CAPÍTULO XIV
-No, no lo está… Mauricio tiene pruebas relacionadas con ese caso; pruebas que pueden llevarte a la cárcel – dice Regina con solemnidad. Saúl se queda paralizado, no podía ni quería creer lo que su hermana acababa de decir. Ese malnacido había hecho bien sus deberes… de ser cierto lo que su hermana había dicho, estaba en un serio aprieto.
-¿Qué quieres decir? – pregunta Saúl.
-Mauricio ha estado aquí esta tarde, cuando tú estabas en el pueblo – responde Regina, traga saliva antes de proseguir – quería hacerme una nueva oferta por la hacienda, y cuando le dije que no quería escucharla me advirtió que me convenía si no quería verte entre rejas – añade aturdida, se sienta sobre la cama antes de proseguir – me dijo que te preguntara sobre el caso Blanco Solís y te dijera que tenía pruebas que te implicaban y podían llevarte a la cárcel… yo al principio no le creí, tenía la esperanza de que todo fuera una vil mentira… pero me bastó ver tu rostro cuando te dije ese nombre para saber que Mauricio no me mintió – añade, suspira hondo y mira a su hermano. - ¿Qué hiciste Saúl? – pregunta abatida. Saúl se sienta a su lado y hunde el rostro entre las manos.
-Fue hace unos siete años… - comienza a relatar con resignación - la constructora había decidido comprar un bloque de edificios semi derruidos para construir un complejo de oficinas, les ofrecimos un trato muy ventajoso… la mayoría de los propietarios aceptaron sin dudarlo… bueno, en realidad todos menos dos, Andrés Blanco y Edgardo Solís… tratamos por todos los medios de convencerlos, subimos la oferta, le ofrecimos otro apartamento en propiedad… pero no funcionó, esos dos hombres eran demasiado tercos y taimados… ya habíamos firmado el contrato y teníamos el proyecto listo, los inversionistas comenzaban a impacientarse así que…
-Decidisteis buscar métodos más… drásticos – lo interrumpe Regina con cierto reproche.
-Sí… probamos con amenazas, coacciones - dice Saúl con tono lastimero – hasta que finalmente decidimos destruir el edificio, así que un día, ordenamos que le prendieran fuego pensando que estaba vacío – añade abatido – varias personas resultaron heridas de gravedad… nosotros no sabíamos que estaban en el edificio, no era nuestra intención…
-¿Y por qué no los acusaron? – pregunta Regina incorporándose decepcionada.
-Lo hicieron, pero gracias a las influencias de la empresa, todo quedó en saco roto… las pruebas desaparecieron, y las víctimas decidieron aceptar nuestros sobornos – responde Saúl.
-Pero ahora Mauricio tiene esas pruebas, y puede utilizarlas en contra tuya… y créeme que lo hará si no escucho su oferta – dice Regina aturdida. Se cruza de brazos y mira a su hermano como si no lo conociera, negando con la cabeza. – Nunca imaginé que pudieras llegar a ser tan vil, Saúl – añade conmocionada. Saúl se incorpora, avergonzado, introduce las manos en los bolsillos y se acerca a ella.
-Si te sirve de consuelo, no me siento a gusto con lo que hice… era demasiado joven e inexperto y me dejé llevar por malos consejos – dice Saúl.
-Y no soportabas que nadie interfiriera en tus planes, ¿no es así? – pregunta Regina descorazonada. Muy a su pesar, estaba descubriendo una parte de su hermano, que había ignorado todo ese tiempo. Saúl asiente compungido. Regina aspira hondo y lo mira fríamente.
-Bien, mañana en la mañana iré a ver a Mauricio Galván, trataré de encontrar una solución… - comienza a decir Regina. Saúl se dispone a replicar, pero Regina alza la mano para indicarle que no hable – iré sola, no pienso permitir que se maten a golpes delante de mis narices – añade.
-Pero Regina ese hombre es peligroso… - dice Saúl preocupado. Regina lo mira de arriba abajo, con desilusión.
-Al parecer, no más que tú – dice ella descorazonada antes de abandonar la recamara. Saúl respira hondo y se sienta sobre la cama, hundiendo el rostro entre las manos. No podía soportar la mirada de decepción de su hermana pequeña, era consciente de que había dejado de ser su hermano dorado, el hombre ideal, íntegro y honrado que siempre había sido para ella; y eso le dolía en lo más hondo.
MÉXICO D.F.
El pequeño, pero lujoso dúplex, se encuentra lleno de cajas de cartón donde se encontraban todas sus pertenencias y recuerdos; apenas había tenido tiempo para organizarlo todo y colocar cada cosa en su lugar. Macarena (Lucía Méndez) se encuentra en la funcional cocina, solo amueblada con lo imprescindible, terminando de preparar la ensalada de pasta; mientras espera la llegada de Fernando (Jose María Torre). Estaba ciertamente melancólica aquella noche, sobretodo después de la frialdad con la que su jefe la había tratado durante la última semana. No entendía su cambio de actitud, los primeros días después de su llegada a la empresa, se había mostrado amable, cordial, incluso diría que había química entre ellos, pero ahora la trataba fríamente, y mantenía las distancias… era como si se sintiera molesto con ella por algo que había hecho, pero no acertaba a saber por qué.
La puerta principal se abre, Fernando entra despreocupadamente, cerrando la puerta tras de sí, y tira la chaqueta sobre el moderno sofá tapizado – todavía cubierto por el plástico de protección.
-Buenas noches, ma – la saluda acercándose a ella para darle un beso en la mejilla.
-¿Qué tal la entrevista de trabajo? – pregunta Macarena.
-Yo creo que bien… el licenciado Molina quedó muy complacido con mi hoja de vida – responde Fernando convencido, se sienta en uno de los taburetes y apoya los codos sobre la alta mesa. Macarena sonríe orgullosa.
-Me alegro, mi bien – dice.
-¿Y a ti como te fue en tu magnífico trabajo? – pregunta él con curiosidad.
-Bien, todavía me estoy amoldando – responde Macarena.
-Mmm… ya no pareces tan contenta como antes – dice Fernando mirándola pensativo - ¿hubo algún problema? – pregunta.
-No, ninguno… solo que he tenido un día agotador… y fíjate como está la casa, ni tiempo he tenido para arreglarla como es debido – responde ella resoplando. Fernando se levanta y se acerca a su madre.
-Estás demasiado irritada, en serio ma, ¿Qué te ocurre? – pregunta preocupado. Macarena lo mira y le acaricia la cara, sonriendo con ternura.
-Nada, mi bien… solo que me está costando un poco más de lo que creía adaptarme al cambio – responde ella – pero gracias por preocuparte, eres un tesoro de hijo – añade convencida.
-¿De veras que solo es eso? – pregunta él preocupado.
-Por supuesto, quédate tranquilo – responde Macarena – y ahora sé buen chico y pon los platos en la mesa, que ya está la ensalada – añade.
-A sus órdenes mi general – dice él simulando cuadrarse ante un superior. Macarena sonríe y observa como su hijo se pone manos a la obra.
Al día siguiente…
Saúl (Eduardo Santamarina) había sido el primero en levantarse, no por gusto, sino porque apenas había podido pegar ojo en toda la noche y harto de dar vueltas en la cama, había optado por levantarse al escuchar movimiento en la cocina. Cuando llegó, encontró a Modesta (Ana Martín), que como todas las mañanas, se levantaba al alba y comenzaba a preparar el desayuno para los peones que comenzaban sus labores a esa hora y era costumbre en la hacienda servirles el desayuno a los peones en la cocina de la casona, tradición que la nueva patrona había decidido mantener.
-Buenos días – la saluda secamente mientras tomaba asiento ante la vieja mesa de la cocina.
-Buenos días muchacho – lo saluda ella con su habitual sonrisa mañanera. - ¿A qué se debe la madruga? – pregunta.
-Mejor no preguntes, y prepárame algo para desayunar – responde Saúl secamente mientras apoya los codos sobre la mesa y hunde la cara entre las manos.
-Ahora mismo, joven – dice Modesta sin poder evitar preocuparse por el estado de Saúl. -Está preocupado por ese hombre, Mauricio Galván, ¿cierto? – pregunta.
-¿Quién no lo estaría? – pregunta Saúl. Modesta se sienta en la silla contigua y lo mira apenada.
-Su hermana ha estado preguntando sobre lo que pasó aquí hace trece años… - dice Modesta. Saúl la mira.
-Lo sé… ¿no le habrás dicho nada? – pregunta intrigado.
-Por supuesto que no, tanto mi hijo como yo hicimos un juramento de guardar silencio… y no tenemos intención de romperlo, joven – responde Modesta – pero su hermana tiene derecho a saber… ella se ha visto envuelta en medio de toda esta historia de intrigas y venganzas, sin quererlo… y a mi me da mucha pena, porque de seguir la cosa como está, ella va a sufrir mucho – añade con tristeza.
-Ella no tiene por qué saber lo que ocurrió, basta con que sepa que Mauricio Galván es nuestro enemigo – dice Saúl con firmeza. – No quiero tener que soportar su reproche si se entera de todo lo que sucedió, ya suficiente tengo con que por culpa de ese infeliz haya comenzado a desconfiar de mí – añade enojado.
-Joven, no puede proteger a su hermana de lo que pueda dañarla toda su vida… ella es una muchacha buena y con la cabeza en su sitio, comprensiva y que lo adora. – dice Modesta. Saúl emite un hondo suspiro mientras se acomoda contra el respaldo de la silla.
-Ay, Modesta… las vueltas de da la vida, ¿cierto? Yo que creía haber superado el pasado… que pensaba que nunca tendría que verle la cara a ese imbécil y fíjate, no solo ha regresado para destrozarnos la vida, sino que también es poderoso y ha conseguido meterse en nuestras vidas – dice Saúl amargamente. La mira con el semblante serio – pero te juro que no me voy a quedar con los brazos cruzados, no me detendré hasta destruirlo y alejarlo de nuestra vida para siempre – añade apasionadamente. Modesta lo mira y suspira resignada antes de incorporarse para seguir con sus tareas, consciente de que nada de lo que dijera podría hacer entrar en razón a un hombre tan terco y taimado. – Lo juro – se repite Saúl para sí mismo, con la mirada fina en la nada, apuñando la mano con rabia.
SAN LORENZO
Aura (Mariana Seoane) se introduce sigilosamente en la recamara, que se encontraba completamente en penumbras. Cierra la puerta y sonríe coqueta, la última semana había optado por no molestar a Mauricio ya que lo había notado irascible y molesto; y si algo había aprendido desde que llegara a la hacienda, era que no le convenía provocarlo cuando ya se encontraba molesto por algo. Por eso había optado por abordarlo recién despierto, cuando tuviera la mente despejada y calmada.
Se había puesto uno de sus saltos de cama más atrevidos, a juego con la bata de seda, de un color blanco transparente que dejaba entrever sus magníficas curvas, estaba segura de que sería imposible resistirse a sus encantos. Se acerca a la cama con una traviesa sonrisa en los labios, comienza a inclinarse cuando de pronto la puerta principal se abre y alguien enciende la luz. Aura voltea sobresaltada para ver a un asombrado Fercho (Jorge Poza) en la puerta.
-¡Qué diablos haces tú aquí! – grita furiosa. Fercho traga saliva y luego trata de recuperar el control después de haber visto, aunque fuera por una milésima de segundo, aquel perfecto cuerpo semidesnudo.
-El patrón me envió para que le buscara una camisa limpia – responde él casi tartamudeando. Aura voltea para mirar la cama y comprueba que está vacía.
-¿Y dónde está su querido patrón? – pregunta ella todavía furiosa.
-Está en el establo, una yegua se ha puesto de parto y… ha decidido ir a atenderla él mismo ya que no hemos logrado localizar al veterinario – responde Fercho recobrando la compostura. Aura respira hondo, se sentía como una auténtica estúpida, no solo no había logrado su propósito sino que había terminado por mostrarle sus encantos a un vulgar peón.
-Pues dile a tu patrón cuando termine, que aquí también tiene una hembra que atender – dice furiosa y sale de la habitación como un rayo, empujando a Fercho en el trayecto. Él la observa salir sin decir nada y se acaricia el hombro donde ella lo había empujado.
-Buf, como está la mujercita… si tan solo no fuera tan… insoportable – se dice divertido.
Regina (Michelle Vargas) entra en la pequeña habitación que había decidido destinar para guardar los botes de pintura que había adquirido para tratar de rehabilitar el ala este. Vestía un viejo peto vaquero que se amoldaba perfectamente a su cuerpo y una camiseta sin mangas de color blanco, llevaba el cabello recogido en dos trenzas que caían sobre sus hombros y se había colocado un pañuelo en la cabeza, a modo de sombrero; estaba vestida para sus quehaceres. Hacía días que había ordenado a varios peones que retiraran los muebles de algunas recamaras y los guardaran en el sótano, con intención de repintar las recamaras… después tenía intención de tratar de restaurar los viejos muebles en la medida de lo posible. Al menos esa tarea la ayudaría a relajarse y a desconectar al menos por unas horas, de la nueva realidad que estaba viviendo, en la cual su hermano no era el hombre íntegro y bondadoso que creía y tenía a todos los terratenientes en su contra para echarla de ahí, sin olvidar del acecho constante de Mauricio.
Agarra dos de los pesados botes y se dispone a salir para dirigirse al ala este y comenzar con su tarea.
-Un momento – Camila (Ana Serradilla) avanza por el pasillo hasta llegar a la puerta de la pequeña habitación. Regina deja los botes en el suelo y la mira con curiosidad.
-¿Qué haces levantada? – pregunta Regina con curiosidad.
-Ayudarte – responde Camila, agarra los dos botes – agarra otros dos, ¿acaso creías que iba a dejarte sola con la misión rehabilitación del ala este? – pregunta divertida. Regina sonríe.
-Gracias – dice ella – lo cierto es que como no conseguía dormir, decidí comenzar yo sola, no quise desvelar a nadie más – añade.
-Pues te sugeriría que desvelaras a algunos cuantos vaguitos que se lo merecen, después de todo les estás dando cobijo en tu casa a cambio de nada – dice Camila – yo empezaría por ese par de arpías para seguir con el principito… me muero por verlos embadurnados de pintura – añade divertida, provocando la sincera risa de Regina.
-Quizás tengas razón, pero por el momento comenzaremos las dos… así podremos hablar de nuestras cosillas – dice Regina – avisaré a Modesta para que avise a los demás cuando se levanten para ayudar con la tarea – añade convencida.
-Así me gusta, mi Regis, vagos aquí no… - dice Camila con seguridad.
EL LIRIO BLANCO
Teo (Luís Bayardo) y Altamira (Dacia González) se hallaban en el elegante comedor, desayunando en un cómodo silencio.
-Al final no me dijiste que te contó Arcadio anoche – dice Altamira.
-Mmm, es cierto… pues al parecer se encontró con Saúl Montesinos ayer en el pueblo - comenta Teo al tiempo que se limpia la comisura del labio con la servilleta.
-¿Ah si, y le contó algo interesante? – pregunta Altamira.
-No… pero Arcadio le puso sobre aviso sobre los malos pasos en los que anda su hermana - responde Teo - ¿te puedes creer que el pobre hombre no estaba al tanto de que la muchachita aceptó la ayuda del criminal de Mauricio Galván? – pregunta molesto. Altamira niega con la cabeza, visiblemente contrariada.
-Desde luego, esa muchacha no es más que un cúmulo de problemas, ¿en qué estaría pensando don Bernardo al nombrarla a ella heredera y no a su nieto? ¿Desde cuando en San Cayetano se ha visto una mujer en la Confederación ? Es inadmisible, y aún por encima, está confabulada con el delincuente… ¡ay, si don Bernardo levantara la cabeza! – exclama alterada. Teo posa su mano sobre la de su mujer.
-Tranquilízate, querida… ya pensaremos algo para deshacernos de ese pequeño inconveniente, contamos con el apoyo de todos los demás miembros de la confederación – dice Teo con seguridad.
-Pero ella cuenta con el de Mauricio Galván, y ese hombre ahora, según tengo entendido, es muy poderoso. Además todo lo que hemos hecho hasta ahora no nos ha servido más que para unir a esos dos – dice con desprecio.
-Esa muchachita acabará por comprender que este no es su lugar… confía en mí, sé lo que hay que hacer – dice don Teo convencido.
-No puedo creer todo lo que me cuentas, mi Regis – dice Camila asombrada sin dejar de pasar la brocha de pintura por la pared. – De veras la cosa se está poniendo color de hormiga – añade preocupada.
-Dímelo a mi, además aquí todo el mundo se hace el loco… ¡no sueltan ni prenda de lo que pasó hace 13 años! – exclama Regina molesta.
-¿Has probado a preguntarle a la gente del pueblo? – pregunta Camila.
-No, pero según lo que escuché en la Confederación , todo el mundo piensa que lo que ocurrió fue que descubrieron a Mauricio robando… - responde Regina.
-Aún así, no pierdes nada con intentarlo… - asegura Camila.
-Puede que tengas razón, mañana iré a la tienda del pueblo y cuestionaré a la dueña sobre lo sucedido…- dice Regina pensativa.
-Y a todo esto, ¿qué piensas hacer con Mauricio Galván? – pregunta Camila.
-Esta tarde voy a verlo, voy a exigir que ponga todas las cartas sobre la mesa… quiero saber a qué juega, ya estoy harta de hacer el papel de tonta – responde Regina enojada. – Si ese hombre quiere guerra, tendrá guerra – añade convencida. En ese momento Fabián entra en el cuarto cargando dos cubos de pintura, vestía con unos vaqueros gastados y una camisa blanca sin mangas, que marcaba su escultural torso. Ambas muchachas lo miran con cierta admiración, aquella ropa gastada y sencilla le sentaba realmente bien.
-Espero no interrumpir nada… pero Modesta me dijo que viniera para echaros una mano – dice él con una cordial sonrisa.
-Oh, por supuesto que no… adelante, ¿sabes si mi hermano regresó de su paseo a caballo? – pregunta Regina.
-No – responde Fabián.
-¿Y la zangrona de Nereida? – pregunta Camila.
-Según tengo entendido sigue durmiendo – responde Fabián.
-Como no, la bella durmiente – murmura Camila molesta. Fabián ignora el comentario de Camila y se sitúa junto a Regina, deja los cubos en el suelo.
-Me enteré que ayer estuvo aquí otra vez el dueño de la hacienda vecina, ese hombre tan desagradable que quiere quitarte la hacienda – dice Fabián preocupado.
-Sí, estuvo aquí – dice Regina simulando desinterés, mientras moja la brocha en el cubo.
-¿Y te incomodó, hizo algo que te molestara? – pregunta Fabián preocupado. – Si quieres, yo puedo hablar con él y exigirle que te deje en paz… - añade. Regina lo mira y sonríe tiernamente.
-No hace falta, muchas gracias por tu preocupación… pero este asunto quiero afrontarlo sola; tengo que aprender a defenderme sin depender de nadie – dice Regina.
-Pero yo no quiero que estés sola… he venido para estar contigo, para ayudarte y apoyarte - dice Fabián.
-A buenas horas… - murmura Camila que permanecía disimuladamente atenta a la conversación. Fabián la mira con cierto reproche.
-Estoy hablando con Regina, gracias – dice entre dientes.
-Y yo estaba hablando con mi brocha, le estaba diciendo ¡A buenas horas pintas como debe ser! – exclama ella burlonamente. Regina contiene una carcajada.
-Este… será mejor que nos pongamos manos a la obra – dice Regina tratando de aliviar la tensión que comenzaba a acumularse en aquella estancia.
Saúl (Eduardo Santamarina) llega a lomos del caballo hasta los límites de las dos haciendas, decidido espolea al caballo para que galope, adentrándose en las tierras de San Lorenzo. Observa con rabia los campos de cultivo, perfectamente cuidados, así como los enormes pastos donde en ese momento pastaban varias reses. Sin duda, aquellos terrenos se encontraban en una situación inmejorable: aquel mal nacido sabía hacer las cosas bien, aunque no era de extrañar, después de todo había sido peón e hijo de capataz, llevaba el cuidado de la tierra en la sangre. Detiene el caballo y observa a su alrededor con envidia.
-¡Vaya sorpresa, verlo por aquí, señor Montesinos! – exclama una voz ronca a sus espaldas. Saúl voltea para observar al hombre que se acercaba a él pausadamente, también a caballo.
-¿Quién es usted? – pregunta Saúl con desconfianza.
-Oh, me temo que todavía no hemos sido presentados como es debido – Ícaro (Roberto Ballesteros) acerca su caballo al de Saúl, hasta quedar lo suficientemente cerca para tenderle la mano – Ícaro Sanromán, amo y señor de la hacienda Las Gaviotas – añade sonriendo.
-Saúl Montesinos, hermano de la dueña y señora de La Poderosa – Saúl le acepta la mano, con cierta desconfianza. - ¿Y qué hace usted aquí? – pregunta. Ícaro se ríe socarronamente.
-Me temo que lo mismo que usted, analizando el territorio de mi enemigo – responde el hombre con convicción. Saúl lo mira extrañado, sin saber qué decir o que hacer – no me mire así muchacho, de sobra sé que su familia tuvo problemas con Mauricio Galván, y, a no ser que usted sea una blanca paloma, creo que tiene el mismo interés que yo en regresar a ese mal nacido al lugar de donde vino y no debió salir – añade.
-¿Qué tiene usted contra Mauricio Galván, señor Sanromán? – pregunta Saúl con interés.
-Digamos que no me gustan nada los arrivistas y alzados – responde Ícaro – Mauricio Galván ha llegado dispuesto a poner a todo el mundo a sus pies, y no estoy dispuesto a consentirlo – añade. Saúl sonríe.
-Me gusta su forma de pensar, sí señor – dice complacido. Ícaro se ríe.
-Vamos, muchacho, lo invito a un tequila en mi hacienda, ¿qué me dice? – pregunta Ícaro.
-Acepto encantado – responde Saúl.
Los dos hombres espolean sus caballos y se dirigen hacia la hacienda de Ícaro, intercambiando en el largo camino impresiones y planes respecto a su enemigo común; Mauricio Galván.
Al atardecer…
SAN LORENZO
Regina (Michelle Vargas) mira a su alrededor con cierto nerviosismo, mordiéndose el labio inferior en señal de intranquilidad. Se había pasado toda la tarde tratando de encontrar algo de relax y tranquilidad en la tarea de pintar las recamaras del ala este, pero había sido inútil. Saber que el destino de su hermano dependía de sus tratos con Mauricio, la alteraba sobremanera, y le había costado un mundo mantener la compostura durante todo el día. A eso se sumaba la creciente preocupación por su hermano, que había pasado la mayor parte del día fuera de casa, según él, haciendo nuevos aliados en su batalla contra Mauricio.
Y ahora se hallaba ahí, en su despacho, esperando que lo informaran de su visita; la mujer que la había recibido, una tal Gertrudis, la había informado de que su patrón esperaba su llegada y había ordenado que esperara en su despacho.
El sonido de la puerta abriéndose a sus espaldas, la apartó de sus pensamientos; se vuelve lentamente para ver la majestuosa entrada de Mauricio en la estancia. Ambos se mantienen la mirada desafiantes mientras Mauricio cierra la puerta, y gira la llave en la cerradura.
-¿Qué hace? – pregunta Regina con preocupación al ver como Mauricio saca la llave y la introduce en su bolsillo.
-Asegurarme de que no te vayas de aquí hasta que escuches todo lo que tengo que decir, y me des la respuesta que quiero – responde Mauricio (Fernando Colunga) acercándose a ella lentamente, como un felino acercándose a su presa. Regina suspira hondo y se acaricia la frente pensativa, tratando de mostrarse serena e inquebrantable.
-Mire, señor Galván… no me gusta su jueguito… así que ya estás abriendo esa puerta; está loco si piensas que voy a quedarme aquí encerrada con usted – dice ella con firmeza.
-Yo de ti no me comportaría de una manera tan altanera – se acerca a ella, hasta quedar a escasos centímetros, intimidándola – teniendo en cuenta que tengo la vida de tu hermano en mis manos – añade. Regina traga saliva con dificultad, mientras lo mira con cierto resquemor.
-No eres más que un rastrero y un sin vergüenza – dice entre dientes, visiblemente rabiosa; lo que provoca una carcajada socarrona en Mauricio.
-Lo mismo se podría decir de tu hermano… ¿verdad que dolió descubrir que no es el hombre casto y puro que creías? – pregunta con cinismo.
-No más que descubrir que una persona a la que apreciaba como un hermano se ha convertido en mi enemigo y quiere quitarme mi hacienda – responde ella alzando la barbilla, desafiante. La sonrisa se borra del rostro de Mauricio.
-Todo habría sido más fácil si aceptaras mi primera oferta… tú solita te has metido en la boca del lobo – dice con falsa calma. Regina sonríe con cinismo.
-¡Qué fácil es echarle la culpa de todo a los demás! ¿Cierto? – pregunta con desdén. – La culpa es mía por haber nacido una Montesinos, porque mi abuelo decidió dejarme a mí la hacienda, por querer sacarla adelante y no entregársela a un ave de mal agüero como tú – añade con firmeza. Mauricio sonríe socarronamente.
-Te voy a contar algo… si he llegado hasta donde estoy ahora es porque he aprendido a no rendirme y luchar con todas mis armas hasta conseguir mis propósitos; hace mucho tiempo que me propuse convertirme en dueño de La Poderosa y no voy a detenerme ante nada… ni siquiera ante ti, y te lo advertí desde el primer día – dice Mauricio.
-Y creo recordar que yo te dije que jamás te la vendería, antes prefiero que se la repartan los buitres – dice Regina alzando el mentón con orgullo. Tratando de mostrarse impasible ante su cercanía.
-No te preocupes por eso, ya no vas a vendérmela – dice Mauricio con rotundidad. Regina lo mira intrigada.
-Por supuesto que no – replica Regina.
-Vas a cedérmela en nuestro acuerdo de divorcio – sentencia Mauricio mirándola fijamente. Regina escucha sus palabras conmocionada, dando un paso atrás hasta que sus piernas chocan contra el escritorio.
-Si admites un consejo, será mejor que visites a un psiquiatra, quizás, con un buen tratamiento, estés a tiempo de recuperar algo de cordura – dice Regina todavía anonadada. Mauricio se ríe con desdén.
-Me temo que estoy mucho más cuerdo de lo que crees – dice Mauricio, apoya las manos en el escritorio, colocando una a cada lado de Regina, aprisionándola contra su cuerpo – en eso consiste mi nueva oferta por la hacienda, te casarás conmigo en régimen de gananciales y yo te solucionaré todos tus problemas económicos… y dentro de tres años, cuando cese la prohibición establecida en el testamento de tu abuelo, nos divorciaremos y en nuestro acuerdo de divorcio, yo me quedaré con la hacienda y a cambio tu recibirás la parte proporcional de mi fortuna que decidas, más intereses – Mauricio habla con calma, sopesando toda y cada una de sus palabras, de manera que Regina pueda asimilar su nueva propuesta.
-Estás loco si crees que me voy a casar contigo, cretino – Regina habla con cierto nerviosismo.
-Ya creo que lo harás, si no quieres ver a tu hermano entre rejas – sentencia Mauricio. Regina la mira impactada, con cierto temor – para que te quede claro, lo único que puedes hacer para salvar a tu hermano es casarte conmigo y ceder a mis pretensiones, o lo tomas o lo dejas – añade con firmeza.
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