herido se lo impedía. No quería convertirse en un huésped de esa hacienda, cuando él consideraba que era él el legítimo dueño.
Finalmente agarra el teléfono y marca un número.
-Bueno, Talita, ¿Se encuentra la señora en la casa?... ¿No? ¿Sabe dónde fue?... ¿Cómo, que todavía no ha regresado de La Poderosa ? – pregunta sin poder dar crédito. – No, no le digas nada… gracias – añade y cuelga el teléfono con saña. No podía entender por qué demonios su esposa no había regresado a su casa, y lo más raro era que le hubiese pedido a su nana que se fuera para allá con ella.
Al día siguiente…
Julio (Otto Sirgo) y Cecilia (María Sorté) esperan sentados en una de las mesas de la cafetería de un lujoso hotel. Cecilia saborea un vaso de jugo mientras que Julio lee el diario con sumo interés. Cecilia mira su reloj.
-Ya, mira qué hora es y nada que aparece – dice Cecilia preocupada.
-No te desesperes, amor. Saúl vendrá, ya lo avisaron desde recepción de nuestra llegada – dice Julio con tranquilidad.
-¿Para qué crees que nos citaría con tanta urgencia? – pregunta Cecilia intrigada. Julio alza la mirada.
-¿Por qué no se lo preguntas a él mismo? Mira, por ahí viene – responde Julio dejando el diario sobre la mesa. Cecilia voltea y se incorpora para darle un efusivo abrazo a su hijo.
-¡Hijo! ¡No sabías lo preocupada que estaba por ti! – exclama abrazándolo con fuerza. - ¿Cómo estás?
-Como puedes ver, estoy perfectamente, mamá – responde Saúl (Eduardo Santamarina) sonriendo. Julio se levanta para acercarse a él y abrazarlo.
-¿Cómo va todo muchacho? – pregunta.
-Bien, bien… pero sentémonos para platicar con calma – dice Saúl indicando la mesa. Los tres toman asiento.
-Y bien, ¿para qué querías que viniéramos a Acapulco? – pregunta Julio con curiosidad.
-Necesitaba platicar con ustedes, y no quería hacerlo por teléfono – responde Saúl. Se acaricia la frente pensativo y mira a su madre – Por cierto, ¿Cómo está Regina? – pregunta tratando de aparentar indiferencia.
-Bien, bien… pero con la cabeza más dura que una piedra. La muy terca ha decidido hacerse cargo de la hacienda, ¿te lo puedes creer? – pregunta enojada.
-Ya, Cecilia, no empieces – dice Julio en son de paz.
-¿Qué no empiece? Regina no está preparada para ponerse al frente de una hacienda, y ella lo sabe… y más sabiendo lo disgustado que está su hermano por el asunto – replica Cecilia. Mira a Saúl y le acaricia una mano – pero no te preocupes hijo, ya me ocupé de que tu hermana recapacite – añade. Saúl la mira extrañado.
-¿Qué quieres decir? – pregunta Saúl.
-Le he dicho que no contará con nuestro apoyo para levantar la hacienda – responde Cecilia. Saúl se acaricia la barbilla, desconcertado.
-¿No la van a ayudar ustedes? – pregunta Saúl intrigado.
-Por supuesto que no… esa herencia es puro veneno… lo mejor para ella sería que se la repartieran las hienas de la región – responde Cecilia con convicción.
-Mejor no sigamos con ese tema… todavía no he podido asimilarlo… pero hay algo de lo que me he enterado, que me resulta extraño…y es que mi esposa ha decidido quedarse en la hacienda – añade.
-Sí hijo, Nereida dijo que prefería esperarte en la hacienda… dice que está segura de que vas a volver – dice Cecilia cruzándose de brazos molesta - ¡No se de donde habrá sacado esa absurda idea! Jamás terminaré de comprender que tanto viste en ella para volverte ciego y tarugo… - comienza a farfullar, indignada. Sin embargo, lejos de enojarse, una leve sonrisa se refleja en el rostro de Saúl. Así que era a él a quien esperaba; su esposa lo conocía mejor que nadie y había apostado por su regreso… y eso lo emocionaba. Vuelve su atención hacia Julio.
-En fin, papá, la razón para la que los cité aquí es porque tengo buenas noticias para la constructora – dice Saúl más animado.
-¡Al fin una buena noticia! – exclama Julio con cierto alivio. Saúl lo mira intrigado.
-¿Acaso hubo más problemas con la constructora? – pregunta Saúl.
-Me temo que hemos tenido varias cancelaciones en algunos proyectos – responde Julio.
-No me digas, y la constructora Molina está detrás de los mismos, ¿cierto? – pregunta Saúl con cinismo. Julio asiente apenado. Saúl apuña la mano con rabia contenida – No te preocupes, el proyecto que tengo en mente no nos lo podrá arrebatar de las manos – añade.
-¿Un nuevo proyecto? ¿De qué se trata? – pregunta.
-He ido a ver la mansión que me heredó mi querido abuelo – dice las últimas palabras con cierto cinismo – y a pesar de que está semi destruida, se halla en una locación magnífica… así que he pensado en destruirla y construir un bloque de departamentos de lujo – añade.
-Es una gran idea, pero vamos a necesitar que nos financien – dice Julio.
-No te preocupes por eso, no creo que tengamos problemas en encontrar algún inversor, las ventas de departamentos en esa zona se han disparado. Además no contamos con el problema de tener que adquirir el terreno – dice Saúl.
-¡Es una idea magnífica, mi cielo! – exclama Cecilia emocionada.
-Bueno, ahora terminen sus desayunos y les enseño el terreno – dice Saúl.
-Me parece excelente – dice Julio sonriendo.
LAS GAVIOTAS
Rufina (Carolina Gaitán) termina de fregar la loza, ante la fría mirada de Amadora, quien se acerca a donde ella está y agarra uno de los platos.
-Este plato todavía está sucio – dice con desprecio. Rufina la mira acobardada – debes de ser muy buena en la cama, para que el patrón te mantenga en la hacienda a pesar de lo estúpida que eres – añade con dureza. Rufina baja la mirada avergonzada. Sabía de buena mano que era Amadora la que satisfacía al patrón antes de su llegada, y que ésta se había sentido terriblemente humillada por el cambio, y por eso se había puesto todo su empeño en hacerle la vida imposible desde su llegada. Y lo más irónico de la situación era que, al contrario que Amadora, ella odiaba meterse en la cama del patrón.
-Lo lamento, no me di cuenta… - dice con cobardía.
-“Lo lamento, lo lamento” – repite Amadora con burla.
-Vaya, vaya… así que aquí estabas – dice una voz a sus espaldas. Rufina baja la cabeza, incapaz de voltearse. Sabía a qué venía su patrón, y eso la llenaba de angustia. Amadora se acerca a su patrón, contoneando sus caderas con sensualidad.
-¡Patrón! ¿Qué lo trae por esta humilde cocina? – pregunta apoyándose contra él. Ícaro hace caso omiso de los intentos de Amadora por llamar su atención, tiene su mirada fija en Rufina, que permanece de espaldas a él. Esa muchacha insulsa y tímida lo traía loco, estaba al tanto de que ella no gozaba en sus encuentros amorosos, pero no le importaba, la cuestión era que ella lo excitaba, y gozaría de ella hasta quedar saciado.
Con paso decidido, se encamina hacia donde ella se encuentra se detiene a escasos pasos de ella.
-Mujer, vete subiendo a mi recamara, que enseguida voy – dice con tono autoritario. Rufina asiente sin alzar la vista, y se va apresuradamente, incapaz de mirar a ninguno de los presentes a la cara.
Amadora observa furiosa como la muchacha sale de la cocina, y dirige su mirada hacia su patrón.
-Debería reconsiderar su decisión de mantener a esa inútil en esta hacienda, no es buena para nada… - dice enojada. Ícaro se acerca a ella con una burlona sonrisa en los labios.
-Sí lo es pa lo que a mí me interesa, Amadora – dice mientras rodea el cuello de la mujer con sus manos, sin ejercer mucha presión. Amadora lo mira temerosa. – Y por tu bien, espero que no vuelvas a cuestionar mis decisiones – añade con fingida calma.- ¿Entendido? – pregunta. Amadora asiente y él la suelta – así me gustan las mujeres, calladitas y obedientes – dice él complacido antes de salir de la cocina. Amadora apuña su mano con rabia.
-¡Maldita estúpida! ¡Maldita, maldita!- exclama con rabia.
Regina (Michelle Vargas) se encamina hacia los establos con paso decidido. Estaba decidida a montar uno de los caballos, si ahora iba a ser una terrateniente, tenía que volver a acostumbrarse a andar a caballo. Si mal no recordaba, cuando era pequeña, le encantaba montar, y una vez en México también solía acudir al club de hípica cada dos semanas; pero con el tiempo la insistencia de su madre, de que dejara de montar porque era peligrosa había terminado por hacer mella en ella. Pensándolo bien, en los últimos años había dejado en manos de su madre demasiadas decisiones; pero a partir de ahora no iba a permitir que nadie tomara decisiones por ella, a partir de ahora ella era la única que manejaría las riendas de su vida, costara lo que costara.
-Patrona – uno de los peones se acerca a ella, quien se voltea para mirarlo.
-¿Qué se te ofrece? – pregunta ella cortésmente.
-Los peones queremos saber hasta cuando vamos a cargar nosotros solos con todo el trabajo – responde el peón, ciertamente molesto.
-Oh, se trata de eso… la verdad es que todavía no he tenido tiempo de buscar nuevos peones… y la verdad… no sé por donde empezar – comienza a excusarse ella mientras él se cruza de brazos mientras la observa.
-La verdad patrona, con todo el respeto que se merece, comienzo a pensar que es verdad lo que dicen por el pueblo – dice él enojado.
-¿Ah sí? ¿Y qué dicen por el pueblo? Si se puede saber – pregunta Regina enojada, colocando las manos sobre las caderas.
-Que lo único que hará bien por estas tierras es terminar por arruinar la hacienda, y crear problemas entre los terratenientes – responde el peón.
-¿Eso es lo que creen en el pueblo de mí? – pregunta Regina indignada, el peón asiente. – Pues se van a enterar de quien es Regina Montesinos – añade, aspira aire con fuerza – bien, no te preocupes por el trabajo, me pondré inmediatamente manos a la obra para traer más peones… - añade al tiempo qué se dirige hacia la casona.
-¿Y de dónde piensa sacarlos? – pregunta el peón, Regina se detiene y voltea para mirarlo.
-Pondré un anuncio en el diario de la región, haré lo que sea necesario – responde ella convencida.
-Nadie querrá trabajar para una mujer en esta región… - dice el peón.
-Ten por seguro que sí lo harán para mí – dice ella con el semblante endurecido antes de seguir su camino hacia la casona. Definitivamente, se le habían quitado las ganas de montar a caballo.
MÉXICO D.F.
Higinio (Humberto Zurita) observa concentrado el currículo que tenía entre las manos, ante la atenta mirada de su asistente de presidencia. Asiente complacido, sin levantar la vista de los papeles.
-Es el mejor currículo que me han mostrado en los últimos años – dice complacido.
-La señorita Esquivel es una publicista muy exitosa en España – añade el joven asistente.
-¿Y por qué habrá decidido dejar su flamante puesto de codirectora ejecutiva de una de las mayores empresas europeas para venirse para México? – se pregunta Higinio, acariciándose la barbilla.
-Quizás le llegó la hora de regresar a su país natal… - responde el asistente. Higinio cierra la carpeta del informe y la deja sobre la mesa.
-Quiero que me organices una reunión con esa mujer lo antes posible – le dice.
-Así lo haré – dice el joven. – Con permiso – añade antes de salir del despacho, en la puerta se cruza con Fabián (Carlos Ponce), que se disponía a entrar.
-¡Fabián! ¿Qué haces aquí? Creía que todavía no tenías pensado regresar a tu puesto – dice Higinio mirándolo intrigado. Fabián cierra la puerta del despacho, y mete las manos en los bolsillos.
-Y no lo he pensado… no he venido a trabajar – asevera Fabián – sino a hablar contigo – añade.
-¿Y de qué quieres hablar ahora? ¿Vas a echarme algo más en cara? – pregunta Higinio con desinterés mientras comienza a ojear unos documentos.
-No, solo quería avisarte de mi partida – responde Fabián. Higinio alza la mirada sorprendido.
-¿Te vas otra vez con tu amante? – pregunta Higinio. Fabián sonríe con desgana.
-No es asunto tuyo con quien me vaya, solo he venido a informarte. Cuando regreses a casa, puede que no esté allí – responde Fabián.
-Te recuerdo que tienes obligaciones que cumplir – dice Higinio. – el ser hijo mío no te da derecho a saltarte tus deberes para con la agencia a la torera – añade molesto.
-Lo sé, me lo has repetido hasta el cansancio – murmura Fabián con tristeza. – Pero no te estoy pidiendo permiso, ya soy mayorcito para tomar mis decisiones. Y si quieres despedirme por saltarme mis deberes, hazlo. Me trae sin cuidado – asegura sin el menor signo de duda; voltea dispuesto a salir del despacho. Higinio traga saliva y respira hondo, tratando de asimilar las palabras de su hijo, al que por primera vez en su vida, veía decidido a no seguir sus deseos.
- Por lo menos dime cuanto tiempo piensas estar fuera – dice al fin, tratando de parecer impasible.
-Todavía no lo sé… hasta la vuelta papá – se despide Fabián antes de irse, cerrando la puerta tras de sí.
Al anochecer
Regina (Michelle Vargas) observó el reflejo que le brindaba el espejo de su recamara, con suma concentración. Se había decantado por unos jeans, unas botas tejanas y una blusa blanca, sencilla a la vez que elegante. Quería dar una buena impresión en la reunión, seguramente ellos esperaban una presumida niña de ciudad vestida a la última moda, y ella no pensaba darles motivos para que se burlaran de ella. Modesta (Ana Martín) entra en la recamara en ese momento.
-¿Cómo me ves? – pregunta Regina.
-Está usted preciosa, mi niña – responde Modesta con una tierna sonrisa.
-¿Ya está listo Juan? – pregunta Regina.
-Me temo que mi hijo no va a poder acompañarla, me ha pedido que lo disculpe de su parte, pero ha surgido un problema con uno de los caballos y debe hacerse cargo – responde Modesta.
-¿Qué ha sucedido? – pregunta Regina preocupada.
-Parece que ha sufrido una indisposición… está muy debilitado y apenas come – responde Modesta.
-¡Nada más eso me faltaba! Que se nos muriera un caballo… - exclama Regina. – Avísale a otro peón para que me lleve a “El lirio blanco” – añade.
-Enseguida niña – dice Modesta y sale de la habitación, en la puerta se encuentra con Rosario (Angelina Peláez), que entraba en ese momento. Ambas mujeres se miran fríamente, sin dirigirse la palabra y prosiguen con sus caminos.
-¿Qué se te ofrece Rosario? – pregunta Regina al tiempo que saca una chaqueta de piel del armario.
-Quería platicar con usted sobre un asunto importante – responde Rosario.
-Pues tendrá que ser en otro momento, porque ahora tengo prisa – dice Regina al tiempo que se pone la chaqueta.
-Solo serán unos minutos… se trata de su hermano – dice Rosario. Regina se detiene para mirarla intrigada.
-¿Qué pasa con Saúl? ¿Se comunicó? – pregunta esperanzada. Rosario niega con la cabeza. - ¿Entonces de qué se trata? – pregunta.
-Quizás considere que no es de me incumbencia, pero si h decidido platicar con usted es porque de veras creo que es lo mejor – responde Rosario.
-Habla ya Rosario, me estás asustando – dice Regina con preocupación.
-Es para que hable con su hermano y trate de convencerlo de que deje libre a mi niña – dice Rosario al fin. Regina la mira asombrada, sin poder dar crédito a lo que escucha.
-¿Cómo dice? Mire, Rosario… sinceramente creo que se tomó demasiados tecitos esta noche… - dice algo molesta mientras se dirige hacia la puerta. Pero Rosario la detiene por el brazo.
-Usted bien sabe que ese matrimonio ya no tiene para donde tirar… y asté es la única persona que puede hacer entrar en razón a su hermano – dice Rosario.
-Si tan infeliz es “su niña” con mi hermano, entonces que tenga agallas y lo deje… pero no trate de meterme a mí donde no me incumbe – dice Regina enojada apartando con un movimiento brusco su brazo de las manos de la mujer.
-Por favor, piense en lo que le he dicho… su hermano nunca será feliz con mi niña, ella no puede darle lo que él quiere – dice Rosario. Regina la mira unos instantes con el semblante endurecido y sale de la habitación como alma que lleva el diablo. Aquello era lo último, que esa señora que siempre la había tratado con desdén y frialdad, ahora acudiera a ella para pedirle semejante favor. Desde luego, si hace unas semanas alguien dijera todo lo que estaba viviendo en esos últimos días, lo tomaría por loco.
EL LIRIO BLANCO
Los asistentes comenzaban a reunirse en la sala principal de la casona, donde se había preparado un pequeño aperitivo. Perico (Rene Casados) entra en ese momento del brazo de su esposa.
-No sé ni para qué viniste, esto es una reunión de puros machos – dice él molesto.
-Ni te creas que voy a dejar que vengas suelto a las reuniones ahora que está esa niñita jugando a las terratenientes – dice Clotilde (Rosita Pelayo) con orgullo. – Además, parece que no soy la única – añade. Perico observa como en la sala, la mayoría de los miembros de la confederación estabas acompañados por sus esposas. Al parecer ninguna quería perderse la presentación de la joven Montesinos o más bien, querían mantener a sus esposos bajo control.
-Bienvenidos – dice Teo (Luís Bayardo) acercándose a ellos. –Veo que tú tampoco vienes solo – añade con cierto fastidio.
-¡Qué remedio! – exclama Perico con resignación. Clotilde lo mira molesta y le da un pequeño codazo en el costado.
-En fin, ¿Dónde está Altamira? – pregunta Clotilde.
-En la cocina, revisando que todo esté en orden – responde Teo.
-Me voy para allá entonces, con permiso – dice Clotilde y se aleja de ellos.
-Me temo que Regina Montesinos va a acarrearnos más problemas de los que pensamos – dice Perico molesto.
Regina (Michelle Vargas) descendió de la camioneta y miró la casona que se alzaba frente a ella con interés. Al parecer a los terratenientes de aquella zona les encantaba la ostentación, aquella casona parecía un pequeño palacio. El peón baja del carro y se acerca a ella.
-Patrona, ¿quiere que la espere o vengo a buscarla más tarde? – pregunta el peón.
-Regresa a la hacienda, hace falta ayuda con el potro. Y dentro de una hora a más tardar, ven a buscarme – responde. El peón asiente y vuelve a entrar en la camioneta. Regina respira hondo antes de encaminar sus pasos hacia la entrada de la casona- mansión.
Todo el mundo voltea para mirar a la joven que acababa de entrar por la puerta de la sala principal, con paso inseguro.
-Buenas noches – dice Regina alzando el mentón con orgullo. Don Teo se adelanta mientras los demás asistentes comienzan a murmurar entre ellos, sin apartar la vista de ella, provocando el nerviosismo de la muchacha.
-Buenas noches, señorita Montesinos – dice Teo con frialdad – llega cinco minutos tarde – añade. Regina abre los ojos como platos y mira su reloj.
-Lo lamento… trataré de ser más puntual la próxima vez – dice Regina con cierta ironía.
Ícaro (Roberto Ballesteros) observa la imagen desde el fondo de la sala, junto a la ventana. Sabía que no debía intervenir a favor de la muchacha en ese momento, puesto que no le convenía granjearse la desconfianza de los demás terratenientes.
Regina sigue a don Teo hasta el centro de la sala donde el resto de los presentes se limitan a saludarla con un leve movimiento de cabeza, sin dignarse a presentarse si quiera. La joven entrelaza sus manos con cierta impaciencia y resopla contrariada, rezando para sus adentros para que pasara lo más pronto posible la hora que tardaría en llegar a buscarla.
Nereida (Bárbara Mori) se cepilla el pelo frente al espejo mientras Rosario (Angelina Peláez) termina de acomodar la recamara. Se detiene un momento para mirar a su niña, dudosa.
-¿Ocurre algo nana? – pregunta Nereida, observando preocupada el semblante de su nana a través del espejo.
-Niña no me tome a mal lo que le voy a decir… - comienza a decir Rosario. Nereida se voltea para mirarla con curiosidad.
- ¿De qué se trata ahora? – pregunta.
-Asté sabe bien de lo que se trata – responde Rosario. Nereida suspira con resignación al tiempo que se vuelve hacia el espejo, para seguir cepillándose el pelo. Rosario se acerca a ella – no puede seguir así, atada a un hombre posesivo y celoso al que no puede amar como él exige… esa relación es destructiva, y lo sabe – añade.
-Nana, Saúl y yo nos entendemos, a nuestro modo, pero ya estamos acostumbrados el uno al otro – dice Nereida con cierto pesar.
-¿Por qué no platica con el otro? Ahora sí podrá ayudarla… ahora todo es diferente… - dice Rosario entusiasmada.
-Claro que es diferente, Mauricio me desprecia… y no lo culpo – dice Nereida bajando la mirada apenada.
-Pero tú no tienes la culpa, los dos fueron víctimas de las circunstancias… hay cosas contra las que no se puede luchar – dice Rosario. Nereida la mira sin decir nada – vaya y búsquelo… quizás no sea tarde, apuesto mi alma a que él todavía no la ha olvidado – añade. Le acaricia la cara con dulzura – Mi niña, mi mayor anhelo es verla feliz, y asté no lo es con Saúl Montesinos, y nunca lo será – sentencia.
EL LIRIO BLANCO
-Al parecer ya estamos todos – dice Perico (Rene Casados) – deberíamos comenzar, no creo que el misterioso patrón de San Lorenzo nos conceda el honor de su presencia hoy tampoco – añade tomando asiento en uno de los cómodos sillones.
-Buenas noches – dice una voz grave desde la puerta. Todo el mundo voltea para contemplar al hombre que los miraba con una cínica sonrisa, apoyado en el marco de la puerta con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y las manos en los bolsillos.
Regina siente como su corazón comienza a desbocarse al verlo de nuevo, después de su último y apasionado encuentro. Si por lo menos no fuera tan atractivo, sería todo más fácil.
-Vaya, veo que finalmente ha aceptado mi consejo – dice Ícaro (Roberto Ballesteros) acercándose a él, con una copa en la mano. – Y bien, estamos todos ansiosos por conocer el misterioso nombre del patrón de San Lorenzo – añade con una cínica sonrisa. Mauricio (Fernando Colunga) se ríe al tiempo que se incorpora.
-Por supuesto, mi nombre es Mauricio Galván… pero creo que la mayoría ya me conocen – dice Mauricio con satisfacción. La estupefacción general no tardó en aparecer.
-¡Esto es inconcebible! – exclama Arcadio indignado. – Un vulgar ladrón no puede ser el patrón de San Lorenzo – añade abochornado. Regina (Michelle Vargas) mira impactada al hombre, tratando de asimilar sus palabras y luego vuelve su mirada hacia Mauricio, que había borrado la sonrisa de sus labios y ahora mantenía el semblante endurecido, con un extraño brillo en la mirada.
-No estoy aquí para hablar sobre el pasado – dice Mauricio entrando en la sala, con paso lento pero seguro – sino sobre el presente… y me temo que a día de hoy soy un hombre demasiado poderoso como para que se anden con remilgos – añade con burla.
-¿Cómo se atreve a regresar a este pueblo como si nada, después de morder la mano de quien le dio de comer? – pregunta Altamira (Dacia González) indignada. Mauricio se ríe ruidosamente y la mira fríamente. – De veras no entiendo como el santo de don Bernardo no lo denunció para que recibiera su merecido – añade alzando la voz. Ícaro se acaricia la barbilla pensativo mientras contempla la escena, así que ese tal Mauricio era un delincuente, un viejo conocido en la región. Era una oportunidad que no podría desaprovechar, tenía que conocer todos los detalles concernientes a aquel turbio asunto lo antes posible.
-Por favor señora, mantenga la compostura – dice Mauricio con burla. Mira uno por uno a los presentes, con el semblante serio y altivo – soy Mauricio Galván, terrateniente de San Cayetano y como tal, ahora, deben respetarme – añade con autoridad. Se acomoda en uno de los sillones, y se cruza de piernas. –Ahora que ya estamos todos, pueden comenzar – añade con calma.
Regina observa la escena como si se tratara de una película, no podía creer lo que acababa de presenciar. Así que ese era el motivo por el que Mauricio se había ido de la hacienda, porque era un ladrón, un maldito ladrón.
gracias por este blog, me parece que es más fácil leer los capítulos, y así podré elegir en algún momento, algún personaje de tu blognovela para comentarlo en mi blog.
ResponderEliminarSaludos,
Renzo
Gracias a ti por el interés y por estar al pendiente; espero que te agrade la novela y los personajes :)
ResponderEliminarBKOS