CAPÍTULO XXIX
Mauricio (Fernando Colunga) avanza, impulsado como un resorte; hacia donde las dos mujeres se encuentran. Se apresura a levantar a Regina (Michelle Vargas) entre sus brazos para tumbarla sobre el sofá. Comienza a recorrer su cuerpo con sus manos, tratando de encontrar, desesperado, la herida por la que brotaba la sangre que manchaba su camisa. Regina trata de incorporarse con dificultad, todavía se encontraba demasiado aturdida por todo lo ocurrido.
-No te muevas, tengo que encontrar la herida para cortar la hemorragia – le ordena Mauricio levantando su camisa para inspeccionar la zona.
-Mauricio – Regina cubre las manos de Mauricio con las suyas, para detener su frenética revisión – No es mi sangre – le informa. Mauricio se detiene para mirarla turbado; antes de volver su atención hacia Aura (Mariana Seoane), quien en aquellos momentos estaba siendo atendida por Modesta (Ana Martín) y Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán), éste último se había sacado la camisa para envolverle la muñeca por la que brotaba la sangre.
-Será mejor que la llevemos a la clínica – ordena Camila (Ana Serradilla) – voy preparando el auto, intenta contener la hemorragia y luego tráela – le dice a Miguel Ángel, quien asiente mientras anuda con fuerza la camisa en la delgada muñeca de Aura.
-¡Ay Virgencita de Guadalupe, ésta mujer perdió el juicio! – exclama Modesta, al tiempo que se santigua.
-Mauricio… no me dejes… - murmura Aura en un estado de semiinconsciencia.
Regina observa la escena como si se tratara de una pesadilla, no sabía como asumir lo que aquella mujer despechada había hecho delante suya; y todo por el desamor de Mauricio. Un violento escalofrío recorre su cuerpo al recordar la imagen de Aura cortándose las venas frente a ella. De pronto siente los fuertes brazos de Mauricio envolviéndola en un cálido abrazo. Plácidamente, se deja llevar por aquella sensación de seguridad que le ofrecían aquellos brazos y apoya la cabeza en su hombro, aferrándose a él.
-Ya pasó todo… - le susurra él sin poder ocultar el alivio que sentía en aquel momento. Todavía no podía apartar de su mente la escena que se había encontrado al entrar en la casona, durante unos segundos que parecieron eternos, había temido lo peor, al ver aquel charco de sangre.
Con cuidado, se aparta un poco de ella para tomar su rostro entre sus manos, apartando con delicadeza los mechones que caían desordenadamente sobre su cara. Sus ojos estaban llorosos y comenzaba a hipar nerviosa; lentamente acerca sus labios a la frente de ella para depositar un tierno beso.
Regina cierra los ojos al sentir los labios de Mauricio sobre su piel, y siente de nuevo como el tiempo vuelve hacia atrás, cuando Mauricio era su príncipe y ella su princesa. Por unos instantes se permite olvidarlo todo y disfrutar de aquel momento, como si el tiempo se detuviera y solo existieran ellos dos.
-Debo irme – anuncia ella finalmente con tristeza, rompiendo la magia del momento. Se aparta de él para incorporarse con dificultad.
-¿A dónde? Si se puede saber – pregunta Mauricio acomodándose en el sofá; retomando su habitual semblante frío y arrogante. Como si aquel momento que habían compartido segundos antes, nunca hubiera ocurrido.
-Tengo que ver a Saúl… - responde Regina tratando de contenerse para no volver a refugiarse entre sus brazos.
-Claro… lo olvidaba, me imagino que estará deseando que lo informes acerca de mi detención – dice Mauricio con cinismo – por cierto, de paso, hazme el favor y le das un mensaje de mi parte: dile que vuestro plan ha fallado, todas las pruebas falsas que montaron contra mí, han caído por su propio peso – añade sin demostrar emoción alguna.
Regina aspira hondo, tratando de calmar las ganas que sentía en aquellos momentos de golpear su perfecta cara de arrogante.
-No tengo intención de informarle de nada… - replica tratando de permanecer serena. –No creo que en su estado sea conveniente importunarlo con vuestra absurda disputa – añade con reproche.
-¿En su estado? ¿No me digas? Ha sufrido un ataque de rabia porque le han dicho que vuestro plan no salió como esperaban – se burla Mauricio.
-Ya, deja de decir “vuestro” plan, porque lo creas o no, yo no tengo nada que ver… y no, Saúl no está al tanto de nada porque esta mañana ha sufrido un accidente junto con Nereida – le anuncia enojada. – Así que si me disculpas, tengo que cambiarme para ir a ver a mi hermano al hospital – añade antes de dirigirse hacia las escaleras a paso acelerado, completamente enfurecida por la actitud de Mauricio. Sólo él podía causar sentimientos tan opuestos en ella, como eran la ternura y el desprecio, en tan poco tiempo.
Mauricio permanece durante unos segundos, aturdido por la noticia que acababa de recibir. El hecho de que Nereida había sufrido un accidente junto con Saúl, le había creado una sensación extraña, algo parecido al desasosiego.
SAN CAYETANO
Camina de un lado a otro, nerviosa; hacía una eternidad que habían metido a la recién rebautizada como Killer Barbie en aquel box, y por el momento, no se había dignado nadie a salir para informarles sobre la situación; aunque de una cosa estaba segura y era que “mala hierba, nunca muere”, por eso podría apostar su brazo derecho a que la Barbie se recuperaría, sin riesgo a quedarse manca.
Se acerca por enésima vez a Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) para agarrarle por la muñeca y así mirar la hora en su reloj, ya que el suyo, con las prisas y el estrés, se le había perdido por el camino.
-Solo han pasado dos minutos desde la última vez que miraste – dice Miguel Ángel sonriendo divertido.
-Pues siento como si hubieran pasado 20 – replica Camila, resopla con resignación y apoya su frente contra la fría pared. –Esto es una tortura – añade haciendo un puchero.
-No te agobies, deben de estar a punto de salir. Ya que conseguimos taponarle la herida a tiempo, no creo que necesite una transfusión si quiera - la tranquiliza Miguel Ángel.
-Es que ya hay que ser rastrera para cortarse las venas delante de mi Regis… si no podía vivir sin su “pichurrín” pues que se hubiera tirado por un acantilado, donde no pudiéramos verlo. – replica Camila cínicamente, tratando de contener su enojo.
-Lo único que perseguía con este acto era llamar la atención, si de veras quisiera matarse, lo hubiera hecho de tal modo que no pudiéramos impedírselo… estoy convencido de que sabía perfectamente que Regina iba a detenerla… lo cierto es que Aura es una persona demasiado teatrera – asegura Miguel Ángel con calma. Camila voltea levemente la cabeza hacia él, sin dejar de apoyarla contra la pared, para mirarlo con curiosidad.
-De veras que admiro tu serenidad… ¿no sientes ni unas poquititas ganas de arrastrarla de los pelos por todo San Cayetano? – pregunta Camila intrigada.
-Digamos que me considero un hombre de paz… creo más en el uso de la palabra que en el de la violencia – responde Miguel Ángel.
-Ya veo ya… apuesto que también eres de los que en vez de devolver el golpe, ponen la otra mejilla – dice Camila con ironía.
-¿Acaso me ves cara de menso? – pregunta Miguel Ángel divertido. – Que sea un hombre pacífico no significa que no tenga mi genio – añade.
-¿No me digas que también te enfadas? – pregunta Camila fingiendo sorpresa.
-Así es, también me enfado – responde Miguel Ángel riendo. Camila se acerca a él.
-Y aquí entre nos, ¿qué es lo que más coraje te da? – pregunta bajando la voz. – Prometo que no se lo digo a nadie, palabrita del niño Jesús – añade pestañeando varias veces, poniendo cara de niña inocente.
-Hummmm – Miguel Ángel se acaricia la barbilla, pensativo. Se detiene para mirarla fijamente, con el semblante serio – Si te lo digo, tendré que matarte – afirma. Camila lo mira desconcertada por su repentino cambio de humor. Da un paso atrás, mirándolo con cierto temor. De pronto una sincera carcajada brota de la garganta de Miguel Ángel, que parece sumamente divertido con la reacción de la muchacha.
-Idiota – le reclama ella, molesta, dándole un golpe en el hombro – ¡Me asustaste, caray! – añade aliviada.
-Tenías que verte la cara… te pusiste pálida – añade él sin dejar de reír.
-¡Imagínate, pensé que para una vez que conozco al hombre perfecto, tenía que ser una especie de psicópata! – exclama ya más animada. Pronto se da cuenta de lo que acaba de decir, cuando repara en la expresión de curiosidad que se refleja en el rostro de Miguel Ángel al escucharla. – Digo… que me pareces un hombre muy equilibrado comparado con los demás que he conocido… no me refiero a nada del terreno amoroso ni nada… digo, también tengo amigos tarados, no solo ex parejas… no quiero que me entiendas mal… yo solo quería decir… esto… - comienza a hablar rápidamente, con nerviosismo; mientras que Miguel Ángel la observa sin poder ocultar su diversión.
En ese momento el doctor sale de la sala donde estaba atendiendo a Aura, interrumpiendo el repentino ataque de verborrea de Camila.
-¡Doctor, hasta que al fin nos honra con su presencia! – exclama Camila suspirando aliviada por la interrupción.
-¿Cómo ha ido? – pregunta Miguel Ángel acercándose a él.
-La señorita Hidalgo se recuperará… por suerte no ha perdido mucha sangre y la herida no es demasiado profunda – responde el doctor. – Lo que necesita ahora es reposo y consultar un buen psicólogo – añade.
-Más que eso, yo opino que lo que necesita es que la ingresen en un psiquiátrico directamente – asegura Camila.
Regina (Michelle Vargas) toma asiento del lado del copiloto, sin ocultar su desagrado ante la idea de viajar con su recién estrenado “esposo”.
-Todavía no entiendo por qué demonios quieres acompañarme – murmura entre dientes.
-No necesito que lo entiendas – replica él con tono mordaz.
-¡Oh, ahora que lo pienso, ya lo sé! – exclama ella enojada. – Quieres saber qué fue lo que pasó con tu querida Nereida, ¿me equivoco? – pregunta mirándolo burlona.
-Puedes creer lo que quieras… - responde Mauricio sin prestarle atención, comenzando a maniobrar para sacar el auto de su estacionamiento.
-Ashhhhh – murmura Regina con desagrado al tiempo que acomoda el asiento a su gusto, para tratar de dormir algo durante el trayecto y así no tener que soportar consciente, la presencia de Mauricio.
Modesta (Ana Martín) observa de nuevo la hora que marcaba el viejo reloj de cocina. Hacía apenas una hora desde que aquella loca mujer se había presentado en la casona, y todavía permanecía en el ambiente aquella sensación claustrofóbica, como si una gran tormenta amenazara el lugar.
-Los patrones acaban de irse – anuncia Juan (Fabián Robles) entrando en la cocina. -¿Avisaste a doña Rosario del accidente? – pregunta.
-No, todavía no… de haberlo sabido, hubiera insistido en irse con los patrones para La Asunción … y no creo que sea lo mejor para la niña Regina aguantar los malos augurios de esa mujer durante el trayecto – responde Modesta levantándose lentamente de la silla, el cansancio y la edad comenzaban a hacer mella en sus viejos huesos. – Además, no sé donde anda metida… no está en la casona – añade.
-A saber… esa mujer anda como fantasma de un lado para el otro… - asegura Juan con desagrado. -¿Y Rufina? ¿La has visto? – pregunta preocupado. Le había extrañado no verla al regresar del pueblo; la había buscado por toda la casa y las caballerizas, pero no había rastro de ella. Pero por lo menos, todas sus cosas seguían en su cuarto.
-No… tampoco. No sé que demonios pasa hoy, que todo el mundo anda desaparecido – suspira Modesta, con preocupación. Se acerca al fregadero y observa ceñuda los platos sucios que todavía se hallaban allí apilados. –Fíjate, si que debía de andar apurada que ni siquiera terminó de fregar la loza – murmura.
-Eso no es propio de ella… - dice Juan sin poder ocultar su preocupación.
-¡Ay Diosito! ¿Y si le ha pasado algo? – pregunta Modesta llevándose la mano al pecho, alarmada.
-Buenas tardes – el comandante Olmedo (Arturo Carmona) entra en la estancia, tomando por sorpresa a ambos. – La puerta principal estaba abierta y me he tomado la libertad de entrar hasta aquí, espero que no les incomode. Me presento, soy el comandante León Olmedo – se disculpa.
-Buenas tardes comandante, ¿en qué podemos ayudarlo? –pregunta Juan intrigado.
-Estoy buscando a una muchacha que, según he entendido, trabaja aquí – responde el comandante Olmedo.
-¿Y a quien busca? – pregunta Modesta.
-A Rufina Vázquez, ¿podrían avisarla de que necesito hablar con ella? – pregunta.
-¿Y de qué necesita hablar con Rufina si se puede saber? – pregunta Juan, sin poder ocultar su malestar. El comandante observa a Juan con el ceño fruncido, intrigado por su rudeza.
-Disculpe a mi hijo, comandante. Lo que ocurre es que todos estamos preocupados por Rufina, no sabemos nada de ella desde esta mañana – lo disculpa Modesta.
-¿No regresó de la comandancia? – pregunta el comandante preocupado.
-¿De la comandancia? – preguntan Juan y Modesta al unísono, totalmente desconcertados.
-¿Por qué motivo fue Rufina a la comandancia? – pregunta Juan.
-Me temo que esa pregunta debería hacérsela a ella… - responde el comandante Olmedo. – Si hacen el favor, avísenla de que quiero verla cuanto antes – anuncia, dispuesto a marcharse sin das más información. Se detiene de pronto, acariciándose la barbilla, pensativo. – Por cierto, al entrar; no he podido evitar fijarme en la mancha de sangre que hay en la alfombra del salón… ¿ha sucedido algo que debería saber? – pregunta preocupado. Modesta y Juan se miran dudosos. –Al parecer sí que sucedió algo, ¿no es cierto? – asegura el comandante.
-Tarde o temprano se va a enterar, así que… será mejor que tome asiento – le indica Juan apartando una silla de la mesa para ofrecérsela.
HACIENDA LA GAVIOTA
Ícaro (Roberto Ballesteros) cuelga el teléfono violentamente, con la mano temblorosa por la rabia. No podía dar crédito a la noticia que le acababan de dar. Con gran esfuerzo se apoya unos instantes contra el escritorio para tratar de serenarse antes de comunicarle la noticia a sus invitados, que todavía celebraban dichosos; ajenos a las novedades.
Ya más tranquilo se encamina hacia la sala donde se encuentran los terratenientes y sus esposas riendo y conversando alegremente. Por unas horas habían creído haberle ganado la partida a Mauricio Galván; pero el muy desgraciado se les había adelantado.
-¿Malas noticias Ícaro? – pregunta don Teo (Luis Bayardo) preocupado al ver el semblante serio de Ícaro. Pronto los otros cuatro invitados lo imitan, fijando su atención en el recién llegado.
-Me temo que ésta celebración ya no tiene razón de ser – responde Ícaro secamente.
-¿Qué quieres decir con eso? – pregunta Perico (René Casados) con el alma en vilo.
-Me temo que han tenido que dejar a Mauricio libre de cargos – responde Ícaro tomando asiento.
-¿Cómo así? ¿Pero no tenían pruebas claves que lo inculpaban? – pregunta Clotilde (Rosita Pelayo) dudosa.
-Al parecer así era… pero el caso es que los abogados del señor Galván han logrado echarlas por tierra – responde Ícaro apuñando la mano con rabia.
-¡Oh, no es posible! ¡Esos abogados parecen ser enviados del mismísimo demonio! – exclama Altamira (Dacia González) santiguándose indignada.
-¿Y si no fue él? – pregunta Don Arcadio pensativo. De pronto siente cinco pares de ojos fijos en él, mirándolo con una mezcla de incredulidad y desaprobación.
-¿Quién iba a ser si no? – pregunta don Teo airado. – A parte de él y nosotros mismos, no hay nadie más interesado en que a esa muchachita le vayan mal las cosas… - añade.
-Ya, no se enojen… solo era una simple observación – replica Don Arcadio abochornado. Se apura a beber un sorbo de su copa de vino. – Si de veras es culpable, buscaremos más pruebas que lo demuestren y asunto resuelto – afirma.
-Ese ya se parece más al Don Arcadio que conocemos – asegura Clotilde.
-Ya, no discutamos entre nosotros… - interviene Ícaro. – Aquí todos sabemos la clase de hombre que es Mauricio Galván, y lo que debemos hacer es encontrar la forma de devolver a ese infeliz al escalafón que le pertenece – asegura con firmeza, haciendo grandes esfuerzos por mostrarse sereno y no echar a aquellos buitres de su casa. Todavía no llegaba a comprender como aguantaba el tipo con aquella gente tan estirada y anticuada, a quien solo le importaban las apariencias. Pero lo cierto es que si quería llegar a ser el hombre más poderoso de la región, necesitaba tenerlos de su lado. Y una cosa sí que debía agradecerle a Mauricio, ya que su llegaba le había servido para unir fuerzas con aquellos con las vacas sagradas del lugar.
-Tienes mucha razón, Ícaro – asegura Perico. – Ese indeseable nos ha ganado una batalla, pero no la guerra… no nos detendremos hasta que ese delincuente y su esposa abandonen estas tierras – añade convencido.
-Brindemos por ello – anuncia Don Teo alzando su copa.
-Que así sea – lo secunda Ícaro alzando la suya. Finalmente todos alzan sus copas, brindando por su objetivo común: sacar a Mauricio Galván de sus tierras.
Avanza con rapidez por la tumultuosa sala de espera del hospital, sin detenerse a mirar hacia atrás para ver si Mauricio (Fernando Colunga) la seguía. Busca con la mirada a su padre, quien acababa de llamar para decir que la esperaba en la cafetería, ya que a Saúl le estaban haciendo unas curas en aquel momento.
El cansancio acumulado durante todo el día comenzaba a hacer mella en ella, pero trataba de no pensar en ello; aquel no era momento para desfallecer, tenía que hacer frente a lo que su padre le tuviera que decir sobre el accidente de su hermano.
Llega a la atestada cafetería donde la preocupación y el desconsuelo estaban pintadas en los rostros de amigos y familiares de los enfermos, que veían en aquel lugar un respiro a los angustiosos momentos que seguramente estaban pasando.
Julio (Otto Sirgo) se incorpora y se adelanta unos pasos para abrazar a su hija, que parecía sumamente desconcertada en aquel momento.
-Papá… - murmura ella emocionada, abrazándolo con fuerza.
-Mi pequeña, ¿cómo has estado? – pregunta él preocupado, se aparta un poco para observarla detenidamente - ¡has adelgazado! ¿Comes bien? – pregunta.
-Oh, papá… claro que como bien, deberías preguntarle a Modesta… te aseguro que me tiene bien alimentada – responde Regina sonriendo levemente.
-No dudes que le preguntaré en cuanto tenga ocasión – afirma Julio convencido. Regina sonríe con cariño, y toma la mano de su padre entre la suya. De pronto la alegría por el rencuentro con su padre da paso a la preocupación.
-¿Cómo están? – pregunta con el semblante serio.
-Saúl se recuperará… tiene un par de costillas fracturadas, un corte en la cabeza y un brazo y una pierna rotas… nada que el tiempo no pueda reparar – responde Julio sereno, un suspiro de alivio brota de los labios de Regina. -¿Y Nereida? – pregunta con cierto temor. El rostro de Julio se ensombrece ante la mención del nombre de su nuera y un escalofrío recorre el cuerpo de Regina, estaba segura que algo no iba bien. De pronto siente la presencia de alguien más a su lado, no necesita girarse para saber quien es. Julio observa al recién llegado con curiosidad, era evidente que había venido con su hija.
-Regina, ¿quién es este caballero? – pregunta intrigado. La angustia se apodera de Regina cuando se acuerda de que había decidido ocultarle a sus padres todo lo referente a Mauricio, con la preocupación, ni siquiera había pensado en qué aquella escena pudiera darse.
-Él es… - comienza a responder, tartamudeando.
-Su esposo – la interrumpe Mauricio, con calma – Mauricio Galván, para servirlo – se presenta cortésmente tendiéndole la mano. Regina vuelve su rostro hacia él, mirándolo furiosa, ¿cómo podía ser tan cretino?
Julio los observa a los dos durante unos instantes con el más absoluto de los desconciertos, incapaz de pronunciar palabra después de la noticia.
-Esto… papá… es una historia muy larga… no es lo que tú piensas… - comienza a explicarse Regina, visiblemente nerviosa.
-Así que al final logró salirse con la suya, señor Galván – le reclama Julio, clavando su mirada acusadora en Mauricio.
-¿Cómo? ¿Ya lo sabías? – pregunta Regina sumamente descolocada.
-Tu hermano me puso al tanto de las intenciones de este individuo – responde Julio sin dejar de mirar con rabia contenida a Mauricio. La idea de que su hija se viera obligada a casarse con aquel desgraciado, que para colmo, le retenía la mirada con arrogancia, incluso le parecía ver un destello de diversión en sus ojos; le provocaba una inmensa rabia que jamás había sentido, al igual que culpa. Había estado demasiado ocupado con los problemas de la constructora y con la actitud de su esposa, que había olvidado darle su apoyo a Regina cuando más lo necesitaba, para evitar que aquel mal hombre que había aparecido para arruinarlos, se saliera con la suya. - ¿Por qué no me contaste que decidiste casarte con él? – pregunta volviéndose hacia Regina, disgustado. –Si tan desesperada estabas, debiste decírmelo… hubiera movido cielo y tierra para evitar que cayeras en las garras de este hombre – añade, cada vez más alterado.
-Será mejor que se calme, señor Moncada… este no es el mejor lugar para montar una escenita. No me gustaría que toda esta gente lo viera perder los estribos – interviene Mauricio con calma.
-No sea cínico, ¡cómo si le importara si me pongo en ridículo o no! – exclama Julio encolerizado.
-¡Papá, por favor! Dejemos este pleito para otro momento… ahora hay cosas más importantes que tenemos que atender – Regina estrecha la mano de su padre entre las suyas, mirándolo suplicante. Lo último que necesitaba en aquellos momentos era un enfrentamiento entre su padre y Mauricio.
Julio observa el rostro teñido por la preocupación de su hija, y de pronto su ira y desesperación comienzan a evaporarse para tomar conciencia del motivo que los había reunido.
-Tienes razón hija… - reconoce con cautela. Su mirada se endurece cuando se vuelve hacia Mauricio. – Ya aclararemos este asunto en otro momento – le asegura. Mauricio le sostiene la mirada, un tanto divertido por la situación.
La llegada de un doctor, quien los aborda con el gesto serio; rompe el tenso silencio que se había instalado entre ellos.
-Señor Moncada, me dijeron que podía encontrarlo aquí – dice acercándose a él.
-¿Qué se le ofrece doctor Briñón? – pregunta Julio con preocupación, con solo ver el semblante del doctor, podía asegurar que no se trataba de nada bueno.
-Tengo que hablar con usted… se trata de su nuera, Nereida Batista – anuncia el doctor.
-¿Qué ha pasado con ella? – se apresura a preguntar Regina, consciente de que todavía nadie le había comentado nada sobre la situación de su cuñada.
-¿Usted es también familia? – pregunta el doctor.
-Sí, es mi hija – responde Julio.
-Bien, acompáñenme… este no es el mejor lugar para hablar – les indica el doctor encaminándose hacia la salida de la cafetería, seguido por los tres, en silencio.
El doctor los conduce hasta el fondo de uno de los pasillos, que se encontraba vacío en aquel momento, donde podrían hablar con calma, sin ser interrumpidos. Mauricio se mantiene a una distancia prudente de ellos, pero lo suficientemente cerca para escuchar al doctor.
-¿Y bien? – pregunta Julio sin poder ocultar su ansiedad.
-Me temo que el estado de su nuera se ha complicado… - responde el doctor, se detiene, tratando de encontrar las palabras adecuadas. –Ha ocurrido un imprevisto con lo que no contábamos… - añade con cautela.
-¿Qué clase de improviso? – pregunta Regina.
-La señora Batista estaba en estado… - responde el doctor.
-¿Estaba? – pregunta Julio.
-Me temo que ha perdido el niño… hemos tenido que operarla de urgencia para detener la hemorragia interna… - responde el doctor con pesar. Julio agacha la cabeza y se quita las gafas para poder masajearse el puente de la nariz, tratando de serenarse. Regina se abraza a su padre, apoyando la barbilla en su hombro, tratando de confortarlo. Era una de las pocas personas que sabía hasta qué punto, tanto Julio como Cecilia; anhelaban un nieto; por lo que era consciente del duro golpe que era para su padre el saber que al mismo tiempo la existencia y la pérdida del mismo. – Lamento que se hubiera enterado de la noticia en estas circunstancias… pero también es justo que sepan, que aunque no se produjera el accidente, ese niño no conseguiría salir adelante – afirma el doctor.
-¿Cómo puede saber eso? – pregunta Regina.
-La señora Batista sufre una malformación en el útero que le impide llevar a cabo un embarazo hasta su final – responde el doctor.
-No entiendo… ¿una malformación? – pregunta Julio casi sin voz.
-Sí… si he decidido contárselo es porque dado que ustedes son la familia más cercana de la señorita Batista en estos momentos con la que puedo hablar, quizás puedan contestarme a una pregunta un tanto delicada pero necesaria para saber cual sería el tratamiento adecuado – anuncia el doctor.
-¿Qué clase de pregunta? – Regina se halla cada vez más confusa.
-¿Saben si la señora Batista se sometió a un aborto clandestino durante su juventud? – pregunta el doctor con prudencia.
Inevitablemente la mirada de Regina se clava en un desconcertado Mauricio, a quien la pregunta le había causado un profundo desasosiego, abriendo viejas heridas y dando paso a los recuerdos de la fatídica noche…
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Avanza indeciso por las caballerizas. Sabía que era un error, ya había tomado la decisión de acabar con aquella locura; pero aún así allí estaba, acudiendo a su llamada a pesar de que en aquel delicado momento, debería estar brindándole su apoyo a la familia por la pérdida de Braulio.
La encuentra finalmente caminando inquieta de un lado al otro en el pequeño cuarto del heno, el cual se había convertido en su inusitado nido de amor.
El rostro de la bella joven se ilumina cuando se percata de su presencia. Sonríe nerviosa y se apresura a rodearlo con sus brazos, atrayéndolo hacia ella.
-Temía que no vinieras… pero tenía que verte - murmura aliviada, hundiendo su rostro en su pecho.
-No debería… - replica él en un susurro. La toma con cuidado por los hombros para apartarla de él. –Es demasiado arriesgado… la gente está comenzando a preguntar por ti en la sala… - asegura con un tono de reprobación.
-Lo sé… pero no me siento con fuerzas para enfrentar a toda esa gente que me ve como la futura señora de Saúl Montesinos… - se excusa ella, temerosa. Él le toma la barbilla con ternura, alzándole el rostro, obligándola a mirarlo.
-Nereida… no podemos seguir así… escondiéndonos como si fuéramos criminales… - le dice con ternura. – Me he jurado a mí mismo que no volvería a verte, que asumiría que eras una mujer prohibida para mí… pero aquí me tienes, a tus pies…incapaz de ignorar tu llamada – añade atormentado.
-Mauricio… - murmura ella emocionada.
-Esto tiene que terminarse aquí… si Saúl llega a enterarse… - comienza a decir.
-Schhhhh – lo interrumpe ella, colocando su dedo índice sobre los labios de él.- No sigas… - añade angustiada – todo esto se me ha hecho demasiado grande, no sé que hacer… - dice al borde del llanto. –Sé que no deberíamos vernos más, que tendría que respetar tu decisión… pero no puedo – añade, toma el rostro de él entre las manos – te amo demasiado – acerca sus labios a los suyos – pero no sé que hacer… - une sus labios con los de él con una mezcla de pasión y desesperación – ayúdame Mauricio… - murmura sin separar apenas sus labios de los de él. Él rodea su cintura con sus poderosos brazos, apretándola contra él, respondiendo al beso con la misma intensidad. –Mauricio, hay algo que tienes que saber… - anuncia ella, rompiendo el beso.
-¿¿QUÉ DEMONIOS SIGNIFICA ESTO??- el desgarrador grito de Saúl rompe en mil pedazos la mágica atmósfera que se había creado entre los dos amantes, quienes separan sus cuerpos bruscamente para encararse con la viva imagen de la ira.
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Regina observa con atención como diferentes sentimientos se reflejan en el rostro de su esposo, antes de que éste se decida a abandonar el lugar con imperiosa necesidad, sin mediar palabra. Una punzada de un extraño sentimiento se instala en lo más hondo de su pecho, provocándole ganas de gritar y llorar. Sin embargo, la consciencia de la presencia de su padre y del doctor, logra apaciguarla para mostrarse serena.
SAN CAYETANO
Permanece impasible mientras observa la desgastada pintura del techo. Aquel era de lejos, el lugar más deprimente en el que había estado. Un olor nauseabundo a medicamentos y a rancio inundaba sus sentidos; a pesar de eso; su estancia en aquella clínica tercermundista bien merecía la pena si con ello lograba la atención de su pichurrín. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba allí, esperándolo; había ensayado mentalmente unas 100 veces las palabras que le diría. Estaba segura de que esta vez comprendería hasta qué punto llegaba su amor por él.
Su corazón comienza a latir apresuradamente cuando escucha que la puerta se abre. Cierra los ojos y respira hondo y se esfuerza en no mostrar una sonrisa de satisfacción. Era él, estaba segura; no podría ser ningún otro.
-¿Señorita Hidalgo? – escucha una voz fuerte y varonil que pronuncia su nombre, muy distinta a la que esperaba oír. Entreabre los ojos para conocer la identidad del intruso que osaba perturbar su espera. Se encuentra con un hombre alto y vigoroso, vestido de uniforme que la observaba intrigado. – Señorita Hidalgo, soy el comandante León Olmedo, ¿me escucha? – pregunta de nuevo.
Aura cierra los ojos con fuerza, haciéndose la dormida. Tenía la esperanza de que aquel agente desistiera en cualquier intento de hablar con ella. Lo último que necesitaba era tener que tratar con policía metiche. –Señorita Hidalgo, sé que está usted despierta – insiste con un deje de impaciencia en su voz. Se acerca unos pasos a ella. – Me creería su teatrito si dejara de agarrar las sábanas con tanta fuerza… - añade. Aura deja de escapar un suspiro, exasperada y finalmente abre los ojos.
-Está bien… ¿qué rayos quiere? – pregunta irritada, comenzando a incorporarse para sentarse.
-Necesito hablar con usted por lo sucedido esta mañana en La Poderosa – responde el comandante, agarrando una silla para sentarse cerca de ella.
-Nada que le incumba a usted – replica Aura a la defensiva.
-Me incumbe dado que afecta a la seguridad de los habitantes de este pueblo – afirma el comandante con calma.
-Oiga, la muñeca que corté era mía… de nadie más. Y yo no soy ninguna habitante de un pueblucho de quinta – protesta ella enérgicamente.
-Usted ha acudido esta mañana a una propiedad privada, con un cuchillo amenazando a su propietaria… ¿sabe que podría presentar cargos contra usted si quisiera? – pregunta con calma.
-Esa niña no dice más que tonterías… yo no fui allá para matarla, no soy ninguna asesina – responde Aura alterada.
-No sé si será usted una asesina o no, pero por lo que me han comentado, padece graves trastornos psicológicos que la convierte en peligrosa – anuncia el comandante incorporándose. – Así que le aconsejo que se ponga en tratamiento lo antes posible, antes de que tengamos que lamentar algo más que unos leves arañazos – añade.
-¿Arañazos? – pregunta Aura indignada. - ¿Usted sabe las marcas que me van a quedar en mi preciosa muñeca? ¿Sabe la cantidad de pulseras tendré que ponerme para que no se me note? – insiste abochornada. Aquel imbécil estaba menospreciando su gran sacrificio de amor, convirtiéndolo en un simple paripé.
-Seamos sinceros, señorita Hidalgo… todo el mundo al que he preguntado sobre el asunto, aseguran que usted no tenía intención de suicidarse; sino coaccionar a la señora Galván para que dejara a su marido; y eso es un delito. Así que le aconsejo que busque ayuda psicológica cuanto antes. – le comunica con solemnidad el comandante antes de dirigirse hacia la puerta.
-¡Será cretino! – grita ella encolerizada, agarra su almohada para lanzársela contra la cabeza de él, que en ese momento se halla frente a la puerta.
El comandante se detiene al sentir el golpe de la almohada sobre su cabeza, suspira hondo.
-¿Sabe que si quisiera podría considerar esto como un atentado a la autoridad? – pregunta secamente, sin siquiera volverse para mirarla.
-Acúseme de lo que quiera, usted no es más que un simio con uniforme – arremete ella, cruzándose de brazos.
-Seré un simio señorita, pero por lo menos no estoy de psiquiátrico. Que pase una buena noche – replica con tranquilidad, antes de abandonar la instancia; sin siquiera dedicarle una triste mirada.
-¡Oiga imbécil, no tiene ni idea de con quién está hablando! ¿Me oyó? Con solo una llamada puedo hacer que lo boten del cuerpo – chilla Aura, fuera de sí. Se sentía herida y humillada; no sólo su pichurrín no se había dignado en ir a ver como se encontraba, sino que ahora todo el mundo en aquel mugroso pueblo la tachaba de loca, cuando lo único que era, era una mujer enamorada; a la que el amor de su vida, había hecho a un lado sin la más mínima consideración. Pero no tenía que darle importancia a lo que pensaran de ella, después de todo, desde su más tierna infancia había sido objeto de críticas y habladurías, y había aprendido a vivir en su mundo perfecto sin que la opinión de los demás le afectara; y así seguiría. Aura Hidalgo nunca se rendía, y mucho menos ahora. Mauricio iba a saber la clase de mujer que era, y entonces, ya nada les impediría estar juntos de nuevo.
La imagen que veía a través del cristal, parecía de lo más desesperanzadora. Sobre la cama, rodeada de máquinas y tubos se hallaba la mujer que tiempo atrás iba a darle un hijo. Se veía tan frágil y desdichada como aquella noche que destruyó sus vidas. Ahora, tantos años después, entendía el por qué de su llamada casi desesperada. El motivo de su último encuentro: Nereida estaba embarazada. La pregunta planteada por el doctor, no había hecho más que abrir la herida, en aquel momento miles de dudas y sentimientos encontrados lo asaltaban. Sentía la imperiosa necesidad de hablar con Nereida cuanto antes para poder acallar las voces del pasado que lo atormentaban.
-No sé por qué no me sorprende encontrarte aquí – la voz de Regina a sus espaldas, lo aparta de su ensimismamiento. La siente acercarse a él, sin embargo permanece inmóvil, mirando a través del cristal. En aquel momento lo último que necesitaba era que lo sometieran a un tercer grado, y conociendo a Regina, no quedaría satisfecha hasta hallar la respuesta a sus preguntas.
-Ahora no es el momento – replica él, cortante.
-Para ti nunca es el momento, cuando se trata de hablar del pasado – replica Regina molesta. Mauricio deja escapar un profundo suspiro de irritación antes de voltear, dispuesto a irse de allí. –Ahh, no… eso sí que no – replica ella apurándose para interponerse en su camino, dispuesta a impedir que se marchara. – Tú de aquí no te vas así por las buenas – lo amenaza, mirándolo desafiante.
-Regina, no estoy de humor para tus pataletas – le advierte Mauricio.
-Y yo estoy harta de que todo el mundo me oculte cosas – repone Regina alzando la voz.
-Por favor, bajen la voz. Este no es lugar para discutir – les reclama una enfermera que acababa de salir de la UCI , con cara de pocos amigos.
-Oh, sí… disculpe – se excusa Regina, abochornada. La enfermera se aleja de allí, no sin antes dedicarles una nueva mirada de advertencia.
-Ya deja de ponerte en evidencia, recuerda donde estamos – le reclama Mauricio con frialdad. Regina aprieta los labios con fuerza, tratando de contener las ganas de llorar que llevaban acosándola durante todo el día.
-Sí, eso debería de hacer… dejar de ponerme en evidencia – murmura Regina con burla, observa a través del cristal la imagen de Nereida sobre la cama. – No te preocupes, ya no te molestaré más… pero solo quiero darte una consejo, si de veras todavía tanto te importa ella… - vuelve su cara para clavarle una mirada cargada de resentimiento - ¿por qué no te la llevas lejos y desapareces de nuestras vidas para siempre? – le pregunta entre dientes antes de darse media vuelta y alejarse de allí a grandes zancadas, sin darle oportunidad a Mauricio a replicar.
Recorre sin rumbo fijo por los pasillos del hospital, hasta que encuentra los servicios de señoras, donde se apresura a encerrarse. Se deja caer sentada sobre el frío suelo del lavabo, se abraza a sus piernas con fuerza y finalmente deja brotar las lágrimas que llevaba tratando de contener durante todo el día. Llora con amargura, en aquel momento se sentía desdichada y perdida. Pero sobretodo, sentía un profundo dolor en su pecho después de comprender que Mauricio todavía seguía sintiendo algo por Nereida. Y era ese profundo dolor el que la llevaba a reconocer una verdad que había tratado de negarse a sí misma, una verdad que la angustiaba y la abrumaba al mismo tiempo: se había vuelto a enamorar de Mauricio.
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