domingo, 19 de junio de 2011

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO XXVI









SAN CAYETANO



-Pues si lo saben, ¿por qué carajo se empeñan en utilizar este vínculo sagrado en beneficio de sus oscuros propósitos? – pregunta el sacerdote enojando, golpeando la mesa con la mano provocando que Regina de un pequeño brinco sobre el banco, asustada por la brusca reacción del hombre. Mientras que Mauricio se mantiene tranquilamente en la misma postura.
-Padre, no sé lo que habrá escuchado por el pueblo, pero le aseguro que no tenemos intención de usar este matrimonio para otros fines que no sean amarnos, cuidarnos y respetarnos – le asegura Mauricio con absoluta serenidad. Regina no puede evitar mirarlo estupefacta; aquel hombre era el colmo del cinismo, en aquellos momentos hasta ella misma se estaba creyendo sus palabras. - ¿No es así, princesa? – le pregunta volviendo su atención hacia ella. De pronto Regina siente las miradas de los dos hombres fijas en ella, a la espera de una respuesta. Traga saliva, aquel era su momento, solo tenía que decir que no, que ese no era el verdadero motivo de su matrimonio, que todo era una farsa. Así don Escribano no accedería a casarlos por la Iglesia, y dado que sería imposible para Mauricio encontrar otro sacerdote antes del domingo, no les quedaría otro remedio que casarse por lo civil…
-Regina, ¿es cierto lo que dice Mauricio? ¿De veras quieres casarte con este hombre por amor? – insiste el sacerdote. Regina lo observa sin saber que responder, de pronto aquella pregunta no le resultaba tan disparatada como creía. – Vamos muchacha, que no tenemos todo el día – la apremia el sacerdote, cortando el tenso silencio.
-¡Don Escribano! – la conversación se ve súbitamente interrumpida por la llegada de doña Clotilde (Rosita Pelayo) y doña Altamira (Dacia González), quienes entran en la sacristía con toda confianza y se quedan petrificadas al ver a los futuros esposos allí.
Regina suspira aliviada por la abrupta interrupción; no es que le hiciera mucha gracia que aquellas dos cacatúas los encontraran allí; pero en aquel delicado momento habían aparecido como caídas del cielo para evitar que se viera obligada a responder a la pregunta.
-¡Señoras, por favor! ¿Cuántas veces les he dicho que no pueden entrar aquí como Pedro por su casa? – les reclama Don Escribano molesto, levantándose para dirigirse hacia ellas.  Las dos mujeres permanecen en la puerta, momentáneamente aturdidas, sin saber qué hacer.
-Perdónenos padrecito… es que… no sabíamos que estaba usted ocupado – alcanza a responder Clotilde.
-No importa, de todos modos, nosotros ya hemos terminado – asevera  Mauricio al tiempo que se incorpora. – Don Escribano, mañana volveré para concretar algunos asuntos – añade mirando al sacerdote.
-Me temo que vamos a tener mucho que concretar, señor Galván – replica Don Escribano mirándolo significativamente. Regina se incorpora también.
-Muchas gracias padre, por su tiempo – dice ella con una leve sonrisa.
Mauricio entrelaza su mano con la de Regina y se dispone a abandonar la sala, no sin antes inclinar levemente la cabeza para saludar, con una burlona sonrisa dibujada en su rostro; a las dos señoras, quienes todavía permanecían inmóviles junto a la puerta, visiblemente incómodas con la situación.
-¡Ay que ver que poca vergüenza tiene ese hombre, padrecito! – exclama Altamira indignada una vez la pareja hubo abandonado la estancia. – Pasearse así, tan campante por el pueblo después de lo que hizo… restregándonos su dinero, que a saber de donde habrá salido – añade.
-Y a saber de qué mañas se habrá valido para engatusar a la nieta de don Bernardo – añade Clotilde llena de razón.
-Creo que ya sé el motivo de su visita – dice don Escribano, mirándolas con detenimiento.
-¿Ay sí, padre? – preguntan las dos mujeres al unísono tomando asiento frente a él.
-Vienen a confesarse por todas esas palabras malintencionadas que salen por sus grandes bocotas – responde el padre alzando la voz, visiblemente contrariado por la tendencia de aquellas dos mujeres de despellejar a sus convecinos. Ambas miran al sacerdote asombradas por su reclamo, aunque para todos era bien conocido el carácter del sacerdote, no por eso dejaba de tomarlas desprevenidas sus repentinos ataques de mal humor.
-Ay padrecito, pero no nos chille, que no somos sordas – replica Clotilde haciendo un puchero.
-Sordas, dice… quizás si lo fueran no  meterían a la gente en tantos problemas con sus cuchicheos – les recrimina. Las dos mujeres intercambian miradas de consternación, mientras el sacerdote se afana en colocar de nuevo las figuras que se hayan sobre su escritorio, en un intento por recuperar la serenidad.




-No entiendo como puedes ser tan hipócrita – le reclama Regina una vez los dos se hayan fuera de la iglesia.
-No sé a que te refieres – replica él con calma, avanzando sin siquiera mirarla. Ella se detiene, colocando las manos sobre sus caderas.
- “Le aseguro que no tenemos intención de usar este matrimonio para otros fines que no sean amarnos, cuidarnos y respetarnos” – replica ella, con tono de burla – A eso me refiero; ¿cómo puedes mentirle de esa forma a don Escribano y quedarte tan tranquilo? – pregunta cruzándose de brazos, enojada.
-¿Y quién te ha dicho que eso era mentira? – pregunta Mauricio volteando hacia ella. Sus palabras causan en ella un profundo desconcierto. Su corazón da un vuelco tan solo de imaginar que aquello pudiera ser verdad, pero pronto la amarga realidad se abre paso en sus pensamientos.
-Por supuesto que lo es, el motivo por el que quieres casarte conmigo es para hacer daño a mi hermano y quedarte con la Poderosa -  reclama ella al fin, con convicción. Una socarrona carcajada brota de la garganta de Mauricio.
-Voy a explicártelo solo una vez, para que tu cabecita no comience a darle demasiadas vueltas: cuidaré de que no te falte de nada; te respetaré y haré que los demás te respeten… y en cuanto a lo de amarnos… me refería al sentido más carnal de la palabra, no al espiritual… - enfatiza sus palabras una a una, pegando su rostro al de ella; peligrosamente.
-Sigue soñando - Regina resopla con resignación al tiempo que se aparta de él para seguir su camino hacia el coche, decidida a no perder el tiempo en discutir con Mauricio acerca de las condiciones de su futuro enlace. Él la observa alejarse, con una sonrisa de satisfacción en los labios.



MÉXICO D.F.



Fernando (José María Torre) avanza sigilosamente entre la penumbra que reinaba en el cuarto, pero aún así, entre las sombras, puede distinguir la figura de su madre sobre la cama, acurrucada, abrazándose a sí misma. No era propio de su madre permanecer en la cama a aquellas horas de la tarde, a no ser que estuviera realmente enferma.
-¿Ma? ¿Va todo bien? – pregunta dulcemente al tiempo que se sienta en una esquina de la cama, cerca de su madre.
-Sí, hijo… solo estoy cansada… eso es todo – responde ella en un susurro apenas inaudible.
-¿Estás segura que solo es eso? Porque de veras que se me hace difícil creerte… ¿ha pasado algo en la oficina? – pregunta cada vez más preocupado.
-Nada mi cielo… es solo que… hay días en los que me encuentro más melancólica que otros… deben de ser cosas de la edad - responde Macarena (Lucía Méndez) tratando de aparentar serenidad.  Fernando frunce el ceño; estaba casi seguro de que a su madre algo le pasaba, y no debido a la edad precisamente.
-Está bien, es obvio que algo te ocurre y no me quieres decir… - replica Fernando incorporándose lentamente, sin poder ocultar lo dolido que se sentía con su madre, por no confiar en él.
-Mi cielo… no me lo tomes a mal, ¿sí?  - pregunta ella preocupada, se incorpora en la cama – No es que no te quiera decir… es que en estos momentos ni yo sé lo que siento… - añade melancólica.  - En cuanto me sienta con fuerzas tú y yo hablaremos largo y tendido, ¿te parece? – pregunta temerosa; no quería disgustar a su hijo con su silencio; cuando ella siempre le había dicho que la sinceridad era lo más importante.
-Está bien, má…. Como desees, no quiero presionarte – asiente él finalmente. – Pero prométeme, que me contarás todo… - añade.
-Te lo prometo – afirma ella asintiendo con la cabeza.
Fernando le dedica una leve sonrisa de aceptación antes de abandonar la estancia. Una vez a solas, Macarena vuelve a abrazar su soledad, retomando la lucha con sus viejos demonios, consciente de que había basado su vida en una mentira; ahora tendría que encontrar el mejor modo de conciliar la verdad; por su bien y porque su hijo estaba en su derecho de saber quien era su padre.



LA PODEROSA


Regina (Michelle Vargas) entra en la sala como alma que lleva el diablo. Le había costado horrores permanecer todo el camino de vuelta sin mediar palabra con aquel cabeza hueca, que solo pensaba en hacerla rabiar con sus insinuaciones. Se creía el muy machito porque sabía que en cierto modo, se sentía irremediablemente atraída por él. Para su desgracia, aquel hombre era como un imán para ella, su cercanía la alteraba de tal modo que llegaba hasta olvidar todo en lo que Mauricio se había convertido: en un hombre frío, calculador, distante y dañino que había hecho lo posible por llevar a su familia en la situación límite en la que se encontraba.
Pero no estaba dispuesta a dejarse llevar de nuevo por sus estúpidos sentimentalismos, ya no. Él la había usado a su voluntad, como arma arrojadiza contra su hermano. No le importaban en lo más mínimo sus sentimientos, y a veces sentía como si disfrutara humillándola; diciéndole todas aquellas obscenidades que sabía que la aturdían.
Se hallaba tan perdida en sus pensamientos que tardó en darse cuenta de que no estaba sola en la sala.  Tirado sobre uno de los sillones, portando un vaso de tequila en la mano, se hallaba Fabián, observándola en silencio, con la vista nublada por el alcohol.
-¡Fabián! – exclama ella en un susurro, sin poder disimular el dolor que le causaba verlo en aquel estado.
-¿Cómo te fue en el pueblo con el maldito Galván? – pregunta Fabián, arrastrando sus palabras, sin moverse del sillón.
-Fabián… no sabes como lamento… - comienza a decir Regina con el corazón en un puño.
-No – la interrumpe Fabián alzando la mano – no quiero escuchar tus disculpas – añade dolido, al tiempo que se incorpora con cierta dificultad. – Después de todo… Camila tiene razón, yo solo… yo solito… me lo busqué – afirma acercándose a ella tambaleante. –Por no saber apreciarte cuando te tenía… por pensar que solo eras una niña mimada… por creerme más listo que nadie – sus palabras destilaban dolor y amargura.
-Fabián, por favor, deja de torturarte de esa manera… - le dice ella, suplicante.
-Regina… - avanza unos pasos hacia ella, hasta quedar frente a frente – solo quiero que sepas una cosa… pase lo que pase, siempre estaré para ti cuando me necesites… - añade, tomando el rostro de ella entre sus manos mientras la mira intensamente. – No voy a dejarte tirada en medio de esa absurda guerra entre tu hermano y ese mal nacido.
-Fabián, no sigas… - suplica ella, con lágrimas en los ojos. Le dolía tanto verlo así, ya nada quedaba de aquel hombre encantador, divertido, incluso demasiado presumido. Jamás habría imaginado que Fabián pudiera amarla de una manera tan profunda y desgarradora. Hace años hubiera dado su vida porque él le demostrara sus sentimientos abiertamente, porque le demostrara que ella era lo más importante para él.
-No… déjame terminar… quiero que entiendas que te amo… te amo demasiado como para dejar que ese hombre destruya tu vida… y aunque tú no me ames como yo a ti, no me importa… yo…  te voy a cuidar – añade con dificultad, lentamente acerca sus labios para depositar un tierno beso sobre la frente de ella. – Solo te pido una cosa a cambio – añade juntando su frente con la de ella, acariciando su rostro – no dejes que nadie te humille, ni te haga de menos; demuéstrales a todos la gran mujer que es Regina Montesinos -  proclama con orgullo antes de alejarse de ella para irse escaleras arriba.
Una vez a solas, Regina deja caer su cuerpo sobre el viejo sofá, apoya los codos sobre sus piernas y hunde su rostro entre las manos. Todo se había vuelto tan complejo últimamente, el que creía su mundo perfecto se había desvanecido; ahora sobre sus hombros pesaban las consecuencias de las decisiones que la vida le había obligado tomar.
-¿Ha ido todo bien en el pueblo, princesa? – la serena voz de su hermano la hace alzar la mirada para encontrarse con un rostro teñido por la preocupación.
-No… - responde en un susurro, no sabía como decirle a Saúl el repentino cambio de planes de Mauricio, temía su reacción cuando supiera que ya no podrían llevar a cabo su plan, que ahora Mauricio sí los tenía entre la espada y la pared.
-¿Qué fue lo que pasó? – pregunta él cada vez más intrigado, tomando asiento a su lado.
-Mauricio ha decidido que ya no nos vamos a casar por lo civil – responde Regina mirándolo totalmente desesperanzada. – Sino por la Iglesia – añade antes de emitir un hondo suspiro de resignación.
-¡Maldito bastardo! – alza la voz Saúl, al tiempo que se incorpora bruscamente comenzando a golpear con el pie la mesita del café, con furia.
-¡Saúl, por favor! – exclama Regina incorporándose para tratar de calmarlo.
-Maldito desgraciado… - repite Saúl una y otra vez sin dejar de golpear la mesa a patadas, imaginando que era el mismo Mauricio quien se encontraba allí y no el viejo mueble. Es tal la rabia que lo corroe que ya ni siquiera nota las punzadas de dolor que los golpes le provocan.
-Saúl, ¡ya, detente! – exclama Regina con desesperación, agarrándolo por los hombros. Poco a poco la ira va abandonando el cuerpo de su hermano, quien va cesando en su empeño. Con la frente empapada en sudor y la respiración acelerada.
-Saúl, mírame - Regina toma el rostro de su hermano entre sus manos, obligándolo a mirarla.- Vamos a encontrar alguna solución… no te preocupes por mí, ya no soy una niña, ¿recuerdas? Yo también puedo jugar mis cartas… no dejaré que Mauricio Galván se salga con la suya – sus palabras destilaban una firme determinación; no iba a permitir que aquel odio tan encarnizado destruyera a su hermano ni a sus demás seres queridos. Quizás iba siendo hora de una vez por todas de poner todas las cartas sobre la mesa y tratar de encontrar la paz y el perdón para aquel par de almas atormentadas.
-Regina… no es justo… yo… ya no sé que hacer… siento que de un momento voy a volverme loco… todo este odio y resentimiento que tengo aquí anclado en mi pecho me está matando – dice Saúl entre dientes, apuñando su mano contra el pecho con rabia, con los ojos rojos y brillantes por las lágrimas que pugnaban por salir de ellos.
-Lo sé, Saúl – dice ella con dulzura, acariciándole el rostro. – Pero no dejes que ese odio te consuma… quizás si hablaras con Mauricio… con el corazón en la mano… - comienza a decir, dudosa de la reacción de su hermano.
-¡Jamás! – grita él con rabia, separándose de ella. – Jamás me inclinaré ante ese mal nacido… no le daré el gusto de verme destruido. – añade con seguridad antes de abandonar la estancia a grandes zancadas.




Varios días después…


LA PODEROSA


Regina (Michelle Vargas) observa, con falsa calma, su imagen reflejada en el espejo; provocaba en ella una lucha de sentimientos encontrados.
El hermoso vestido de novia acariciaba su piel con suavidad, y se amoldaba a su figura a la perfección. Era un vestido hecho a su medida; pero por muy raro que sonara, no había sido ella quien lo escogió; sino que había llegado la noche anterior como un regalo de su futuro esposo, quien se había hecho cargo de todos los detalles del enlace, respetando así la decisión de ella – por muy extraño que pareciera -  de no intervenir en los preparativos de la misma. Al parecer Mauricio no había querido presionarla más de lo necesario con el asunto, y en el fondo, ella estaba agradecida por ello.
Los últimos días habían supuesto un golpe tras otro para ella: su hermano se había mostrado más raro de lo normal, a penas estaba en la casa, y cuando estaba se mostraba arisco y mal humorado. Fabián, por su parte,  había abandonado la hacienda un par de días atrás sin dar muchos detalles acerca de su nuevo trabajo ni de donde tenía pensado vivir, lo único que había dejado claro era que seguiría por la región, para estar cerca de ella y ayudarla en lo posible.
Además de eso, estaba el tema de sus padres; le remordía la conciencia el mantenerlos ajenos a todo lo que allí estaba ocurriendo: iba a casarse en un par de horas y sus padres no sabían absolutamente nada. Saúl y ella lo habían debatido largo y tendido; y habían llegado a la conclusión de que lo mejor era que no lo supieran, ya que de ese modo solo lograrían preocuparlos más, y probablemente provocar un ataque nervioso a su madre, quien seguía en sus trece de no dirigirle la palabra a Regina hasta que no desistiera de su idea de hacerse cargo de la hacienda.
Aspira hondo, tratando de serenarse. Que distinto hubiera sido todo si el novio hubiera sido Fabián, en esos momentos no estaría sola en su habitación, luchando con sus demonios; sino con sus seres queridos, compartiendo los nervios previos al gran evento. Sería su madre la que la ayudaría con su vestido de novia y con el tocado, compartiría con ella su ilusión, sus dudas, sus esperanzas…
También sería su padre quien la llevara al altar, y no Juan; quien había sido el elegido después de que su hermano decidiera no acudir a la boda para evitar un posible enfrentamiento en público.
Aquel era el día de su boda, sin embargo ella se sentía como si fuera el día de su funeral.
-¿Necesitas ayuda mi Regis? – Camila asoma su cabeza por la puerta, y no puede evitar preocuparse al ver a su amiga parada frente al espejo, como un alma en pena.
-Sí, ¿podrías conseguirme un billete de avión a la India? – pregunta Regina con abnegación.
-Creo que podré sobornar a alguien en el aeródromo, ya sabes que mi especialidad son los pilotos  – responde Camila guiñándole el ojo, provocando un pequeño atisbo de sonrisa en los labios de Regina. Cierra la puerta tras de sí y se acerca a ella – Ay mi Regis, mira como te ves… eres clavadita a la novia cadáver de Tim Burton – añade con pena.
-Gracias por el piropo – responde Regina con cierta ironía al tiempo que se dirige hacia el tocador – Anda, haz el favor y ayúdame con mi pelo… parece que hoy está más revoltoso que nunca – añade rebuscando entre los cajones.
-Deberías haber dejado que la esteticista que te envió Mauricio hiciera su trabajo – le reclama Camila con cierta resignación.
-Bastante hice con acceder a llevar este vestido de novia y no con el de cóctel que tenía pensado – replica Regina con seguridad.- No soy ninguna Barbie para que ese pelafustán me vista, me peine y me maquille a su gusto – añade tendiéndole un cepillo del pelo.
-Hablando de muñecas de plástico… ¿has vuelto a saber de la supuesta noviecita? – pregunta Camila, agarra el cepillo, y comienza a peinarle el pelo.
-Ayer mismo hizo su último intento, me llamó y me volvió a repetir que no podía vivir sin su pichurrín, que estaba a punto de destruir su vida, y que me atuviera a las consecuencias… ya te imaginas el resto, puro chantaje emocional – responde resoplando, verdaderamente aquella mujer había sido un auténtico fastidio, bombardeándola con llamadas y cartas; en todas repetía lo mismo; que ella era la culpable de su desgracia. Lo cierto es que no sabía si tomarse en serio o no aquellos mensajes, incluso había pensado en hablar con Mauricio, pero al final tenía tantas cosas en la cabeza, que había decidido no prestar demasiada atención a la desequilibrada mujer por mucho que su cuñada, sospechosamente, le aconsejara que se anduviera con ojo, que una mujer despechada era demasiado peligrosa como para no tenerla en cuenta. Su cuñada, precisamente ella era otro motivo de preocupación para ella, todavía no había tenido oportunidad de enfrentarse a ella y exigirle una explicación por la supuesta visita a la hacienda de Mauricio la otra noche; ya que por suerte para ella, cada vez que estaba a punto de hacerlo hacía su oportuna aparición, como por arte de magia, la bruja de su nana.
-Miguel Ángel me ha dicho que esa mujer estaba demasiado acostumbrada a salirse siempre con la suya cuando conoció a Mauricio, es una niña mimada que no sabe asumir su derrota; porque al parecer Mauricio ya ni la pela – comenta Camila.
-Mmmm, últimamente hablas mucho con ese tal Miguel Ángel, ¿no te parece? – pregunta Regina mirándola de reojo.
-Somos amigos…- responde Camila apresuradamente, sintiendo un repentino calor en sus mejillas. – Ya sabes, en este pueblo no es que haya mucha gente con la que trabar amistad, y al parecer él está necesitado de una mano amiga para pasar los ratos muertos como yo, sin más – añade.
-¿Estás segura de que solo se trata de una “mano amiga”? – pregunta Regina enfatizando sus últimas palabras.
-Por supuesto – responde Camila – y ya, deja de mover la cabeza o no terminaremos nunca – añade, decidida a no seguir hablando del tema.



SAN LORENZO



Mauricio (Fernando Colunga) termina de abrocharse los gemelos ante el espejo de su recamara. Su rostro permanece impasible mientras contempla su atuendo. Aquel era el día de su boda con Regina; y a pesar de que había hecho todo lo posible por que esta boda se realizase; en estos momentos comenzaba a dudar de si aquello era lo que realmente deseaba.
Quizás Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) tuviera razón, y aquella decisión la había tomado de forma precipitada, con la única intención de hacerle daño a la familia Montesinos; sin pararse a pensar en las consecuencias que éste hecho traería para Regina y para él mismo.
-¿Estás listo? – pregunta Miguel Ángel entrando por la puerta.
-Sí, lo estoy – responde Mauricio con un deje de duda en su voz. Voltea para agarrar el chaqué que estaba tendido sobre la cama.
-No pareces del todo convencido… - observa Miguel Ángel, todavía guardaba la esperanza de que su amigo entrara en razón. – Todavía estás a tiempo de detener toda esta locura – añade.
-Es demasiado tarde para eso… la decisión está tomada, y no hay vuelta atrás – asegura Mauricio poniéndose el chaqué. -¿Has visto a Aura? – pregunta cambiando de tema.
-No, no ha vuelto a salir  desde el espectáculo de anoche – responde sin poder ocultar su preocupación. La noche anterior Aura los había obsequiado con otro de sus espectáculos victimistas que tan comunes se habían vuelto desde su llegada a San Vicente. Ambos habían aguantado, estoicamente; su interminable retahíla de lamentos, amenazas y desaires que no finalizaron hasta que Mauricio anunció su intención de llamar al padre de Aura para que mandara a buscarla. Lo que provocó que ella decidiera atrincherarse en su recamara.  - ¿Hablaste con su papá? – pregunta.
-No he tenido oportunidad… Me encargaré de ese asunto después de la boda – asegura echando un último vistazo a su imagen en el espejo antes de abandonar la estancia seguido por Miguel Ángel.




CARRETERA



Observa de reojo a su esposa mientras avanza por la estrecha carretera que los aleja del pueblo. Nereida (Bárbara Mori) se había mostrado demasiado melancólica durante la última semana, se pasaba los días encerrada en su recámara leyendo o durmiendo. Apenas hablaba con nadie, salvo su nana; con ella podía pasarse horas hablando de sus cosas.
Y lo peor de todo, era que sabía la causa del estado de abatimiento de su esposa: la dichosa boda; y esa certeza lo estaba volviendo loco. En el fondo siempre supo que Nereida no había logrado olvidar a Mauricio; pero él siempre había mantenido la esperanza de que algún día su esposa llegaría a amarlo como él a ella; pero desde la reaparición de Mauricio en sus vidas,  todas sus ilusiones se habían venido abajo: ese hombre no sólo había logrado llevarlos a una difícil situación económica, sino que estaba destruyendo su familia.
Aprieta el volante con fuerza, hasta que sus nudillos comienzan a blanquear debido a la presión. Estaba empleando todo su autocontrol para no dar media vuelta y darle al “futuro esposo” de su hermana su merecido.
-¿De veras crees que esto es lo mejor para todos? – la pregunta de Nereida rompe el incómodo silencio.
-¿El qué? – pregunta Saúl (Eduardo Santamarina) secamente, con los dientes apretados por la rabia contenida.
-Abandonar el pueblo mientras que tu hermana destroza su vida – responde Nereida, sonando lo más impersonal posible; sin dejar de mirar por la ventanilla el frondoso paisaje.
-Ya te lo dije; no pienso quedarme para ver como Mauricio se sale con la suya… siento que sería capaz de matarlo si lo tengo enfrente – replica Saúl.
-No lo dudo – suspira Nereida en un susurro casi inaudible.
Saúl vuelve su cabeza para mirar a su esposa con una mezcla de cólera y dolor. Sentía como si una enorme brecha se hubiera abierto entre ellos, como si el tiempo volviera 13 años atrás…
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La furia recorría sus venas como una mecha, consumiendo los pocos resquicios de cordura que le quedaban. Ni siquiera el rostro contraído por el temor que había visto en su hermana lo había hecho desistir de sus propósitos; lo único que podía hacer por la pequeña era mantenerla al margen de aquella locura.
Ni siquiera se detiene buscar las llaves del mueble donde su abuelo guardaba sus armas; sino que usa su propio puño para golpear con saña el antiguo mueble, en un intento por encontrar en el dolor algún tipo de alivio a su tormento.
-¡Saúl, por favor! – la voz de Nereida se alza teñida por el miedo y la desesperación. De pronto sentía como si no conociera al hombre que tenía frente a ella; que en ese momento se aferraba con rabia a la escopeta que acababa de agarrar y al que no parecía importarle la sangre que comenzaba a brotar de sus nudillos. -¡No cometas una locura! – chilla entre lágrimas, tratando de interponerse en su camino.
-¡Hazte a un lado! – grita él con los ojos inyectados en sangre.
-¡No, no pienso dejar que lo hagas! – replica ella alzando la voz todavía más. Él se detiene momentáneamente, para observarla con detenimiento; una velada amenaza asomaba en su mirada.
-¿Es por eso que no has dejado que te tocara todo este tiempo? Porque lo deseabas a él, no a mí – escupe las palabras con saña, como si quemaran.
-¡No! – exclama ella al borde de un colapso, era tal el pavor que le causaba el odio que veía en sus ojos; que sería capaz de vender su alma al diablo, solo para lograr calmar sus ansias de venganza. Totalmente descorazonada, deja caer sus rodillas sobre el suelo;  mirándolo suplicante. – Por favor, créeme… todo esto no es más que un malentendido… Mauricio no…-  comienza a decir casi sin aliento.
-¡No te atrevas a pronunciar su nombre en mi presencia! – ruge con furia antes de empujarla bruscamente contra el suelo, para seguir su camino – escopeta en mano – hacia la perdición.
Ni siquiera siente dolor cuando su cuerpo se golpea contra el suelo, su cuerpo se convulsiona violentamente debido a la tensión acumulada. Los recuerdos de las últimas semanas se amontonan en su cabeza, había sido una ilusa al creer que podría vivir en aquella mentira eternamente. Ahora, por culpa de su inmadurez acababa de despertar a un monstruo al que temía con todo su ser.
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-¡Cuidadoooooo! – el grito de Nereida lo devuelve violentamente a la realidad para comprobar, abrumado, la camioneta que se abalanza sobre ellos. Trata de girar el volante en un desesperado intento in extremis por evitar la colisión.
-¡Nooooooooooooo! – sus voces gritan al unísono, aterrados por el funesto destino que les depara en el momento en el que el coche se estrella irremediablemente contra la furgoneta.


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