lunes, 20 de junio de 2011

CAPÍTULO 30

CAPÍTULO XXX








LA ASCENSIÓN


Los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana de la austera habitación. Había perdido la cuenta de las horas que llevaba sentada en aquel sillón, velando el sueño de su hermano. Ella ni siquiera había pegado ojo, a pesar del cansancio que amenazaba con hacerla desfallecer. Pero eran demasiados problemas y sentimientos encontrados que le impedían conciliar el sueño.
Después de llorar hasta casi quedarse sin lágrimas tras su último encuentro con Mauricio, había decidido centrar toda su atención en la recuperación de su hermano.
Se incorpora rápidamente para acercarse a Saúl, cuando observa que comienza a despertarse.
-¡Saúl! – exclama emocionada, agarrando con cuidado la mano de su hermano.
-¿Regina? – pregunta él con dificultad, abriendo los ojos lentamente.
-Sí, soy yo… estoy aquí – responde ella sonriendo. –Hasta que al fin te veo despierto, bello durmiente – añade con ternura.
-Ya ves, he creído conveniente comenzar a recuperar el sueño perdido – bromea Saúl con dificultad. Trata de acomodarse en la cama, pero siente un punzante dolor en el abdomen – Buffff, siento como si me pasara una apisonadora por encima – protesta.
-Saúl, el doctor ha dicho que debes moverte lo menos posible… y será mejor que hagas caso, si no quieres que vuelvan a dormirte – le riñe con cariño.
-Como si fuera tan fácil estarse quieto – murmura Saúl incómodo. Regina sonríe emocionada por ver a su hermano consciente, incluso le alegraba ver que seguía tan terco como siempre, se acerca para darle un beso en la mejilla.
-No sabes el miedo que pasé cuando papá me dijo que habías tenido un accidente – dice ella, sentándose a su lado en la cama.
-Lamento haberte asustado… te juro que no fue mi intención – bromea Saúl.
-No bromees con estas cosas…  – le reclama Regina divertida.
-Tienes razón, princesita – se disculpa Saúl. Su rostro se tiñe de preocupación. - ¿Cómo sigue Nereida? – pregunta temeroso.
-Evoluciona favorablemente dentro de la gravedad – responde Regina de la forma más neutral posible. En aquellos momentos se le hacía difícil soportar cualquier mención hacia su cuñada.
-No sabes lo impotente que me siento por no poder verla con mis propios ojos… hablaré con el doctor para que me deje verla… - asegura Saúl.
-No creo que haya  ningún problema en que la veas, siempre y cuando no te esfuerces más de lo debido – le asegura Regina acariciándole el cabello tiernamente.
-Más le vale, porque iré de todas formas, aunque tenga que ir a rastras  – insiste Saúl.
-Saúl, relájate… estás en un hospital, aquí los médicos hacen las cosas por tu bien. Así que no inicies ninguna batalla perdida, ¿de acuerdo? – le reprende Regina.
-Como la que he iniciado contra Mauricio Galván, ¿no es cierto? – pregunta Saúl con cinismo. Regina suspira resignada.
-Saúl, por favor. Olvídate de Mauricio, aunque solo sea mientras estés aquí… tienes que concentrarte en recuperarte lo antes posible – le aconseja Regina.
-No me has dicho nada de lo que pasó ayer… - dice Saúl, mirándola con el ceño fruncido.
-Pasara lo que pasara, no tengo intención de hablar del tema contigo hasta que te recuperes – asegura Regina incorporándose. – Te he comprado unas cuantas revistas de deporte de las que te gustan, para que así te entretengas – comienza a decir mientras revuelve en su bolso en busca de las mismas.
-¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué no quieres hablar de ello? – pregunta Saúl disgustado.
-Porque en estos momentos no me apetece discutir contigo – responde ella, volviendo a su lado con las revistas en la mano. – Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar, pero lo haremos a su debido tiempo – añade tendiéndole las revistas.
-¿No te habrás puesto de parte de ese infeliz, verdad? – pregunta Saúl, comenzando  a alterarse.
-No me he puesto de parte de nadie – responde Regina, con resignación. Deja las revistas sobre la mesa. – Y ya, no pienso hablar más del tema por el momento, así que no insistas – asegura cruzándose de brazos y mirándolo convencida.
-Buenos días, ¿cómo amaneció el enfermo? – pregunta Julio entrando en la estancia, con una sonrisa en los labios.
-Estaría mejor si aquí doña Misterios, dejara de ocultarme cosas – responde Saúl, ceñudo. Julio mira a Regina, quien se encoge de hombros.
-Este es mi Saúl, un auténtico zangrón – replica ella divertida, agarra su bolso. – En fin, aprovechando que llegaste papá, yo me voy para el hotel para tratar de descansar un rato –añade, se acerca a Saúl para darle un beso en la frente – Obedece al doctor y deja de preocuparte por tonterías – le advierte.
-¡Eso sería un milagro! – exclama Julio divertido. Regina se acerca a él para darle un beso en la mejilla – no te apures en regresar, descansa el tiempo que necesites que ya estaré yo para controlarlo – le dice él.
-Ya, dejen de hablar como si yo no estuviera, me choca – les reclama Saúl, enojado.
-Chao papito, y Saúl… compórtate, ¿sí? – le vuelve a advertir ella antes de salir de la habitación.
Saúl observa a su padre con el ceño fruncido, con cierta preocupación.
-¿Sucede algo Saúl? – pregunta Julio preocupado.
-Este… no sé como decirlo – responde Saúl dudoso.
-¿De qué se trata? – pregunta Julio cada vez más intrigado.
-Necesito ir al baño – responde Saúl, carraspeando incómodo. El tener que pedir ayuda para hacer sus necesidades era algo que lo hería en su orgullo profundamente, lo hacía sentirse demasiado vulnerable. Por mucho que Julio fuera como un padre para él, le fastidiaba sumamente el tener que pedirle ayuda.
-Oh, claro. Avisaré a la enfermera para que traiga la cuña – anuncia Julio dirigiéndose a la puerta.
-¿Cuña? ¿Cómo que cuña? – pregunta Saúl asustado.



Ya se encuentra llegando a la salida del hospital, cuando descubre un rostro conocido entre la gente que entraba en ese momento. Aspira hondo antes de dirigirse con paso seguro hacia Rosario. El rostro de la anciana era la viva imagen de la desesperación.
-¡Señorita Regina! – exclama con cierto alivio, nada más verla, acercándose a ella. En un gesto desesperado le toma una mano entre las suyas. - ¿Cómo está mi niña? – pregunta con angustia.
-No le voy a mentir, Nereida se encuentra grave… pero estable – responde Regina mecánicamente. – Los doctores confían en que se recuperará… pero le llevará su tiempo – añade.
-¡Bendito sea Dios! – exclama la anciana, santiguándose. De pronto clava una mirada cargada de reproche en Regina. - ¿Por qué no me dijeron nada cuando se vinieron? Usted sabe que Nereida es como una hija para mí, ¿tiene idea de lo mal que lo he pasado teniendo que pasar la mayor parte de la noche, viajando sola en un camión sin la más mínima idea de lo que iba a encontrarme? – le reclama hecha una furia.
-Mire Rosario, la verdad no me importa lo más mínimo como fue su viaje. Si tiene algún problema con ello, pues hubiera estado en la casona cuando nos enteramos de la noticia – replica Regina, con calma.
-Sabía que no tardaría mucho en sacar las garras – le espeta Rosario, mirándola resentida. – Sobretodo después de saber lo que el señor Galván y mi niña vivieron – añade.
-¡No diga estupideces! Pero si piensa que voy a seguir soportando sus altanerías está muy equivocada, Rosario. Me cansé de ser la tonta a la que todo el mundo usa para sacar provecho, y si a eso le llama sacar las garras… pues si,  ya las saqué… pero todavía puedo sacar los dientes también – añade convencida.
-Puede sacar lo que quiera señorita Regina… usted no es lo suficiente mujer como para hacer frente a lo que se le viene – sisea amenazante. – Y ahora ya no voy a perder más tiempo con usted, mi niña me espera – añade dispuesta a irse.
-Una última cosa Rosario – la llama Regina, ésta se da la vuelta para mirarla de nuevo. – Su niña abortó a un hijo de Mauricio hace 13 años, ¿no es así? – pregunta.  Rosario se sobresalta por la repentina pregunta. Su mente trabaja a toda velocidad tratando de imaginar de donde pudo haber sacado la información. - Por su expresión, imagino que la respuesta es sí – añade resignada.
-Eso es algo que no le incumbe – replica Rosario a la defensiva.
-Por supuesto que no – suspira Regina con cierta melancolía antes de darse la vuelta  y dirigirse hacia la salida ante la atenta mirada de Rosario.



MÉXICO D.F.



Estruja entre sus manos el asa de su bolso, con nerviosismo, mientras que espera que el ascensor llegue a su destino. Apenas había pegado ojo en toda la noche pensando en la mejor manera de afrontar aquella situación; y finalmente había llegado a la conclusión de que lo más justo sería aclarar las cosas con la única persona que podía hacerlo.
Aspira hondo, tratando de serenarse al tiempo que las puertas metálicas se abren. Comienza a avanzar con cautela, observando cuidadosamente la gente que se movía apurada de un lado a otro del piso; era evidente que aquellas horas de la mañana eran las de mayor movimiento en la empresa. Con el alma en vilo se aproxima a la recepción.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? – pregunta amablemente el recepcionista.
-Buenos días, me gustaría poder hablar con el señor Julio Moncada, si fuera posible – responde Macarena con voz temblorosa.
-Lo lamento, pero el señor Moncada se encuentra de viaje en estos momentos, ¿desearía dejarle algún recado? – pregunta el recepcionista.
-¿Macarena? – pregunta una voz familiar a sus espaldas, provocando una profunda angustia en Macarena. - ¿Qué haces aquí? – pregunta Higinio (Humberto Zurita), sin poder ocultar el asombro que le producía encontrarla allí.
-¡Higinio! – exclama ella casi sin aliento. Sentía que el corazón se le iba a salir por la boca, de la impresión que la presencia de Higinio en el lugar le causaba.
-¿Para qué quieres hablar con Julio? – pregunta cada vez más intrigado. El recepcionista observa la escena incómodo, por lo que decide dejarlos solos, aprovechando el momento para unirse a varios compañeros de trabajo a la máquina del café.
-Esto… Higinio, no sé qué decir… - tartamudea ella, nerviosa.
-¿Qué tal si me cuentas la verdad? – pregunta él preocupado. – Hace casi una semana que me evitas descaradamente, Macarena… justo desde el momento en el que te hablé de Julio, has estado de lo más extraña… y para colmo, me ocultaste que los dos ya se conocían – añade sin poder ocultar su indignación.
-Lo siento, Higinio… de veras, no era mi intención mentirte… pero había muchas cosas que tenía que aclarar por mí misma… - comienza a responder ella, temerosa.
-Sobre el padre de tu hijo, ¿no es cierto? – pregunta Higinio. Ella se mantiene callada, mirándolo dudosa.- Déjame adivinar… el padre de tu hijo es el amigo que Julio y tú tenían en común, ¿me equivocó? – pregunta.
-Higinio… Julio y yo no tuvimos nunca ningún amigo en común – responde ella al fin, sacando fuerzas de flaqueza para confrontarlo.
-¿Cómo así? – pregunta Higinio sumamente desconcertado.
-Higinio, Julio es el papá de mi hijo – le confiesa ella al fin, consciente de que al menos le debía la verdad. Higinio no se merecía que lo hiciera a un lado; la última semana se había sumido en sus recuerdos, haciendo a un lado su presente. Preocupando tanto a Higinio como a su hijo, que no hallaban respuesta a su extraño comportamiento. Por eso en aquel momento, en el que se había visto acorralada; había decidido confesar su verdad.
Higinio, por su parte; palidece al escuchar la noticia. Siente como si todo comenzara a dar vueltas a su alrededor, se halla demasiado aturdido por la repentina confesión de Macarena. Traga saliva con dificultad, tratando de mantenerse firme.
-Será mejor que vayamos a otro lado, donde puedas contarme las cosas… con más calma – afirma procurando que nadie se diera cuenta de lo nervioso que estaba en ese momento.
-Está bien – asiente Macarena tímidamente.
Los dos abandonan la constructora sin cruzar palabra. Sumidos cada uno en sus pensamientos, compartiendo la misma preocupación, ¿cómo afectaría a su relación aquella confesión?




LA PODEROSA


Avanza con cuidado por las caballerizas, comprobando las cuadras una a una. Un peón le había informado de que la había visto encaminarse hacia allí hacía un rato. Finalmente, la encuentra sentada, abrazada a sí misma en una de las cuadras vacías.
-Rufina, ¿qué haces ahí? – pregunta Juan (Fabián Robles) mirándola con pena. – Nos tenías preocupados, ¿has pasado aquí la noche? – pregunta. Ella no responde, se limita a asentir con la cabeza. –Muchahita… ¿qué es lo que tienes? – pregunta él preocupado, arrodillándose frente a ella.
-Hice… hice algo horrible – susurra casi sin voz, entre pequeños brotes de hipo. Juan aprovecha para observar su rostro con más calma, tenía los ojos enrojecidos por el llanto, y en uno de sus brazos se le había formado un cardenal.
-No digas eso… seguro que no fue para tanto – la consuela él, sabía que no era el momento para preguntarle por el moretón.
-Sí… sí lo es… pero no tuve más remedio – murmura ella antes de volver a echarse a llorar – me lo mandó ese diablo… es un diablo… y yo tengo mucho miedo – añade entre sollozos. Juan se apresura a sentarse a su lado para estrecharla entre sus brazos.
-Ya cálmate muchachita, shhhh – le susurra con ternura mientras acaricia sus cabellos – todo va a estar bien, nosotros podemos ayudarte… solo necesito que me cuentes qué fue lo que pasó – le susurra.  Ella niega bruscamente con la cabeza.
-Él es muy poderoso… podría lastimarlos a ustedes también – hipa ella atemorizada.
-Le hablaremos a la policía – asegura Juan. Rufina se aparta bruscamente de él para incorporarse.
-No, lo mejor será que me vaya – asegura limpiándose las lágrimas toscamente con las manos.
-¿Acaso eso es lo que quieres? ¿Vivir huyendo? – pregunta Juan incorporándose también.
-¡Tú no lo entiendes! – le reclama ella, entre lágrimas. – No sabes lo que es sentir que tu vida no vale nada, que estas a merced de lo que un hombre sin alma pueda requerir de ti… - añade alterada, de pronto parece serenare y la rabia da paso a la consternación. - Por un momento creí que podía escapar y tratar de llevar una vida normal… pero fui una ingenua, ¡una maldita ingenua! – grita alterada, llevándose las manos a la cabeza.
-Rufina, ¡por el amor de Dios! ¡Cálmate o sufrirás otra crisis! – exclama Juan preocupado.
-No, ya no más… - asegura Rufina hablando más para sí misma que para Juan – ya no me voy a quedar aquí, lo mejor para todo el mundo es que me vaya lejos… sí, me voy a ir bien lejos – tartamudea entre nerviosas sonrisas.
-¿A dónde vas a ir? – pregunta Juan tomándola por los hombros, mirándola sumamente preocupado.
-No importa… - responde ella encogiéndose de hombros. – Solo quiero estar lejos de aquí… - añade sollozando, alza la mirada - ¿Podrías ayudarme? – pregunta suplicante.
-Claro que te voy a ayudar – responde Juan. Rufina suspira profundamente aliviada y hunde el rostro en el pecho de él, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo, protegida.

LA ASCENSIÓN


Tamborilea con los dedos sobre la recepción del hotel mientras espera que le entreguen las llaves de la habitación que su padre había reservado para ella. Se moría por darse un buen baño  y dormir aunque fuera un par de horas. No necesitaba mirarse un espejo para saber que aspecto debía tener en aquel momento, estaba segura que la niña del exorcista a su lado parecería de lo más adorable.
De pronto, su cuerpo se tensa involuntariamente cuando ve a Mauricio entrar por la puerta del hotel hablando por el celular. No tenia ni idea de donde habría pasado la noche, pero lo cierto es que en aquellos momentos gozaba de un aspecto envidiable, era evidente de que las preocupaciones no le quitaban el sueño.
Tuerce su cara para evitar su mirada, tratando de disimular, cruzando los dedos para que él no reparara en su presencia. En aquellos momentos no se sentía con fuerzas para discutir con él.
-Señorita, ¿puede darse un poco más deprisa, por favor? – pregunta molesta por la lentitud de la recepcionista, que tal parecía que estaba fabricando la dichosa llave.
-Lo siento, es que estoy revisando su reserva – responde la recepcionista, sin apartar la vista de la  pantalla del ordenador. – Me temo que hay un problema – afirma mirándola por fin a la cara – al parecer mi compañero no ha registrado su reserva, y en este momento no nos quedan habitaciones disponibles – añade. Regina (Michelle Vargas) resopla molesta.
-No importa, puedo usar la habitación de mi padre que está a nombre de Julio Moncada – dice Regina tratando de contener su malestar.
-Muy bien, déjeme su documento de identidad – le pide la recepcionista.
-Aquí tiene – le tiende el documento.
-Oh, lo siento, hay un problema… usted no se apellida Moncada – afirma la mujer observando el documento de identidad.
-El motivo es porque Julio Moncada es mi padrastro… - asegura Regina.
-Lo lamento, pero yo no puedo estar segura de eso… ¿Cómo sé que no es usted una ladrona que pretende hacerse pasar por la hija de ese hombre para tener acceso a la habitación? – pregunta la recepcionista mostrando una lacónica sonrisa.
Regina bufa al borde de su paciencia. Aquello era el colmo del descaro. No solo la tenía casi media hora esperando sino que ahora estaba insinuando que bien podría ser una delincuente.
-Mire señorita, llevo más de 24 horas sin pegar ojo, y sin poder asearme como es debido y le aseguro que no estoy de humor para tonterías. Y no tengo la culpa de que sean una panda de incompetentes que no  se molestaron en registrar la reserva que el mismo Julio Moncada hizo para mí. Así que le advierto que como no me de una habitación ahora mismo soy capaz de saltar este mostrador y agarrar la llave por mí misma – la amenaza Regina, fuera de sí. La recepcionista la observa atemorizada, tratando de encontrar con la mirada al guarda de seguridad.
-Le doy medio minuto para abandonar el hotel por su propio pie antes de que avise a seguridad para que la saque a patadas – amenaza la recepcionista, colorada por la indignación.
-¿Cómo dice que van a sacarme de aquí? ¿A patadas? A patadas deberían echarla a usted por incompetente – le grita Regina, fuera de sí. De pronto siente la presión de unas cálidas manos sobre sus hombros que parecen ejercer un efecto tranquilizador sobre ella.
-Ya está bien, Regina – le murmura Mauricio (Fernando Colunga)  al oído, con calma. –Señorita, disculpe el comportamiento de mi esposa… la pobre ha pasado por unos momentos un tanto delicados en los últimos días – se disculpa Mauricio con la recepcionista, quien lo mira con una estúpida sonrisa en los labios.
-Oh, señor Galván… no tenía idea de que ésta… señora – pronuncia con cierta ironía – fuese su esposa – vuelve su atención hacia Regina – Señora Galván debería habérmelo dicho desde un principio, y así nos hubiéramos evitados todo este escándalo – le dice, con una falsa sonrisa.
-Lo que ocurre es que estoy de incógnito – murmura Regina con burla.- ¿Quiere hacer el favor de darme mi llave de una santa vez? – pregunta con los dientes apretados.
-Oh, claro… aquí la tiene – responde la recepcionista, tendiéndole una llave. Regina se dispone a agarrar la ansiada llave, pero Mauricio es más rápido.
-Muchas gracias por su comprensión, ahora me ocuparé de mi esposa como es debido, para evitar otro posible altercado – vuelve a disculparse Mauricio con una cortés sonrisa. Regina lo observa sin poder dar crédito a su descaro cuando él la agarra por la cintura para conducirla hacia el elevador ante la atenta mirada de la recepcionista.

En el momento que se cierran las puertas del elevador, Regina se aparta bruscamente de Mauricio.
-Eres el hombre más despreciable que he conocido en toda mi vida – le reclama hecha una furia. - ¿Tanto te cuesta dejarme en paz? – le  grita fuera de sí.
-De nada – responde Mauricio con calma.
-¿Cómo dices? – pregunta Regina desconcertada.
-Acabo de impedir que te sacaran de aquí a patadas, así que lo mínimo sería recibir unas “gracias”, por tu parte – responde Mauricio cruzando las manos detrás de su espalda, con tranquilidad.
-Pues puedes esperarlas bien sentado, porque hubiera preferido mil veces terminar con mi precioso trasero sobre el frío asfalto antes que tener que soportar tu presencia – replica Regina se cruza de brazos alzando el mentón con orgullo, dándole la espalda acto seguido.
-No te preocupes princesita, que pronto cumpliré tu deseo  – le anuncia Mauricio con un deje de burla en su voz. El cuerpo de Regina se tensa inmediatamente, consternada por las palabras de Mauricio. Enseguida vienen a su mente la petición que le había hecho la noche anterior: “¿Por qué no te la llevas lejos y desapareces de nuestra vida para siempre?”.
-¿Te vas? – pregunta dudosa, volteando para mirarlo.
-Si, pero no sufras… sólo será por unos días. – responde Mauricio con tranquilidad, provocando una involuntaria oleada de alivio en Regina.
-Oh, no te preocupes… creo que lograré sobrevivir sin ti – replica Regina burlonamente. –Y… ¿se puede saber a dónde vas? – pregunta con fingido desinterés.
-Debo atender algunos asuntos de la constructora que requieren mi presencia en Acapulco – responde Mauricio.
-¿Acapulco? – pregunta Regina pensativa, pronto viene a su mente la conversación telefónica en la que su hermano le había comentado los problemas con la urbanización de Acapulco. Fija su mirada, cargada de reproche, en Mauricio. – Creo que ya sé de qué asuntos se tratan. Vas a allí para asegurarte de que el proyecto de la constructora de mi familia no vaya arriba ¿no es cierto? – pregunta enojada.
-Aunque te parezca mentira, tengo otros asuntos en mi vida de los que ocuparme – responde con calma. – Además, tu hermano ya se basta para echar por tierra ese proyecto él solito – añade.
-No seas cínico, de sobra sabes que si no fuera por tus trapicheos con los miembros de la Junta y con las autoridades de Acapulco, ese proyecto ya se estaría llevando a cabo – le recrimina ella.
-Yo solo he jugado mis cartas, no tengo la culpa de que la gente ya no confíe en la constructora de tu familia – argumenta Mauricio.
-Si, ya veo que has jugado bien tus cartas. Pero yo también sé jugar las mías, y de ya te digo que no voy a permitir que te salgas con la tuya. – Regina acerca su rostro a él, con la cabeza erguida, clavando su mirada amenazante en él.
-Ah sí, ¿y cómo piensas hacerlo? – pregunta él divertido.
-Me iré contigo para Acapulco – responde ella con firmeza.


SAN LORENZO


Sale apurado de la casona, con el corazón acelerado. Uno de los peones le había anunciado la llegada de un carro en el que viajaba una bella señorita a la que no conocían. Se detiene en el marco de la puerta principal para observarla con detenimiento mientras está sacando el equipaje del maletero, ayudada por uno de los peones. Después de tantos años, todavía se maravillaba contemplando su belleza angelical; adoraba todo en ella, sus gestos, su mirada, los hoyuelos que se formaban en sus mejillas cada vez que sonreía, la forma en la que se acariciaba los cabellos cuando hablaba con alguien… era la mujer hecha a su medida, con la que había decidido compartir el resto de su vida.
Se acerca a ella lentamente, con una gran sonrisa gravada en su rostro.
-¡Así que finalmente decidiste traerte este viejo trasto contigo, voy a pensar que lo quieres más que a mí! – exclama Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) divertido. Los ojos de ella se iluminan nada más verlo, emocionada corre para unirse a él en un efusivo abrazo. Hunde el rostro en el hueco de su cuello, aspirando con deleite su aroma. Lo había echado tanto de menos, que casi dolía.
-No seas tonto, no hay nada en este mundo que quiera más que a ti… quitando a mi mamá, claro – replica Morelia (Ana Claudia Talancón) sin dejar de abrazarlo. Miguel Ángel se aparta de ella lo necesario para tomarle el rostro entre sus manos y sellar sus labios con los suyos en un tierno beso.
-No sabes cuanto te he echado de menos – murmura contra sus labios.
-Al parecer no lo suficiente como para ir a verme – le reprende ella fingiendo enojo.
-Sí, lo sé… tienes razón. Pero las cosas aquí se complicaron… - comienza a excusarse él, acariciándose la nuca.
-Ya lo sé, no seas bobo… solo bromeaba. Además yo estaba demasiado ocupada con mi dichoso proyecto final del Master –dice Morelia divertida. – Por cierto, ¿dónde está el flamante recién casado? Que todavía tengo que darle el par de tirones de orejas que le debo por no esperar a que yo pudiera venir a su boda relámpago para casarse – pregunta mirando a su alrededor.
-Mauricio no está en estos momentos, ha surgido un problema en La Asunción – responde Miguel Ángel – ya te contaré con calma – añade.
-Sí, hay muchas cosas que tienes que contarme… sobretodo acerca de la dichosa boda; todavía me cuesta creer que Mauricio decidiera casarse con una Montesinos… así que me imagino que algo anda tramando, ¿no es cierto? – pregunta intrigada.
-Será mejor que le preguntes a él – responde Miguel Ángel.
-No lo dudes, tengo la intención de someterlo a un tercer grado en cuanto lo vea. Y espérate tú cuando lo vea mi mamá… ahí si que va a arder Troya  – asegura ella. – Pero ya mejor, ¿por qué no me enseñas nuestra recámara? Llevo horas manejando y estoy que me muero por un buen baño caliente y una cama –
-Como guste, mi reina – dice él haciéndole una reverencia. Mira al peón, que todavía permanecía al lado del equipaje, a la espera de órdenes. – Lleva las maletas a mi recámara – le ordena.
Los dos enamorados se disponen a entrar abrazados a la casona.
-Pero dime, ¿cuánto tiempo me vas a obsequiar con tu presencia? – pregunta Miguel Ángel esperanzado.
-Eso es lo mejor, he estado pensando en quedarme  y ejercer aquí como veterinaria… claro, siempre y cuando Mauricio me acepte – responde ella sonriendo. Miguel Ángel se detiene para mirarlo emocionado.
-¿Hablas en serio? – pregunta.
-Por supuesto, sé que Mauricio te necesita a su lado en estos momentos… y yo no puedo vivir mucho tiempo alejada de ti; así que si Mahoma no va a la montaña, a la montaña no le queda más remedio que ir a Mahoma, ¿no crees? – responde ella sonriendo.
-¿Te he dicho ya lo mucho que te amo? – pregunta Miguel Ángel abrazándola emocionado.
-La verdad que no me lo has dicho ni una sola vez desde que he llegado – protesta ella divertida. En ese momento él la alza entre sus fuertes brazos.
-Pues será mejor que te lo demuestre cuanto antes – anuncia él divertido comenzando a llenarle el rostro y el cuello de pequeños besos mientras avanza hacia la casona, mientras que ella comienza a reír, totalmente encantada por sus muestras de afecto.

LA ASCENSIÓN


Le había costado horrores convencer al terco doctor para que le permitiera moverse de la cama para ir a verla; pero finalmente lo había logrado. Y ahora, que al fin se hallaba junto a su esposa, se hallaba completamente abrumado por el sentimiento de culpa. Verla allí, completamente inmóvil sobre aquella cama, le dolía en el alma. Le habían dicho que su estado se había agravado la noche anterior, pero que habían conseguido estabilizarla y ahora solo quedaba esperar.
Alarga su brazo sano para acariciar con ternura el cabello de Nereida.
-No sabes cuanto lamento verte así, mi amor – le susurra Saúl (Eduardo Santamarina) con tristeza. – Aunque no lo creas… siempre he intentado hacerte feliz… pero soy consciente que éstos malditos celos no han hecho más que amargarnos la vida a los dos – añade haciendo grandes esfuerzos para no echarse a llorar. – Pero te prometo que si eres fuerte, y sales de ésta… te haré la mujer más feliz del mundo, mi vida. Empezaremos de cero… seré el mejor esposo del mundo; te colmaré de amor, te consentiré… - añade sonriendo con tristeza. – Tendremos ese hijo que tanto deseamos, y no importa si no quedas embarazada… lo adoptaremos si hace falta; hay tantos niños desamparados por el mundo… - asegura. Algo dentro de él le decía que su esposa podía escucharlo, y eso lo animaba a seguir hablando. Ciertamente estaba dispuesto a cambiar las cosas entre Nereida y él. Ahora más que nunca la necesitaba a su lado, se había dado cuenta de lo mucho que la amaba y lo mal que se había portado en su matrimonio. Si bien era cierto que había luchado por ganarse su amor y ser un perfecto esposo, sus constantes celos y brotes de genio siempre conseguían estropearlo todo. Pero eso iba a cambiar, era tiempo de dejar la amargura a un lado y tratar de ser feliz. Toma la mano de su esposa entre la suya. – Te prometo mi amor, que seremos felices… todo va a cambiar, ya lo verás. Lo único que tienes que hacer es abrir los ojos – le pide suplicante. Finalmente apoya la cabeza sobre la cama de su esposa y se permite por un momento derrumbar todas sus cautelas y se echa a llorar amargamente.


Desde el cristal, la conmovedora escena estaba siendo observada por Regina (Michelle Vargas) y Julio (Otto Sirgo).
-De veras que mi hermano ama mucho a esa mujer – susurra Regina con tristeza. Le dolía en el alma ver a su hermano tan abatido. No recordaba haberlo visto llorar de aquella manera, y eso le había hecho darse cuenta de lo grande que era el amor que su hermano sentía hacia Nereida.
-Sí, no sé que haría sin ella – asegura Julio, con los ojos empañados por las lágrimas. – Ahora entiendo por qué, después de todo, se casó con ella – añade.
-Dirás después de haberlo traicionado – lo interrumpe Regina con tirantez.
-Ya te enteraste… -murmura  Julio. Apenas sabía mucho de aquella historia, solo lo que Cecilia se había permitido contarle: que Nereida había traicionado a Saúl con otro hombre cuando estaban en la hacienda, y que aquello lo había destrozado. De ahí el rechazo que su esposa sentía hacia Nereida.
-Sí, por algo dicen que entre el cielo y la tierra, no hay nada oculto – afirma Regina.
-Ese otro hombre… era Mauricio Galván, ¿no es cierto? – pregunta Julio.
-¡Bingo! – exclama Regina sin entusiasmo. Se vuelve para mirar a su padre. – Podría decirse que Nereida es una especie de Helena de Troya – añade con tristeza.
-Cierto… - afirma Julio, se detiene a mirar a su hija - ¿Has decidido cómo lo vas a contar a tu mamá lo de tu repentina boda? – pregunta.
-No creo que sea conveniente por el momento – responde Regina con tristeza, la tensa situación con su madre era otra espinita más que llevaba clavada en el corazón; pero por el momento tenía otros asuntos que atender. – No quiero que mi mamá sufra un colapso cuando se entere – añade.
-No puedes ocultárselo eternamente – asegura Julio.
-Ya lo sé… pero esperemos a que las cosas vuelvan un poco a la normalidad – dice Regina convencida. – Lo que sí tenemos que contarle es del accidente, no es justo que no sepa que su hijo está en el hospital… - añade.
-He tratado de llamarla hace un rato, pero no estaba en la casa… esperaré a la noche para volver a llamarla – asegura Julio. – Pero quizás deberías decirle a tu esposo que no se presente en el hospital mientras esté tu mamá aquí – añade.
-No te preocupes por eso… Mauricio se va para Acapulco unos días – le informa Regina. – Y precisamente de eso quería hablar contigo, porque he decidido irme con él – añade.
-¿Cómo así Regina? – pregunta Julio consternado.
-Creo que es hora de aprovecharme de la situación de esposa de Mauricio Galván… él tiene que ir allí para resolver los asuntos de su constructora, y yo aprovecharé el viaje para tratar de regularizar vuestro proyecto – responde Regina segura de sí misma.
-Regina, tú no sabes nada de arquitectura, ni de asuntos legales… ¿cómo pretendes solucionar el problema del proyecto de Acapulco? – pregunta Julio intrigado.
-Tú solamente confía en mí, ¿sí? Solo necesito que me remitas toda la información del proyecto a Acapulco cuando te lo pida… y por su puesto, necesito que no le digas ni una palabra a Saúl de esto – le pide Regina.
-Solo vas a conseguir hervirte la sangre con esa gentuza, Regina… no vas a conseguir nada – dice Julio con resignación.
-Eso lo veremos, papá… no voy a dejar que Mauricio se salga con la suya. Yéndome con él podré vigilarlo de cerca y aprender a adelantarme a sus movimientos… - asegura Regina, mira a su padre con la determinación gravada en su rostro. – Conseguiré que nos den la licencia, cueste lo que cueste – afirma.



MÉXICO D.F.



Lanza su saco sobre el sofá y se dirige sin más dilación hacia el mueble bar para servirse un buen vaso de tequila. En aquellos momentos solo el alcohol podría relajarlo un poco después de su conversación con Macarena. Para él era muy duro descubrir que su mejor amigo era el padre del hijo de su novia. En parte se sentía traicionado porque ninguno de los dos había sido sincero con él en cuanto a su relación en su debido momento.
Lo que lo atormentaba era el hecho de que Julio no estuviera al tanto de su paternidad; Macarena no había querido contarle los detalles de su separación; ya que prefería aclarar las cosas con Julio antes de nada. En cierto modo temía que la vieja llama que los había unido en su día, todavía permaneciera prendida; y que su reencuentro pudiera reavivarla. Macarena se había convertido en alguien demasiado importante en su vida, como para permitirse perderla tan pronto.
Está tan sumido en sus pensamientos que no escucha el sonido del timbre de la puerta, y solo se percata de la presencia de Cecilia cuando ésta se presenta delante de él, visiblemente nerviosa.
-Hola Higinio – lo saluda tímidamente, sin atreverse a mirarlo a la cara. En ese momento Higinio (Humberto Zurita) se da cuenta de que Cecilia podría ser también perjudicada por el reencuentro de su esposo con Macarena. A pesar de que al parecer guardaba sentimientos hacia él mismo, lo cierto es que creía que Cecilia no sabría vivir sin Julio; para ella sería un duro golpe.
-Cecilia… no te esperaba – le responde aturdido.
-Me imagino… pero no podía dejar de pensar en lo que sucedió ayer… y necesitaba aclarar las cosas cuanto antes – se excusa ella.
-Cecilia… yo te tengo mucho aprecio, pero como a una hermana… lamento haberte hecho creer otra cosa – argumenta él apresuradamente, no quería alargar aquella conversación por mucho tiempo. En aquel momento solo le apetecía estar solo, y si no le había pedido a Cecilia (María Sorté) que volviese en otro momento, era por consideración hacia ella, para evitar que pensara que estaba enojado con ella por lo sucedido.
-Lo sé… lo cierto es que la culpa es mía, me imaginé cosas… estaba tan perdida Higinio; me sentía tan sola por todo lo que está pasando con mi esposo y mis hijos, que ví en ti una especie de tabla de salvación. Además los dos siempre nos entendimos muy bien… la verdad, es que tú me entiendes mejor que Julio… fuiste tú quien trató de ayudarme a hacer entrar en razón a mi hija con lo de la hacienda… Julio se llevaría las manos a la cabeza si descubriera lo que ambos somos capaces de hacer por nuestros hijos, él no entiende mi desesperación como la entendiste tú estamos cortado por el mismo palo – comienza a argumentar Cecilia, alza su mano para acariciar el rostro de Higinio. – En cierto modo, creo que en el fondo siempre estuve enamorada platónicamente de ti… es cierto que adoro a mi esposo, es el hombre más bueno que jamás he conocido, pero con él jamás sentí esa sensación de vértigo que sentí cuando te besé ayer – asegura.
-Cecilia, por favor… - la interrumpe Higinio, con cierto reproche.
-Sí, lo sé… ¡sé que ahora estás muy enamorado de esa publicista! – exclama con cierta ironía.  – Y que yo estoy casada con tu mejor amigo… así que no te preocupes, enterraré todo esto que siento por ti, y todo volverá a la normalidad – asegura.
-Es lo mejor para todos – afirma Higinio.
-Lo sé – susurra ella, acerca su rostro al de él. – Pero al menos, quiero llevarme un grato recuerdo. Bésame Higinio, por una vez… y después todo esto quedará olvidado – añade con sus labios pegados a los de él. Miles de sentimientos encontrados se cruzan en su interior. Finalmente, decide acceder a la súplica de la mujer y termina sellando sus labios en un tierno beso.
Ninguno de los dos es consciente de la presencia de Fabián (Carlos Ponce), quien acaba de ser testigo de toda la escena.



LA ASCENSIÓN

Cuelga su celular después de concretar los últimos detalles de su viaje. Mira de nuevo su reloj, se estaba acercando la hora del vuelo y no había ni rastro de ella. Quizás lo había pensado mejor y había comprendido que su idea era demasiado descabellada. Ella no entendía lo suficiente de negocios como para tratar de sacar un proyecto de obra adelante.
El piloto de la avioneta privada que había contratado se acerca a él.
-Vamos a despegar en menos de veinte minutos, deberíamos ir subiendo a la avioneta – le anuncia.
-Está bien – accede Mauricio (Fernando Colunga), echa un último vistazo alrededor de la pista para comprobar si la veía, pero resulta inútil. Al fin y al cabo era lo mejor para ella, no entrometerse en aquel mundo tan complicado. Se dirige hacia la avioneta, convencido de que finalmente viajaría solo.
-¡Esperaaaaaaaaa! – se voltea para ver a Regina (Michelle Vargas) corriendo hacia él, con un pequeño bolso de viaje en la mano. Se detiene frente a él para tomar aire. -¡Menudo spring acabo de hacer, creí que no llegaba! – exclama ella tratando de recobrar el aliento.
-Llegas tarde – dice él secamente.
-Todavía estás aquí, ¿no? Así que llego justo a tiempo – afirma ella con altanería. Se adecenta el cabello con las manos antes de dirigirse hacia la escalinata de la avioneta, donde los espera el piloto.
-Hay una cosa que quiero aclarar, antes de que subamos al avión – anuncia Mauricio, ella se detiene y se vuelve para mirarlo.
-¿Qué quieres aclarar? – pregunta ella intrigada.
-Accedo a que vengas conmigo, con una condición – responde él acercándose a ella, mientras se acaricia la barbilla con la espalda de la mano.
-¿Qué condición? – pregunta ella temerosa, no le estaba gustando nada la expresión casi diabólica de Mauricio.
-Harás este viaje como mi esposa, por lo tanto como una verdadera esposa deberás comportarte – anuncia él, con una ladina sonrisa dibujada en su rostro. Regina lo observa consternada por su petición, no sabía como tomarse aquello, ni a lo que se estaba refiriendo concretamente.
-Señores, es hora de embarcar – anuncia el piloto.
-Ahora subimos – responde Mauricio, vuelve a su atención hacia Regina, que todavía está observándolo con desconfianza. Él sonríe y le indica galantemente con la mano para que suba las escaleras, sonríe divertido. Ella se aparta un mechón del pelo, sin dejar de mirarlo y finalmente sube las escalinatas de la avioneta. Estaba casi segura de que Mauricio solo hacía aquello para tratar de disuadirla de su propósito. ¿Quería que se comportara como una verdadera esposa? Muy bien, la tendría. Si Mauricio quería guerra, la tendría.






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