sábado, 18 de junio de 2011

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO XII









LA PODEROSA

Regina (Michelle Vargas) y Camila (Ana Serradilla)  entran en una de las recamaras entre risas. Después de semanas de separación, las jóvenes tenían muchas cosas que contarse.
-¿Qué te parece esta recamara? ¿Te gusta? – pregunta Regina. – Le diré a Modesta que la arregle y la adecente un poco… - añade. Camila observa la recamara complacida.
-Sí, esta está bien – responde.
-Lo cierto es que esta casona es enorme, el ala este está prácticamente inhabitable, pero tengo intención de rehabilitarla en cuanto pueda – dice Regina convencida, con las manos posadas en las caderas, mirando a su alrededor.
-Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites – dice Camila sentándose en el borde de la cama – pero antes de nada;  explícame por qué esta mañana cuando llegamos tu hermano y yo fuimos recibidos por el presumido de Fabián – añade con cierto reproche.  Regina entrelaza las manos y se sienta al lado de Camila.
-Lo mismo me pregunto Saúl – dice Regina.
-Tenías que ver su cara cuando lo vio… creí que iba a saltarle al cuello de un momento a otro  – dice Camila divertida provocando la risa de Regina.
-No me cabe la menor duda, jajaja… Pues verás, resulta que Fabián se presentó aquí hace cosa de una semana, me dijo que se había dado cuenta de que me quería… que ya no tenia intención de seguir siendo una marioneta en manos de su padre… y que quería ayudarme con la hacienda – comienza a relatar Regina.
-¿Y tú le creíste, mi Regis? ¿No será que lo envió su papá? – pregunta Camila con cinismo.
-Según él su papá no sabe que él está aquí…al parecer él también le prohibió que me ayudara con la hacienda – responde Regina con resignación.
-Hay que ver, tu mamá y ese hombre parecen cortados por el mismo patrón – dice Camila molesta. – Pero mejor cuéntame, ¿por qué has cambiado de opinión con respecto a Fabián? ¿Acaso le creíste todo a pies puntillas?  – pregunta preocupada.
-No he cambiado de opinión, sigo sin querer casarme con él… solo que ahora somos amigos, los dos comprendimos que nuestros papás intervinieron en nuestra relación y ahora estamos empezando desde el principio… para saber si de veras queremos estar juntos o no – responde Regina.  Camila la mira ceñuda.
-Pues yo sigo sin fiarme ni un pelo – replica cruzándose de brazos. Regina la mira sonriendo.
-Pues claro, a ti nunca te cayó bien Fabián – añade divertida.
-Pues como para caerme bien, después de cómo te trató… como un mero objeto decorativo, ni más ni menos – asegura Camila.
-Cami…- le reprocha Regina.
En ese momento son interrumpidas por una alterada Modesta (Ana Martín) que irrumpe en la recamara violentamente.
-Ay niña, niña – se detiene para tomar aire. Regina y Camila se levantan alarmadas para acercarse a ella.
-¿Qué ocurre Modesta? – pregunta Regina preocupada.
-Su hermano, niña… se ha enterado de que Mauricio Galván es el dueño de San Lorenzo y se fue para allá hecho una furia – responde Modesta. Regina la mira impactada, sabía que tarde o temprano llegaría ese momento, pero ahora que había llegado, una sensación de pánico y agobio comenzaba a invadirla.
-¡Maldita sea! – exclama alarmada saliendo de la recamara como alma que lleva el diablo, sin darle tiempo a las dos mujeres a reaccionar.
-¿Pero qué es lo que pasa? – se pregunta intrigada.


SAN LORENZO


Mauricio (Fernando Colunga) desciende de su pura sangre y se lo entrega a uno de sus peones, antes de seguir su camino hacia la casona. Le habían informado de que un hombre, que no había querido identificarse, lo estaba buscando. Observa a lo lejos un hombre que camina de un lado a otro desesperado, como tratando de serenarse. Conforme avanza y reconoce al hombre, una insolente sonrisa se forma en su rostro.
-Vaya, vaya, vaya… ¡qué agradable sorpresa! – exclama Mauricio burlonamente. Saúl se detiene al verlo, y sin mediar palabra se abalanza contra él para estampar su puño en la cara de Mauricio. Este se lleva la mano a la comisura del labio, del que comenzaba a brotar sangre y lentamente vuelve la mirada hacia Saúl, que lo mira con la respiración agitada por la rabia.
-Eres un malnacido, infeliz… te advertí que no te cruzaras en mí camino – le grita Saúl fuera de sí haciendo que se forme en el rostro de Saúl una cínica sonrisa.
-Lo lamento, pero no pude evitarlo… tu camino es demasiado grande – dice burlonamente instantes antes de devolverle el golpe.
-Eres un desgraciado – dice Saúl entre dientes, mirándolo con rabia mientras se acaricia la zona golpeada. Los dos hombres se miran fijamente,  un inmenso odio se reflejaba en las miradas de ambos hombres; un odio encarnizado, y antiguo, que no había hecho sino aumentar con el paso del tiempo y la distancia.
-No más que tú – le recrimina Mauricio tratando de mantenerse lo más impasible posible.
-Ni te creas que vas a salirte con la tuya patán… antes prefiero matarte y pudrirme en la cárcel a dejar que me hundas y te quedes con la hacienda, ¿me oíste? -  chilla Saúl fuera de sí.
-Venga, aquí te espero… pero esta vez, apunta como un hombre no como un cobarde – replica Mauricio irónicamente; tratando de darle con sus palabras donde más le dolía. Los dos hombres se miran fijamente, sin moverse, antes de enzarzarse en una ardua y violenta pelea cuerpo a cuerpo, tratando de descargar toda aquella rabia acumulada durante tanto tiempo. Dejando que el odio y la venganza tomaran su cuerpo y su alma.
Varios peones se acercan al lugar alarmados por el alboroto y se detienen sorprendidos al ver al patrón dándose de golpes con aquel desconocido. Se miran indecisos, sin saber si intervenir o no, ya que los dos hombres se pegaban con ganas y cualquiera que se interpusiera corría el riesgo de no salir bien parado. Un carro llega en esos momentos, del que desciende Regina que corre hacia la pelea.
-¡Ya está bien! ¡Deteneos! – les grita inútilmente, pues ellos parecen no escucharla – Saúl… Mauricio – chilla desesperada. Mira a los peones – No os quedéis mirando como bobos y haced algo – les exige. Pero los peones se miran dudosos. Regina resopla molesta y decide armarse de valor para detener aquella masacre. – Parad – les exige al tiempo que se acerca a ellos. Pero se acerca demasiado y uno de los golpes que iba dirigido a Mauricio acaba recibiéndolo Regina en el estómago, haciendo que pierda el equilibrio llevándose las manos a la parte golpeada.
-¡Regina! – grita Saúl desesperado al ver a su hermana caer al tiempo que corre hacia ella. Mauricio se detiene y voltea para ver a Regina en el suelo, resintiéndose del golpe. Se acerca preocupado, pero manteniéndose a una distancia prudente.
Saúl se agacha junto a su hermana para ayudarla a incorporarse pero ella lo rechaza.
-Déjame, no me toques – le reclama mientras se incorpora con cierta dificultad. – No son más que un par de bestias – les reclama dolida – no importa lo que haya sucedido entre ustedes, pero este no es modo de arreglar las cosas – añade mirándolos a los dos furiosa.
En ese momento Aura, alertada por los gritos, sale al pórtico, con la mascarilla de albaricoque en la cara.
-¿Qué pasa aquí? – pregunta colocando las manos en las caderas, llamando la atención de los presentes por su estrafalario aspecto. Regina mira a Aura molesta y se encamina hacia el carro con paso decidido. Saúl mira a Mauricio amenazante.
-Te lo advierto Mauricio, aléjate de mi hermana y de su hacienda… no me obligues a tomar medidas drásticas – le dice con furia contenida. Mauricio sonríe con malicia.
-No sería la primera vez… pero no te olvides de una cosa… yo no soy mi padre… no les debo nada  - dice Mauricio mirándolo intensamente. Saúl lo mira con odio; si no fuera porque su hermana había aparecido de improviso, podría haberlo matado con sus propias manos. Y si ahora no lo hacia, precisamente era porque ella todavía estaba cerca. Voltea para tratar de alcanzarla, tratando de expulsar de su cuerpo aquel demonio que lo había poseído cuando se enteró de que el hombre que más odiaba estaba en aquel lugar.
-Pichurrín, ¿qué hacía esa muchacha aquí? – Pregunta acercándose a él, mira alarmada su rostro marcado por los golpes -  ¿Y quien era el hombretón que te marcó tu bello rostro? ¡Dios Santo, deja que te cure! – exclama alarmada mientras lleva su mano a la cara de él para acariciarlo, pero él se aparta bruscamente.
-Déjame, yo me cuido solo – responde enojado y se dirige hacia la casona. Aura se queda sola y aturdida.


LA PODEROSA

Regina detiene la camioneta y se dirige hacia la entrada de la casona con paso acelerado. La camioneta en la que viajaba Saúl llega escasos segundos después, él desciende a toda prisa y logra alcanzar a Regina antes de que entre en la casona, la agarra por un brazo y la voltea hacia él.
-Regina, ¿Por qué no me dijiste que era Mauricio el dueño de San Lorenzo? – pregunta. Ella lo mira fijamente.
-Esperaba a decírtelo tranquilamente… y evitar precisamente este lamentable espectáculo – responde Regina molesta.
-Regina… tú no lo entiendes… ese hombre y yo somos enemigos, ¿no entiendes? – Pregunta él – no puedo permitir que se salga con la suya… solo quiere destruirnos – añade.
-¿Y vas a evitarlo desfigurándole el rostro? ¿Matándolo a golpes? – Pregunta Regina – Así solo conseguirás terminar tus días entre rejas… y me importa un comino que Mauricio sea ahora tu enemigo, no voy a permitir que te destruyas a ti mismo – añade con firmeza. Mira a su hermano, y su rostro se torna en preocupación al ver los moratones – Saúl, ¿por qué no me dices el por qué de este odio tan atroz que os tenéis ahora? – pregunta mirándolo suplicante.
-Él me traicionó… yo que lo consideraba como un hermano… - responde Saúl dolido – ese maldito bastardo nos engañó a todos, resultó no ser más que un infeliz – añade.
-¿Pero cual fue su traición? No es cierto que lo agarraron robándole al abuelo, ¿verdad? – pregunta Regina mirándolo expectante. Saúl la mira con el semblante endurecido, sin decir nada.
-Se atrevió a llevarse lo que no le pertenecía – responde con solemnidad antes de encaminarse hacia la casona dejando a su hermana aturdida y extremadamente preocupada por lo que se avecinaba. Sabía perfectamente que ese odio que su hermano y Mauricio se tenían solo podía traer desgracias, y ella no sabía qué hacer para evitarlo.

Fabián se dirige de vuelta a la casona, a lomos de uno de los caballos de la hacienda. Había recorrido maravillado los hermosos parajes que esta albergaba, aunque también había descubierto, con preocupación, los campos desiertos y descuidados. Haría falta mucho trabajo para devolverle su vieja gloria y él estaba dispuesto a ayudar a Regina a lograrlo costara lo que costara, era consciente de que ella lo necesitaba y esta vez no pensaba fallarle. Al fin hacía algo por su propia voluntad y no por no defraudar a su estricto padre. Desde su llegada a ese lugar, se sentía más libre y dueño de sí mismo.
A lo lejos divisa la llegada del carro de Regina, seguido por otro del que desciende Saúl.  Observa como los dos hermanos parecen discutir y como Saúl se aleja, dejando a Regina atrás, quien permanece inmóvil, como aturdida. Sin esperar un segundo más espolea al caballo para acercarse a ella.
-Regina – la llama, captando la atención de ella, que se voltea para mirarlo. Él desciende del caballo y se acerca a ella. – Os he visto discutir, ¿ocurre algo? – pregunta preocupado.
-Me temo que ocurren muchas cosas, Fabián – responde Regina afligida. Él la toma con suavidad por los hombros.
-¿Todavía sigue molesto contigo por lo de la hacienda? – pregunta intrigado.
-No… no… gracias a Dios parece que ya lo ha asumido… - responde ella con una triste sonrisa – es otro asunto… - añade acariciándose la frente – es solo que estoy preocupada por él… pero ya sabes lo terco que es cuando quiere – añade.
-¿Tiene ese asunto algo que ver con el hombre que quiere comprar la hacienda? – pregunta él. Regina lo mira sin decir nada, confirmando sin palabras las sospechas de Fabián.- ¿Qué es lo que ocurre con ese hombre? ¿Acaso quiere haceros daño? - pregunta preocupado.
-Lo lamento Fabián, pero no me gustaría involucrarte en este asunto... es algo que ni yo todavía tengo claro – responde Regina. Le acaricia una mejilla con cariño – No me lo tomes a mal, ¿sí? Pero quiero estar segura de lo que está sucediendo antes de confiárselo a alguien más – añade.
-No te preocupes, yo te entiendo -dice él con un deje de decepción.
-Gracias – dice Regina sonriendo. Se encamina hacia la casona.
-Regina – la llama él, ella voltea para mirarlo. -Sé que todavía no confías en mi plenamente -  responde él mirándola fijamente – no me importa cuanto tenga que esperar para ganarme tu confianza, y demostrarte que soy sincero... pero voy a estar aquí para lo que necesites... sea lo que sea, yo voy a ayudarte – añade. Regina lo mira con una sonrisa complacida antes de entrar en la casona.

Al anochecer…


SAN LORENZO


Mauricio contempla su imagen reflejada en el espejo del austero cuarto de baño de la nueva habitación de huéspedes que había decidido ocupar a partir de ahora. Su rostro traslucía la rabia y la impotencia que sentía en aquellos momentos. Al fin se había librado el enfrentamiento abierto que tanto tiempo esperara, un cara a cara sin la necesidad de contenerse ni mantener la compostura ante ningún mono de feria. Al fin había logrado mitigar una milésima parte de su ira contenida golpeando con sus puños el rostro y el cuerpo de su enemigo.
Pero aún así no podía evitar sentirse frustrado por el efecto que había producido en él ver a Regina en el suelo, como consecuencia de sus actos. Ella se había interpuesto entre los dos y había salido dañada, ese hecho no era más que un presagio de lo que se avecinaba... y ella había pagado parte de las consecuencias. Había comprendido en ese instante lo inevitable, Regina iba a salir lastimada de la lucha abierta que mantenía con Saúl... era algo que sabía que iba a ocurrir, algo que había meditado y asumido tiempo atrás... pero lo que no entraba en sus planes es que le afectara de aquella forma.
Fercho entra en el cuarto de baño en ese instante.
-Aquí le traigo el alcohol, el algodón y las gasas que me pidió – dice dejando dichos objetos encima de la pequeña repisa.
-Gracias Fercho, puedes retirarte – dice Mauricio sin siquiera mirarlo.
-¿No quiere que lo ayude? - pregunta el empleado preocupado.
-No – responde toscamente.
-Patrón... si me permite – comienza a decir preocupado. Era consciente de que Mauricio había recibido una buena golpiza – aunque el otro no se había quedado atrás – y necesitaba ayuda para sanar sus heridas.
-No necesito ayuda de nadie Fercho... y ahora hazme el favor y déjame solo – lo interrumpe, alzando la voz, irritado.
-Está bien, como mande – dice Fercho antes de salir sigilosamente de la estancia.
Mauricio apoya ambas manos en el bidé y hunde la cabeza.


LA PODEROSA


-¡Auug! - se queja Regina al sentir el contacto del algodón empapado en alcohol contra su codo herido.
-Ya no se queje tanto, parece niña chiquita – la reprende Modesta. Camila observa la escena pensativa, apoyada contra la pared y con los brazos cruzados.
-Pues no presiones tanto el algodón, además el alcohol escuece mucho... ¿no hay yodo? - pregunta.
-No, ya no queda. Además esto le pasa por meterse en cosas de hombres – le reprende Modesta.
-Es que a Regina siempre le ha gustado meter las narices en todo – dice Camila despreocupadamente.
-Ya, no me recriminen más... a poco iba a dejar que se mataran ahí como purititos salvajes – se defiende Regina.
-Haber llamado a los peones para que los separaran, niña. No meterse usted de por medio – dice Modesta.
-Eso hice, pero los muy tarugos se quedaron mirando como bobos y no hicieron nada – dice Regina.
-¡Hombres! Y luego presumen de muy machitos – dice Camila con sarcasmo. Se acerca a la cama, donde estaban sentadas Modesta y Regina. - ¿Por qué se peleó tu hermano con ese hombre? - pregunta intrigada.
-Porque lo odia – responde Regina con amargura. - Mejor dicho, los dos se odian mutuamente – añade.
-¿Y por qué motivo? - pregunta Camila.
-Porque ese hombre al parecer traicionó a mi hermano cuando los dos eran muy amigos... y mi hermano no lo perdonó, luego lo acusaron por ladrón y lo botaron de estas tierras... y poz ahora volvió convertido en un hombre rico... para hacerse con esta hacienda como revancha – responde Regina – esa es, hasta ahora, la versión que yo tengo de los hechos... porque nadie quiere decirme que fue lo que en realidad sucedió – añade, mirando a Modesta significativamente. Ésta desvía la mirada apenada.
-¿Y eso por qué? ¿A que viene tanto secretismo? - pregunta Camila molesta. - Ni que estuviéramos en una novela de Mary Higgins Clark – añade.
-Lo mismo me pregunto yo – dice Regina. Mira a Modesta – Modesta, ¿por qué no nos sacas de la duda? Por favor, yo necesito saber por qué mi hermano y Mauricio se odian tanto – le pregunta suplicante.
-Lo lamento niña, pero juré no hablar  de ese tema – responde Modesta apenada.
-Ajá... así que lo sabes – dice Regina incorporándose súbitamente. - ¿quien te lo hizo jurar? - pregunta. Modesta esquiva su mirada acobardada.
-Su abuelo, niña – responde Modesta. - Por favor, no me haga romper mi juramento... si quiere saber pregúntele a su hermano y a su mamá – añade.
-¿A mi mamá? - pregunta Regina asombrada.
-Sí, niña. Su mamá sabe mucho sobre ese asunto... - responde Modesta con cierto rencor. Se incorpora – Con su permiso, todavía tengo muchas cosas que hacer – añade antes de retirarse, cerrando la puerta tras de sí.
-¡Guacala! Esto está tomando tintes de culebrón, mi Regis – exclama Camila sorprendida. Se sienta a su lado – solo queda saber quien va a ser el galán de la historia – añade con picardía dándole un cariñoso codazo. Regina la mira sin decir nada y, emitiendo un hondo suspiro, se deja caer hacia atrás, sobre el mudillo colchón. -¿No me digas?  ¿Ya lo encontraste? Anda, mi Regis... no me dejes con la duda... ¿no será el presumido de Fabián, verdad? - le dice zarandeándola levemente.
-No voy a decirte nada... porque no hay ningún galán – dice Regina.
-Ya, eso no te lo crees ni tú – replica Camila molesta – Ya, cuéntame – añade. Regina se incorpora y la mira dudosa.
-Está bien, pero júrame que esta conversación no va a salir de aquí – le dice mirándola seriamente. Camila simula sellarse la boca.
-Te lo juro, de esta preciosa boquita que Dios me dio no va a salir nada de lo que me cuentes – dice Camila.
-Está bien – dice Regina – tengo que contarte muchas cosas sobre ese hombre... Mauricio Galván – añade.
-¿Con el que se golpeó tu hermano? - pregunta Camila sorprendida. Regina asiente sin decir nada. - Vaya, creo que esta historia sí me va a gustar...

Rufina (Carolina Gaitán) observa embelesada uno de los caballos que se hallaban en el establo, se acerca a la casilla del animal y se apoya en la baranda tendiendo la mano en la que guardaba un terrón de azúcar.
-Ven bonito, toma... - le dice tiernamente. El animal la mira durante unos instantes con desconfianza, pero termina por rendirse ante la tentación que ella le ofrecía y se acerca para tomar el terrón de azúcar. - Te gusta, ¿verdad? - pregunta ella sonriendo. Los caballos eran su adoración desde niña. Su padre se dedicaba a su cuidado en una rica hacienda situada en una de las regiones vecinas, y ella siempre lo había ayudado en su labor, de mil amores. Sentía que entre aquellos animales lograba  superar la timidez que la caracterizaban.
-A Lucho le encanta el azúcar... pero mi papá dice que no es bueno consentirlo demasiado – dice una voz infantil a sus espaldas. Rufina voltea y observa con curiosidad al pequeño que la miraba con una sonrisa en los labios.
-Ah, vaya. No te había escuchado entrar – dice ella. El niño (Alejandro Felipe) sonríe.
-Es que mi abuela dice que camino como fantasma... -dice el niño. Frunce el ceño mientras la estudia con detenimiento. - Nunca te había visto antes por aquí... - añade.
-Es que recién comencé a trabajar hace poco – dice Rufina.
-Ah... te contrató Regina bonita, ¿verdad? - pregunta Tomasito.
-Así es – responde Rufina sonriendo.
-Tomás – lo llama Juan (Fabián Robles) entrando por la puerta. - La abuela te anda buscando para que le hagas un recado – añade.
-¿Otro papi? Órale, la abuela debe verme pinta de mensajero o algo parecido – protesta Tomasito.
-Ya, deja de quejarte y vete junto ella – dice Juan colocando las manos sobre las caderas.
-Está bien. Pero advierto que un día de estos voy a fijar unas tarifas por mis servicios – dice el niño dirigiéndose a la puerta. Voltea para mirar a Rufina – adiós señorita, gusto en conocerla – añade.
-Adiós – se despide Rufina. Tomasito se va ante la atenta mirada de los dos adultos. Rufina mira a Juan tímidamente – No sabía que tenías un hijo – dice.
-No preguntaste – dice él secamente agarrando un saco de pienso situado junto a la puerta. Rufina siente una pequeña punzada de decepción por el trato frío de él. Observa como abre el saco frente a una de las cuadras.
-¿Vas a darle de comer? Si quieres puedo ayudarte – se ofrece.
-No, gracias. Puedo solo... tú mejor vete para la casona, ha llegado el hermano de la patrona y otra señorita de la capital, así que hay mucho trabajo para que andes holgazaneando por ahí – le reprende él con dureza, sin siquiera mirarla. Rufina baja la mirada apenada.
-Tienes razón, lo mejor será que deje de hacer el tonto. Con permiso – dice ella tímidamente y se va apresuradamente. Juan voltea para verla marcharse, contrariado. No le gustaba nada aquella muchacha, su cara le era familiar, pero ella parecía querer mantener en secreto el nombre de la hacienda en la que había trabajado, y eso le causaba mucha desconfianza. Hacía tiempo que había aprendido a no confiar en las mosquitas muertas.


Fabián (Carlos Ponce) entra lentamente en la estancia; consciente de que iba a ser protagonista de una escena no del todo agradable. Saúl (Eduardo Santamaría) observaba como la noche caía sobre la hacienda a través de la ventana.
-Me dijeron que querías platicar conmigo – dice Fabián al fin.
-Sí, pasa y cierra la puerta. – dice Saúl sin siquiera voltearse. Fabián sigue escrupulosamente las indicaciones del hombre que debería ser su cuñado.
-Hoy os he visto a Regina y tú discutir, ¿va todo bien entre ustedes? – pregunta Fabián, tratando de romper el tenso ambiente que se había creado. Saúl voltea para mirarlo fríamente.
-Ese es un asunto que no te incumbe – responde Saúl toscamente.
-Todo lo que tenga que ver con Regina me incumbe – replica Fabián incómodo. Saúl lo observa con atención durante unos segundos, antes de acercarse a él lentamente.
-¿Ah sí? ¿Desde cuando? – pregunta con una burlona sonrisa en sus labios.
-Desde que me di cuenta de que la quiero, estoy enamorado de ella – responde Fabián mirándolo con seguridad.
-¿De verás? ¿Y cuándo te diste cuenta? ¿Cuándo te revolcabas con tu amante mientras mi hermana sufría por tu indiferencia? – pregunta acercándose a él; amenazante.
-Sé que me comporte como un egoísta… no espero que lo entiendas; pero cuando me dejó, me di cuenta de mi error. Y estoy dispuesto a todo por enmendarlo – lo encara Fabián. Sabía que convencer a Saúl era una dura prueba, que una palabra de él; podría echar todos sus avances con Regina a perder. No había tenido el valor suficiente para confesarle que había estado con otras mujeres durante su noviazgo.
-¡No me digas! ¿No será que estás siguiendo órdenes de tu querido papito? –
-¡Ya estuvo bueno, Saúl! Estoy harto de tus sarcasmos. Amo a tu hermana, estoy aquí para apoyarla en su decisión de levantar esta hacienda; y si lo hago no es precisamente porque mi padre tenga interés en ello; sino porque al fin he decidido tomar mis propias decisiones. Al igual que Regina, he decidido liberarme del yugo sobreprotector de mi padre. No estoy dispuesto a que nadie me diga lo que tengo que hacer, ni qué decisiones tomar. Y no me importa si me crees o no; porque mientras Regina me lo permita, permaneceré a su lado. Te guste o no – responde Fabián alzando la voz; encarándolo.
-Por tu bien, espero que sea verdad lo que dices. Te voy a estar vigilando Fabián – dice Saúl con serenidad, señalándolo con el dedo – Y si vuelvo a ver a mi hermana derramar una sola lágrima por ti… haré que te arrepientas hasta de haber nacido, ¿me has entendido? – pregunta amenazante. Fabián traga saliva con dificultad.
-Por supuesto, pero no te preocupes. Nada de eso va a ocurrir. – responde Fabián secamente antes de abandonar la estancia dando un sonoro portazo.


LA PODEROSA

En el comedor principal de la casona, los comensales hacían cuenta de la suculenta cena que Modesta había preparado, sin mediar palabra. Regina estaba sentada en la cabecera de la mesa – le había ofrecido su sitio a Saúl para no hacerlo de menos, pero él había rechazado su ofrecimiento alegando que era ella y no él, la dueña y señora de aquel lugar – a su derecha estaban sentados Fabián y Camila; y a su izquierda Saúl y Nereida. Nadie se atrevía a hacer referencia al revuelo que se había montado en la casa cuando Saúl había conocido el nombre de su “nuevo” vecino.
-Esta tarde he vuelto a recorrer la hacienda a caballo, parece que poco a poco va cobrando vida… cada vez me parece más hermosa  – dice Fabián, tratando de romper el incómodo silencio. Regina sonríe orgullosa.
-Pues si ahora te lo parece, espera no más que vuelva a ser lo que era – dice sonriendo.
-Eso si es que no te cansas antes de jugar a los terratenientes – dice Nereida con cierto cinismo, arrastrando las palabras. Regina la mira molesta.
-Óyeme, ¿qué te pasa? Para tu información esto no es ningún juego para mí – se defiende Regina.
-Por favor, Nereida. Tengamos la cena en paz – dice Saúl secamente.
-Eso, en vez de soltar veneno, deberías darle las gracias a Regina por abrirte las puertas de su casa – dice Camila.
-Lo siento, pero solo dije lo que pensaba... si eso es un delito, vamos, prendedme... además ya sabemos todos que nuestra Regina no sabe dar un paso al frente sin el consentimiento de su mamita – dice Nereida con dificultad antes de dar un gran sorbo al vaso de vino que tenía sobre la mesa. Saúl deja violentamente el tenedor sobre el plato y se incorpora.
-¡Ya basta, Nereida! - exclama enojado. La agarra bruscamente por el brazo obligándola a levantarse.
-Pero, ¿qué haces? Suéltame, me estás lastimando – se queja ella.
-Tú y yo ya terminamos de cenar – dice Saúl molesto. Mira a su hermana.
-Que os aproveche la cena, disculpad el lamentable espectáculo – dice tratando de contener su enojo.
-No te preocupes, Saúl... - dice Regina preocupada. Él se acerca a ella para darle un beso en la frente y se aleja arrastrando a Nereida con él.
-Miren no más, los estragos del alcohol... - dice Camila con desaprobación. Regina mira hacia la puerta por donde se habían ido su hermano y su esposa hace escasos segundos, con preocupación. No entendía por qué Nereida había decidido refugiarse en el alcohol aquella tarde, supuestamente debería sentirse dichosa por el regreso de su esposo, pero por el contrario, parecía atormentada e intranquila.
-¿Sabes si tienen problemas? - pregunta Fabián intrigado, captando la atención de Regina.
-Pues hasta donde yo sé... están como siempre... ya sabes que su relación dista mucho de ser un matrimonio feliz... - responde Regina.
-¿Y por qué no se divorcian? - pregunta Camila.
-Eso sí que no me lo preguntes a mí... - responde Regina.

Saúl empuja a Nereida dentro de la habitación y cierra la puerta con un violento portazo. Nereida se acaricia el brazo dolorida y lo mira burlona.
-¿Por qué me sacaste de allí? No sabes que divertido era ver la cara de tu hermana cuando le solté sus verdades – dice ella entre risas.
-Debería darte vergüenza... ¡estás borracha… otra vez! - exclama indignado.
-¡Vaya, no me había dado cuenta! - exclama ella dándole la espalda para acercarse a la ventana.
-Estás así por él, ¿verdad? - pregunta él furioso sin obtener ninguna respuesta por parte de ella. Encolerizado se acerca a ella a grandes zancadas y la agarra por el brazo bruscamente para voltearla hacia él. - ¡Respóndeme! Es por él, ¿verdad? - pregunta alzando la voz. Nereida lo mira con los ojos llorosos.
-Es por los dos... cuando vi que te marchaste hecho una furia pensé que alguno de los dos resultaría muerto – responde ella alterada. Se aparta de él violentamente – Desde que supe que Mauricio había regresado, he estado en un sin vivir... sin saber cómo decírtelo... o qué sucedería cuando te enteraras – añade comenzando a sollozar.
-Tenías miedo por él, ¿no es verdad? Tenías miedo a que pudiera matar a tu querido Mauricio – grita él fuera de sí.
-¡No! Tenía miedo por ti... por ti... - grita ella con lágrimas en los ojos – no quería que volvieras a perder el control... no quería volver a verte convertido en un monstruo – añade entre llanto. Saúl la mira conmocionado por sus palabras, mientras ella comienza a dejarse caer apoyando la espalda contra la pared, hasta acurrucarse en el suelo, abrazada a sí misma. Saúl se acerca a ella abatido, se agacha junto a ella y la estrecha entre sus brazos con fuerza. 

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