lunes, 20 de junio de 2011

CAPÍTULO 32

CAPÍTULO XXXII









SAN LORENZO


Morelia (Ana Claudia Talancón) reposa su cabeza sobre el pecho desnudo de Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán), tratando de acomodarse en la pequeña bañera donde pretendían disfrutar de un baño romántico.


-Definitivamente, esta bañera es demasiado pequeña – asegura Morelia haciendo un puchero.

-Eso podría considerarse una ventaja, así estamos más pegaditos – le susurra Miguel Ángel al oído, divertido.

-Eres un embaucador… - sonríe Morelia, se encuentra totalmente relajada entre los brazos de su amado. - ¡No sabes como echaba de menos estos momentos! – exclama.

-Yo también – afirma Miguel Ángel antes de depositar un dulce beso sobre el cabello de su amada.

-Cariño… hace tiempo que le estoy dando vueltas a un asunto… - comienza a decir Morelia pensativa.

-¿De qué se trata? – pregunta Miguel Ángel relajado.

-Hace más de 10 años que estamos juntos… ambos nos amamos, nos conocemos mejor que nadie… - comienza a decir. Se incorpora para voltearse y mirarlo a los ojos – He pensado que quizás deberíamos empezar a pensar en… casarnos… - añade con cuidado, temerosa de la reacción de Miguel Ángel. Ella más que nadie sabía de la reticencia que tenía su novio hacia toda la parafernalia de las bodas. – Ya sé que no te gustan las bodas… que no necesitas firmar ningún papel para demostrar cuanto me quieres… pero es que últimamente he estado dándole vueltas al asunto y… me haría ilusión vestirme de blanco y jurarte amor eterno frente al altar… - añade atropelladamente. Su corazón comienza a latir a mil por hora por la incertidumbre, mientras Miguel Ángel la observa durante unos segundos que le parecen eternos, sin decir nada; con una expresión indescifrable grabada en su rostro.

-De verdad, ¿te haría ilusión? – pregunta Miguel Ángel sumamente serio.

Morelia traga saliva con dificultad y asiente convencida. En ese momento Miguel Ángel se incorpora bruscamente en la bañera para salir de ella ante una aterrada Morelia, a quien miles de terribles ideas comenzaban a golpear su cabeza. Él se vuelve y le tiende la mano, invitándola a salir. Indecisa acepta su ayuda y sale de allí para reunirse con él.
En ese momento, para su asombro, él hinca su rodilla en el suelo y se arrodilla frente a ella, tomándole la mano.

-Morelia Fuentes, te conocí siendo apenas una chamaca terca y flacucha que se la pasaba persiguiéndome hasta que finalmente conseguiste que cayera rendido a tus pies… juntos hemos recorrido un largo camino plagado de emociones, descubrimientos, bellos momentos… otros no tan buenos… juntos hemos crecido y nos hemos complementado…  lejos de extinguirla, hemos logrado avivar la llama de nuestro amor a pesar de los años y las dificultades… por todo ello y porque desde siempre supe que eras la mujer de mi vida; me atrevo a preguntarte… Morelia Fuertes, ¿me concederías el inmenso honor de ser mi esposa? – pregunta mirándola con intensidad.


Morelia se lleva la mano al pecho, emocionada. Pequeñas lágrimas de alegría comienzan a recorrer su hermoso rostro. En aquellos momentos su corazón brincaba con la mayor de las dichas. Tenía frente a ella al hombre que había amado desde niña, haciéndole al fin la gran pregunta de la forma más bonita que podría imaginar.
Asiente con la cabeza, exultante. Tenía un nudo en la garganta debido a la emoción que le impedía articular palabra. Él sonríe al tiempo que se incorpora para estrecharla entre sus brazos. Ella se aferra a él con una fuerza casi desesperada, sin poder aguantar más tiempo las lágrimas que pugnaban por salir de sus hermosos ojos.



ACAPULCO


No había tenido oportunidad en toda la velada de hablar a solas con el señor Malaquides, o para ser sincera, tampoco se había sentido con ganas de abordarlo para hablar de la constructora. Las enigmáticas palabras de aquella mujer la habían desconcertado sumamente. Y más cuando la había observado conversando animadamente con Mauricio; ambos parecían conocerse de antes y mantener una relación bastante estrecha.

Se tumba sobre la cama, sin siquiera desvestirse, sumida en sus pensamientos. Mauricio se hallaba en el baño preparándose para dormir, nada más entrar en la habitación se había encerrado allí sin mediar palabra; ni siquiera había tenido el detalle de dejarla pasar a ella primero. Y sabía a que se debía su actitud distante: estaba disgustado con ella por la vergüenza que le había hecho pasar delante de aquella gente importante que ahora  pensaba que el disciplinado e implacable hombre de negocios no era más que un pelele en brazos de su joven y alocada esposa.
Sonríe orgullosa por su actuación. Ahora Mauricio sabía que no era un hueso duro de roer, que no pensaba amoldarse a sus exigencias por las buenas. Al día siguiente los habían invitado a jugar al golf, de nuevo estarían los “amigos de negocios” de Mauricio con sus esposas; allí tendría otra vez oportunidad de seguir con su táctica de molestar a Mauricio y de paso acercarse a Antonio Malaquides; y de paso averiguar un poco más acerca de la relación que unía a Mauricio con aquella mujer.


Sale del baño vestido solamente con la parte de abajo del pijama. Había decidido darse una ducha de agua fría para tratar de calmar los ánimos. Le había costado horrores mantener la compostura en la dichosa cena, y no llevarse a Regina a un lado para recriminarle su comportamiento infantil. Y el único motivo por el cual no lo había hecho era porque sabía que probablemente no hubiera podido contenerse si estaba con ella a solas. Regina se había pasado gran parte de la noche rozándolo, abrazándolo y tocándolo, él era consciente que todo era un paripé; pero ella no tenia ni idea de lo que sus caricias habían provocando en él; había hecho grandes esfuerzos por no llevársela de allí para hacerla suya. Pero aquello no había sido lo peor, ya que ahora venía la peor prueba, tendría que dormir en la misma cama de Regina, sin tocarla.  Eso le pasaba por  haberla obligado a compartir cama para tratar de molestarla; ahora él tendría que pagar las consecuencias de su estúpida idea.

En cuanto sale a la recamara, la ve acurrucada en una esquina de la cama, totalmente inmóvil. Todo indicaba a que se había quedado dormida con el vestido puesto. Resopla disgustado, aquel corsé era demasiado apretado como para permitir que durmiera con él puesto.
Se acerca a ella para moverla lentamente tratando de despertarla, pero al parecer ella estaba demasiado rendida, así que es inútil. Resignado, comienza a desvestirla con sumo cuidado. Pequeñas punzadas de deseo se hacen patentes en él en cuanto sus manos rozan su suave piel. Trata de hacer caso omiso a la urgencia que cada vez se había más visible en su entrepierna mientras la incorpora con cuidado para deshacerse del vestido, tira de él hacia abajo, dejándola solamente con su ropa interior.
Aparta las sábanas cuidadosamente para acomodar a Regina y luego la cubre con ellas con urgencia para apartar de su mirada hambrienta aquel hermoso cuerpo semidesnudo;  sin que ella se despierte en ningún momento.
Se permite unos instantes para contemplarla mientras duerme. Parecía tan bella e inocente mientras dormía, debía de estar sumida en un bonito sueño, ya que en sus labios dibujaba una tenue sonrisa.  Casi sin darse cuenta extiende su mano para acariciarle la cara con algo parecido a la ternura, sería tan fácil dejarse envolver por aquella dulce locura… abrumado por sus pensamientos, se incorpora bruscamente para alejarse de ella. Se dirige al armario en busca de una manta y finalmente se encamina hacia la sala, con la intención de pasar la noche en el sofá.



LA ASCENSIÓN



Observa con resignación como su madre se enjuaga las lágrimas con el pañuelo por enésima vez aquella mañana. Desde su llegada, haría cosa de una media hora; Cecilia (María Sorté) no había dejado de sollozar y reclamarle a Julio que no le dijera la verdad cuando se enteró del accidente. Julio (Otto Sirgo), por su parte; escuchaba sus reproches con paciencia y resignación; ya en su momento le había explicado sus motivos y ahora no le quedaba más que asumir las consecuencias de su decisión.


-Mamá, por favor, ya cálmate… si sigues así vas a sufrir un ataque nervioso – la tranquiliza Saúl (Eduardo Santamarina).

-Ay, hijo… es que solo pensar que podría haberte perdido, me parte el alma – solloza Cecilia, acariciando la cara de su hijo con la mano temblorosa.

-Pero no me has perdido… eso es lo que debe importarte – insiste Saúl, casi desesperado por calmar a su madre.

-¡Pero podrías haber muerto y yo no me hubiera enterado! – añade Cecilia de nuevo al borde del llanto.

-Ya, cariño… no te martirices – le dice Julio mientras se acerca a ella para acariciarle la espalda con cariño.

-¿Qué no me martirice? ¿Acaso sabes la angustia que siente una madre cuando uno de sus hijos está al borde de la muerte y más cuando su esposo se lo oculta de una forma tan vil? – pregunta alzando la voz, histérica. Julio se aparta de su esposa, visiblemente exasperado.

-Aquí nadie está al borde de la muerte… - replica Saúl tratando de mantenerse sereno, aquella actitud dolida y angustiada de su madre comenzaba a enervarlo.

-Si me disculpan, voy un momento a la cafetería… necesito un café bien cargado – se excusa Julio contrariado antes de abandonar la estancia.

-No deberías juzgarlo tan duramente… solo quería evitarte el disgusto – afirma Saúl.

-Pues lo único que ha hecho es retrasarlo y que me enojara con él… - replica Cecilia limpiándose los restos de las lágrimas. - ¿Y tu hermana, dónde está? No la he visto por aquí… - carraspea incómoda, tratando de parecer serena e inquebrantable al mencionar a su hija menor.

-Regina ha tenido que ocuparse de unos asuntos… - comienza a responder Saúl.

-¡Esto es inconcebible! – exclama Cecilia fuera de sí, incorporándose de la silla - ¡Cómo puede esa niña anteponer esa maldita hacienda a la salud de su hermano! – exclama alterada.

-Mamá, cálmate… yo ya estoy fuera de peligro… por eso ella se fue… - trata de excusarla Saúl.

-¡No trates de excusarla, porque su comportamiento no tiene perdón de Dios! – exclama encolerizada. - ¡Maldito viejo del demonio! Nunca debí de daros su recado… sabía que no podía traernos más que desgracias… ¡Maldito viejo! – camina de un lado a otro sin dejar de maldecir, llevándose las manos a la cabeza.


Saúl vuelve los ojos hacia arriba, en señal de hastío. En aquel momento no estaba en condiciones de seguir aguantando los numeritos de su madre. En ese momento la puerta de la habitación se abre dando paso a una deslumbrante Zoraida (Ingrid Martz), quien no duda en correr hacia la cama para abrazar a un sorprendido Saúl.


-¡Saúl, gracias a Dios que estás bien! – exclama aliviada.

-Zoraida, me estás lastimando – protesta Saúl incómodo. Ella se aparta apresurada.

-¡Oh, perdón, es que no pude contenerme! – exclama ella con timidez.


Saúl vuelve su mirada hacia su madre, que en aquel momento había detenido su ir y venir de lamentos para mirarlo con la culpabilidad grabada en los ojos.


-Hijo, espero que no te moleste que haya traído a Zoraida conmigo… ella estaba de visita en la casa cuando tu padre me avisó… y fue un gran apoyo – comienza a excusarse.

-Estaba esperando en la cafetería para dejaros intimidad un tiempo prudencial, porque no quería entrometerme… pero ya no podía aguantarme para ver como estabas con mis propios ojos – se disculpa Zoraida tomando asiento en una esquina de la cama, junto a Saúl.

-Es cierto, no sabes lo mal que lo pasó cuando supo lo del accidente… la pobre se preocupa tanto por ti… – añade Cecilia acercándose a Zoraida para posarle la mano en el hombro en señal de apoyo.


Saúl observa a las dos mujeres con recelo, consciente de sus intenciones. No era ningún secreto para él el gran cariño que sentía su madre por Zoraida y que todavía mantenía la esperanza de que él dejara a su esposa para fijarse en ella.
En aquellos momentos no tenía fuerzas ni ganas para discutir ni tratar de hacerles entender a las dos mujeres que no tenía intención de dejar a su esposa; y mucho menos ahora, cuando por su culpa estaba tumbada en una cama rodeada de máquinas. Ahora sabía mejor que nunca, lo mucho que amaba a su mujer; y estaba dispuesto a permanecer a su lado, aunque todo el mudo estuviese en su contra.



ACAPULCO


Se encamina apurada hacia el comedor con la esperanza de que siguieran sirviendo el desayuno a pesar de  la hora. Se le habían pegado las sábanas y su flamante esposo no se había dignado a despertarla a tiempo, puesto que no había ni rastro de él en la habitación; ni tan siquiera una nota le había dejado.
No quería reconocerlo, pero le atormentaba la idea de que no hubiera pasado la noche en la habitación, ya que el lado de la cama donde se suponía que había dormido, se hallaba intacto; todo apuntaba a que finalmente había dormido ella sola en la gran cama.
Sus sospechas parecen confirmarse nada más llegar al comedor, al ver a Mauricio (Fernando Colunga) desayunando muy bien acompañado por la rubia despampanante de la noche anterior. Siente como el aguijón de los celos la sacude sin piedad; invadiéndole una terrible sensación de vacío. Su corazón se encoge y se le forma un nudo en la garganta. Odiaba sentirse tan desvalida por culpa de Mauricio; pero no podía evitarlo, por mucho que pataleara, por mucho que luchara, que se resistiera; aquel sentimiento no parecía dispuesto a desaparecer, para su desgracia.
Respira hondo, tratando de aparentar una serenidad y autosuficiencia que estaba lejos de sentir; y con paso firme se aproxima a la mesa.

-¡Buen provecho! – exclama con una falsa cortesía, interrumpiendo la conversación.

-Buenos días, bella durmiente – la saluda Mauricio al tiempo que se incorpora para apartarle la silla – pensé que ya no despertarías hasta la hora de comer – añade indicándole que se siente, galantemente.

-Buenos días, Regina, ¿cómo amaneciste? – pregunta Amaranta (Martha Julia) mirándola divertida.

-Divinamente – responde Regina (Michelle Vargas)  mirándola sonriente mientras toma asiento; evitando mirar a Mauricio. -¿No ha venido el licenciado Malaquides contigo? – pregunta como quien no quiere la cosa mientras se acomoda.

-Oh, no; Antonio tenía muchos pendientes en el ayuntamiento, así que decidí darme una pasadita para desayunar con un viejo amigo – responde guiñándole un ojo a Mauricio.

-¡Vaya, no sabía que tenías tantas amigas, pichurrín! – exclama con cierto cinismo, agarrando la carta para concentrarse en leerla.

-Soy un hombre muy sociable – replica él divertido, al tiempo que voltea la carta que sostenía Regina, la cual estaba leyendo del revés. Ella carraspea incómoda y seguidamente deja la carta sobre la mesa.

-Pensándolo mejor, ya es demasiado tarde para desayunar – afirma Regina, contrariada; consciente de que Amaranta la miraba burlonamente.

El sonido de un celular irrumpe el incómodo silencio que se había creado.

-Oh, discúlpenme un momento – dice Amaranta incorporándose para tomar la llamada; dejándolos solos.

-Así que ya le estás buscando sustituta a la Barbie Malibú… - murmura Regina cínicamente. –Bueno, ésta por lo menos tiene un timbre de voz aceptable – añade.

-Aunque no lo creas, Amaranta no es ninguna chica florero… es más inteligente de lo que seguramente estás pensando – afirma Mauricio.

-¡Oh, sí, ahora que lo dices; creo recordar que me suena haber  leído en el periódico que estaban pensando en darle el premio Nobel! – exclama Regina irónicamente. Una sonora carcajada brota de la garganta de Mauricio, haciendo que Regina por fin lo mire, con los ojos achinados por la desconfianza.- ¿Qué es lo que te causa tanta gracia? – pregunta.

-Lo celosa que estás… - le susurra divertido, acercando su rostro al de ella peligrosamente.

-No seas tarado, yo no estoy celosa – replica ella, dándole pequeños toquecitos en la frente con su dedo índice. – Sólo que me ese tipo de mujeres con las que te codeas, me sacan de quicio. Parecen tigresas en celo – añade cruzándose de brazos y dándole la espalda.

-Parece que ha habido complicaciones en el ayuntamiento, Antonio quiere que le ayude con algunos temas; así que lamentándolo mucho, ya me retiro – Amaranta se acercó de nuevo a ellos, para despedirse y agarrar su bolso.

-Te acompaño, precisamente tenía intención de pasarme por allí para actualizar algún papeleo – afirma Mauricio incorporándose, para el asombro de Regina, quien no podía creerse el descaro de aquel par. – Querida, lamento no poder comer contigo hoy; tengo que resolver algunos asuntos de la constructora. Estate preparada a las 3, mandaré a alguien que te recoja para llevarte al campo de golf – le informa cortésmente.

-Oh, claro… no te preocupes por mí “pichurrín”, estoy segura de que encontraré algo con lo que entretenerme – replica Regina con una falsa sonrisa mientras se incorpora. – Mientras siga teniendo tarjeta de crédito… - le murmura al oído antes de depositar un fugaz beso en su mejilla. – Nos vemos, Amaranta – la saluda antes de abandonar el restaurante ante la incómoda mirada de Mauricio.

-Algún día tendrás que explicarme la verdadera razón por la que te casaste con esa muchachita – dice Amaranta mirándolo con curiosidad.

-Cosas de la vida, que es un cajón de sorpresas – asegura Mauricio quedamente cediéndole el paso galantemente. Ella sonríe levemente, aquel era un tema que la intrigaba sobremanera; estaba segura de que existía algún motivo oculto para que Mauricio se casara con aquella insoportable; y estaba dispuesta a descubrirlo, costara lo que costara.



SAN VICENTE



Desciende del coche ágilmente, portando con ella su amado equipo fotográfico. Al fin se había decidido a darle uso para captar aquellos hermosos paisajes que la rodeaban, y no tenía intención de hacerlo sola. Sonríe con picardía al imaginarse a Miguel Ángel posando para ella rodeado de aquella naturaleza tan salvaje; sin duda alguna, no podría encontrar otro modelo mejor.
Avanza con paso decidido, sin perder la sonrisa; hacia la casona. Se detiene, un tanto extrañada; cuando atisba a una joven desconocida que en aquel momento sale de la misma, ataviada con ropa para montar. La muchacha repara en seguida en su presencia y se acerca a ella con una agradable sonrisa dibujada en sus labios.

-Hola, tú debes de ser Camila – la saluda Morelia (Ana Claudia Talancón) sonriendo. Camila (Ana Serradilla) no puede evitar mirarla con una mezcla de sorpresa y desconfianza. – No me mires con esa cara, Miguel Ángel me ha hablado de ti – añade, para mayor desconcierto de Camila. – Yo soy Morelia – se presenta tendiéndole la mano.

-Mucho gusto – acierta a responder Camila, estrechándole la mano cortésmente. –Lamento no poder decir lo mismo, puesto que Miguel Ángel no me había hablado de ti… ¿sois familia?– pregunta desconcertada.

-Oh, ¿no te ha hablado de mí? – Pregunta Morelia divertida – Entonces quizás debería sentirme algo herida… - añade sonriendo. – No, no somos familia… todavía; soy su novia – responde.

Las palabras de Morelia impactan en Camila como si de una bofetada se tratara. De pronto, toda la ilusión y alegría que había sentido aquella mañana se esfuman dando paso a una sensación helada de vacío  y desilusión, que hacía mucho tiempo que no sentía.

-¿No… novia? – susurra más para ella misma, abrumada por la inesperada revelación.

-¡Camila, qué agradable sorpresa! – exclama Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán) animado, acercándose a ambas mujeres; totalmente ajeno al estropicio que había causado la noticia de su novia a la pobre Camila. Ella alza su mirada para observarlo detenidamente. Aprieta los puños y suspira hondo, para mantener la compostura y no recriminarle su silencio. Bien cierto es que ella era también culpable, jamás había osado preguntarle si era un hombre libre o no. Solamente había sido una estúpida, que había creído ingenuamente que existía una especie de vínculo especial que los unía que podría ir más allá que una simple amistad.  –Veo que ya has conocido a mi Morelia – añade él, rodeando e su novia por la cintura, cariñosamente.

-Cariño, creo que la pobre se ha impactado un poco por la noticia – dice Morelia con calma, le da un pequeño golpe en el hombro – y todo por no haberle hablado de mí como se debe, truhán – le reclama divertida.

-Lo cierto es que no salió la conversación… - se excusa Miguel Ángel acariciándose la nuca con cierto bochorno.

-Claro… estábamos tan pendientes de las idas y venidas de nuestros amigos, que ni siquiera nos paramos a hablar de nosotros mismos – añade Camila, carraspeando incómoda. En aquel momento no le apetecía seguir con aquella conversación.

-Vaya, veo que has traído tu cámara, ¿te has decidido a hacer las fotos de las que me platicaste? – pregunta Miguel Ángel, cambiando el tema.

Camila observa la bolsa del equipo que llevaba al hombro sorprendida, con aquel descubrimiento se le había olvidado completamente el motivo por el cual había acudido a la hacienda.

-¿No me digas que eres fotógrafa? – pregunta Morelia juntando ambas manos, emocionada. - ¡A mí me encanta la fotografía! Teníamos pensado dar una vuelta por las tierras a caballo, ¿por qué no te vienes con nosotros y así tomas tus fotografías? – la invita complacida.

-Esto… - Camila trata de buscar mentalmente algún tipo de excusa para volver a La Poderosa; en aquellos momentos lo que menos le apetecía era compartir la mañana con la feliz pareja.

-¡Claro, es una idea magnífica! – exclama Miguel Ángel. – Voy a ordenar que preparen otro caballo – añade encaminándose a los establos, sin darle tiempo a replicar siquiera.

Camila suspira resignada mirando como Miguel Ángel se aleja. Pronto vuelve su mirada hacia Morelia, quien a su vez la mira con una cálida sonrisa en sus labios.
Se maldice para sus adentros, no solo había puesto sus ojos en un hombre comprometido; sino que su novia parecía un auténtico encanto, a la que ni siquiera podría considerar como una rival. Y para colmo, ahora le quedaba una dura mañana acompañada por una pareja que parecía sacada de una novela rosa. En aquellos momentos daría cualquier cosa por que se abriera un gran agujero a sus pies por el cual desaparecer.

-¿Vamos? – pregunta Morelia tendiéndole la mano. Camila la observa extrañada, pero antes de que se pueda dar cuenta, Morelia la agarra por la mano y tira de ella mientras ríe divertida.

-“Perfecto, ya parecemos Pili y Mili” – piensa Camila con resignación mientras la sigue tratando de responder a su entusiasmo.




ACAPULCO


Avanza con seguridad hacia el campo donde le habían indicado que se encontraba su esposo con sus amigos. En seguida divisa al grupo de las “esposas” sentadas en una elegante mesa, tomando unos refrigerios mientras observaban a lo lejos a sus esposos jugando al golf.

-¡Regina! – exclama doña Ofelia (alias la señora del perro) haciendo aspavientos con las manos enérgicamente, para llamar su atención. -¡Ven, siéntate aquí con nosotras! – exclama indicándole una silla vacía, que parecía estar esperándola a ella.

Suspira hondo tratando de relajarse, lo cierto es que no le apetecía nada socializar con aquellas señoras y seguir con la farsa de recién casados felices y enamorados; lo único que le interesaba en aquel momento era poder abordar a Antonio Malaquides para tratar de convencerlo para que diera luz verde al proyecto de Acapulco. Había estado estudiando los informes que su padre le había mandado por fax, y ya tenía un discurso ensayado que pensaba soltarle en cuanto tuviera oportunidad.

Se acerca a la mesa, resignada a esperar con las demás esposas la vuelta de los hombres, que se encontraban de lo más entretenidos.

-Buenas tardes – las saluda Regina (Michelle Vargas) con una cordial sonrisa dibujada en sus labios. De pronto sintió algo peludo que rozaba sus piernas, baja la mirada para descubrir al pequeño caniche que nuevamente, parecía encaprichado con su calzado.

-¡Oh, parece que le has caído bien a Pin pin, podría decirse que lo tienes rendido  a tus pies! – exclama Ofelia divertida ante las risas de las demás esposas.

-Sí, ¡qué gracioso! – exclama Regina entre dientes, apresurándose a tomar asiento tratando de zafarse del can.

-¡Nuestros maridos están de lo más concentrados en el juego! – exclama una de las mujeres mirando hacia el grupo que se encontraba junto a uno de los hoyos.

-Sí, y esa Amaranta parece de lo más encantada de verse rodeada de tanto caballero – asevera otra de las mujeres, visiblemente contrariada.

En ese momento Regina vuelve a sentir, para su pesar; el inconfundible aguijón de los celos cuando observa como Amaranta se apoya en su esposo sonriendo divertida mientras parecen intercambiar tácticas, sin que parezca molestarle al señor Malaquides en lo más mínimo que su supuesta pareja esté coqueteando con otro.

-¡Esto es el colmo del descaro! – murmura Regina entre dientes, para sí. Se incorpora decidida – si me disculpan, me apetece dar unos cuantos swings – añade convencida  dirigiéndose hacia un coche golf que estaba aparcado cerca de ellas.

-¿No prefieres ir a buscar un equipo antes? – pregunta Ofelia sorprendida.

-No se preocupe, no creo que a mi pichurrín le importe si uso el suyo  – responde Regina con seguridad acomodándose dentro del coche golf.


No tenía intención de dejar que su esposito disfrutara de una tarde tranquila, recibiendo piropos y halagos de aquella descarada. Arranca el coche, encaminándose hacia el hoyo en el que se encontraban, cuando de pronto un pequeño intruso se cuela dentro del vehículo. Chasquea la lengua disgustada al ver al caniche comenzando a morder los cordones de sus tenis otra vez. Aquello ya comenzaba a rondar la obsesión por parte del can, ni que fuera el mismísimo Mauricio el que lo hubiera entrenado para fastidiarla.

-Pin pin, bájate… sé bueno… - trata de apartarlo con la mano, sin perder de vista el camino.


Lejos de detenerse, el caniche responde con un gruñido y tirando con más fuerza de los cordones.  Disgustada, trata de apartarlo con más fuerza, durante un segundo aparta la vista del volante mientras trata de espantar al perro con más contundencia; entreteniéndose más de lo esperado, sin darse cuenta de que el coche golf va directamente hacia un árbol.


-Cuidado – escucha un grito de advertencia, pero es demasiado tarde. Solo le da tiempo a incorporarse para ver como el pequeño vehículo impacta contra el árbol, impulsándola contra el volante con violencia.
Tras el golpe, un dolor punzante comienza a martillear su cabeza y todo parece dar vueltas a su alrededor. Instintivamente se lleva las manos a la cara y algo viscoso se impregna en sus dedos, cuando aparta sus manos para ver lo que es, alarmada descubre que es sangre.

-¡Regina! – una voz conocida retumba en su cabeza y antes de que pueda darse cuenta alguien la alza en brazos para sacarla del pequeño vehículo, mientras el caniche comienza a corretear nervioso alrededor del gentío que se había congregado junto al coche golf.

-Ay, ¡pobrecita! ¿No será mejor que llamemos a una ambulancia? – pregunta Ofelia alarmada.

-No deberías moverla, Mauricio… ¿qué pasa si tiene una lesión interna? – pregunta una de las mujeres.

-Déjalo mujer, él sabrá lo que hace – replica otra de las mujeres.

Mauricio (Fernando Colunga) avanza con Regina en brazos, haciendo caso omiso al alboroto que se había formado; con la intención de llegar a la enfermería cuanto antes. Lucha por mantener su mente serena, centrándose en el camino que le quedaba, para no pensar en la angustiosa sensación que lo había invadido al ver el choque; la misma que había sentido aquella noche al llegar a la casona y ver el forcejeo con Aura.

-Ay, mi cabeza – se queja Regina frotándose la frente dolorida, haciendo un puchero.

-Eres un peligro andante… no sabes más que crear el caos a tu paso  – le recrimina Mauricio entre dientes.

-Idiota… - murmura ella indignada. Ni siquiera en aquel momento perdía la oportunidad de molestarla.

-Bueno, si todavía tienes fuerzas para insultarme… eso quiere decir que no estás del todo mal – afirma Mauricio con calma.


Regina trata de moverse con dificultad, en un vano intento para que la deje en el suelo, sin embargo solo logra que él la apriete más contra sí mismo, aprisionándola entre sus brazos.
Resopla con resignación al tiempo que apoya la cabeza en el hombro de Mauricio y alza sus brazos para rodear su cuello, apretándose contra él en lo que podría considerarse como un íntimo abrazo.





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