CAPÍTULO XXII
HIPÓDROMO “LA SEXTA ESTRELLA ”
-¡No puede ser! ¿Has oído Perico? – el enfrentamiento que se llevaba a cabo en la entrada trasera de la recepción, había llamado la atención de la mayoría de los asistentes. Sobretodo los que se hallaban más cerca del lugar, como era el caso de Perico (René Casados) y Clotilde Laguna (Rosita Pelayo). Quienes incrédulos, todavía trataban de digerir lo que aquella circunstancia les podría afectar. –No, si ya decía yo… que estos dos algo se traían, ¿no te fijaste como él la miraba en la última reunión? Yo ya sabía que entre estos algo había – añade la mujer convencida.
-Vamos a buscar a los demás, esto tienen que saberlo cuanto antes – replica Perico apurado, agarra a su esposa por el brazo para arrastrarla entre el gentío en busca de sus compadres.
Camila (Ana Serradilla) se sitúa a espaldas de Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán), quien en ese momento se encontraba junto a la mesa de los aperitivos; buscando algún tentempié con el que saciar su apetito.
-Te recomiendo la tosta de salmón, está especialmente deliciosa – comenta Camila a su espalda. Él se endereza súbitamente, aquella muchacha lo había pillado desprevenido. Voltea para mirarla.
-¡Camila! Me asustaste, no deberías acercarte a la gente por la espalda. Es de mala educación – le recrimina Miguel Ángel algo incómodo.
-No te preocupes, trataré de acordarme de traer la campañilla para la próxima vez – replica ella divertida. – Por cierto, ¿no habrás visto por aquí a Regina? La he perdido de vista cuando tu querido amigo la llevó casi a rastras hacia la pista – añade mirando a su alrededor, tratando de encontrar algún rastro de su amiga.
-Pues no, no la he visto. Pero si no me equivoco Aura también los andaba buscando, y con lo perseverante que es imagino que ya les habrá arruinado el bailecito – responde Miguel Ángel.
-¿Aura? ¿Te refieres a la Barbie Malibú ? – pregunta Camila con burla.
-¿Conoces a Aura? – pregunta Miguel Ángel.
-Solo de oídas… gracias a Dios todavía no he tenido el placer de aguantarla en persona. – responde Camila agachándose sobre los aperitivos, buscando alguno de su agrado. - De verdad, jamás terminaré de entender a los hombres… no sé como os pueden hacer tanta gracia las mujeres perchero – responde al tiempo que alcanza un canapé.
-Muy sencillo, porque como siempre hablan de lo mismo, uno puede desconectar cada vez que abren la boca. Mientras que con las loquitas sabelotodo, tienes que estar atento a todo lo que dicen si no te quieres ganar un buen pleito – responde Miguel Ángel divertido. Camila lo mira con los ojos entrecerrados mientras se mete el canapé en la boca.
-¡Muy chistosito! ¿Nunca has pensado en hacerte payaso? Te iría muy bien en el circo, créeme – lo reprende ella molesta, cruzándose de brazos.
-La verdad es que lo intenté, pero me dijeron que era demasiado buen mozo para ser payaso – replica él riendo, divertido por las ocurrencias de la muchacha. – ¿Por qué mejor que discutir, no vamos a bailar? – propone él, divertido, agarrándole la mano, para conducirla a la pista.
-Apoyo la moción – dice ella asintiendo, dejándose llevar hacia la pista.
Los dos llegan a la pista de baile, pegan sus cuerpos comenzando a moverse al compás de la música. Ella sonríe para sí, hacía tiempo que ningún hombre la sacaba a bailar; sin contar con los babosos de las discotecas. Podría decirse que a pesar de su accidentado primer encuentro, Miguel Ángel era todo un caballero, algo payaso, sí; pero un caballero al fin y al cabo.
-¿Se puede saber por qué te ríes? – la pregunta de Miguel Ángel la toma por sorpresa, ni se había dado cuenta de que estaba riendo como una tonta.
-Este… estaba recordando como nos conocimos – responde ella algo incómoda.
-Me alegro de que te haga tanta gracia… seguro si fueras tú la golpeada no te haría tanta – replica él divertido.
-Vamos hombre, ¿a poco no fue gracioso? – pregunta ella entre risas.
-A decir verdad, sí… sí lo fue, cada vez que te recuerdo gritando como una desquiciada con el palo de la escoba en la mano, no puedo evitar reírme – termina por reconocer. Desde luego aquella muchacha era una cabecita loca, con la que era imposible no pasar un rato divertido.
-Camila, ¿has visto a Regina? – pregunta un inquieto Fabián acercándose a ellos, rompiendo la magia del momento. Camila, se separa de Miguel Ángel, con visible fastidio.
-No, no la he visto Fabián. Pero ya relájate, no es ninguna niña. Sabe manejarse sola – responde Camila con impaciencia. En ese momento un intenso murmullo comienza a invadir la estancia, junto con unas voces alteradas que provenían de la parte trasera de la misma.
-¿Qué es lo que ocurre? – pregunta Miguel Ángel mirando hacia el fondo preocupado. Camila y Fabián vuelven su atención hacia el lugar de donde provenían las voces.
-Será mejor que vayamos a ver – propone Camila encaminando sus pasos hacia allí. Los dos hombres se miran unos segundos, indecisos, antes de seguir su ejemplo.
Regina (Michelle Vargas) agarra fuertemente del brazo de Mauricio (Fernando Colunga).
-¿Qué demonios te crees que estás haciendo? – pregunta Regina entre dientes. – Todo el mundo nos está mirando – añade enojada.
-Por si no te has dado cuenta, acabo de defender tu honor, ¿o acaso tenías pensado dejar que te metiera mano aquí mismo? – pregunta Mauricio tratando de controlar su ira.
-¿Su futuro esposo? – pregunta Augusto (Manuel Landeta) con burla.- Por favor, no me haga reír. Si aquí todo el mundo sabe que lo que usted quiere es quitarle la hacienda a esta pobre ingenua – añade riendo divertido.
-¡Oiga, cretino! Pobre ingenua lo será su abuela – replica Regina alzando la voz. La gente comenzaba arremolinarse alrededor de la puerta trasera para presenciar el espectáculo.
-Ya Regina, no malgastes tu tiempo con este hombre. Vámonos de aquí – dice Mauricio, tomando a Regina por la cintura para llevársela de aquí.
-¡No me toques! No eres nadie para decirme cuando debo ir – grita Regina fuera de sus casillas, apartándose bruscamente de él.
-¿No has oído a la señorita? – pregunta a Augusto. - ¿por qué mejor no te vas y nos dejas que arreglemos nuestros asuntos a solas? – añade. Mauricio voltea para mirar a Regina.
-¿Es eso lo que quieres? ¿Hacer negocios con este hombre? ¿Estás dispuesta a convertirte en su amante? – pregunta Mauricio clavando su inquisidora mirada en ella. Ella lo mira dudosa, vuelve su mirada hacia Augusto y luego otra vez hacia Mauricio. ¿Era eso lo que quería, pagarle a aquel hombre con su cuerpo por su ayuda? ¿Qué era peor, ser la esposa de Mauricio o la amante de aquel hombre? Miles de ideas contradictorias se agolpaban en su mente, estaba en un callejón sin salida. Había luchado con todas sus fuerzas, había tratado de sacar la hacienda adelante con su propio esfuerzo, sin tener que recurrir a ninguna táctica de la que se pudiera avergonzar. Pero todo aquello no le había servido de nada. Aquella era tierra de hombres, poco podía hacer una mujer por superarse y equipararse a ellos. Ahora lo veía muy claro. Cierra los ojos y traga saliva lentamente.
-No, no quiero hacer negocios con él – responde al fin. Una leve, casi inapreciable sonrisa de satisfacción se forma en los labios de Mauricio. – Pero si tuviera elección, tampoco querría casarme contigo – añade casi en un murmullo, para que solo Mauricio la escuchase, haciendo que el rostro de él se tensara inmediatamente, carraspea incómodo antes de voltear su atención hacia el hombre que los miraba con un destello de ira en sus ojos.
-Ya ha escuchado usted a mi prometida señor Garmendia, así que haga el favor y se larga de aquí – lo invita Mauricio con falsa cortesía.
-¿Prometida? ¿Qué demonios está diciendo este hombre? - interviene un descompuesto Fabián, que había alcanzado a escuchar esto último, sin poder dar crédito.
-¡Fabián! – exclama Regina mirándolo apenada. Entre tanta discusión y polémica se había olvidado de él. En aquel mismo momento se había visto obligada a tomar una decisión, y ni siquiera se había pasado por la mente la idea de lo que aquella noticia supondría para él. Y sin embargo, en aquel momento sintió como su corazón se rompía al ver el dolor que destilaban sus ojos.
-¿Acaso no ha escuchado bien? – pregunta Mauricio molesto. Mira a su alrededor, para comprobar que ya la mayoría de los asistentes se hallaban arremolinados junto a la puerta trasera, atentos a todo lo que acontecía allí. – Bien, aprovechando la concurrencia, quiero hacer un anuncio – añade agarrando a Regina por la cintura para atraerla hacia él – Yo Mauricio Galván y Regina Montesinos, nos casaremos de hoy en una semana – añade convencido. Regina lo mira impactada, sin poder dar crédito a sus palabras.
-¿En una semana? ¿Qué pasó? ¿Te volviste loco? – pregunta ella al oído, anonadada.
-No, solo quiero evitar que te empeñes en retrasar más lo inevitable – responde Mauricio susurrándole al oído.
La estupefacción crece por momentos entre los asistentes, que asisten al improvisado anuncio de boda. Miguel Ángel se lleva la mano a la frente, visiblemente decepcionado por la noticia.
-¿Qué? ¿No te alegras por tu amigo? Al parecer terminó por salirse con la suya el muy condenado – le pregunta Camila molesta.
-No, no me alegro, porque de esta manera lo único que está haciendo es buscarse su propia infelicidad y la de ella también – responde Miguel Ángel preocupado.
-¿Sabes qué? Por esta vez, estoy de acuerdo contigo – asegura Camila.
-¿Te vas a casar con él, Regina? ¿Después de todo, te vas a casar con él? ¿Vas a ceder a su chantaje? – comienza a reclamarle Fabián, alzando la voz. Regina se separa de Mauricio para acercarse a él, visiblemente dolida.
-Fabián, por favor. Este no es el lugar para aclarar las cosas. Mejor platicamos en casa, ¿sí? – pregunta Regina suplicante.
-No, quiero hablarlo aquí y ahora, Regina… Creo que me lo merezco – responde Fabián perdiendo completamente los nervios.
-Porque mejor no le haces caso a Regina, y dejas el tema. Estás quedando en evidencia delante de toda esta gente – le reprende Mauricio.
-¿Y crees que me importa? Después de todo no es la primera vez que me pongo en evidencia por tu causa, ¿recuerdas? – le reclama a Regina, mirándola dolido.
-Ay no, esto ya se está poniendo color de hormiga – interviene Camila acercándose a ellos. Se sitúa delante de Fabián – tú, será mejor que te vengas conmigo, que vergüenza ajena me estás dando – añade agarrándolo por el brazo, dispuesta a sacarlo de allí. Pero él se aparta bruscamente para acercarse a Regina.
-¡No, no pienso quedarme callado cuando veo que estás cometiendo el mayor error de tu vida, Regina! – exclama desesperado. - ¡Al diablo con la hacienda, al diablo con tu hermano, mándalo todo al diablo, y vámonos juntos… solos tú y yo! – añade suplicante. Regina lo observa llorosa, sin decir nada. Le dolía ver la desesperación que se reflejaba en los ojos del que un día había creído el hombre de su vida. Aquello no era justo, ¿cómo podían haber llegado las cosas hasta aquel punto? Todo habría sido tan distinto si Fabián no se hubiera dado cuenta tan tarde de sus sentimientos, en aquel momento sería su prometida y no la de Mauricio Galván.
-Ya me cansé de ser el mono de feria – murmura Mauricio entre dientes, agarra a Regina por el brazo para llevarla con él, sacándola del lugar. Ella se deja llevar consternada, en aquel momento era lo que necesitaba, alejarse de aquel lugar lo más rápido posible.
Fabián observa con impotencia como aquel hombre volvía alejar de su lado a la mujer que amaba. Quizás ese era su castigo por no saber apreciar lo que tenía a su lado cuando debía. Se acaricia el rostro desolado, antes de encaminar sus pasos hacia la zona de las bebidas. Decidido a ahogar sus penas en alcohol.
-¿Cómo pudo suceder una cosa sí? ¿Cómo pudieron comprometerse ese par? – pregunta don Teo (Luis Bayardo) todavía preso de la más puro asombro. Teo, Arcadio (Antonio Medellín), Perico (René Casados) e Ícaro (Roberto Ballesteros) se habían reunido en el lavabo de hombres para debatir los acontecimientos que acababan de suceder.
Ícaro apuña la mano con rabia, le costaba horrores mantenerse sereno en aquel momento cuando el coraje crecía por momentos. ¿Cómo había logrado ese desgraciado ser tan hábil? De aquel modo no solo aseguraría la hacienda para él cuando cesara la prohibición sino que también disfrutaría de los encantos de la señorita Montesinos. Estaba seguro de que algo raro se escondía tras aquel repentino compromiso, y también lo estaba de que ese había sido el motivo por el que un hundido Saúl se había presentado en su casa a altas horas de la madrugada hecho una piltrafa reclamando su ayuda para hundir a Mauricio Galván.
-Algo raro tiene que haber detrás de todo eso. ¿Cómo iba a mandar quemar el señor Galván la hacienda de su futura esposa? Algo no cuadra aquí – pregunta don Arcadio, acariciándose la frente; nervioso.
-Quizás el incendio no fue más que un modo de presionar a la señorita Montesinos para que se casara con él – responde Ícaro aparentando calma. – Después de todo, Mauricio Galván es un hombre con recursos, no le costará nada volver a poner la hacienda en pleno funcionamiento – añade convencido.
-Sí… eso lo explicaría todo… - murmura Perico pensativo – en tal caso tenemos que demostrar cuanto antes que Mauricio Galván fue el cabecilla del incendio, y así evitar que se salga con la suya – añade preocupado.
-No se preocupen por eso caballeros, en estos momentos ya me encuentro trabajando en ello. – Asegura Ícaro.
MÉXICO D.F.
Julio (Otto Sirgo) entra en el atestado bar, buscando entre la gente a su amigo. Le había sorprendido que lo hubiese citado a aquellas horas, y más en un bar. Señal de que necesitaba desahogarse con alguien cuanto antes.
Al fin lo divisa, sentado junto a la barra, bebiendo con avidez, la que parecía no ser la primera copa de la noche.
-¿Has vuelto a discutir con Fabián? – pregunta Julio tomando asiento a su lado.
-Ni me hables del ingrato de mi hijo… el muy terco ha decidido unirse a la estúpida causa de tu hija y lleva más de dos semanas sin comunicarse conmigo… - responde Higinio (Humberto Zurita) con desdén, dejando la copa vacía sobre la barra. Julio carraspea incómodo, mirando hacia otro lado. Higinio clava su mirada acusadora en su amigo – Tú lo sabías, ¿no es cierto? – pregunta con reproche.
-Saúl me comentó algo… pero no quise provocarte otro conflicto con tu hijo. Esperaba que él se pusiera en contacto contigo para aclarar las cosas – responde Julio con calma.
-¿Aclarar las cosas? No… lo que voy a hacer es enseñarle lo dura que es la vida sin que su padre le cubra las espaldas – replica Higinio con rabia contenida. Alza la mano, llamando la atención del mesero – Pongamos dos tequilas – le pide.
-Higinio, ¿qué es lo que te ocurre? Hacía mucho tiempo que no te veía así… - pregunta Julio mirándolo preocupado. Se acaricia la barbilla pensativo, tratando de pensar en los motivos que podrían haber llevado a Higinio hasta aquel estado de total abatimiento.
-Querido amigo, ¿qué otro motivo podría tenerme de esta manera que no fuera una mujer? – pregunta Higinio agarrando el vaso de tequila que en ese momento acababan de servirle.
-¿No me digas que estás así por la nueva publicista? – pregunta Julio, sonriendo divertido.
-Ya puedes borrar esa idiota sonrisa de su rostro, porque no tiene ninguna gracia – replica Higinio antes de darle un trago a su tequila. – Sí, es cierto que desde que mi esposa murió jamás había sentido nada parecido por ninguna mujer… pero el caso es que esta mujercita en cuestión es una alzada que pretende darme lecciones de moral sobre como tratar a mi hijo, ¡Já! – exclama alzando la voz. – Ni que yo no supiera como manejar a Fabián, ¿quién se ha creído que es? – pregunta despechado antes de vaciar el contenido del vaso con un solo trago. – Otro tequila – le grita al camarero.
-Ya basta Higinio, no sigas bebiendo de esa forma; porque no te va a ayudar a solucionar el problema – le reprende Julio.
-Pero sí me ayudará a olvidarlo al menos durante unas horas – replica Higinio alzando la mano para llamar la atención del camarero. Julio observa con pena a su amigo; él tenía razón el alcohol podría al menos hacerle olvidar durante unas horas todo lo malo que estaba sucediendo. Decidido, bebe de un golpe el contenido de su vaso ante la atenta mirada de Higinio. -No me digas… tú también tienes problemas con tu esposa – comenta.
-Cecilia y yo no estamos pasando nuestro mejor momento que digamos – asegura Julio, visiblemente decaído. Se acaricia la cara, tratando de borrar de su rostro aquel gesto de amargura. – Pero ese no es el tema en este momento, ahora tenemos que centrarnos en como vamos a hacer para que la publicista perdone tu pedantería – añade con fingido entusiasmo.
-¿De qué estás hablando? Yo no he dicho en ningún momento que fuera pedante con ella – replica Higinio contrariado.
-Eso es algo que supuse, y estoy seguro de que no me equivoco, ¿o sí? – pregunta Julio mirándolo con curiosidad. Higinio no dice nada, se limita a gruñir por lo bajo. – Higinio, si de veras esa mujer te interesa, no dejes que tu orgullo te impida ser feliz con ella. Sé lo mucho que te molesta que te contradigan; pero déjame decirte viejo amigo, que nadie tiene siempre la razón absoluta, y mucho menos tú. Así que si esa mujer lo vale, ve y discúlpate antes de que sea demasiado tarde – añade posando la mano en el hombro de su amigo en señal de apoyo. Higinio lo mira sin decir nada, se acaricia la cara, hundido en sus pensamientos. ¿Tenía su amigo razón? ¿Valía la pena dejar su orgullo a un lado por Macarena?
CARRETERA DE SAN CAYETANO
Regina (Michelle Vargas) permanece recostada sobre el asiento, mirando hacia la nada; todavía le costaba asumir el hecho de que pronto se convertiría en esposa de Mauricio.
Mauricio (Fernando Colunga) la observa de reojo, sin decir nada, mientras conduce.
-¿No vas a decir nada? – pregunta al fin, rompiendo el incómodo silencio. Regina vuelve su mirada hacia él con desgana.
-¿Qué quieres que diga? – pregunta con desidia, volviendo su mirada hacia la nada. Sin decir palabra Mauricio desvía el carro hacia un camino secundario poco transitado, lejos de las posibles miradas de los conductores que por aquel momento transitaban la carretera; y detiene el carro. - ¿Qué haces? – pregunta Regina con una mezcla de sorpresa y fastidio.
-¿Tan malo te parece convertirte en mi esposa? – pregunta Mauricio secamente, sin siquiera mirarla.
-¿Y tú me lo preguntas? – pregunta ella sin poder ocultar su enojo. – Me chantajeaste, me humillaste y me estás obligando a traicionar a mi hermano solo por tu estúpida ambición, ¿y me preguntas si me parece tan malo?
- Solo dime una cosa – dice al tiempo que voltea para inclinarse lentamente sobre ella. Regina retrocede pegando la espalda a la puerta del carro. Mauricio deja su rostro a escasos centímetros de los de ella. – Si no existiera tu hermano, si yo no quisiera quitarte La Poderosa … en ese caso, ¿tan malo sería para ti convertirte en mi esposa? – pregunta mirándola con intensidad. Regina lo mira inquieta, sin saber que decir o qué hacer, mientras su mente comienza a viajar en el tiempo.
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-Mauriciooooooooooo – los gritos de la pequeña interrumpieron la concentración en sus labores. Sin duda no se podía negar que la pequeña Regina tenía fuerza en los pulmones. Mauricio sale del establo en ese momento para salir a su encuentro.
Los ojos de la pequeña se iluminaron en cuanto lo vio, decidida echó a correr hacia él, quien la alzó en brazos al aire dando vueltas con ella, quien se reía dichosa.
-¿Cómo le ha ido en el distrito federal a mi querida princesita? – pregunta Mauricio sosteniéndola en sus brazos. Ella rodea su cuello con sus brazos, acomodándose para mirarlo.
-Muy mal Mauricio… no me gusta la ciudad, hay demasiada gente y son todos unos estirados – responde la niña haciendo un puchero. Mauricio ríe ante las ocurrencias de la pequeña.
-¿Y cómo has visto a tu hermano? ¿Sigue tan zangrón como siempre? – pregunta con cariño.
-No le llames así, ambos ya sabemos que lo es, así que no hace falta decirlo en alto – responde Regina fingiendo enojo. – Me regaló una muñeca preciosísisima – añade cambiando de tema súbitamente. En ese momento una de las criadas se acerca a ellos.
-Mauricio, tu papá te anda buscando – anuncia, mirando a Mauricio coqueta.
-¡Otra vez esta descarada! – murmura la pequeña Regina volteando los ojos hacia arriba. – ¿Que no te enseñaron en tu casa que es de mala educación interrumpir a los enamorados? – pregunta molesta. Provocando la risa de Mauricio.
-¿Cómo dice señorita? – pregunta la mujer sin poder ocultar su asombro.
-No pierdas más tu tiempo Adelaida, Mauricio no más está esperando que crezca lo suficientemente para casarse conmigo, ¿te quedó claro? – pregunta cruzándose de brazos.
-¿Ah sí? ¿Y tú crees que los hombres de tu familia van a consentir que te cases con un vulgar peón? – pregunta Mauricio divertido.
-Me importa un comino lo que piensen esos cabezotas. Que no se te olvide que yo y solo yo me convertiré en tu señora Galván – responde la niña mirándolo amenazante.
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-No tiene caso hacer ese tipo de conjeturas Mauricio, lo cierto es que sí existe Saúl, y tú quieres quitarme La Poderosa. Eso es lo que importa – responde ella al fin. – Además no sé a que viene esa pregunta, si tú solamente te casas conmigo por la hacienda y porque sabes que es una forma de hacerle daño a mi hermano – añade mirando hacia otro lado, enojada.
-No soy ningún hipócrita, así que no te voy a negar lo evidente. Pero lo que sí puedo asegurarte que a mi lado no te faltará de nada, tendrás poder y recursos para levantar tu propia hacienda y darle en las narices a los mentecatos de este pueblo. Lo único que tienes que hacer es no inmiscuirte en mi guerra con tu hermano.
-¿Pretendes que me quede calladita mientras destruyes la vida de mi hermano? – pregunta Regina atónita.
-Él destruyó la mía una vez, creo que es lo justo, ¿no crees? – replica Mauricio con cinismo.
-Sí, te descubrió con su prometida, te botó y dijo por el pueblo que tu padre y tú eran un par de ladrones… conozco a mi hermano, se le fue la cabeza cuando descubrió vuestra traición… me gustaría ver que harías tú en su lugar – le reprende Regina. Mauricio se aleja de ella y se apoya contra el asiento, mirando hacia el techo.
-Sí, lo reconozco, cometí un error… merecía un castigo. Pero solo yo era el culpable… nadie más. No hubo necesidad de que gente inocente pagara por mis pecados – las palabras de Mauricio se hallaban cargadas de melancolía y remordimientos. Por primera vez desde su reencuentro, Regina podía adivinar parte del tormento por el cual aquel hombre había pasado todo ese tiempo con solo mirarlo.
-¿Hablas… hablas de tu padre? – pregunta temerosa. Pero no obtiene respuesta por parte de él, quien parece permanecer absorto en sus dolorosos recuerdos. Llevada por un impulso, Regina se inclina levemente hacia él, alzando su mano tímidamente para acariciarle el rostro.
Él cierra los ojos al sentir el tacto de sus delicados dedos sobre su piel. Toma su mano entre la suya, acercándola hacia sus labios para depositar un suave beso sobre ella.
Abre los ojos, de pronto; al tiempo que tira de la mano de Regina atrayéndola hacia él hasta sentarla sobre sus rodillas. Ella lo mira visiblemente azorada, se había movido con tal rapidez que cuando se quiere dar cuenta ya se hallaba sentada sobre su regazo y los labios de él reclamaban los suyos con ansiedad en un apasionado beso.
No intentó siquiera pelear ni resistirse, en aquel momento lo deseaba; deseaba sentirlo, necesitaba tener la mínima esperanza de que todavía quedaba algo de aquel Mauricio al que tanto había querido siendo niña dentro de aquel hombre tan frívolo, altivo y orgulloso.
Decidida, posa sus manos sobre el rostro de él, respondiendo al beso, esta vez siendo ella la primera en invadir la boca de él con su lengua, buscando la suya, exigiendo una rendición total y absoluta que no tarda en llegar por parte de él, que responde a la intromisión con la más intensidad todavía.
Ella no intenta detenerlo cuando siente como la mano de él se cuela por debajo del vestido comenzando a ascender por la parte interior de sus piernas. Su cuerpo ardía en llamas, al igual que él, podía sentir el calor que desprendía de su poderoso cuerpo a través de la ropa, que en aquel momento se le antojaba de lo más incómoda.
Con manos temblorosas trata de deshacerse de la cazadora de él, quien consciente de sus intenciones, abandona momentáneamente su exploración de aquella zona tan sensible que en ese momento palpitaba, anhelando su contacto; para desprenderse de la bendita chaqueta. Una vez la hubo lanzado al asiento de atrás, retoma su labor mientras que Regina comienza a desabrocharle los botones de la camisa, sin separar ni un instante sus labios de los de él. En aquel momento se sentía poderosa, pletórica, estaba segura de sí misma y de lo que estaba haciendo; ya tendría tiempo de arrepentirse después. Ahora lo único que le importaban eran las deliciosas sensaciones que Mauricio le provocaba con sus caricias y sus besos.
Jadea sorprendida cuando nota la presión de su mano grande y caliente sobre aquella zona prohibida que en aquellos momentos sentía por primera vez el tacto de un hombre; mientras que sus labios abandonaron el calor de los de ella para descender por su barbilla, hasta el cuello, deteniéndose para besar y lamer la zona sensible situada bajo la oreja.
Regina jadea extasiada, pegando su cuerpo al de él todo lo que puede, mientras que la mano de él sigue acariciándola, tanteándola a través de la ropa interior, hasta notarla lo suficientemente húmeda para introducir su mano en el interior de la misma, rozando directamente aquel punto tan sensible que en aquel momento se hallaba húmedo y palpitante sin la ropa interior de por medio. Acaricia suavemente aquel pequeño bultito con el pulgar, mientras que con la mano acariciaba el resto de aquella zona que vibraba de placer al sentir su tacto.
Regina se estremece embriagada por sus caricias, jamás había pensado que el simple contacto con un hombre podría ser tan delicioso. Se muerde el labio inferior, delirante por aquellas magníficas sensaciones que la hacían volar, mientras que con sus manos acariciaba el pecho de él, lentamente con suavidad.
-¡Mauricio! – murmura abrumada cuando siente de pronto como uno de sus dedos se introducía dentro de ella lentamente, con mucha delicadeza.
-Schhhh – susurra Mauricio antes de atrapar sus labios con los suyos en un apasionado beso, mientras que con el pulgar seguía acariciando aquel puntito mágico y con otro dedo entraba y salía de ella muy despacio, hasta sentir como ella aceptaba aquella invasión, entonces comienza a aumentar el ritmo lentamente.
Regina se abraza con fuerza a él, necesitaba sentirlo cerca de ella. Aquel era el momento más excitante de toda su vida, jamás se había sentido tan cerca de nadie como en aquel momento; era como si Mauricio fuera parte de ella, y ella parte de él; como si una especie de vínculo invisible los uniera.
Cada vez se sentía más embriagada por las caricias de Mauricio, sentía como si fuera a estallar de un momento a otro.
De pronto ya no se siente dueña de su cuerpo, Mauricio la llevaba hacia un lugar extraño para ella, hermoso, excitante, placentero… completamente abrumada por aquella delirante sensación; esconde la cara en el hueco de su hombro y se abraza a él con fuerza en el momento que siente como una explosión de placer invadía todo su cuerpo, estremeciéndola violentamente. En ese momento Mauricio vuelve a atrapar sus labios con los suyos para besarla apasionadamente, penetrando con su lengua la boca de ella, haciéndola suya; reclamando la misma respuesta.
Ella toma el rostro de él entre sus manos, respondiendo al beso con el mismo fervor que la invadía, rindiéndose completamente ante aquella pasión que la consumía. Quería más, necesitaba sentirlo a él completamente dentro de ella. Quería que la hiciese mujer, su mujer.
Mauricio toma el rostro de Regina entre sus manos, separando sus labios de los de ella, aparta con delicadeza un mechón rebelde que le cubría parte del rostro para observarla detenidamente su rostro, se veía demasiado hermosa con los ojos brillantes y las mejillas encendidas por el deseo.
Sus respiraciones entrecortadas se entremezclan mientras se miran sin decir nada mientras; no parecía existir nada más en aquel momento que no fueran ellos dos.
Mauricio se sentía demasiado abrumado por las intensas emociones que había sentido en aquel encuentro. Besa la frente de ella tiernamente antes de abrazarla con fuerza contra él.
Regina jamás había sido tan consciente de su propio cuerpo como en aquel momento, después del descontrol, del delirio, se sentía feliz y relajada, a la vez que avergonzada arropada entre los brazos de Mauricio. Así permanecieron durante largo rato, ella se limitaba en permanecer abrazada a él, con el rostro hundido en el hueco de su hombro tratando de recuperar el control de sus emociones, mientras él le acariciaba la espalda suavemente y le besaba el cabello absorto en sus pensamientos.
-Será mejor que te lleve a casa – la tirante voz de Mauricio la golpea de bruces contra la cruel realidad, dándose cuenta de con quien había compartido aquel momento tan especial. Incapaz de mirarlo a los ojos, se aparta de él para acomodarse como puedo en el asiento del copiloto.
Ninguno de los dos se atreve a decir nada más, en aquel momento estaban demasiado desconcertados como para hablar de lo sucedido, así que él se limita a arrancar el coche para llevarla a La Poderosa.
Bufa con impaciencia mientras sus manos se aferran con fuerza al volante, por mucho que tratara no podía ignorar el berrinche con el que Aura (Mariana Seoane) los había incordiado desde que salieran del hipódromo. Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) permanecía a su lado en el asiento del copiloto, sin decir palabra, visiblemente tenso.
-¿Por qué demonios no me decís donde está mi pichurrín? ¿Por qué no me respondéis? – preguntaba Aura histérica del asiento trasero, mientras miraba de vez en cuando de reojo, con inquietud a su compañero de viaje. - ¿Y por qué tengo que ir yo en el asiento trasero con este borrachín? – insiste alzando la voz.
-Como no se calle, la abandono en la cuneta, fíjate lo que te digo – murmura Camila (Ana Serradilla) entre dientes al borde de su paciencia. Miguel Ángel se acaricia el rostro con las manos.
-Apoyo la moción – añade Miguel Ángel, también harto del viajecito que les estaba dando.
Fabián (Carlos Ponce) permanecía en el asiento de atrás semiinconsciente después de haber perdido la cuenta de todas las copas que había bebido en la fiesta.
-Regina – murmura sumido en su semiinconsciencia – Regina – repite alzando la voz. Aura da un pequeño brinco asustada por su grito.
-¡Además de borracho, loco! Quiero ir delante, Miguel Ángel, ¡cámbiame el sitio ya! – exclama encolerizada.
-Ni lo sueñes Barbie, porque si te tengo al lado no respondo, soy capaz de echarte con el coche en marcha – replica Camila molesta. Aura se cruza de brazos, mirándola furiosa.
-Perdona, pero, ¿no será que no quieres que me siente a tu lado porque me tienes envidia por lo bonita y elegante que soy? – pregunta Aura con autosuficiencia.
-Sí, en eso mismo estaba pensando – murmura Camila.
Fabián se incorpora en su asiento abriendo los ojos mareado, su cuerpo se mueve de un lado a otro, mareado. Mientras comienza a sufrir pequeñas arcadas.
-¡Oh, no! ¡Oh, no! – exclama Aura aterrada dando un respingo. –¡¡Abre la ventanilla, abre la ventanilla!! – grita desesperada, viendo impotente y completamente aterrada como Fabián se inclinaba sobre ella para devolver el contenido de su estómago sobre el caro conjunto de Aura.
Camila (Ana Serradilla) trata de contener el peso de Fabián (Carlos Ponce) contra el suyo, con su mano había rodeado la cintura de él, mientras con la otra había pasado su brazo por los hombros de ella mientras trataba a duras penas de mantener el equilibrio mientras entran en la casa.
-Desde luego, siempre me toca a mi cargar con el muertito – se queja Camila molesta, de pronto un brillo de diversión se instala en su mirada cuando recuerda lo sucedido en el coche – pero lo cierto es que te has portado como un auténtico campeón, jajajaja, espera no más que se lo cuente a mi Regis, se va a morir de la risa. Y no es para menos, lástima que no pudiera ver la cara de esa Barbie presumida cuando le vomitaste encima, estaba para una foto – añade entre risas mientras se dirigen hacia la escalera.
En ese momento Modesta (Ana Martín) sale a su encuentro, atándose el cinturón de la bata de casa.
-Señorita, ¿qué le ha pasado al joven? – pregunta acercándose a ellos preocupada – Deje que la ayude – añade colocándose al otro lado de Fabián para sostenerlo.
-Nada que no se haya buscado Modesta. El muy zángano ha bebido más de la cuenta – responde Camila.
-¡Vaya por Dios! Con lo centrado que parecía – exclama Modesta apenada.
-¿Sabe si ha llegado mi Regis? – pregunta Camila, se moría de curiosidad que había sucedido después de que aquel hombre se la llevara de la fiesta casi a rastras.
-Sí, hará cosa de una hora; llegó y se fue corriendo para su recámara sin decir nada. Yo creo que ni siquiera se percató de mi presencia cuando salí para preguntarle como le había ido en la fiesta. – Responde Modesta - ¿por qué no vinieron todos juntos? – pregunta.
-Pues porque a ella la trajo su prometido – responde Camila como quien no quiere la cosa, Fabián parece escucharla y emite un leve gruñido de protesta.
-¿Cómo dice señorita? – pregunta Modesta sin poder salir de su asombro.
-Lo que oye Modesta, su niña acaba de comprometerse esta noche y en una semana se convertirá ni más ni menos que en la señora Galván – responde Camila sin poder ocultar su disconformidad con el tema.
-Pero… eso no… no puede ser… ¿Cómo es posible? – pregunta la mujer, aturdida.
-Eso ya que se lo cuente su niña, ¿sí? Ahora lo mejor será que nos demos prisa para dejar a este en su cama, antes de que se le de por aliñarnos la ropa – responde Camila.
-Sí, será lo mejor – asegura Modesta. Las dos mujeres comienzan a subir por las escaleras llevando con ellas el pesado cuerpo de Fabián como buenamente podían.
SAN LORENZO
Suspira hondamente, sacando fuerzas de valor, mientras agarra el pomo de la puerta. Todavía no estaba segura de si debería entrar o no, no soportaría otro rechazo por parte de su pichurrín; pero tampoco podía permanecer sin hacer nada viendo como se casaba con aquella muchachita.
Por fin, se decide a abrir la puerta sin molestarse a llamar antes. Y lo encuentra allí de pie, frente a la ventana, mirando a través de ella, vistiendo solamente el pantalón del pijama; mientras sostiene un vaso en la mano.
-¿Pichurrín? – pregunta tímidamente.
-¿Qué es lo que quieres Aura? – pregunta él secamente, sin moverse de donde está. Ella cierra la puerta y avanza unos pasos dentro de la habitación.
-¿Por qué te fuiste de la fiesta sin decirme nada? ¿Qué es lo que pasó mientras estaba retocándome en el tocador de señoras? ¿Por qué nadie quiso decirme nada? – comienza a preguntar Aura con la esperanza de que sus preguntas al fin tuvieran respuesta.
Mauricio bebe un sorbo de su vaso. Lo necesitaba, necesitaba calmar su cuerpo y su mente para no salir corriendo a buscar a Regina para saciar su deseo insatisfecho. Ahora estaba completamente seguro de que ella jamás había estado como un hombre, por ese mismo momento no la había hecho suya en aquel coche y así liberar su cuerpo de aquella tensión sexual que clamaba por ser saciada.
Se vuelve para confrontar a aquella ingenua mujer que había osado entrar en su recamara sin sospechar en el estado de frustración y desasosiego en el que se encontraba; se maldice a sí mismo por obligarse a mirarla; Aura vestía un coqueto salto de cama semi transparente, y su cabello húmedo dejaba caer algunas gotas de agua sobre su cuello y su pecho. Era una imagen demasiado tentadora como para resistirse. Ella da unos pasos más hacia él, mirándolo expectante. Estaba seguro de que había visto el deseo en sus ojos. Y si algo había caracterizado su relación eran sus encuentros pasionales; quizás Aura fuera una coqueta que tenía la cabeza llena de pájaros, pero siempre adivinaba lo que necesitaba, cuando lo necesitaba; y no se detenía hasta satisfacerlo, fuera lo que fuera.
-Pichurrín, sé que desde que volviste a este lugar las cosas han sido difíciles para ti… que te has visto obligado a tomar decisiones que no querías… - comienza a decir ella con voz melosa, sigue acercándose hasta quedar casi pegada a él – yo sé que no quieres casarte con esa muchachita… sé que en el fondo sabes que no es buena idea – añade comenzando a acariciarle el pecho con sus manos, sonríe complacida al comprobar que la piel del hombre se estremece con sus caricias. – Mi pichurrín, deja que yo te alivie… déjame satisfacerte como sabes que yo solo sé – añade acercando su boca a la de él. Mauricio permanece inmóvil, con el semblante tenso, mientras la mira fijamente; tratando de mantener sus instintos de hombre bajo control. Pero ella no parecía dispuesta a dejar las cosas así; sabía que si insistía terminaría por conseguir su propósito; después de todo Mauricio era hombre, tenía sus necesidades y ella estaba más que dispuesta a saciarlo.
Se detiene a mirarlo fijamente a los ojos, seductoramente antes de posar sus labios sobre los de él, comenzando a besar con delicadeza y lamer sus labios mientras que sus manos descendían por su abdomen en una suave caricia, con intención de liberar del pantalón del pijama aquel objeto de deseo que en aquellos momentos comenzaba a endurecerse.
Mauricio cierra los ojos cuando siente las manos de Aura sobre su miembro y como sus besos van descendiendo por su cuello, para seguir por el pecho y luego el abdomen acercándose cada vez más a su virilidad.
Agarra los hombros de la mujer con fuerza, apartándola bruscamente para evitar que siguiera por aquel camino.
-¡Basta! – exclama con la voz ronca por el deseo. Aura alza la vista para mirarlo con los ojos como platos por la consternación. –Vuelve a tu recámara Aura – añade con dificultad mientras luchaba por no dejarse llevar por la apremiante necesidad que lo embargaba.
Aura se incorpora lentamente, todavía sin poder dar crédito a lo sucedido. Era la primera vez que Mauricio la rechazaba de aquella manera encontrándose tan necesitado como lo estaba en aquel momento. Él siempre había sido un hombre pasional, que buscaba saciar su cuerpo con el sexo sin que nada más importara. Los días anteriores había entendido que no la buscara ni la quisiera en su cama; pero en aquel momento no podía entender que era lo que lo detenía… a no ser que fuera.
-¿Es por esa muchachita? – pregunta indignada.
-Vuelve a tu recamara, ya te lo dije – responde Mauricio mientras se sube los pantalones del pijama torpemente.
-No me iré sin que antes me digas por qué me has rechazado – exige Aura fuera de sí.
-Lo hice porque no quiero darte motivos para que te sigas aferrando a mí – replica Mauricio, la mira con frialdad. – Y ahora si me permites, necesito una ducha fría, solo espero que no estés aquí cuando termine – añade tratando de mostrarse sereno, antes de encaminarse hacia el baño.
-¿Una ducha? ¿Desde cuando prefieres la ducha a una mujer? – pregunta ella dolida, alzando la voz, lo sigue hasta al baño, viendo con rabia como el le cierra la puerta en las narices – No va a ser tan fácil deshacerte de mí Mauricio Galván… solo yo puedo darte lo que necesitas… lo sabes… ninguna mujer supo nunca satisfacerte en la cama como yo, lo sabes… y nunca jamás encontrarás a alguien como yo, ¿me has oído? – le grita al tiempo que golpea la puerta con saña. Respira entrecortadamente, esperando por una respuesta que no llega. Dolida y humillada golpea la puerta una vez más, tratando de contener las lágrimas que pugnaban por salir mientras abandona la habitación, tratando de reestablecer su orgullo herido.
Al día siguiente
MÉXICO D.F.
Julio (Otto Sirgo) sale del ascensor; había ido a la empresa de publicidad con la intención de invitar a su amigo a desayunar. La conversación de la noche anterior lo había dejado preocupado. Había sido testigo del infierno que Higinio había pasado tras la muerte de su esposa, que desde entonces no había sido el mismo; y ahora que tenía la oportunidad de volver a ser feliz al lado de una mujer que conseguía despertar algo en él, después de tanto tiempo; tenía intención de dejarla ir solo por su absurdo orgullo; y él no estaba dispuesto a permitir eso.
Avanza por el pasillo, mientras rebusca entre los bolsillos de su chaqueta buscando su celular, no se da cuenta cuando su billetera cae al suelo. Vuelve a guardar el celular al comprobar que no tenía ningún mensaje urgente y sigue su camino.
-Disculpe caballero – escucha una voz de mujer a sus espaldas. Se detiene relativamente aturdido, juraría que aquella voz se le antojaba familiar. Voltea para encontrarse con una hermosa mujer que le tiende la billetera. – Se le ha caído… - comienza a decir, pero de pronto las palabras se congelan en sus labios cuando ve claramente al hombre que tenía frente a ella. Un sudor frío comienza a recorrerle la espalda, cuando al fin lo reconoce. Él se detiene a mirarla atentamente, con incredulidad.
-Macarena… ¿eres tú? – pregunta al fin con emoción contenida.
Alza la mirada para comprobar por enésima vez la hora en el viejo reloj de cocina. Se estaba haciendo tarde, no debería estar allí en aquellos momentos; pero sabía que Modesta se encontraba demasiado ocupada atendiendo a su hijo como para dejarle la cocina hecha un fiasco. Por eso estaba ella allí, apurando lo más que podía la limpieza de la cocina antes de abandonar aquel lugar para siempre. Su intención había sido irse de noche, pero no contaba con que la noche anterior Juan volviera a la hacienda. Y no se había enterado hasta esa mañana, puesto que la noche anterior había caído rendida sobre la cama nada más llegar a su recamara, antes de su regreso.
Termina de colocar los últimos cacharros en la alacena y se dispone a quitarse el mandil con manos temblorosas, por la prisa; cuando se percata de que no estaba sola en la cocina. Juan (Fabián Robles) permanecía de pie, bajo el marco de la puerta, observándola con atención. El corazón de Rufina (Carolina Gaitán) comienza a latir cada vez más rápido, de pronto sentía la boca seca y como sus piernas comenzaban a flaquear. Se sentía mareada y sin aliento, del pánico que le provocaba tener que enfrentarlo en aquellos momentos.
-¿Ibas a algún lado? – pregunta Juan fríamente, sin moverse de su sitio.
-N…n no… - apenas podía hablar de lo nerviosa que estaba.
-Fíjate que esta mañana mi hijo me comentó algo que me dejó muy inquieto… - comenzó a acercarse a ella lentamente, como un depredador acercándose a su presa. – Me dijo que tenías intención de abandonar la hacienda sin decirle nada a nadie – añade deteniéndose justo frente a ella. Rufina mira al suelo atemorizada, mientras que retuerce entre sus manos el viejo mandil. - ¿No vas a decir nada? – pregunta él, la impaciencia teñía sus palabras.
-Yo… yo… yo lo siento mucho – responde en un murmullo apenas audible.
-¿El qué sientes concretamente? ¿El marcharte sin decir nada? ¿O el haber atraído a aquel bandido hasta la hacienda? – pregunta Juan conteniendo su enojo. Rufina lo mira espantada. Él la agarra violentamente por el brazo - ¿Quién era él? ¿Tu esposo? ¿Tu amante? ¿Tu compinche? – pregunta furioso a una amedrentada Rufina que es incapaz de pronunciar palabra, limitándose únicamente a negar con la cabeza, nerviosa.
-Suéltame… por favor… te lo suplico… por favor – comienza a rogar, rompiendo a llorar casi histérica.
-No, guárdate tus lágrimas; porque no me conmueven. Sé que algo ocultas… y te exijo que me lo digas sino quieres que hable con la patrona y le cuente que conocías al hombre que incendió la hacienda – la amenaza.
-No, por favor… te juro que yo… yo no conocía a ese hombre… lo mandó a por mí ese diablo… pero yo no… no… - comienza a repetir al borde de la histeria, negando con la cabeza, respirando con dificultad. De pronto las imágenes de su llegada a Las Gaviotas siendo apenas una niña, de los abusos sufridos, de los malos tratos, comienzan a invadir su mente, golpeándola con brutalidad. Todo aquello que siempre trataba de olvidar, de guardar en lo más recóndito de su mente comienza a desbordarse. Fuera de sí, comienza a golpear a Juan en el pecho con saña.
-¡Suéltame, no me toques! – comienza a chillar - ¡No me toques! – chilla con más fuerza. Juan observa su reacción pasmado, la suelta. Aquella muchacha parecía estar librando en aquel momento una batalla contra la locura.
-Rufina, cálmate – trata de agarrarla de nuevo por los hombros, pero ella comienza a golpearlo con saña comenzando a alejarse de él.
-¡No te me acerques, monstruo! No te me acerques – chilla ella colocándose al otro lado de la mesa, lejos de él.
-¿Qué es lo que pasa aquí? – pregunta Modesta, que había corrido a la cocina desde las habitaciones del servicio, alertada por los gritos. Nada más entrar por la puerta, se detiene impactada por la escena. Juan mira a su madre encogiéndose de hombros con impotencia. Mientras que Rufina se agarra con fuerza al respaldo de una de las sillas, con los ojos desorbitados y la respiración entrecortada. Modesta trata de acercarse a ella.
-Muchacha… ¿qué es lo que pasó? – le pregunta tiernamente. Pero Rufina cada vez se aferra con más fuerza la respaldo, sin dejar de negar con la cabeza y susurrar palabras que solo ella entendía.
-Me temo que se trata de una crisis nerviosa. Será mejor que avise al doctor – dice Juan preocupando, abandonando la cocina con rapidez, mientras que Modesta trataba de acercarse a ella, hablándole con dulzura, como si se tratara de una niña pequeña. Rufina la mira llorosa, antes de dejarse caer sobre el suelo, abrazada a sí misma, rompiendo a llorar sin consuelo.
-¿Qué es lo que te han hecho niña? ¿Quién te ha dejado así? – pregunta Modesta afectada por la pena, al tiempo que se agacha junto a ella para tratar de reconfortarla entre sus brazos.
Regina (Michelle Vargas) permanece acurrucada en la cama, abrazándose a sus rodillas. Hacía rato que la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, pero todavía no se sentía con fuerzas para levantarse y dar las explicaciones que debía. A esas horas ya se habría corrido la voz por todo San Cayetano de su inminente boda con Mauricio Galván.
Pero lo que más la aturdía no era aquello, sino que todavía sentía que las piernas le flaqueaban y su corazón se desbocaba cada vez que recordaba lo ocurrido en su coche la noche pasada. Todavía podía sentir sus caricias en su piel, sus besos. Él se había esmerado en complacerla hasta provocarle el primer orgasmo de su vida. Sin embargo no había exigido nada a cambio, a pesar de que también necesitaba ser satisfecho, había notado la magnitud de su deseo, lo había sentido cuando se hallaba sentada sobre su regazo.
Una idea se cruza en ese momento por su mente que la hace tensarse inmediatamente, de la rabia, al recordar que Mauricio tenía en su casa a su novia, amante o lo que quiera que fuera aquella mujer, ella podría confortarlo en cuanto él quisiera. Cierra los ojos con fuerza, tratando de apartar aquellos pensamientos de su cabeza, ella no podía sentir celos por ninguna mujer que se acercara a Mauricio, era su futura esposa, cierto, pero aquello no era más que un negocio, una pantomima…
De pronto alguien entra en su recamara sin siquiera llamar primero. Regina se cubre la cara con las sábanas, dejando clara su intención de no hablar con nadie en aquel momento.
-Ah, no, señorita. – replica Camila (Ana Serradilla) apartando las sábanas hacia atrás con rapidez – ni te creas que me voy a ir de aquí sin que antes me cuentes todo lo que pasó anoche, y cuando digo todo, me refiero a t o d o – añade remarcando sus últimas palabras, al tiempo que se sienta en la cama. Regina voltea con reticencia para mirarla, la desesperación y la tristeza se reflejaban en sus preciosos ojos grises.
-Ay Cami, tú no sabes – comienza a decir con pesadumbre al tiempo que se incorpora para sentarse, apoyándose sobre la cabecera de la cama – la regué… metí la pata hasta el fondo – añade.
-¿Por qué? ¿Por aceptar la proposición de matrimonio de ese hombre? – pregunta Camila intrigada. – Pero, ¿por qué la aceptaste así tan bruscamente? ¿Qué fue lo que pasó con el señor Garmendia?
-Ese hombre era un cretino Cami, pretendía que me convirtiera en su amante a cambio de su ayuda – responde Regina mostrando el desagrado que esta idea le causaba.
-¡Menuda rata asquerosa! ¿Y qué pasó después? Lo mandaste al cuerno, ¿verdad? – pregunta Camila.
-No tuve tiempo si quiera a reaccionar, Mauricio llegó en ese momento, lo apartó de mí de un empujón y anunció a bombo y platillo que yo era su futura esposa – responde resignada – en ese momento me di cuenta de que ya no me quedaba otra salida, además de que mi hermano habría ido a la cárcel si no acepto su propuesta; aquí en la hacienda hay mucha gente que depende de mí, muchas bocas que alimentar, y ya casi no me queda dinero. Y sé que tampoco puedo pedírselo a mis papás porque sé que ellos están pasando por una mala racha… y Fabián, pues a Fabián su papá también le cortó el grifo… - añade apenada. – Lo que no sé es como me voy a enfrentar ahora a Saúl… él me pidió que no accediera a su chantaje, que esperara a que él me diera una solución… y sin embargo, no he podido… le he fallado. Y eso es lo que más me duele, Cami – añade conteniendo las lágrimas.
-Ay mi Regis, que complicado es todo esto, ¿verdad? Pero me temo que no tendrás que esperar mucho para enfrentar a tu hermano – dice Camila con preocupación, Regina alza la mirada bruscamente – porque Saúl está aquí, te está esperando en el despacho – anuncia.
Regina se impacta al escuchar la noticia. De ningún modo esperaba tener que enfrentarse a su hermano tan pronto, todavía no había terminado de asumir ella misma lo que había sucedido como para darle una explicación a Saúl. ¿Cómo iba a decirle que había aceptado convertirse en la esposa de su peor enemigo? ¿Cómo iba a ser capaz de mirarlo de frente a partir de ahora?
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