CAPÍTULO XX
MÉXICO D.F.
Cecilia (María Sorté) entra como alma que lleva al diablo en el despacho. Ni siquiera esperó a ser anunciada, ni se preocupó en llamar a la puerta. En aquel momento necesitaba desahogarse, sacar todo aquello que le carcomía el alma, y lo que menos le importaban eran las normas de cortesía.
-Cecilia, ¿qué haces aquí? – pregunta Higinio (Humberto Zurrita) incorporándose alarmado, al verla llegar en aquel estado.
-Ay Higinio, hicimos algo horrible. No debimos, no debimos… – responde Cecilia con voz temblorosa.
-¿De qué me hablas? – pregunta Higinio bordeando la mesa para situarse frente a ella.
-Del incendio Higinio; no debimos mandar que le prendieran fuego a La Poderosa – responde ella hecha un mar de nervios. Higinio la mira con los ojos desorbitados, la agarra bruscamente por el brazo, llevándola hacia una esquina del despacho.
-Schhh, pero, ¿estás loca? Baja la voz, te van a escuchar – le recrimina molesto.
-Ay Higinio, es que somos unos desgraciados… fuimos demasiado lejos, hemos cruzado la línea… yo… yo no creo que pueda soportar mi conciencia – murmura ella casi atragantándose con las palabras mientras se abraza a sí misma, cada vez más afectada.
-Me pediste que te ayudara, que buscara la forma de hacer volver a Regina… estuviste de acuerdo con lo del incendio, ¿por qué te quejas ahora? – pregunta él entre desconcertado y molesto.
-Pues porque hubo heridos, Higinio… por nuestra culpa – responde ella alzando la voz, fuera de sí.
-¡Por Dios, baja la voz! – exclama él preocupado.
-Mi hija, Higinio… mi hija pudo morir en ese incendio – exclama ella nerviosa, se acaricia el rostro con manos temblorosa. Se aleja de él, aturdida. ¿Cómo había podido llegar tan lejos? Había estado demasiado cegada por el rencor, por las ganas de sacar a su hija de aquel lugar, como para detenerse a medir las consecuencias. Y ahora lo estaba pagando. Había puesto en peligro la vida de su hija, y eso no podría perdonárselo nunca.
-Cecilia, cálmate – la agarra por los hombros, obligándola a mirarlo – Ya no te angusties, al final no pasó nada que no se pueda arreglar… - la abraza, ella hunde su rostro en el hombro de él, comenzando a llorar amargamente - yo me voy a encargar, ya, no te preocupes. Todo va a estar bien, ya verás que todo esto hará que nuestros hijos vuelvan a casa… ya lo veras – añade acariciándole los cabellos con dulzura. En ese momento la puerta del despacho se abre.
Macarena (Lucía Méndez) observa la escena incrédula. En aquella esquina estaban los dos abrazados, sin percatarse de su presencia. No debía haber abierto la puerta sin llamar, a pesar de lo que había ocurrido entre Higinio y ella, no debía de haberse tomado la confianza. Cerró la puerta sin ser vista. Cerró los ojos con fuerza al tiempo que se apoyaba en la puerta. Lo sabía, su instinto femenino nunca fallaba. Algo en aquella mujer le había dicho que había algo más entre ella e Higinio, algo más que una simple amistad.
La pasión y la locura habían tomado el control de su cuerpo, de su alma, de su corazón. En aquel momento eran como dos viajeros hambrientos, que solo en labios del otro podían encontrar su alimento. Regina se aferra con fuerza a sus anchos hombros tratando de intensificar el beso, para sentirlo más cerca de ella.
Mauricio (Fernando Colunga) se detiene un momento para tomar entre sus manos el rostro de ella, comenzando a llenar de pequeños y dulces besos sus labios. Regina (Michelle Vargas) siente como la fogosidad daba paso a la ternura, la calma que despiertan en ella una sensación de paz y júbilo que nunca antes había sentido.
-Mi Regis… - se escuchan unas voces a lo lejos. Regina abre los ojos bruscamente, volviendo a la realidad, mirando a Mauricio con sumo desconcierto. Él a su vez, parece tan turbado e inquieto como ella. – Regis, ¿estás ahí? – la voz se escucha cada vez más cerca.
Sintiéndose acorralada, Regina agarra por la mano a Mauricio hasta conducirlo hasta una pequeña puerta, de la habitación donde se guardaba la ropa y el menaje. Decidida abre la puerta y empuja a un sorprendido Mauricio dentro. Justo cierra la puerta en el momento en que Camila (Ana Serradilla) entra a la sala.
-Regina, ¡estás aquí! ¿Por qué no contestas? Llevo rato llamándote – pregunta Camila algo molesta.
-Oh, vaya… no te escuché. Estaba… revisando el estado de los muebles – responde Regina con la respiración entrecortada, haciendo uso de lo primero que se le viene a la cabeza. Camila se acerca a ella, mirándola con evidente interés.
-¿En serio? – pregunta arqueando la ceja con curiosidad - ¿Y estabas tú sola revisando los muebles? – pregunta divertida.
-Claro, ¿con quien sino? – pregunta Regina a la defensiva.
-No sé… digo, como te veo tan… colorada y sofocada… pensé que quizás podrías estar revisando los muebles en compañía de algún experto… - responde Camila con cierta pizca de burla. Regina, en un acto reflejo, se lleva la mano a la cara, comprobando la calentura que tenía.
-¿De veras estoy colorada? – pregunta casi sin aliento.
Al otro lado de la puerta, Mauricio no puede evitar sonreír ante la conversación de las dos muchachas. Ya no era un secreto que entre Regina y él existía una mutua atracción demasiado fuerte como para enfrentarse a ella. Eso era algo que aunque no entraba en sus planes, pero tampoco iba a echarlo atrás. Al fin y al cabo, él era un hombre atractivo y ella una muchacha con las hormonas revolucionadas.
-Regina, ¿estabas aquí? – pregunta Fabián (Carlos Ponce) entrando en la sala. Regina suspira mirando hacia el techo, con visible inquietud. ¿Qué, se habían puesto todos de acuerdo para buscarla en ese preciso y delicado momento?
-Sí, aquí estaba… - responde ella con una sonrisa forzada.
-Estaba revisando los muebles… al parecer es una tarea muy agotadora… - añade Camila divertida, provocando que Regina le lance una mirada matadora.
-¿En serio? ¿No estarás pensando en cambiarlos? Porque te recuerdo que éste no es el mejor momento – pregunta Fabián preocupado.
-No… no es esa mi intención – responde ella con indiferencia, rascándose la nuca ciertamente nerviosa. Se endereza para mirarlo – pero mejor díganme, ¿para qué me buscaban? – pregunta ella.
-Ah, cierto. Me he enterado que la semana que viene, inauguran un centro de hípica en un pueblo cercano – responde Fabián.
-Y resulta que Fabiancito conoce al dueño, porque fue cliente de la agencia – añade Camila.
-¿Quieres dejar que se lo cuente yo? – pregunta Fabián, mirándola molesto.
-Ay, por favor… ¡no sabía que querías la exclusiva! Ándale, cuéntaselo tú a tu querida Regina – exclama Camila burlonamente.
-¡Ay, ya. Dejen de pelear como niños, por favor. Y vayan al grano! – exclama una impaciente Regina.
-El caso es que he pensado que podríamos hacer tratos con el señor Garmendia, podríamos convencerlo para que invierta en La Poderosa , para crear un centro de entrenamiento de caballos pura sangre. Estoy seguro de que a él le interesaría la oferta – relata Fabián convencido.
-¿Estás seguro de eso? Digo, ¿a qué hombre de negocios le podría interesar una hacienda media ruinosa, que para colmo acaba de ser incendiada? – pregunta Regina intrigada.
-Esa es la mejor parte – responde Camila, le da un codazo a Fabián – ándale, explícaselo – añade.
-Bien, el caso es que Garmendia está interesado en abrir otro centro hípico por la zona… así que podríamos alquilarle parte de los terrenos para montar el centro, ¿qué te parece? – pregunta Fabián. Regina se acaricia el mentón pensativa.
-No perdemos nada con intentarlo, ¿no? – pregunta con emoción contenida. La verdad que aquella podía ser la salida a sus problemas. Una fuente de ingresos sin la necesidad de renunciar a la hacienda o comprometer su venta parcial en unos años.
-Estupendo, voy a llamar a Augusto – exclama Fabián emocionado dirigiéndose hacia el despacho. Regina y Camila lo observan alejarse con interés.
-En fin, me voy al pueblo, necesito hacer unas compras – dice Camila – puedes aprovechar ahora para sacar al señor Galván de la despensa, mientras tanto – añade divertida.
-¿Có… cómo dices? – comienza a preguntar Regina tartamudeando.
-He visto su carro aparcado en la entrada – responde Camila dirigiéndose hacia la puerta – Cuando regrese tú y yo vamos a hablar seriamente, no te olvides – añade antes de salir por la puerta. Regina se da un pequeño golpe en la frente, maldiciéndose a sí misma por su estupidez. Rápidamente, se dirige para abrir la puerta, encontrándose a otro lado a un Mauricio con serias dificultades para no echarse a reír.
-¿Y ahora tú? ¿Qué te causa tanta gracia? – pregunta ella molesta.
-De verdad, cuanto te gusta complicarte la vida – responde él recuperando el semblante serio que lo caracterizaba. Sale de la despensa con paso firme y seguro, cerrando la puerta a sus espaldas.
-Eres tú quien no deja de complicármela – le recrimina Regina.
-Más que complicártela, yo podría arreglarte la vida… - insinúa.
-Sí, pero a costa de mi dignidad, de mi orgullo… tú no quieres arreglarme la vida, tú lo que quieres es destruírmela, la mía y la de mi familia – le reclama ella con las mejillas encendidas.
-Fue tu familia quien primero destruyó mi vida, no lo olvides. Tengo derecho a una revancha – replica él con calma.
-Como yo tengo derecho a defenderme –objeta Regina manteniéndole la mirada. Él sonríe cínicamente, sin apartar la suya.
-Cada vez estoy más convencido de que tú y yo solo podríamos estar de acuerdo en un sitio – comenta Mauricio acercando su rostro al de ella.
-¿En cual, si se puede saber? – pregunta ella con fingido desinterés.
-En la cama – responde con una mezcla de seducción y diversión. Regina abre los ojos como platos ante semejante atrevimiento, provocando una socarrona carcajada en él, al ver el rostro descompuesto de la joven. – En fin, a lo que venía… dado que no veo intenciones por parte de ti de solucionar el problema que nos atañe… he decidido darte un ultimátum… tienes una semana para aceptar mi propuesta de matrimonio… de no ser así, entregaré las pruebas que tengo a las autoridades para encarcelar a tu hermano – añade.
-¿Cómo… cómo puedes ser tan despreciable? – pregunta ella con una mezcla de dolor y rencor en su voz. Él la mira y sonríe sin humor.
-Espero tu respuesta. No te retrases demasiado – responde él fríamente antes de abandonar la estancia con paso decidido.
-Arggg, imbécil, imbécil – comienza a repetir ella alterada, al tiempo que le da pequeños puntapiés a uno de los sillones. En ese momento entra Rosario, se detiene para observarla extrañada.
-¿Ocurre algo señorita? – pregunta mirándola ceñuda. Regina se detiene, carraspea incómoda al tiempo que se coloca los cabellos.
-No, nada Rosario… absolutamente nada – responde Regina tratando de aparentar normalidad antes de salir por la puerta. Rosario la observa salir atentamente… había visto a lo lejos a Mauricio Galván, saliendo de aquel lugar.
CENTRO MÉDICO – SAN CAYETANO
Abre los ojos lentamente y con dificultad, la tenue luz de la estancia le resultaba demasiado molesta. Comienza a moverse incómodo, tratando de encontrar una postura mejor.
Modesta (Ana Martín) se incorpora bruscamente del sillón donde había pasado toda la noche, al lado de su hijo.
-Mijo, mijo… ¿cómo te encuentras? – pregunta ella tomándole la mano para acariciarla, sintiendo una gran emoción y alivio al verlo despertar.
-Atorado – responde él dificultosamente, traga saliva – tengo la boca seca – añade. Modesta se apresura para levantarse y llenar un vaso con el agua de la jarra que había dejado la enfermera aquella mañana. Vuelve junto a su hijo.
-Toma, bebe – añade. Juan (Fabián Robles) trata de incorporarse con la ayuda de Modesta, que le coloca los almohadones a la espalda, para que se encuentre más cómodo. Juan bebe unos sorbos de agua.
-¿Mejor? – pregunta Modesta.
-Sí – responde él recostándose sobre los almohadones.
-Ay, mijo, no sabes que angustia pasé, casi me muero cuando te ví cubierto de sangre – dice ella, angustiada. - ¿Qué fue lo que pasó? Rufina nos dijo que descubrieron al pirómano, y él los atacó – pregunta. Juan cierra los ojos, las imágenes de la pasada noche se repetían en su cabeza una y otra vez. Aquel hombre quería llevarse a Rufina, quería devolverla al lugar de donde al parecer había escapado. - ¿Fue así como pasó? – insiste Modesta. Juan abre los ojos para mirar hacia el techo, le dolía ver aquella consternación y desaliento en los ojos de su madre. Era consciente del mal momento que la había hecho pasar por hacerse el valiente. Todavía no sabía si debía haberlo hecho… ahora estaba seguro que Rufina escondía algo, y él lo iba a averiguar.
Juan miró a su madre, sonriendo levemente. Le acarició la cara, suavemente, con las pocas fuerzas con las que contaba en aquellos momentos.
-Ya no estés angustiada, viejita. Yo me voy a recuperar… y a ese hombre lo va a encontrar la policía, no te preocupes – le dice con cariño.
-Ya mijo, eso espero. Pero temo que pueda hacerte algo… tu y Rufina le vieron la cara… ¿y si intenta algo contra ustedes? – pregunta preocupada.
-Si intenta algo, vieja, le va a ir muy mal… te lo aseguro – asevera Juan.
Las lágrimas no cesaban de caer de sus ojos, mientras guardaba las pocas pertenencias que poseía en su viejo bolso. Huir de nuevo, eso parecía su destino. No podía seguir allí después de lo que había sucedido por su culpa… jamás tenía que haber aceptado la oferta de quedarse en aquella hacienda, por mucho que lo deseara. Lo único que estaba haciendo era poner a todos en peligro y a sí misma. ¡Qué ilusa había sido al pensar que podía permanecer a salvo en una hacienda cercana a la de aquel diablo! Tenía que haber huido lejos, muy lejos; donde no pudiera encontrarla; y eso es lo que había decidido hacer ahora.
La puerta de la pequeña habitación se abre sigilosamente.
-¿Qué estás haciendo? – pregunta Tomasito (Alejandro Felipe) mirándola con curiosidad. Rufina (Carolina Gaitán) se lleva la mano al pecho, sobresaltada.
-¡Ay Tomasito, me asustaste! – exclama ella casi sin aire.
-Lo siento, mi abuelita dice que tengo la manía de aparecer como fantasma – dice el niño encogiéndose de hombros.
-Pues tu abuela tiene mucha razón, tienes que aprender a llamar antes de entrar a la habitación de otra persona – le reprocha Rufina con dulzura.
-Oye, no me invadas el tema principal- replica el niño colocando las manos en las caderas.
-Se dice no me evadas el tema principal, Tomasito – lo corrige Rufina.
-Lo que sea… ¿por qué estás recogiendo tus cosas? ¿Para donde te vas? ¿Acaso tienes miedo del pinómalo? ¿Vas a abandonarnos? – comienza a preguntar el niño insistentemente. Rufina suspira hondamente, sacando fuerzas de valor para no derrumbarse delante del pequeño. Se agacha frente a él, y lo agarra suavemente por los hombros.
-Tomasito, hay cosas que los niños no entienden… yo, no puedo quedarme aquí… siento mucho lo de tu papá… - dice ella pausadamente, tratando de contener las lágrimas.
-¿Te marchas por lo que le pasó a mi papá? – pregunta el niño - ¿pero por qué? Tu no tuviste la culpa… solo tuviste suerte de que no te hiciera pupa a ti – añade convencido.
-No es tan sencillo, mi amor – dice ella sonriendo entre lágrimas. – Yo tengo que irme lejos de aquí… este no es mi lugar – añade incorporándose para terminar de recoger sus cosas. Pero el niño le agarra una mano entre las suyas, tirando de ella. Ella voltea y su corazón se parte en mil pedazos con la mirada de tristeza y súplica del niño.
-Por favor no te vayas… no me dejes solo – dice suplicante, al borde del llanto.
-Pero mi amor, tú no estás solo –
-Mi papá está en la clínica, mi abuela se fue con él, y el resto del mundo está tan preocupado por lo del incendio que se olvidó de que existo… además tu eres súper, siempre me entiendes y juegas conmigo – dice rápidamente casi atragantándose con las palabras. – Prométeme que no te marcharás… no hasta que regrese mi papá y mi abuelita… prométemelo, por favor – suplica. Rufina mira a aquel pequeño, conmovida hasta lo más hondo por sus palabras que le llegaban al alma. Observa su linda carita, sus ojitos suplicantes. No podía abandonarlo, no así, no en aquel momento… aunque quizás estaba cometiendo el peor error de su vida, no podía fallarle. Emocionada, se arrodilla para abrazar al niño con fuerza.
-Está bien, mi amor, me quedaré contigo hasta que vuelva tu papá – le dice abrazándolo con fuerza.
Una ilusionada sonrisa ilumina el rostro del pequeño Tomasito.
SAN CAYETANO
Camila (Ana Serradilla) se dirige hacia la camioneta con la que había ido al pueblo, cargada con varias bolsas de cartón. De pronto a lo lejos divisa un rostro conocido, al que preferiría no volver a ver en la vida. Aquel hombre salía en aquel momento de la jefatura de policía, justo al otro lado de la calle, parecía concentrado en unos papeles que sostenía en la mano, y no la veía.
Camila mira hacia los lados y apura el paso para llegar a la camioneta lo antes posible sin ser vista.
-¡Señorita, se le olvidan los lácteos! – grita en ese momento la tendera desde la puerta del establecimiento, sosteniendo en sus manos la bolsa de los lácteos.
Los gritos de la señora llaman la atención de Miguel Ángel (Luis Roberto Guzmán), quien no tarda en divisar a una avergonzada Camila, que se apura a recoger sus lácteos para proseguir su camino. Miguel Ángel, decidido, agiliza el paso para alcanzarla.
-A usted quería yo verla – dice a sus espaldas. Camila se detiene, cierra los ojos, maldiciendo su suerte para sus adentros. Carraspea, perfila en sus labios la mejor de sus sonrisas antes de voltearse para mirarlo.
-Vaya, ¡qué sorpresa encontrarlo aquí! No me lo esperaba – exclama sonriendo.
-¿No tiene nada que decirme? – pregunta él cruzándose de brazos. Ella alza las cejas en señal de curiosidad – todavía estoy esperando una disculpa por esto – añade señalando la herida de la frente que en aquel momento estaba cubierta por una gasa.
-Oh, es cierto… siento haberlo lastimado… pero reconozca que era lógico que pensara que usted era el pirómano… nunca lo había visto por allí… y de repente lo encuentro rebuscando en la despensa como un sabueso… cualquiera hubiera pensado lo mismo…- comienza a explicarse Camila.
-Sí, pero quizás otra persona hubiera preguntado antes de golpearme con el palo de la escoba – replica Miguel Ángel controlando su incomodidad. Respira hondos y alza las manos en son de paz – pero mejor ya no discutamos más sobre eso… ¿por qué no mejor olvidamos todo y empezamos de cero? – Pregunta sonriendo, le tiende la mano – Miguel Ángel Valente – se presenta. Camila lo mira sorprendida por la repentina muestra de caballerosidad por su parte. Logra reaccionar a tiempo y coloca las bolsas como puede contra su hombro, para tomarle la mano.
-Camila Hernández, para servirle a Dios y a usted – se presenta ella. Él la mira alzando la ceja, divertido. – Es que lo he visto en una novela, y siempre he querido decirlo – se excusa ella sonriendo.
-Espera, déjame ayudarte – dice Miguel Ángel cargando varias bolsas.
-Oh, gracias muy amable… pero no es necesario, fíjate que tengo justo ahí la camioneta – dice ella señalando la camioneta. De pronto se detiene a observar al hombre, se acaricia la barbilla. Miguel Ángel la mira intrigado.
-¿Qué? ¿Estoy manchado o algo, qué tanto me mira? – pregunta revisándose la ropa.
-Es usted amigo del señor Galván, ¿no es cierto? – pregunta ella al fin.
-Sí, lo soy… ¿por qué lo pregunta? – pregunta él con curiosidad.
-Porque en este momento usted y yo – comienza a decir, agarrándose a él, entrelazando su brazo entre el suyo – nos vamos a platicar un ratico en esa especie de bar que hay por aquí… - añade convencida.
-Si lo que quiere es sonsacarme información sobre Mauricio desde ya le digo, que no lo va a conseguir – asegura Miguel Ángel.
-¿Quién ha dicho que yo quiera sonsacarle? – pregunta ella fingiendo inocencia- No es esa mi intención… solo invitarlo a un café como disculpa a mi error de la noche pasada – añade sonriendo. Él la mira, no muy convencido. - ¿Vamos? – pregunta ella con una sonrisa angelical en los labios.
-Vamos, entonces – cede él finalmente.
MÉXICO D.F.
Vuelve a colgar bruscamente el teléfono por enésima vez en aquel día. Desde primera hora llevaba intentando comunicarse con el gobernador civil de Acapulco, pero nada que lograba ponerse en contacto con él. Sospechaba que lo estaba evitando a propósito. Aquel viejo lobo sabía de sobra que los motivos que había alegado para denegar la licencia no eran lícitos. Si era necesario lo llevaría a los tribunales, aunque era consciente de que el proceso iba a ser largo y tedioso, y que cuando lograran una sentencia favorable, probablemente ya estarían en la ruina.
Tocan a la puerta en ese momento.
-Adelante – dice Saúl acariciándose el entrecejo, cabizbajo.
-Hola Saúl – lo saluda Zoraida (Ingrid Martz) con una amplia sonrisa, cerrando la puerta tras de sí. – Tu mamá me dijo que habías regresado al distrito federal – añade tratando de contener la emoción que sentía al verlo. Saúl la observa en silencio, con el semblante serio.
-Zoraida, no creo que sea buena idea que vengas a verme – dice secamente.
-¿Y por qué no? Somos amigos, ¿no es así? – pregunta ella inocentemente.
-Sabes por qué te lo digo… tu quieres algo de mí que yo no te puedo dar – responde Saúl pacientemente.
-No te preocupes por eso Saúl… yo ya entendí que quieres a tu esposa. – Dice ella acercándose a él – Lo único que quiero es mantener nuestra amistad. Yo te aprecio mucho como amigo… la última vez que nos vimos, me excedí… no debí insinuarme de aquella manera tan indigna… por ello te pido disculpas – añade apenada. Saúl asiente complacido.
-Está bien, entonces – dice.
-Si ya todo está arreglado, ¿qué te parece si te invito a cenar esta noche? – pregunta ella sonriendo. Saúl la mira dudoso, no sabía si debía aceptar la invitación. Si bien era cierto que ella parecía buscarlo solo como amigo, no terminaba de confiar en que ella no quisiera algo más. – Por favor, te aseguro que solo es una cena entre amigos – alza la mano – lo juro por mi vida – añade. – Si hace falta firmo un contrato, aunque como buena licenciada en derecho, podría invalidarlo alegando que lo hice porque me sentí coaccionada por ti – bromea entre risas. Saúl se paraliza al escuchar esas palabras que parecían poco más que una broma.
-¿Cómo has dicho? – pregunta él incorporándose.
-¿Lo de que sería capaz de firmar un contrato? – pregunta ella intrigada.
-No, lo de que podrías invalidarlo – responde Saúl con gran interés acercándose a ella.
-Ahhh, claro ese es uno de los principios del derecho civil, una de las causas de invalidez de un contrato es que existan vicios en el consentimiento… si tú firmas un contrato bajo coacción, ese contrato es inválido – explica Zoraida. Una amplia sonrisa se forma en los labios de Saúl.
-¿Sabes una cosa? Creo que el que va a invitar esta noche, voy a ser yo – dice animado.
-¿Ah sí? ¿Y a qué se debe el honor si se puede saber? – pregunta ella sonriendo coqueta.
-Porque me has dado la idea que necesitaba… - responde él tomando su rostro entre la manos para darle un rápido beso en la mejilla. Ella sonríe emocionada tocándose la mejilla, mirándolo con ojos brillantes, pero lo último en lo que Saúl pensaba eran en las ilusiones que con ese casto beso podía haber creado en la mujer… lo que él tenía mente era un plan con el que podría presentarle batalla a Mauricio Galván.
Regina (Michelle Vargas) entra apurada en la sala, se hallaba cansada y sudorosa. Había decidido involucrarse al máximo en la recuperación de La Poderosa , trabajando con sus propias manos en la limpieza de los escombros. Tenía las manos llenas de pequeñas heridas y rojeces después del duro día de trabajo. Pero por lo menos de aquella forma había podido apartar de su mente su último encuentro con Mauricio Galván.
En aquel momento repara en la presencia de un hombre al que no conocía en la sala, quien se incorpora del sillón al verla entrar.
-Señorita Montesinos, soy el capitán Espinoza – se presenta cortésmente. Regina se acerca a él mirándolo con atención. – Su cuñada me dijo que la esperara aquí, que pronto llegaría – añade él.
-Está usted al cargo de la investigación del incendio, ¿no es cierto? – pregunta Regina.
-Así es – responde él.
-¿Y cómo es posible que llegue a esta hora? – pregunta ella molesta. – Ya casi van a cumplirse 24 horas del incendio… muchas de las pruebas seguramente hayan desaparecido ya… ¡y usted se presenta a esta hora y tan tranquilo! – exclama ella alzando la voz.
-Tranquilícese señorita… debe usted entender que nuestra comisaría abarca todos los alrededores de San Cayetano, hay muchas cosas que hacer y pocos efectivos - se excusa el hombre.
-¿Sabe que es lo que creo? – pregunta ella acercándose a él – Que lo que pasa es que en esa comisaría no interesa saber quien le prendió fuego a La Poderosa , eso es lo que creo – añade.
-Seguramente esté en lo cierto, señorita – dice una voz a sus espaldas. Regina voltea para descubrir la identidad del inesperado visitante. – Por eso he decidido tomar cartas en el asunto – añade Ícaro (Roberto Ballesteros), Regina lo mira con cierta desconfianza.
-¿Usted va a tomar cartas en el asunto? – pregunta ella intrigada.
-Por supuesto – responde él, se asoma a la puerta de entrada – ya puede pasar – llama a alguien que se encuentra fuera. En ese momento entra un hombre vestido completamente de negro. – Le presento a Diego Salas, el mejor rastreador de la zona – añade. El hombre levanta levemente el ala del sombrero a modo de saludo.
-¿Un rastreador? – pregunta Regina sin llegar a comprender.
-Sí, el señor Salas sabe todo lo que ocurre en la región… él conoce a todo el mundo, tanto a los señores civilizados… como a los que… digamos, no lo son tanto. Él podría llegar hasta el hombre que prendió fuego a este sitio… mucho antes que el señor capitán, aquí presente. Con todos mis respetos. – dice Ícaro.
-Oiga, esto es una irregularidad manifiesta - replica el capitán visiblemente disgustado y vilipendiado.
-Pero así es como se hacen las cosas aquí. Usted debería saberlo bien, capitán – replica con calma Ícaro. Vuelve su atención hacia Regina – así que no se preocupe señorita, el señor Salas, llegará hasta el fondo del asunto – añade. Regina se cruza de brazos, observándolo, no muy convencida de todo aquellos.
Nereida (Bárbara Mori) se halla sentada contra la cabecera de la cama. Se sentía intranquila, nerviosa, molesta consigo misma. Había jurado olvidar el pasado, pensar solo en su esposo, tratar de estar bien con él… y ¿qué es lo que había hecho? Dejarse llevar por aquel estúpido sentimentalismo… dejando salir a la superficie aquella parte de su alma por la que había luchado tanto para que no saliera a la luz. Se agarra la cabeza desesperada, los recuerdos de aquel pasado arrebatador volvían a su cabeza una y otra vez… sus encuentros clandestinos con Mauricio, las deliciosas sensaciones que sus caricias producían, el maravilloso sentimiento de felicidad que sentía cada vez que lo veía, la sensación de que solo existían ellos dos cada vez que estaban juntos… Jamás había vuelto a ser tan feliz en su vida, aunque Saúl se había desvivido por ella, y juntos habían encontrado un término medio para llevar una vida más o menos dichosa juntos. Quería a su marido, lo conocía mejor que a sí misma, y había aprendido a conformarse con él; pero seguía enamorada como una idiota a Mauricio.
-Mi niña, ¿Qué le pasa? – pregunta Rosario (Angelina Peláez) entrando en ese momento en la habitación. Un sentimiento de preocupación comenzaba a invadirla al ver el estado nervioso en el que se encontraba su niña. Se apura a sentarse a su lado - ¿Le ha pasado algo con el señor Galván esta mañana? – pregunta preocupada.
-Nana… le dije que todavía lo amo, nana – responde Nereida mirándola al borde de la histeria. Agarra a su nana por los hombros – No sé como pude hacerlo… cómo pude hacerle esto a Saúl… yo juré olvidarlo, ¿te das cuenta? Estoy haciendo exactamente lo mismo que hice hace años, nana – añade al borde del llanto.
-Niña, tranquilícese, le va a dar un colapso – exclama Rosario temerosa, agarra a Nereida por los hombros, empujándola hacia ella, para protegerla en un maternal abrazo. Mientras que Nereida, sin poder evitarlo por más tiempo, rompe en llanto.
-¿Qué voy a hacer nana? Lo amo, pero estoy casada con Saúl y él me odia – pregunta entre lágrimas, sin un atisbo de esperanza en sus palabras.
-Ya, mi niña… no se altere… ya poco a poco, Diosito pondrá las cosas en su lugar… ya verá – le responde acariciándole los cabellos con ternura.
Tiempo más tarde…
Ícaro (Roberto Ballesteros), ya cómodamente en su despacho, descuelga el teléfono y marca un número. Espera a que al fin respondan del otro lado.
-Señor Montesinos… salió todo a pedir de boca… su hermana y el mismo capitán Espinoza confían en que nuestro buen señor Salas siga el rastro del causante del incendio – le informa complacido.
Al otro lado del hilo telefónico, en un elegante restaurante del distrito federal, el rostro de Saúl (Eduardo Santamarina) se ilumina con una espléndida sonrisa. Cierra el celular.
-¿Buenas noticias? – pregunta Zoraida (Ingrid Martz) mientras trocea el filete que tenía en el plato.
-Sí… al parecer mi suerte puede que esté comenzando a cambiar – responde Saúl complacido.
Fabián (Carlos Ponce) observaba desde su asiento el ir y venir de una inquieta Regina (Michelle Vargas), que se paseaba por la recamara de un lado a otro, visiblemente nerviosa.
-¿Quieres parar un poco? Vas a terminar por marearme – protesta al fin Fabián. Regina se detiene para mirarlo.
-Es que no sé si hice bien confiando en ese tipo, Fabián – dice Regina intranquila – a las leguas se ve que es un bandolero… ¿Quién me dice que no fue él mismo el que provocó el fuego? – pregunta intranquila.
-Ya cálmate, Regina. El mismo capitán te terminó reconociendo que aquel era el método que empleaban todos los terratenientes de la región para solucionar los problemas de robos en las haciendas – responde Fabián incorporándose. Se acerca a ella.
-Pero hay algo que no me encaja Fabián… no lo sé, estoy intranquila – dice ella preocupada.
-Eso ya lo veo – dice Fabián divertido. Ella le golpea el hombro de una palmada.
-Oye no es broma – replica ella molesta.
-Ya lo sé, ya lo sé – dice él con tono tranquilizador, posando las manos sobre sus hombros – Lo cierto es que no debemos confiar del todo en lo que ese hombre nos pueda decir… recuerda que aquí tu no eres bienvenida, casi todos los terratenientes de esta región tienen sus motivos para prenderle fuego a la hacienda… así que nos andaremos con ojo con lo que nos diga, ¿de acuerdo? – pregunta. Ella lo mira haciendo un puchero, asiente no muy convencida. Sentía miedo, quizás fuera una locura, pero temía que el resultado de la búsqueda de aquel hombre lo llevara ni más ni menos que a Mauricio Galván.
-Pero ya mejor no pensemos más en eso… tenemos que preparar nuestra reunión con el señor Garmendia, la próxima semana –dice Fabián.
-¿Estás seguro que le interesara rentar los terrenos en vez de comprarlos? – pregunta Regina.
-Me he puesto en contacto con él esta tarde, y se ha mostrado interesado… las compras por ahora no le interesan, ya que tiene demasiados terrenos en propiedad, y eso puede causarle algún tipo de perjuicio en sus inversiones – responde Fabián.
-¿Para sus inversiones? Ese hombre no tendrá problemas con el fisco, ¿no Fabián? – pregunta ella preocupada.
-No, claro que no. Augusto es un hombre íntegro, confía en mí, he trabajado con él en varias ocasiones en la publicidad de sus hipódromos – responde Fabián con tono tranquilizador, comenzando a masajearle los hombros tiernamente, comienza a ascender sus manos por el cuello de ella en una suave caricia hasta tomar el rostro de ella entre las manos, acercando lentamente sus labios a los de ella hasta dejarlos a escasos milímetros.
-Fabián… - susurra ella con cierta reticencia. Él parecía querer cruzar de nuevo la línea de la que ella todavía no estaba segura de querer cruzar.
-Schhhh… déjate llevar – le susurra él con sus labios pegados a los suyos. Regina lo mira sin saber qué decir ni que hacer… ¿debería dejarse llevar? ¿Era lícito dejarse besar por dos hombres en un mismo día? Todavía sentía el rastro de fuego que los labios de Mauricio habían dejado en los suyos. Todavía podía sentir su pasión, incluso su ternura.
No pudo pensar más, de pronto sintió la calidez de los labios de Fabián sobre los suyos. ¿Era lo que tenía que hacer? ¿Tratar de volver a enamorarse de Fabián para así olvidar las mariposas que revoloteaban en su estómago cada vez que Mauricio la tocaba?
Tímidamente comienza a responder al beso, toma el rostro de él entre sus manos aumentando la intensidad del beso. Fabián comienza a bajar sus manos por la espalda de ella, pegándola más a él.
-Mi Regis, tengo que… - comienza a decir Camila (Ana Serradilla) entrando bruscamente en la habitación. La misma brusquedad con la que se separan Regina y Fabián. – Ups, perdón… no sabía que ustedes… estaban… esto… - comienza a tartamudear Camila, visiblemente incómoda.
-¿Qué no te enseñaron a llamar antes de entrar Camila? – pregunta Fabián disgustado.
-¡Ay, es que yo no sabía que iban a ponerse cariñosos hoy, caramba! - replica Camila molesta.
-¡Ya, no discutan! – exclama Regina poniendo paz. Mira a Camila - ¿Qué es lo que quieres contarme? – pregunta.
-Esto… - comienza a decir Camila, fija su mirada en Fabián - ¿te importaría dejarnos solas? Es que son cosas de mujeres las que quiero platicar con ella – añade. Fabián la mira enojado, luego vuelve su mirada hacia Regina quien se encoge de hombros. Finalmente sale de la recamara dando un sonoro portazo.
-Ay, pues si que se va caliente sí. Date una buena ducha fría, ¿sí? – grita Camila, esperando que él la oiga.
-Camila – le dice Regina con tono de reproche. Camila la mira con el ceño fruncido, se acerca a ella y le da un pellizco en el brazo. – Ay, pero, ¿qué haces? – pregunta molesta.
-Eres una conquistadora mi Regis, a la mañana con Mauricio Galván, ahora con Fabián… pero qué calladito te lo tenías – le reclama divertida.
-Ay, Camila, ¡no tiene gracia! – exclama abrumada, se deja caer sobre la cama – Creo que me estoy volviendo loca – añade tumbada. Camila se sienta a su lado.
-No, lo que pasa es que ese hombre te está volviendo loca, mi Regis… y al parecer tú también lo estás volviendo loco a él – dice Camila mirándola esperando su reacción. Regina se incorpora súbitamente.
-¿Quién te dijo eso? – pregunta Regina.
-Bueno, la cuestión es que esta tarde en el pueblo, he conocido a un buen amigo de nuestro querido señor Galván… que lo conoce desde hace bastantes años – responde Camila.
-¿Cómo así Cami? – pregunta Regina intrigada.
-El caso es que, aunque se mostró bastante reticente a hablar de Mauricio… sí logré sonsacarle algunas cosillas…
-¿Cómo qué? – pregunta Regina sumamente intrigada.
-Pues que lo que verdaderamente cambió a tu señor Galván fue la muerte de su padre – responde Camila.
-¿La muerte de su padre? ¿cómo murió entonces? – pregunta Regina. Camila se encoge de hombros.
-Eso sí no logré sonsacárselo – responde. – Pero una cosa sí es cierta, ese hombre está decidido a convertirte en su esposa mi Regis… y está acostumbrado a conseguir siempre lo que quiere… - añade convencida. Regina se levanta de la cama de un brinco.
-Pues esta vez no lo va a lograr… me niego a casarme con él… - asegura con aparente convicción. Camila la mira divertida.
-¿De veras tan malo te parece convertirte en la esposa de ese hombre? – pregunta. Regina voltea para mirarla.
-Ese hombre es el peor enemigo de mi hermano; además solo quiere casarse conmigo para asegurarse la hacienda, y así hacerle daño a Saúl… y yo no puedo traicionar a mi hermano – se explica Regina sin dejar de mover las manos, visiblemente inquieta.
-Así que lo único que te preocupa de casarte con él es que de ese modo traicionarías a tu hermano… - comenta Camila pensativa.
-Eso y que… no lo quiero… por supuesto – añade Regina no muy convencida.
-¿De veras mi Regis? ¿De veras no sientes nada por ese hombre? – pregunta Camila. Regina la mira sin decir nada, haciéndose la misma pregunta a sí misma, y sin saber hallar con certeza una respuesta.
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