CAPÍTULO XVIII
Nereida (Bárbara Mori) observa desde la ventana el desolado paisaje de los campos asolados por las llamas. Pronto todo quedaría reducido a la nada, estaba segura. Regina no tendría más remedio que ceder y pactar con Mauricio o bien dejar que los demás terratenientes se repartieran la hacienda… Regina había perdido la guerra, y ella estaba segura de que alguien estaba detrás de todo aquello. Sentía cierta pena por su cuñada, sabía lo mucho que ella había luchado por aquella hacienda, las esperanzas que había puesto en ella; pero así era la vida: alguna vez se gana y otras muchas, se pierde. Y a Regina, le había tocado perder.
La puerta se abre violentamente en ese momento dando paso a una enojada Camila (Ana Serradilla), Nereida voltea mirándola enojada.
-¡Así que aquí estabas! – exclama Camila enojada.
-¿Quién te crees que eres para entrar así en mi recámara? – pregunta Nereida acercándose a ella para encararla, furiosa. Camila se cruza de brazos, mirándola con severidad.
-Ahí abajo todo el mundo está tratando de ayudar apagando el fuego o preparando las cobijas y comida para los peones, mientras tú y tu querida nana están aquí de brazos cruzados sin hacer nada – dice Camila encolerizada. Nereida la mira fríamente.
-Mi nana está reposando por culpa de la medicación… y yo no tengo nada que hacer ahí abajo, lo único que haría sería entorpecer el trabajo – replica Nereida convencida.
-¿Acaso te crees una princesita? Regina te ha acogido en su hacienda, a pesar de que su relación nunca fue buena…y tú te la pasas aquí encerrada o paseando sabe Dios por donde como si fueras la dueña y señora – dice Camila enojada. Nereida se dirige hacia la puerta.
-Tú no eres quien para reclamarme… solo Regina y ella no lo ha hecho, así que ya te estás largando de mi recamara – dice Nereida, agarrando la puerta.
-Pues si me largo – la agarra violentamente por un brazo.
-Pero, ¿qué haces idiota? Suéltame – le exige Nereida enojada.
-Pero tú te vienes conmigo – dice Camila convencida. Agarrando a Nereida con fuerza mientras la arrastra consigo hacia las escaleras, sin hacer caso a las quejas e insultos de Nereida.
Regina (Michelle Vargas) comienza a recobrar la consciencia, abriendo los ojos lentamente, con dificultad. Apenas podía respirar ni divisar nada por causa del humo. Con mucho esfuerzo logra sentarse sobre el suelo y se lleva la mano a la cabeza, aturdida tratando de ubicarse. El sonido de la madera al descomponerse se hace cada vez más persistente, las vigas que sostenían el techo comenzaban a debilitarse, amenazando con derrumbarse. Regina trata de incorporarse pero no lo logra, se siente débil y quebradiza… el dolor de cabeza comienza a tornarse insoportable.
Observa aterrada como las caballerizas comienzan a desplomarse a su alrededor, sin que pueda hacer nada por salir de allí. Desesperada cierra los ojos con fuerza mientras que comienza a rezar una plegaria suplicando por su vida.
De pronto unos fuertes brazos la alzan del suelo, cargándola. Instintivamente se abraza con fuerza al cuerpo del hombre que con facilidad y premura esquiva las llamas y las maderas caídas hasta salir al exterior. A pesar de sus intentos por fijar la visión, Regina no logra identificar a su salvador, pero lo cierto era que se trataba de un hombre alto y con una complexión física envidiable.
Una vez fuera, el hombre la deposita en el suelo y se inclina ante ella, con el rostro tenso por la preocupación, mirándola con reproche. Regina vuelve a abrir los ojos para conocer al fin el rostro del hombre que le había salvado la vida.
-¿Se puede saber en qué estabas pensando? ¿Acaso te volviste loca? – pregunta Mauricio (Fernando Colunga) visiblemente enojado. Regina lo mira desorientada durante unos segundos tratando de recordar todo lo sucedido.
-¿Cómo… cómo sabías que estaba ahí? – pregunta ella con dificultad.
-Vi como salían los caballos y supuse que alguien se hallaba dentro abriendo los compartimentos… cuando entré, logré divisarte a través del humo… jamás pensé que pudieras ser tan imprudente – le recrimina con dureza. Regina lo mira aturdida y se lleva la mano a la cabeza a la par que trata de incorporarse dificultosamente, Mauricio la agarra por la cintura para ayudarla. Regina se aparta levemente de él para observar el establo en llamas.
-Todo… todo está perdido… - susurra conmocionada con los ojos bañados en lágrimas. Mauricio observa la desoladora imagen que se extiende ante sus ojos, sintiendo una punzada de dolor al ver la hacienda en la que había vivido los años más felices de su vida, asolada por las llamas.
-Vamos, será mejor que te lleve para la casona – dice Mauricio tratando de ocultar su conmoción. Regina vuelve su mirada hacia él.
-¡Fuiste tú! ¿No es cierto? – pregunta furiosa al tiempo que le golpea el pecho con fuerza. -¡Tú provocaste el fuego para presionarme! – le grita fuera de sí, mientras lo golpea una y otra vez. Mauricio le agarra por las muñecas con fuerza, obligándola a mirarlo de frente.
-¡Ya, Regina, deja de decir estupideces! – le grita alterado. Regina lo mira con los ojos humedecidos antes de romper en un llanto desconsolado. Llevado por un impulso, Mauricio la abraza con fuerza; mientras ella termina por desmoronarse en sus brazos.
Camila (Ana Serradilla) se dirige apurada hacia la despensa, había dejado a Nereida junto con Modesta, organizando las cobijas y los alimentos en la cocina. Pero ella se sentía demasiado inquieta como para permanecer dentro de la casona, cuando sabía que fuera se estaba librando una dura batalla contra el fuego, así que había decidido entrar en acción. Sabía que en la despensa, situada junto a la casona era donde guardaban los cubos y trapos viejos.
La puerta se hallaba abierta, entra apresurada, ya que no había tiempo que perder. Se detiene bruscamente al descubrir que había alguien más en la despensa. Un hombre se hallaba de espaldas a ella, rebuscando entre unos sacos viejos.
Camila se detiene para mirar al extraño con cautela, sigilosamente agarra una escoba que estaba apoyada contra la pared, al lado de la puerta. En ese momento el hombre se incorpora, y se vuelve justo en el momento en que Camila golpea su cabeza con el palo de la escoba.
El hombre se lleva la mano a la cabeza, aturdido mientras mira a Camila con los ojos desorbitados.
-¿Se puede sabes qué hace, loca? – le pregunta con rabia. Camila mira al hombre con temor.
-Es usted un desgraciado, ni se crea que voy a dejar que se vaya de rositas después de lo que hizo – le grita Camila tratando de ocultar su nerviosismo.
Miguel Ángel (Luís Roberto Guzmán) vuelve a tocarse el lugar donde aquella loca lo había golpeado, y comprueba preocupado, que de la herida comenzaba a brotar un hilillo de sangre.
-¡Maldita sea! Es usted una criminal peligrosa – exclama mirándola furibundo acercándose unos pasos. Ella agarra el mango de la escoba con más fuerza.
-Ni te acerques, desgraciado – grita ella blandiendo el palo de la escoba, amenazante. Sin perder de vista al hombre se acerca a la puerta de la despensa. - ¡Muchachos, acabo de encontrar al pirómano! – grita con todas sus fuerzas. Miguel Ángel la mira sorprendido. Se acerca a ella mientras cubre su herida con la mano.
-¿Pero qué hace loca? Creo que se ha equivocado de persona – replica él enojado – yo no he causado el fuego – añade.
-¡Que no se acerque he dicho! – le grita ella amenazándolo con el palo de la escoba.
-Bien, ya estoy harto – dice él enojado, agarra violentamente el palo de la escoba tirando hacia él. Camila no puede oponer resistencia y se precipita hacia delante sin soltar el palo de la escoba; cayendo sobre Miguel Ángel, quien también pierde el equilibrio.
Los dos se precipitan irremediablemente al suelo, ella sobre él. En el momento que Fercho y otro peón entran en la despensa.
-Este… ¿va todo bien por aquí? – pregunta Fercho algo incómodo. Camila cierra los ojos y apoya la frente contra el pecho de Miguel Ángel, totalmente avergonzada por la situación.
-No, ¿a alguien le importaría sacarme a esta loca de encima? – pregunta él con visible enojo.
-No hace falta, ya me levanto sola – replica Camila incorporándose con la poca dignidad que le quedaba en aquellos momentos. – Ahora sin me disculpan, ahí fuera hay mucho que hacer – añade a en pie, se arregla el pelo y las ropas, antes de salir con la cabeza alta del lugar. Miguel Ángel la observa salir de allí como si nada hubiera pasado, con incredulidad, sentado en el suelo.
-¡Maldita loca! Debería denunciarla por agresión – le chilla. Pero ella ya parece lejos de su alcance.
Rufina (Carolina Gaitán) vuelve corriendo a la casona, después de llevar las cobijas al granero, tal como Modesta le había ordenado. Aquella caótica situación la tenía sumamente alterada, no solo por las pérdidas y por el peligro para la gente; sino por que su cuerpo se hallaba en permanente situación de alerta.
-Buenas noches palomita – escuchó una voz a sus espaldas. Rufina se sobresaltó al escuchar aquella voz, que le resultaba desconocida pero aterradora a la vez. Decidió acelerar el paso, sin hacerle caso a aquel hombre. – Épale, ¿a dónde te vas, preciosa? – le pregunta él agarrándola por el brazo, volteándola hacia él. Rufina lo mira asustada, con el corazón a punto de estallar.
-¿Qui… quien es usted? – pregunta ella tartamudeando.
-Un amigo que ha venido a devolverte al lugar del que nunca deberías haber salido – responde el Yuca (Alberto Salaberry) con una irónica sonrisa en sus labios.
-Noooo, no quiero, suélteme – replica ella nerviosa, tratando de soltarse. Pero cuanto más lo intenta, con más fuerza la aprieta él contra sí.
-Eso sí que no, no te me pongas brava, sino quieres que te vaya peor – la amenaza él.
-Suéltela, cretino – le exige Juan (Fabián Robles) acercándose a ellos.
-Vaya, que interesante… ¿tan pronto encontraste otro protector? – le pregunta el Yuca burlonamente. Rufina mira a Juan con los ojos anegados en lágrimas por el terror que la situación le producía. Estaba perdida tanto si él la llevaba de vuelta a Las Gaviotas, como si se quedaba… ahora todos sabrían que no era más que una vulgar concubina de don Ícaro.
-¡Que la sueltes he dicho! Ella no quiere ir contigo – dice Juan alzando más la voz. Provocando la risa burlona del Yuca.
-Pobre imbécil, no tienes idea de con quien te estás metiendo – lo amenaza el Yuca. Juan se abalanza sobre el Yuca violentamente, haciéndolo caer al suelo junto con él. Rufina, quien ha conseguido de esta forma liberarse del Yuca, mira horrorizada como los dos hombres comienzan una pelea en el suelo.
El Yuca consigue incorporarse, rebusca con ansia en los bolsillos del pantalón mientras que Juan logra incorporarse.
-¡Juan, cuidado, tiene una navaja! – grita Rufina desesperada al ver el peligroso objeto que el hombre lleva en la mano. Pero a Juan no le da tiempo de reaccionar, nada más incorporarse el Yuca se abalanza sobre él clavándole la navaja en el estómago. - ¡Noooooo! – chilla Rufina desesperada.
Juan se lleva la mano al estómago, en estado de shock, sin dejar de mirar al hombre que tenia frente a él, antes de caer al suelo, sin consciencia.
-¿Ves mugroso? Esto es lo que les pasa a los valientes – le reclama el Yuca con sorna. Rufina corre a agacharse junto a Juan, para socorrerlo. Le toma la cara entre las manos, tratando de despertarlo. –Y tú palomita, será mejor que te vengas conmigo… ese ya está muertito – añade con burla. Ella lo mira con lágrimas en los ojos, no podía creer cuanta crueldad albergaba aquel desgraciado.
-No me voy con usted a ningún lado… máteme si quiere, pero yo no vuelvo junto a ese monstruo – chilla ella histérica. El Yuca chasquea la lengua disgustado, se acerca a ella amenazante.
El sonido de unas voces acercándose lo hace detenerse en seco. Varios hombres se estaban acercando al lugar.
-¡Auxilioooooooooooooooooooooo! – grita Rufina con todas sus fuerzas.
-Esto no se va a quedar así palomita – la amenaza él antes de huir del lugar a toda velocidad.
Rufina coloca la cabeza de Juan sobre su regazo, acariciándola con ternura. Aún respiraba… todavía quedaba esperanzas para él. Esperó así, sin moverse, velando el cuerpo inerte de Juan hasta que llegaron los peones que se impactaron al ver tal escena.
MÉXICO D.F.
A pesar de que ya la noche caía sobre el distrito federal, Julio (Otto Sirgo) y Saúl (Eduardo Santamarina) permanecían en el despacho del primero, revisando papeles. Ambos hombres eran la viva imagen del abatimiento y la impotencia. De pronto Saúl lanza el documento que tenía en la mano sobre la mesa violentamente.
-¡Da igual que revisemos todos los trámites! Si nos han denegado la licencia es porque alguien ha comprado a los políticos de Acapulco – exclama iracundo. Julio lo observa con detenimiento.
-Hablas de ese nuevo socio de la constructora Molina, ¿no es cierto?
-De quien si no, en todos los años que llevo ayudándote en la constructora es la primera vez que todo se nos tuerce de esa manera… y es desde que regresó ese mal nacido – responde Saúl, se incorpora y comienza a caminar de un lado a otro de la estancia, tratando de calmar su furia.
-¿Por qué no me dices de una vez quien es ese hombre y por qué nos está haciendo esto? – pregunta Julio impaciente.
-No te lo está haciendo a ti, sino a mi… tú solamente eres una víctima… ese hombre… es el hombre que más odio en este mundo… un vil patán, traidor y rastrero – responde con rabia.
-¿Y porque al fin no me dices qué fue lo que le hiciste para que te odie tanto como para arruinarnos? – pregunta Julio. Saúl se detiene para mirarlo con un destello de ira en sus ojos. Él solo había hecho lo que él se merecía… después de darle su confianza, tratarlo como un hermano, ayudarlo con sus problemas… el muy infeliz lo había traicionado, había osado poner sus ojos en la mujer que amaba hasta la locura. Todo lo ocurrido lo había provocado él, y solo él…
-Yo solo lo puse en su lugar… - responde al fin, mirando hacia la nada. – Él era un vulgar peón… y yo lo trataba como si fuese mi hermano… pero eso no le bastó, tuvo que poner los ojos en lo que era mío, tuvo que traicionarme – añade entre dientes. Mira a su padrastro – Ahora se ha convertido en un hombre poderoso… y quiere hacernos pagar porque es incapaz de asumir sus errores… y lo peor es que no le importa llevarse a quien sea por delante, ni siquiera a Regina… a quien tanto adoraba cuando era niña – añade abatido.
Julio escucha sus palabras absorto… una afrenta del pasado, eso era lo que estaba terminando con todo su mundo.
-¿Regina? ¿Qué tiene que ver Regina en esto? – pregunta incorporándose, visiblemente preocupado.
-Ella tiene algo que él desea… y está dispuesto a todo por conseguirlo – responde dejándose caer sobre el sillón. Hunde el rostro entre las manos, abatido. – Me tiene en sus manos Julio… sabe lo del caso Blanco Solís – añade.
-¿Cómo ha podido saberlo? – pregunta Julio alterado. Aquello era algo que no le gustaba recordar. Él era un hombre honrado, sincero y leal; en sus años en la constructora jamás su buen nombre se había visto en entredicho hasta aquel fatídico momento, en que su hijastro había decidido usar métodos drásticos para que la empresa pudiera seguir con aquel proyecto de vital importancia en su momento.
-No lo sé, no lo sé… - susurra Saúl sin levantar la cabeza. – Y lo peor de todo es que no sé que puedo hacer para que no me mande derechito a la cárcel – añade.
-Dale lo que te pida… lo último que necesitamos es tenerte a ti entre rejas… las cosas ya están muy difíciles de por sí… tu madre no soportaría ese golpe – dice Julio con convicción. Saúl levanta la cabeza, riendo irónicamente.
-¿Darle lo que me pida? Lo dices por que no sabes qué es lo que quiere a cambio de mi libertad – añade con cinismo.
Regina (Michelle Vargas) se acurrucó contra el pecho de Mauricio (Fernando Colunga) sin oponer resistencia alguna. Se hallaba al límite de sus fuerzas, ni siquiera tenia energía para discutir con Mauricio e impedir que la llevara en brazos a la casona, por lo que se limitó a cerrar los ojos y dejarse llevar.
Por muy irónico que pareciera, en aquellos momentos se sentía protegida entre los poderosos brazos de Mauricio, muy a su pesar. Era como regresar a los tiempos en los que él la protegía, la cuidaba, la ayudaba a levantarse cuando se caía para luego curarle las heridas. Cerró los ojos con fuerzas tratando de volver el tiempo atrás, cuando Mauricio era su héroe, su protector.
Entró con ella en brazos en la cocina de la casona, llamando la atención de Modesta (Ana Martín), Nereida (Bárbara Mori) y Rosario (Angelina Peláez), que se hallaban organizando las cobijas y la comida para los peones que llegaban heridos y extenuados.
La cobija que en ese momento Nereida cayó al suelo de la impresión que la imagen causó en ella. Rosario se apresuró a recogerla, mirando a su niña preocupada. Mientras que Modesta se acercó a ellos alarmada.
-¿Qué fue lo que pasó? – pregunta.
-La muy tonta se ha golpeado la cabeza por hacerse la heroína – responde Mauricio tratando de ocultar su malestar. Regina entre abre los ojos para cobrar consciencia de donde estaba; dándose cuenta, alarmada, de que seguía en los brazos de Mauricio, ante la atenta mirada de Nereida y su nana. Los recuerdos del día anterior, de lo que había descubierto la golpearon dolorosamente. Bruscamente golpea a Mauricio en el hombro.
-Suéltame cretino – dijo entre dientes, aguantándose las granas de golpearlo con toda la rabia que sentía en aquellos momentos. Él la observó con el ceño fruncido, sin terminar de comprender su repentino enojo; no obstante, hace lo que le pide, y la sienta sobre la mesa con cierta brusquedad.
-Bien, ahí te quedas – dice él malhumorado.
-Ay, pero niña… déjeme ver ese golpe – dice Modesta preocupada tomando su cara entre las manos, para mirar la herida de la frente. Pero Regina ni siquiera atiende a sus palabras, su mirada va desde Mauricio a Nereida. Los dos traidores, que habían tenido algo en el pasado, traicionando a su hermano… el origen de aquel odio, aquella maldita venganza.
-Avisen al médico – se escuchó gritar a un peón. En ese momento entraron dos peones llevando entre los dos a un inconsciente Juan, con la camisa manchada de sangre. Seguidos por Rufina que lloraba desconsoladamente.
-¡Hijo! – exclama Modesta corriendo hacia él, con el corazón destrozado viéndolo en aquel estado tan lamentable. Regina se incorpora de un brinco acercándose a Juan.
-¿Qué ha pasado? – pregunta preocupada.
-Al parecer descubrió al que plantó el fuego, y éste lo atacó… Rufina lo vio todo – responde uno de los peones. Regina fija su mirada en la joven criada, que parecía al borde la histeria.
-Rápido, llévenlo a su cuarto y que alguien llame al doctor enseguida – ordena Regina.
-No hay tiempo – dice Mauricio acercándose a Juan, se agacha para revisarle la herida mientras los peones siguen sosteniéndolo – hay que cortarle la hemorragia como sea, si sigue así se desangrará antes de que llegue el doctor – añade.
-¿Y qué podemos hacer Mauricio? – pregunta Modesta entre llantos.
-Tú – le dice a Rufina - Trae toallas, alcohol y vendas… - mira a uno de los peones – busque una de las furgonetas y espérenos a la puerta – añade, mira a Regina – tú y yo nos vamos con Juan a junto el doctor; que alguien lo avise de nuestra llegada y que le diga que es una urgencia – ordena.
-¿Yo? No voy, me quedo aquí… tengo que permanecer con mi gente en estos momentos, que te acompañe Modesta – replica Regina encarándolo.
-Tú irás a donde yo diga, te acabas de golpear la cabeza; necesitas que te revisen y no hay más que hablar – ordena Mauricio.
-He dicho que no y no. No pienso irme contigo a ningún lado – replica Regina enojada.
-Muy bien, no me dejas otra opción – dice él antes de agarrarla por la cintura y echársela al hombro como si de un saco de patatas se tratara.
-¿Qué haces maldito? Bájame de aquí – grita Regina pataleando.
-Muchachos, lleven a Juan al carro; Modesta venga con nosotros – dice como si nada, haciendo caso omiso de las patadas y berridos de Regina. Modesta asiente sin decir nada, y se va detrás de los peones que llevaban a su hijo, totalmente apesadumbrada.
En la cocina Nereida y Rosario observan como se van, dejándolas solas. Sin que nadie se hubiera preocupado por su presencia.
-Se lo dije niña, entre esos dos hay algo… - dice Rosario preocupada.
-Será mejor que busquemos más cobijas, si ese hombre todavía anda por aquí, seguro tendremos más heridos – dice Nereida tratando de doblar la cobija que tenía entre las manos. No quería pensar en nada, no quería darle vueltas otra vez al asunto. Estaba demasiado aturdida por la escena que había presenciado como para hablar de ella; ahora lo único que quería era mantener su mente ocupada en los labores de la casona.
MÉXICO D.F.
-¡Ese hombre definitivamente se volvió loco! – exclama Julio golpeando la mesa con la mano. No podía dar crédito a lo que su hijastro le acababa de confesar. Casarse con su Regina para que ésta le cediera la hacienda en su acuerdo de divorcio. ¿Qué clase de demente haría esa clase de petición?
-Sí, está loco. Y lo peor es que ha sabido jugar bien sus cartas… sabe Dios cuantos años lleva preparando todo esto – dice Saúl abatido. – Pero no podemos dejarnos, Julio. Tenemos que encontrar la manera de que no se salga con la suya, como sea – añade recobrando la compostura. Él no se iba a rendir así de fácil, no tenía la intención de ir a la cárcel; pero tampoco iba a sacrificar a su hermana. Él iba a ser el dueño de La Poderosa en cuanto terminara la prohibición, era algo que había pensado concienzudamente.
-Si, algo se nos tiene que ocurrir, ¿pero qué? – se pregunta Julio preocupado.
-Eso déjamelo a mí, tú solo haz lo que te pida… por cierto, de esto ni una palabra a mi mamá… no quiero preocuparla – le pide Saúl.
-No te preocupes, yo también había pensado pedirte lo mismo. Si se entera, podría sufrir de nuevo un ataque de nervios de los que le daban hace tiempo… – dice Julio preocupado. Su esposa era una mujer nerviosa; después de casarse había sufrido constantes ataques de nervios, de los que desconocía la causa, pero siempre sospechó que tenían que ver con lo que había vivido en aquella hacienda; por ello no quería que de ningún modo alarmarla; ya había sido un golpe para ella que su hija decidiera ocuparse de la hacienda; como para añadir otra preocupación a su lista. Se acaricia la cara – aunque comienzo a pensar que quizás tu madre tenga razón y lo mejor para todos es que Regina repudie la herencia, y se la repartan entre los demás terratenientes – añade.
-¡Eso jamás! – exclama Saúl alterado. Julio lo mira impactado. – Eso sería como rendirse, darle a entender a Mauricio Galván que no podemos vencerlo… no, esa hacienda tiene que ser nuestra… encontraremos otra manera para vencer a ese cretino – añade convencido.
Al fin las llamas parecen sucumbir ante el esfuerzo de los hombres que luchaban por apagar el fuego. Habían trabajado hasta el cansancio para poder salvar lo que pudieran de los huertos y establos; todo el trabajo, el esfuerzo e ilusión de las últimas semanas se había venido abajo en tan solo unas horas.
Fabián (Carlos Ponce) observaba aquel triste paisaje arrasado por las llamas. Tenía las ropas cubiertas de cenizas y la cara manchada. Había sido la primera vez en su vida que luchaba tanto por algo; se había sentido útil y fuerte. Al fin se sentía él mismo, sin tener que hacer lo que otro quería que hiciera.
Ahora viendo que todo el esfuerzo no había servido para casi nada, la impotencia y la consternación comenzaban a invadirlo.
-No lo has hecho tan mal para ser un presumido – Camila (Ana Serradilla) se acercó a él, también se hallaba en un estado lamentable. Despeinada y cubierta de ceniza. Fabián voltea para mirarla.
-Me parece que tienes una idea muy equivocada de mí – dice Fabián.
-Bueno, cuando ves que el novio de tu mejor amiga la trata como una novia florero; y luego pretende casarse con ella por negocios y no por amor… pues, que quieres que te diga, es fácil hacerse una idea que tu llamas equivocada – dice Camila.
-Tú le contaste a Regina, ¿verdad? – dice él con una triste sonrisa en sus labios.
-Escuché como tu papá le decía a la mamá de Regina que te había convencido para que le pidieras matrimonio, que era lo mejor para la empresa y las familias – dice Camila.
-Pues, ¿sabes qué? A pesar de que por eso me humillaron como jamás lo habían hecho, de que me sentí como un estúpido y sentí ganas de estrangular a alguien – se sitúa frente a ella. Camila lo mira temerosa – La verdad es que debo de darte las gracias por eso – añade sonriendo. Camila lo mira asombrada.
-¿Tú estás bien? – pregunta ella aturdida.
-Mejor que nunca… gracias a eso, descubrí a la gran mujer que tenía a mi lado y que no supe reconocer – responde él esperanzado. – Ahora solo espero que Regina vuelva a aceptarme, que se de cuenta de que soy sincero… y que quiero compartir mi vida con ella. Esta vez quiero pedirle matrimonio pero por convicción propia, porque la amo – añade.
-Uff, pues como que ya se te adelantaron con la propuesta – dice Camila quitándole importancia. De pronto se da cuenta de que lo ha dicho en alto, y se lleva la mano a la boca, alarmada.
-¿Cómo has dicho? – pregunta él sorprendido.
-¿He dicho algo? Nada hombre, solo estaba respirando fuerte – responde ella tratando de evadir el tema.
-Has dicho que se me habían adelantado con la propuesta, ¿es que alguien más le pidió matrimonio a Regina? – pregunta intrigado. Camila lo mira sin saber que responder.
-Será mejor que se lo preguntes a ella – responde con un suspiro de resignación. – Yo no soy quien para decírtelo – añade.
-¡Tú, loca! – grita una voz a espaldas de Camila. Ella se queda petrificada al reconocer la voz, mientras que Fabián mira al hombre con curiosidad.
Miguel Ángel se acerca a los dos a grandes zancadas, la sangre de su herida se había secado formando una especie de costra. Había divisado a lo lejos a aquella loca que lo había agredido, y esta vez no pensaba dejar que se fuera de rositas. Se acercó a ella a grandes zancadas; Camila corrió a refugiarse tras Fabián.
-Mira Fabiancito, si quieres yo te puedo ayudar con mi Regis, pero líbrame de este tarado, te lo suplico – dice ella agarrándose a su espalda, visiblemente nerviosa.
-¿Qué fue lo que hiciste Camila? – pregunta Fabián.
-¿Qué qué hizo? – pregunta Miguel Ángel cuando hubo llegado a su altura. – Ve aquí lo que me hizo esa loca – añade señalando la herida de su frente.
-Ay, no seas quejoso hombre, que no es más que una brechita… además quien te manda meterte donde no te llaman, yo creí que eras el pirómano – replica Camila sin apartarse de Fabián.
-¿Lo golpeaste? – pregunta Fabián.
-No solo eso, también se me botó encima la muy descarada – respondió Miguel Ángel enojado. Fabián abrió los ojos como platos, sorprendido. Mira a Camila.
-¿Hiciste eso? – pregunta.
-Noooooo- responde ella alzando la voz – él me tiró, que es distinto – añade. Mira a Miguel Ángel amenazante – haz el favor de no levantarme bulos, imbécil – le recrimina.
En ese momento Fercho se acerca a ellos apurado.
-Joven, menos mal que lo encuentro. El patrón se fue para el doctor, me dijo que lo esperáramos en San Lorenzo – anunció Fercho.
-¿Al doctor? ¿Hay algún herido grave? – pregunta Camila preocupada.
-Al parecer uno de los peones encontró al causante del fuego y al tratar de prenderlo, éste lo apuñaló – responde Fercho.
-¡Dios mío! – exclama Camila llevándose la mano a la boca.
-Y no solo eso, la joven Regina también recibió un golpe en la cabeza – añade Fercho.
-¿Regina? ¿Está herida? – pregunta Fabián preocupado.
La tensión y la preocupación embargaba aquella pequeña sala en la que se encontraban Mauricio (Fernando Colunga), Regina (Michelle Vargas) y Modesta (Ana Martín) mientras esperaban que el doctor terminara de intervenir de urgencia a Juan, en la consulta. Una gasa cubría la herida de Regina, quien se hallaba sentada en el suelo, apoyada contra la pared, abrazando sus piernas. Mauricio por su parte estaba sentado en uno de los sillones, tratando de mantener un aspecto relajado, a pesar de que su semblante demostraba todo lo contrario. Modesta se hallaba arrodillada frente a una imagen de la Virgen de Guadalupe, rezando fervorosamente por la recuperación de su hijo.
Mauricio se incorpora para agacharse frente a Regina al observar que ésta comenzaba a adormilarse. La zarandea levemente hasta que ella abre los ojos.
-Ya sabes lo que dijo el doctor, debes mantenerte despierta al menos por unas horas – la reprende.
-¿Qué más te da a ti si me duermo o no? Es más para ti sería provechoso si yo muriera… así tendrías un obstáculo menos para hacerte con La Poderosa , ¿no es así? – pregunta ella cínicamente.
-¿Sabes qué? Vete al demonio, no eres más que una chiquilla inmadura – le reprende Mauricio enojado, incorporándose y dándole la espalda. Ella lo mira con el ceño fruncido, sacándole la lengua en señal de burla.
En ese momento la puerta de la consulta, dando paso al doctor y a la enfermera. Los tres ocupantes de la habitación se incorporaron presurosamente para acercarse a ellos.
-¿Cómo está mi hijo doctor? – pregunta Modesta con el corazón en un puño.
-Sí, díganos como salió todo – añade Regina.
-El paciente ha perdido mucha sangre… pero gracias a Dios la herida no fue demasiado profunda, ni afectó a ningún órgano vital, así que con un poco de descanso y atenciones, Juan se recuperará plenamente – respondió el doctor apremiándolos con una tranquilizadora sonrisa.
Modesta suspira aliviada mientras que Regina la reconforta con un cálido abrazo.
-Gracias Virgencita, gracias – murmura entre llantos de alegría Modesta.
-Doctor, ¿me permite utilizar su teléfono un momento? – pregunta Mauricio. El hombre lo mira con cierta reticencia durante unos segundos. –Es necesario que ponga en conocimiento de la policía este suceso lo antes posible – añade secamente.
-Está bien, si me acompaña – dice el doctor. Los dos hombres salen de la estancia.
-Será hipócrita, estoy segura que él tiene algo que ver con el fuego – murmura Regina entre dientes.
-No diga eso niña. Mauricio sería incapaz de eso… él no es un delincuente – lo defiende Modesta.
-Pues eso no es lo que piensa la gente del pueblo – replica Regina.
-Ya sabe como es la gente de esta región niña, una panda de cabezas de chorlito. Pero yo sé que en el fondo usted sabe que él no es ningún delincuente… el corazón nunca miente – dice Modesta.
-¿Y tú como sabes lo que dice mi corazón? – pregunta Regina.
-Pues porque la conozco niña… porque la conozco… - responde Modesta casi en un susurro acariciándole el rostro.
El Yuca (Alberto Salaberry) avanzaba a gran velocidad en la vieja camioneta; tenía que alejarse de aquel lugar lo más pronto posible. Estaba en un serio aprieto, tanto la palomita como el idiota aquel lo habían visto, no les sería difícil reconocerlo. Aunque con un poco de suerte aquel entrometido no sobreviviría a la puñalada, todavía le quedaba la muchacha. Al patrón no le gustaría nada la noticia que tenía que darle, había fracasado estrepitosamente. Pero todavía tenia tiempo suficiente para devolver a la palomita a su palomar.
Pero el otro mandado le había salido a pedir de boca. Detuvo la furgoneta para rebuscar en la guantera aquel maldito aparato con el que se había tenido que hacer para contactar con sus clientes que no vivían en la zona. Marcó un número y comenzó a esperar respuesta del otro lado.
MÉXICO D.F.
El teléfono comenzó a sonar con insistencia en el moderno despacho que en ese momento se encontraba vacío. Se apresuró a abrir la puerta para entrar al despacho y atender la llamada. Estaba a punto de irse a casa, cuando escuchó el teléfono. Seguramente era referente a aquel encargo. Descolgó el teléfono y esperó noticias.
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