domingo, 19 de junio de 2011

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO XXVII









LA PODEROSA


Le había costado horrores levantarse de la cama, pero aún así había insistido en hacerlo; no podía pasarse más tiempo evadiendo la realidad. Después de más de una semana encerrada en su recámara,  recibiendo los atentos cuidados de Modesta; se sentía en deuda con ella y con la patrona; por lo que no podía permanecer por más tiempo tirada en la cama sin ayudar en nada.
Hacía apenas unos minutos que todos, excepto doña Rosario y ella; habían salido de la casona para ir a la boda, salvo el hermano de la patrona y su esposa, quienes habían optado por irse a la ciudad en vez de acudir al evento.  Por lo que ella había insistido en hacerse cargo de la casa esa mañana, a pesar de que Modesta le había dicho que no era necesario, que con Rosario era suficiente, ya que ella no estaría fuera mucho tiempo.
Y ahora que se hallaba inmersa en las labores de la cocina, estaba convencida de que había tomado la decisión correcta; ya que por lo menos se sentía útil y tenía la mente ocupada en algo que no fueran los dolorosos recuerdos que la habían acosado sin piedad durante aquella semana de reposo.
-Así que aquí estabas todo este tiempo, palomita – el sonido de aquella aterradora voz logra paralizarla por el miedo. Había sido una ilusa al pensar que no terminaría por venir a buscarla, cuando ya su escualo había averiguado su guarida. Agarra el plato que tenía entre las manos con tal fuerza que éste termina por desquebrajarse entre sus manos, causándole pequeños cortes que comienzan a sangrar sin que ella parezca darse cuenta.  – Pero mira lo que has hecho… así no habrá patrona que te aguante mucho tiempo, si solo sabes romper cacharros – añade Ícaro (Roberto Ballesteros) en tono burlón, acercándose a ella, quien comienza a sufrir pequeños espasmos provocados por el horror al imaginarse lo que le esperaba. – Shhh, no tengas miedo palomita – le susurra ya pegado a su espalda, comenzando a acariciarle los cabellos. – No voy a hacerte nada malo, palomita… prometo no castigarte por abandonarme de una forma tan vil… siempre y cuando me hagas un pequeño favorcito – añade dándole un húmedo beso en la mejilla, acercando su cuerpo al de él.  Rufina (Carolina Gaitán) cierra los ojos, dejando que borbotones de lágrimas rueden por sus mejillas ante la certeza de lo que le esperaba: volvía a estar de nuevo en manos de aquel monstruo.






SAN CAYETANO



Frunce el ceño por enésima vez en esa mañana mientras observa el rostro inexpresivo del futuro esposo; quien espera la llegada de la novia, la cual se estaba retrasando media hora.
-Tal parece que la novia se lo está pensando – murmura Don Escribano (Aarón Hernán) lo suficientemente bajo para que solo Mauricio (Fernando Colunga) pueda oírlo.
-Tengo entendido que forma parte de la tradición el que la novia haga esperar al novio – replica Mauricio con una leve sonrisa de autosuficiencia dibujada en sus labios.
A su lado la desubicada madrina, mira hacia todos los lados, nerviosa por su inesperado papel en aquella boda. Al tratarse de la única mujer de confianza del patrón, le había tocado a ella acompañarlo al altar; lo que no dejaba de ser anecdótico, puesto que el novio era unos 10 años mayor que la madrina.
-Ya, Gertrudis, deja mirar hacia todos lados con carita de cordero degollado; que hasta el sacerdote comienza a mirarte mal – Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) no había podido evitar llamarle la atención de la forma más discreta posible. Lo cierto es que comenzaba a ponerlo más nervioso de lo que estaba, el verla moviéndose de un lado a otro.
-Ay, joven… es que yo con estas fachas me siento rete incómoda… además, esto más que una boda, parece un velorio – replica Gertrudis (Mariana Ríos) haciendo un gran esfuerzo por no emplear su usual tono de voz estridente.
-¡Ya viene la novia! – la pequeña Dulce entra corriendo como una ráfaga de aire fresco en la casi vacía Iglesia, creando en los pocos presentes sentimientos encontrados ante la certeza de que finalmente la novia había  decidido no echarse atrás.  Fercho (Jorge Poza) se apresura a agarrar a su sobrina para colocarla a su lado en el segundo banco cuando los invitados por parte de la novia, Modesta y Tomasito;  hacen su entrada para ocupar el primer banco.


Regina (Michelle Vargas) suspira hondo y cierra los ojos, tratando de apaciguar la sensación de vértigo que la había acompañado durante todo el trayecto hacia la iglesia. Siente una suave presión en su mano y abre los ojos para encontrarse con la mirada cargada de afecto que le dedica Camila (Ana Serradilla).
-Mi Regis, todavía estás a tiempo de agarrar la camioneta y escapar como la protagonista de novia a la fuga – le susurra dándole un afectuoso apretón a su mano.  Regina sonríe levemente.
- Julia Roberts no tenía como futuro esposo a un energúmeno decidido a destruir a su familia – replica Regina con cinismo.
-En eso tienes razón…  - reconoce Camila, emite un hondo suspiro – En fin, voy entrando – añade, le da un suave beso en la mejilla a su amiga antes de darse media vuelta para entrar en la Iglesia.
Juan (Fabián Robles) se acerca a Regina,  le ofrece su brazo mostrándole una amable sonrisa. Ella lo mira dudosa antes de agarrarse a su brazo para entrar a enfrentar su futuro.

Los latidos de su corazón se vuelven cada vez más rápidos y violentos conforme avanza por el pasillo. Se le había hecho un nudo en la garganta, que le hacía difícil respirar. Sentía todas las miradas fijas en ella, seguramente más de uno estaba esperando que huyera despavorida antes de llegar al altar. No podía negar que una parte de ella quería aceptar la oferta de Fabián y huir de aquel lugar, olvidarlo todo y empezar de nuevo. Sin embargo otra parte, por algún motivo desconocido para ella; realmente deseaba continuar con aquella locura.
Con cada paso  que daba, sentía como si se acercara a su juicio final. En el altar permanecía impasible esperándola, el hombre que cambiaría su destino para siempre. El hombre al que había querido con todo el alma siendo niña, y el que se había encargado de volver su mundo patas arriba en el último mes.
Una vez recorrido el largo pasillo de la iglesia, observa dudosa la mano que él le ofrece. Alza su mirada para encontrarse con su rostro serio, sin el menor atisbo de duda o nerviosismo. En aquellos momentos envidiaba su entereza y su capacidad para actuar con normalidad en aquel momento tan delicado; que marcaría sus vidas.
Una corriente de energía le recorre la espalda cuando acepta su mano, para colocarse a su lado, frente al altar.
Don Escribano suspira hondo, consciente de que estaba a punto de formar parte de algún plan que iba más allá de la simple unión en matrimonio de un hombre y una mujer. Quizás debería haber seguido su código de conducta y negarse  a casar a aquellas dos personas que eran de todo, menos dos novios felices y enamorados. Pero estaba seguro que si no era él, sería otro el que los casara, y en aquel momento prefería tener a la extraña pareja bajo control.
-Estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio… - el sacerdote comienza la homilía con voz serena, acaparando la atención de los invitados con sus palabras cargadas de buenas intenciones.
Mientras escucha al sacerdote, Regina es incapaz de volver la mirada hacia su futuro esposo. Se preguntaba qué pasaría por su cabeza en aquel momento, si era tan consciente como ella de lo que la palabra matrimonio significaba. Hubo un tiempo en el que soñaba con casarse por todo lo alto con el hombre que ahora estaba sentado a su lado. Por aquel entonces ella era una niña que creía en los cuentos de hadas, y que le había entregado su corazón a un peón de la hacienda, su príncipe azul. Ahora aquel peón se había convertido en un hombre poderoso, frío y calculador que la había convertido en un pilar importante en su plan de venganza.
-Regina Montesinos, ¿aceptas a Mauricio Galván como tu legítimo esposo… prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de tu vida?- pregunta el sacerdote. Regina alza la mirada aturdida, ¿tan rápido habían llegado a aquella parte? Se había pasado gran parte de la ceremonia perdida en sus pensamientos, actuando como una autómata cada vez que se levantaba, arrodillaba y sentada. Ni siquiera se había dado cuenta del momento en el que Mauricio había tomado su mano.
-Esto… no se supone que eso tiene que preguntárselo antes al novio – alcanza a decir Regina totalmente perdida.
-¿Se puede saber en dónde ha  estado su cabecita todo este tiempo? – pregunta don Escribano alzando la voz. – Justamente su “futuro esposo” acaba de aceptarla como esposa – añade disgustado.
Regina posa su mirada por primera vez, desde su llegada; en Mauricio quien a su vez la observaba con los dientes apretados, visiblemente molesto por su falta de atención.
Se muerde el labio, los nervios comenzaban a apoderarse de ella, y  la cabeza comenzaba a darle vueltas. Aquel era el momento crucial, todavía estaba a tiempo de echarse atrás.
De pronto el sonido de unos pasos en la puerta de la iglesia llama su atención. Mira hacia atrás para comprobar impactada, la identidad del recién llegado.
-¡Fabián! – pronuncia su nombre en un susurro apenas inaudible.
Mauricio voltea a su vez, percatándose de la presencia de su competidor. Pronto la atención de los pocos presentes se centran en Fabián (Carlos Ponce), quien permanece de pie en la puerta, con la mirada fija en la novia, sin que una sola palabra salga de su boca. Con la esperanza de que su presencia sea suficiente para que Regina se olvide de aquella locura.
Regina traga saliva con dificultad, vuelve su mirada hacia Mauricio, para descubrir en su mirada lo que parecía ser un destello de temor ante la posibilidad de ser abandonado en el altar.


LA ASCENSIÓN



El dolor se vuelve tan inaguantable que termina por arrancarlo del estado de inconsciencia en el que llevaba sumido las últimas horas. Abre los ojos con dificultad, mientras se acostumbra a la claridad de aquella habitación desconocida para él.
El sonido de la puerta al cerrarse le anuncia la llegada de algún visitante. Trata de incorporarse, pero se da cuenta de que tiene la pierna derecha escayolada, al igual que su brazo izquierdo.
-No trates de moverte, estate tranquilo – la voz cálida y familiar de Julio (Otto Sirgo) apacigua en cierta medida la intranquilidad y desasosiego que comenzaba a sentir al verse en aquel estado.
-Julio… ¿qué… qué ha pasado? ¿Qué… hago… aquí? – pregunta Saúl (Eduardo Santamarina) con dificultad, sentía la garganta seca y le dolía al tragar saliva.
-¿No te acuerdas? – pregunta Julio acercándose a él. – Nereida y tú tuvieron un accidente – añade. Pronto los recuerdos del accidente se hacen vívidos en a mente de Saúl, causándole una opresión en el pecho, consciente de la gravedad del golpe.
-¿Dónde está Nereida? – pregunta casi sin aliento, tratando de incorporarse. Se detiene súbitamente al sentir un punzante dolor en el torso que lo obliga a tumbarse de nuevo.
-Saúl, no te muevas… - le aconseja Julio posando las manos sobre sus hombres para tratar de impedir cualquier otro intento de incorporación. – Tienes dos costillas rotas, el doctor ha recomendado que permanezcas acostado al menos por unos días – añade.
-Nereida… necesito verla, ¿dónde está? – pregunta casi al límite de sus fuerzas. - ¿Qué le ha pasado? Ella está bien, ¿verdad? – pregunta mirando a Julio con la desesperación reflejada en su rostro. Él le devuelve la mirada, visiblemente preocupado; suspira hondo antes de responder.
-Ella está en el quirófano en estos momentos, ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza que le ha producido un coágulo… están tratando de sacárselo sin que se produzcan daños… mayores  – responde Julio al fin, apenado por tener que darle aquellas noticias.
Saúl cierra los ojos y hunde su cabeza en la almohada, tratando de contener las lágrimas llenas de dolor y rabia que pugnaban por brotar de sus ojos. Maldice en su fuero interno al culpable de todas sus desgracias; al hombre que estaba destruyendo su mundo y que en aquel momento se estaba convirtiendo en el esposo de su hermana. Él era el culpable de que se encontrara en aquella situación; era el culpable de que su esposa estuviera en una situación crítica.
-Voy a destruirte, Mauricio… te lo juro – murmura con los dientes apretados, mientras las lágrimas comienzan a recorrer sus mejillas.


SAN CAYETANO


Fabián (Carlos Ponce) siente como las piernas comienzan a flaquearle cuando escucha “sí, acepto” de los labios de Regina. Un fuerte dolor comienza a oprimirle el pecho, dejándolo casi sin aire. Apenas sin fuerzas, abandona la iglesia con la cabeza gacha; consciente del abismo que lo separaba de la mujer que amaba en aquel momento. Una mezcla de rabia, dolor y desesperanza se había instalado en su pecho. Había sido un iluso al creer que Regina pudiera abandonarlo todo para iniciar una vida con él; quizás ese era su castigo merecido por no haberla sabido amar en su momento. Ahora solo le quedaban dos opciones: olvidarla y comenzar de nuevo o encontrar la manera de hacerla volver.

Todavía le sorprendía la facilidad con la que finalmente había pronunciado aquellas dos palabras “sí, acepto” que la convertían en la señora Galván; a pesar de saber que así estaba rompiendo en mil pedazos el corazón de Fabián. Aún así, decide no sentirse culpable; ya no. Ahora tenía que poner todo su empeño en tratar de buscar una solución para detener la guerra entre Mauricio y su hermano en la que se hallaba atrapada.
-En fin… no me queda más remedio entonces, que declararos marido y mujer – comunica don Escribano con cierta resignación. Posa su mirada sobre Mauricio – Puedes besar a la novia – anuncia.
Ambos se miran durante unos instantes, conscientes del gran paso que acababan de dar. Todo el mundo estaba pendiente de ellos, pocos desconocían ya los verdaderos motivos de aquel enlace, por lo que esperaban con cierta curiosidad el momento del beso.
Con calculada delicadeza, Mauricio toma el rostro de su flamante esposa con su mano para acercarla a él lentamente, sin dejar de mirarla ni un solo segundo. Dulcemente toma entre sus labios la parte inferior de la boca de ella.
Regina cierra los ojos al sentir sus labios sobre el de ella, se trataba de un beso inocente y delicado; sin embargo había logrado despertar en ella una emoción tan profunda como inquietante. Regina estaba sintiendo como miles de mariposas revoloteaban en su estómago mientras Mauricio le daba su primer beso como marido y mujer.



MÉXICO D.F.


Higinio (Humberto Zurita) observa con atención a su inesperada invitada aquella mañana. Los dos se hallaban en el amplio jardín, junto a la piscina; donde les habían preparado la mesa para tomar el desayuno, que todavía no habían probado, a pesar de llevar una media hora servido.
-¿Ha ocurrido algo? – pregunta Higinio intrigado por el prolongado silencio de Cecilia (María Sorté).
-Todo… todo lo que construí… se está desvaneciendo entre mis manos – murmura Cecilia sin levantar la vista, como si estuviera hablando para ella misma. Se maldecía a sí misma una y otra vez por haberle dado el recado de su suegro a sus hijos, aquel había sido el momento en el cual su tranquila y plácida vida había comenzado a torcerse. Ahora no solo debía debatirse con una familia semidestruida; sino también con su conciencia. Las ansias por mantener su familia unida y alejada de aquel pasado que estuvo a punto de destruirlos a todos; la había llevado a rebasar la delgada línea entre el bien y el mal. Inocente mente había creído que el fin justificaba los medios; y ahora debía lidiar con los efectos de su estupidez.
Higinio acerca su mano a la de ella, para tratar de reconfortarla con un cálido apretón.
-Sé que  últimamente las cosas se han torcido un poco… bueno, mejor dicho; bastante para ti… pero, como se suele decir; no hay mal que 100 años dure – la apremia, brindándole una calurosa sonrisa.
-Ay Higinio… es que siento como si ya todo estuviera perdido… cada vez estoy más encerrada en mí misma; por lo que Julio, el único apoyo que me quedaba; cada vez está más distante conmigo… ¿puedes creerte que en los últimos días apenas me ha dirigido la palabra? Incluso he llegado a pensar que sabe que fuimos nosotros los que provocamos el incendio – Cecilia comienza a parlotear cada vez más deprisa, al borde que una crisis nerviosa. Higinio se levanta apurado, para apoyar sus manos sobre los hombros de la mujer, agachándose frente a ella; en un intento de calmarla.
-Cecilia, cálmate… esto no te hace ningún bien… ¿qué te hace pensar que Julio sabe algo? – pregunta con calma.
-Esta mañana ha recibido una extraña llamada… y se ha ido de casa, sin decirme nada… él… él me dijo, que era mejor que no supiera, que tenia… que tenia  que hacerse cargo de un asunto – responde Cecilia comenzando a sollozar. Hunde el rostro entre las manos, abatida.  – Julio nunca me había ocultado nada… nada – añade llorando con más fuerza.
-Cecilia… por favor, con todo mi respeto, estás paranoica… lo más seguro que lo hayan llamado por algo de la constructora y no haya querido preocuparte. Eso es todo.  – le dice con calma, comenzando a darle pequeños masajes circulares por la espalda; como si de consolar a un niño se tratara.
-Algo va mal Higinio… yo lo sé… Julio no confía en mí… desde hace tiempo lo noto distante, ya no es conmigo el hombre que era… me reprocha que no apoye a Regina… ya apenas me habla… se está dando cuenta que no soy una mujer digna para él - continua inconsolable. De una vez había decidido sacar a la luz todas aquellos temores que la atormentaban desde hace tiempo, lo que no se había atrevido a decir en voz alta por miedo a que se volvieran realidad.
-No digas eso, tú eres la más digna de las mujeres. Eres hermosa, inteligente, culta, cauta, educada, sabes lo que quieres y luchas contra viento y marea por buscar lo mejor para tus hijos; ¿qué más podría pedir un hombre? – los halagos de Higinio parecen abrir una pequeña luz de esperanza en todo aquel agujero negro. Tímidamente alza el rostro para mirarlo a la cara.
-¿Es cierto eso que me estás diciendo? ¿En serio piensas eso de mí? – pregunta tímidamente, en un susurro.
-Por supuesto que lo pienso… - responde Higino con seguridad.
-Tú… ¿tú me… me quieres? – pregunta ella en un susurro, con el corazón desbocado por lo que la respuesta a aquella pregunta pudiera suponer.
-Claro, ¿cómo no te iba a querer? Si desde que murió mi esposa, que en gloria esté; tú has sido un pilar importante en mi vida… me has escuchado cuando lo necesitaba, me has echado una manita cuando te lo pedí… eres una persona muy especial Cecilia, no quiero que pienses que no eres una mujer digna – responde él con sinceridad, tratando de levantarle el ánimo demostrándole lo importante que era para él.
Sonríe complacido cuando nota un atisbo de sonrisa que se forma en los labios de ella, quien permanece callada, mirándolo intensamente con los ojos todavía encarnados por las lágrimas derramadas. Con cierto temor ella acerca las manos para posarlas con cuidado en el rostro de Higinio antes de unir sus labios con los de él en un delicado beso, que toma totalmente por sorpresa al hombre que es incapaz de reaccionar ante tal declaración de sentimientos.


SAN CAYETANO

Los pocos invitados al enlace esperaban en la puerta por la tradicional salida de los novios, sin percatarse que a lo lejos estaban siendo observados por Clotilde (Rosita Pelayo)  y Altamira (Dacia González), quienes no habían querido perderse en enlace, pero habían sido demasiado orgullosas como para agasajar a los novios con sus respetadas presencias en la misma Iglesia.
Los novios no tardan en hacer su aparición, salen agarrados del brazo; cualquiera que no estuviera al tanto del abismo que los distanciaba, podrían confundirlos con unos novios enamorados y felices de haber sellado su amor ante los ojos de Dios.
Pronto se separan para recibir las felicitaciones de rigor tratando de mostrar la mejor de sus sonrisas. Ninguno se da cuenta del grupo de hombres con vestimentas oficiales que se acercan peligrosamente hacia ellos, encabezados por el mismo Ícaro Sanroman (Roberto Ballesteros).
-Mauricio Galván – uno de los hombres de uniforme se adelanta al resto del grupo, para llamar la atención del novio ante todos los presentes.
-¿Qué se le ofrece? – Mauricio se acerca a ellos con cautela, con el semblante serio, consciente de la posibilidad de un enfrentamiento. Regina se acerca a su esposo colocándose la mano sobre la vista a modo de visera para observar a los recién llegados.
-¿Qué es lo que pasa? – pregunta intrigada.
-Señorita Montesinos, lamentamos aparecernos así, en este momento tan delicado… pero quería ponerla al tanto cuanto antes de que ya encontramos al culpable del incendio de La Poderosa – responde Ícaro.
-¿Ah sí? ¿Y quién es? – pregunta Regina con cierta dificultad, su corazón ha comenzado a acelerarse y una extraña sensación de ahogo la embarga mientras por su mente se hace cada vez más evidente la respuesta que están a punto de darle.
-Señor Galván, me temo que queda usted detenido por ordenar que prendieran fuego a La Poderosa – anuncia el oficial ante el desconcierto de los presentes.
Regina vuelve su mirada cargada temor hacia Mauricio, quien permanece impasible, con los dientes apretados. Él le devuelve la mirada, fría como el hielo.
-Así que éste era el plan… - murmura entre dientes para que solo Regina pueda escucharlo, antes de que dos agentes lo escolten para mostrarle el camino hacia el coche oficial.
Ella permanece aturdida, incapaz de reaccionar mientras observan como se lo llevan; consciente de la acusación implícita que escondían sus palabras: Mauricio creía que ella estaba detrás de todo aquello. 


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