CAPÍTULO XXVIII
SAN CAYETANO
Regina (Michelle Vargas) camina, nerviosa, de un lado para el otro de la iglesia tratando de encajar los últimos acontecimientos. Después de la aparición de los miembros del orden, Miguel Ángel se había apurado en irse a la comandancia para ponerse al tanto de qué pruebas existían en contra de Mauricio. Ella, por su parte, había tratado de ponerse varias veces en contacto con su hermano para ver si él podía aclarar algo, pero no respondía al celular.
Ahora lo veía todo más claro, todo aquello lo habían urdido su hermano junto con Ícaro Sanromán; y ella como una idiota les había facilitado las cosas, sin saberlo. A pesar de que era una de las más interesadas en conseguir invalidar aquella boda, lo cierto es que jamás hubiera apoyado la idea de acusar injustamente a Mauricio, como ya habían hecho con él en el pasado.
-Ya, mi Regis cálmate – Camila (Ana Serradilla) se acerca a su amiga, para tratar de servirle de apoyo en aquel momento tan delicado.
-¿Han regresado todos a la hacienda? – pregunta Regina sin dejar de moverse de un lado al otro.
-Sí, aquí nada más quedamos tú, yo y el padrecito… que ahora que lo menciono, no sé donde se metió – responde Camila mirando a su alrededor tratando de localizar al sacerdote.
-Es que no puedo creer como pude ser tan tonta… sabía que confiarle la búsqueda del culpable del incendio al tal Diego Salas ese, era una mala idea… - se recrimina Regina masajeándose las sienes.
-Ay, deja de recriminarte… además ni que fuera tan disparatada la idea de que Mauricio mandara quemar los huertos, después de todo siempre ha dicho que se adueñaría de la hacienda a como diese lugar, ¿no es cierto? – pregunta Camila arqueando las cejas. Regina se detiene para mirarla con cierto reproche.
-Llámame loca si quieres… pero hay algo dentro de mí que dice que Mauricio no fue el responsable del incendio – responde Regina, suspira con resignación dejándose caer sobre uno de los bancos de la iglesia – sabía que mi hermano estaba planeando algo… estaba demasiado tranquilo con lo de la boda los últimos días… debía haber sospechado que se trataba de algo así – en aquellos momentos se sentía la persona más mezquina del mundo, en cierta medida había contribuido a llevar a un hombre inocente a prisión.
-Ya, no más remordimientos… si de veras crees que él no fue, tenemos que en cómo aclarar todo esto… aunque no sé yo como se tomará tu hermano el hecho de que quieras ayudar a tu esposo, echándole los planes por tierra – se acaricia la barbilla, pensativa. Regina se detiene súbitamente, ante la mención de su hermano.
-Mucho me temo que se pondrá hecho una furia… - murmura apenada. – Soy consciente de que si ayudo a Mauricio, en cierto modo estaría traicionando a Saúl… pero no estoy dispuesta a permitir que se repita la historia; no podría mirarme al espejo si dejo que acusen a un inocente – añade con convicción.
-¿Y si no es inocente? – insiste Camila.
-Si no es inocente, haré que caiga sobre él todo el peso de la justicia – responde Regina convencida, se dispone a salir de la Iglesia cuando el sonido del celular la detiene.
-Es el tuyo - Camila saca el celular de su bolso para tendérselo a Regina.
-¿Bueno?... ¿Papá? Sí, dime… - el rostro de Regina se tiñe de angustia cuando escucha las noticias que le llegan desde el otro lado del hilo telefónico. – Sí… en cuanto pueda estoy ahí… - añade antes de colgar.
-¿Qué pasó? – pregunta Camila, preocupada al ver la súbita palidez en el rostro de Regina.
-Saúl… - murmura con angustia – Saúl y Nereida han tenido un accidente esta mañana – le informa. Camila se lleva la mano a la boca, impactada por la noticia.
-¿Y donde fue? ¿Cómo están? ¿Fue grave? – comienza a preguntar Camila.
-Mi papá no quiso contarme mucho por teléfono… - responde Regina tartamudeando nerviosa, se acaricia la cara – Voy a la hacienda a cambiarme, y salgo corriendo para el hospital – añade apresuradamente.
-Sí, yo voy contigo – dice Camila saliendo tras ella.
MÉXICO D.F.
Higinio (Humberto Zurita) posa sus manos sobre los hombros de Cecilia (María Sorté) para apartarla de él, con cuidado. Lo atrevido de su acción, lo había paralizado por unos instantes, siendo incapaz de reaccionar hasta aquel momento.
-Cecilia…. – murmura su nombre con un deje de reproche. Ella abre los ojos parar mirarlo sin poder ocultar su decepción por su falta de respuesta. –Esto no está bien… - añade él.
-Lo sé… lo siento, yo de veras, creía que sentías lo mismo… - comienza a balbucear ella, todavía consternada por lo que acababa de suceder.
-Cecilia, eres la esposa de mi mejor amigo, ¡Por Dios! – exclama incómodo, al tiempo que se incorpora. – Para mí, eres como una hermana…nada más – sentencia.
-Lamento haberte importunado, Higinio - se disculpa mientras se incorpora lentamente, incapaz de mirarlo a la cara; en aquellos momentos se sentía como una completa idiota. – Será mejor que me vaya – agarra su bolso y voltea, dispuesta a irse.
-Espera – Higinio la agarra por el brazo para detenerla. – Será mejor que hablemos de esto… con calma – añade, ya más tranquilo.
-Sí… tienes razón, pero en otro momento… ahora no estoy en condiciones de hablar – replica ella sin volver la vista atrás. Se suelta de él y se aleja apresuradamente, lo único que quería en aquellos momentos era estar sola y tratar de calmar aquella ansiedad que se había instalado en su pecho.
Higinio la observa alejarse, no podía evitar preocuparse por el estado de su amiga. Nunca había sospechado que ella tuviera ese tipo de sentimientos hacia él, quizás inconscientemente le hubiera dado alas a esas ilusiones que había depositado en él; pero él en ningún momento había visto a Cecilia como mujer… para él ella era su amiga, confidente… y sobretodo, la esposa de su mejor amigo.
SAN CAYETANO
Mauricio (Fernando Colunga) tamborilea los dedos sobre la mesa de la sala de interrogatorios, con impaciencia. Aquel asunto se estaba alargando más de lo debido, no cabía duda de que se estaban empeñando de lo lindo en buscar excusas banales para implicarlo en el incendio.
-Señor Galván… haga el favor de responder a mis preguntas – el oficial que le estaba tomando declaración en ese momento, también parecía a punto de perder su paciencia.
Mauricio fija su mirada en el pequeño hombrecillo, que parecía creerse que solo por el hecho de llevar uniforme, estaba en posesión de la verdad absoluta.
-He respondido a sus preguntas varias veces… no quiero parecer un disco rallado – replica Mauricio con desdén – lamento que mis respuestas no coincidan con el guión que tenían preparado… así que dejemos de perder el tiempo y haga el favor de decirme qué pruebas tienen contra mi, – añade con una sonrisa ladina dibujada en su rostro.
-Se cree muy poderoso, ¿no es cierto? – pregunta el oficial mirándolo con evidente desagrado – pero quiero que le quede clara una cosa, ni todo el oro del mundo podrá salvarlo de ésta, señor Galván… - una sonrisa victoriosa se forma en su rostro cuando deja sobre la mesa un dossier. – Aunque usted no lo crea, hemos hecho nuestros deberes y tenemos pruebas que lo incriminan directamente con el incendio – añade.
Mauricio alza las cejas, con visible curiosidad; mientras se acomoda en la silla, cruzándose de brazos.
-¡No me diga! – exclama irónicamente, dispuesto a escuchar la historia.
-Hemos detenido al causante del incendio… Eusebio Medina… ¿no le suena ese nombre? – pregunta mirándolo fijamente, expectante ante su reacción. El cuerpo de Mauricio se tensa involuntariamente al escuchar aquel nombre, a pesar de su esfuerzo por permanecer sereno. – Veo que el nombre no le es indiferente… - añade con una sonrisa victoriosa.
-Claro que no, el señor Medina lleva varios años trabajando para mí – responde Mauricio tratando de contener su enojo.
-Debe de ser un empleado muy leal para seguir unas órdenes tan rastreras…. – comenta el oficial con burla.
-Lo es… es un hombre honesto, trabajador y muy leal… pero ante todo, es un buen hombre, que sería incapaz de cometer el delito que están empeñados en imputarle – alega Mauricio con aparente calma, luchando con las terribles ganas de golpear aquel pequeño engreído por sus sucias artimañas de acusar de aquella manera a un pobre hombre inocente. En aquellos momentos estaba viendo en Eusebio su viva imagen 13 años atrás…
-Pues no es lo que dice él, acaba de confesarse culpable después de saber que un testigo lo ha identificado como el autor del incendio – asegura el oficial.
-¿Quién demonios podría alegar tal calumnia? – exige saber Mauricio con fiereza.
Con manos temblorosas agarra el vaso de agua que el oficial le ofrece, fija su mirada en el líquido cristalino y puro antes de beber un sorbo con dificultad. Sentía la boca dolorosamente seca e irritada, después de haber pronunciado las palabras que llevarían a gente inocente a prisión.
-¿Estás bien niña? – pregunta el policía con evidente preocupación. Rufina (Carolina Gaitán) asiente tímidamente, incapaz de alzar la vista. Siente como si tuviera la mentira grabada en la cara, y que cualquiera que viera su rostro, descubriría su vil embuste. - ¿Estás segura? – insiste el oficial, agachándose frente a ella, convencido de que algo no iba bien con ella. -¿Hay algo que quieras decir antes de marcharte? – pregunta buscando su mirada. Ella agacha la cabeza todavía más, temblando con violencia. – Niña, déjame adivinar… no es cierto lo que acabas de declarar ahí dentro, ¿me equivoco? – pregunta tomándole con cuidado la barbilla, para alzarle el rostro. Rufina mira hacia los lados, desesperada, segura de que si aquel policía seguía preguntándole, terminaría por sufrir otro colapso.
-Sargento Olmedo… hasta que lo encuentro – la voz de Ícaro (Roberto Ballesteros) resuena en la pequeña estancia, provocando reacciones diferentes en ambas partes; terror por parte de ella y un inmenso fastidio por parte de él.
El comandante Olmedo (Arturo Carmona) se incorpora para encarar al recién llegado.
-¿Para qué soy bueno? – pregunta sin poder ocultar la incomodidad que aquel hombre le provocaba.
-Solamente quería hablar con usted de hombre a hombre… ya sabe, siempre es bueno ir conociendo a la gente importante del pueblo cuando uno llega nuevo, para que le vaya mostrando como funcionan las cosas aquí – responde Ícaro con falsa cortesía, sin dejar de mirar de reojo a Rufina, que permanecía sumamente quieta en la silla donde él mismo la había dejado minutos atrás. Una irónica sonrisa se forma en los labios del comandante.
-Créame señor Sanromán… conozco este pueblo mejor de lo que cree, que acabe de llegar como nuevo comandante, no quiere decir que no haya estado aquí con anterioridad – asegura el comandante.
-No me diga… no tenia conocimiento de que hubiera sido designado a esta comandancia con anterioridad – replica Ícaro con curiosidad.
-Porque no lo estuve… yo nací en este pueblo señor Sanromán, solo que antes de irme para labrarme un futuro mejor, no era más que un vulgar peón cuyo nombre no era importante para nadie – anuncia el comandante, con un deje de rencor en su voz. – Así que no se preocupe, que ya sé como funcionaban las cosas antes aquí – añade.
-¿Funcionaban? – pregunta Ícaro inquieto.
-Eso he dicho… funcionaban, porque mientras esté yo aquí como sargento no pienso permitir que valga más el oro que la ley – asegura mirando a Ícaro significativamente. – Y ahora si me permite, tengo mucho trabajo por delante – añade antes de salir de la estancia.
Ícaro apuña la mano con rabia, ante tal insolencia por parte de aquel hombre llegado de la nada. Comenzaba a estar harto de que peones alzados se atrevieran a desafiarlo escudándose en su poder adquirido a saber cómo.
De pronto su atención se fija de nuevo en Rufina, se acerca a ella a grandes zancadas y la agarra por el brazo para levantarla violentamente.
-¿Qué demonios le dijiste a ese alzado? – pregunta pegando su rostro al de ella, mostrándole su expresión más fiera.
-Na…n n nada, te… te lo… juro – tartamudea Rufina con pavor.
-Más te vale, infeliz, porque de lo contrario, ya sabes lo que te espera – escupe sus palabras con desprecio antes de empujarla al suelo, dejándola caer con desdén. Las lágrimas no tardan en aparecer en el rostro de la muchacha, quien comienza a llorar con desconsuelo. – Ya, deja de llorar, idiota… - la amenaza dándole un puntapié – que te calles te digo, debería darte vergüenza, no pareces más que un perrillo, ya ni siquiera me provocas el más mínimo deseo – añade con desprecio mientras se acomoda en la silla que antes ocupaba Rufina, y se saca un puro del bolsillo dispuesto a relajarse por unos momentos.
Ni siquiera imagina que justo detrás de la puerta permanece el comandante Olmedo, quien acaba de escuchar toda la conversación, haciendo grandes esfuerzos por no abalanzarse sobre aquel abusón. Cosa que no había hecho ya que no le convenía que se percatara de que estaba al tanto de su trampa.
Participación especial
Arturo Carmona como el Comandante León Olmedo
Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) sonríe triunfante mientras observa las distintas expresiones del cabo al mando del caso, que van desde la sorpresa hasta el fastidio; mientras lee los informes que acababa de presentarle.
-Como puede comprobar, el señor Galván, después de ver la poca disposición que tenían en este pueblo para investigar el incendio, decidió contratar los servicios del licenciado Espinosa para que hiciera las averiguaciones pertinentes por su cuenta – anuncia mientras el licenciado Espinoza, quien se encontraba a su lado; asiente, satisfecho por su trabajo.
-Si presta atención al informe, puede ver que se han analizado las huellas de varios bidones de gasolina que los peones del señor Galván encontraron en la inmediaciones de la hacienda justo después del incendio; y en todas ellas hemos encontrado las mismas huellas, las cuales al cotejarlas en la base de datos del servicio de policía del distrito federal, han resultado ser de un delincuente de la zona, fichado por la policía años atrás… al que se le conoce como El Yuca – informa el licenciado.
El oficial deja los informes sobre la mesa.
-¿Y cómo sé que todo esto no se trata de una treta para evitar responsabilidades? – pregunta acariciándose la barbilla.
-Si tiene alguna duda, puede hablar con el subinspector LaSalle de la Policía federal, que fue quien colaboró en la investigación – responde Miguel Ángel.
El cabo los observa a los dos con el semblante serio, tratando de no dejar entrever su desagrado ante la idea de tener que aceptar aquellas pruebas.
-Hablaré con el comandante jefe – anuncia secamente, antes de abandonar la estancia.
-Por los pelos – suspira Miguel Ángel, sin poder ocultar su alivio.
-Lamento haberme demorado tanto con el caso, el cotejo de las huellas ha llevado más tiempo del esperado – se disculpa el licenciado Espinoza.
-No te preocupes, el caso es que has llegado a tiempo para evitar que llegaran a encerrarlo – lo tranquiliza Miguel Ángel, posando su mano sobre el hombro del licenciado.
-¡Todavía me parece increíble que exista tanta corrupción en el cuerpo de policía! – exclama el licenciado Espinoza.
-A mí también, licenciado… por eso mismo Mauricio se encargó personalmente de que se realizara una investigación paralela del suceso, sospechaba que intentarían colgarle el muerto a él – añade Miguel Ángel. – Y ahora, será mejor que saquemos a Mauricio de aquí, antes de que se le agote la paciencia… - añade preocupado.
CANTINA
-¿Eso le dijo el nuevo comandante? – pregunta Perico (René Casados), sin poder salir de su asombro. En una mesa apartada, de la concurrida cantina se encontraban Ícaro, Perico, Teo y Arcadio. Los tres terratenientes habían escuchado con atención las novedades que le había comunicado Ícaro acerca de la detención de Mauricio y el posterior encuentro con el nuevo comandante.
-Lo que nos faltaba, otro alzado más… - murmura Don Arcadio apuñando la mano con rabia.
-No se preocupe Don Arcadio, que mientras sigamos teniendo el apoyo del comandante en jefe, éste papanatas no podrá hacer nada para cambiar las viejas costumbres – lo tranquiliza Ícaro antes de echar un trago de su tequila.
-Tiene razón Ícaro, un hombre solo no sirve de nada – asevera Don Teo. – ¿Y qué sabe del señor Galván? ¿Van a presentar cargos? – pregunta con evidente interés.
-Pues eso parece… hay demasiadas pruebas que lo incriminan… - responde Ícaro, regodeándose en su triunfo – Tal parece que el señor Galván, no saldrá bien librado de ésta… - añade alzando su copa – brindemos por la caída de nuestro querido Mauricio Galván – añade victorioso. Los otros tres hombres lo imitan, y chocan sus vasos entre risotadas triunfantes.
Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) observa atentamente, desde su asiento, el ir y venir de Mauricio (Fernando Colunga) que parecía un gato enjaulado en aquella diminuta sala en la que se encontraban, a la espera de que el comandante jefe analizara las pruebas que había sobre el caso, para decidir si liberar a Mauricio o no.
-Se están tardando demasiado… - murmura Mauricio entre dientes.
-Ten paciencia amigo mío, todavía están tratando de asumir su propia estupidez al tratar de inculparte a ti, del incendio. Con las pruebas que ha presentado el licenciado Espinoza, no les queda de otra que dejarte libre, sin cargos; si no quieren problemas con la procuraduría – lo tranquiliza Miguel Ángel. Mauricio asiente, convencido. Era consciente de que tenía las espaldas cubiertas, pero el sólo hecho de pensar que estaban dispuesto a sacrificar otro hombre inocente para hundirlo a él, lo había trastornado sobremanera; le había costado un mundo contener sus ganas de gritar y golpear a aquellos desgraciados, bajo su capa de superficialidad y arrogancia.
-¿Has solucionado el tema de Eusebio? – pregunta tomando asiento.
-Sí… no quiero ni imaginar cómo lograron sacarle la confesión de algo que no hizo… pero ya está solucionado, los he amenazado con denunciarlos a la procuraduría general por amenazar y coartar a Eusebio para que declarara lo que ellos querían – responde Miguel Ángel, posa una mano sobre su hombro para darle un cariñoso apretón – no te apures por Eusebio, le compensaremos por este mal rato… y esos hombres terminarán pagando – añade sonriendo, tratando de brindarle ánimo a su amigo.
-De eso pienso encargarme personalmente… - sentencia Mauricio, se apoya contra el respaldo de la silla, dudoso. -¿Sabes si ha venido Regina? – pregunta al fin.
-Me temo que no… creo que la pobre se ha quedado un poco trastocada con todo esto – responde Miguel Ángel. Una mueca de escepticismo se forma en el rostro de Mauricio.
-Yo no diría tanto – murmura con cinismo.
-¿Por qué dices eso? ¿Acaso crees que ella tiene algo que ver? – pregunta Miguel Ángel con reticencia.
-Estoy casi seguro… está claro que todo esto es obra de Saúl Montesinos, ¿Cómo no iba a estar al tanto? Desde que vio que no le quedaba otra que casarse conmigo, ha estado buscando la manera de invalidar nuestro matrimonio, una vez producido, a como diera lugar; ¿y qué mejor manera de anular nuestro matrimonio que acusándome de quemar su hacienda para presionarla? – escupe sus palabras con una mezcla de desprecio y dolor, tratando de ocultar la desazón que le había provocado la idea de que Regina estuviera de acuerdo con acusarlo injustamente. Si tan solo se hubiera acercado a la comandancia para informarse de las pruebas que tenían contra él, hubiera creído en su inocencia. Pero no, se había limitado a observar como se lo llevaban, sin dignarse a personarse allí, en calidad de esposa.
-Tal y como lo planteas, todo apunta que estaba al tanto… pero, sinceramente, no creo que Regina sea como su hermano… - trata de abogar Miguel Ángel.
-Es una Montesinos; y a los Montesinos les gusta tener el control y defender lo que creen suyo con garras y dientes… así fueron criados por don Bernardo – argumenta Mauricio, tratando de contener su despecho.
-Si no me equivoco – Miguel Ángel se incorpora – hasta donde yo sé, la pequeña Regina en realidad pasaba más tiempo contigo que con el viejo Montesinos… - añade.
-¿Y qué quieres decir con eso? – pregunta Mauricio intrigado.
-Nada… solo era un apunte… - responde Miguel Ángel con aire distraído – espérame aquí, voy a ver como van los trámites para tu puesta en libertad – añade antes de salir de la estancia, dejándole un tiempo a solas para reflexionar acerca de sus palabras.
Regina (Michelle Vargas) baja las escaleras apurada, a cada minuto que pasaba, la angustia se tornaba más insoportable. Su padre no había querido entrar en muchos detalles acerca del estado de su hermano y Nereida, solo le había dicho que ambos estaban vivos y en buenas manos. Pero ella necesitaba ver a su hermano cuanto antes con sus propios ojos; saber que todo iba a ir bien, que saldría de esta para estar con ella y apoyarla, como siempre había hecho.
-Vamos Camila – la apura, alzando la voz.
Se detiene bruscamente al llegar a la sala cuando ve, parada frente a ella; a una de las personas que menos necesitaba ver en aquellos momentos.
-¿Qué haces aquí, Aura? – pregunta Regina, sin ocultar su malestar.
-¿Que qué hago aquí? – pregunta Aura con tono burlón, se acerca a ella lentamente, contoneando las caderas - ¿Acaso te creías que te iba a dejar en paz después de arrebatarme a mi pichurrín? – pregunta airada. –No, mi vida… esto no funciona así… - añade alzando el mentón.
-Mira… no tengo ganas ni tiempo de escuchar tus berrinches, hay asuntos más importantes que requieren mi atención… así que si me disculpas – anuncia Regina, dispuesta a seguir su camino.
-Tú no vas a ningún lugar – la amenaza Aura entre dientes, bruscamente la agarra del brazo para detenerla.
Regina se paraliza al sentir el contacto del frío metal contra su cadera, baja la mirada para ver, horrorizada, el cuchillo que Aura empuñaba contra su piel.
-Aura, ¿qué estás haciendo? Aparta eso de mí, por favor… no cometas una locura – acierta a decir Regina, tragando saliva con dificultad.
-No te preocupes, niña… este cuchillo no es para ti – dice ella mirándola divertida, de pronto, da un paso atrás – sino es para qué veas lo que voy a hacer por tu culpa – añade mirándola fijamente.
Regina grita horrorizada, lanzándose hacia ella en el momento que ve como Aura se hace un corte en su muñeca, sin dejar de mirarla.
Camila llega a la sala a tiempo para ver como Regina se abalanza sobre Aura, haciendo que pierda el equilibrio. Las dos mujeres caen al suelo violentamente.
Un grito de horror se escapa de los labios de Camila al ver el rastro de sangre que salía de lugar donde las mujeres se hallaban tiradas, alertando a los recién llegados Mauricio (Fernando Colunga) y Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán), quienes se apuran a entrar a la sala, desde la puerta; para encontrarse con la dantesca escena.
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